domingo, 6 de noviembre de 2011

P. GARRIGOU-LAGRANGE: LA PROVIDENCIA Y LA CONFIANZA EN DIOS – 6º PARTE

por Radio Cristiandad

LA PROVIDENCIA Y LA CONFIANZA EN DIOS
R. P. Réginald Garrigou-Lagrange, O. P.



EL ABANDONO EN LA PROVIDENCIA DIVINA


CAPÍTULO VI


LA PROVIDENCIA Y EL CAMINO

DE LA PERFECCIÓN
 
Lo que más nos interesa, con mucho, en el plan providencial es el camino de la perfección, trazado por Dios de toda la eternidad.

Todos los grandes escritores espirituales han descrito el itinerario de esta ascensión. Algunos de ellos, como Santa Catalina de Sena, lo han considerado más particularmente por el lado que mira a la Providencia. Proponémonos aquí recordar en sus líneas principales la doctrina que la Santa recibió de lo alto.

Y en ella nos fijamos con preferencia a otros muchos escritores, porque Santa Catalina de Sena tiene una visión tan amplia de la realidad concreta, que es fácil adaptar lo que ella dice a las necesidades espirituales de toda clase de personas; tiene además un lenguaje que, sin dejar de ser siempre muy elevado, es para todos extremadamente realista y práctico a la vez, acercándose como pocos a la altura y simplicidad del Evangelio.

Se ha dicho con frecuencia que hay armonía perfecta entre la doctrina de Santo Tomás y la expuesta por Santa Catalina de Sena en sus éxtasis, escrita por sus secretarios, a medida que la Santa hablaba, en el libro que vulgarmente se llama El Diálogo.

Si hay algún tema donde la armonía de ambas doctrinas se manifiesta de manera particularmente sorprendente, es el de la perfección cristiana y del camino que a ella conduce según el plan de la Providencia.

Para penetrarnos de ello, analizaremos los puntos siguientes:

1º) ¿En qué consiste especialmente la perfección?

2º) ¿Es un precepto, o es un consejo?

3º) ¿Basta la luz de la fe para la perfección cristiana, o es necesaria también la luz del don de sabiduría? ¿Es esta luz normalmente proporcionada al grado de caridad o de amor de Dios?

4º) ¿Qué purificaciones son necesarias, según el plan de la Providencia, para llegar a la perfección? ¿Se llega a ella sin haber pasado por las purificaciones llamadas pasivas, sin haber sobrellevado con paciencia y con amor las cruces sensibles y las espirituales?

5º) ¿Son todas las almas interiores llamadas por la Providencia a la contemplación infusa de los misterios de la fe mediante la luz del don de sabiduría y a la unión con Dios que resulta de esta contemplación, muy distinta de otras gracias extraordinarias como las revelaciones y las visiones? En otros términos: ¿es de orden ascético o es de orden místico, según el plan providencial, la cumbre del desarrollo normal, acá en la tierra, de la vida de la gracia o el preludio de la vida del cielo? ¿Qué es lo que caracteriza la perfección: nuestra propia actividad influida por la gracia, o nuestra docilidad en recibir las inspiraciones del Espíritu Santo?

Para contestar a estas preguntas traeremos citas de los capítulos de El Diálogo, donde se habla directamente de los referidos asuntos.


***


I. — ¿En qué consiste especialmente la perfección cristiana?


¿Será sobre todo en la mortificación corporal, o bien en las prácticas piadosas, o por fin en el conocimiento de las cosas divinas? Santa Catalina, de acuerdo con Santo Tomás (IIa-IIæ, q. 184, a. 1), contesta que la perfección consiste especialmente en la caridad, primero en el amor de Dios y luego en el amor del prójimo.

Claramente expone esta doctrina en el capítulo II de El Diálogo, donde se lee:

“Si bien te acuerdas, te dije ha ya tiempo, cuando deseabas hacer gran penitencia por mí, y me decías: ¿qué podría hacer yo, Señor, por ti? ¿o qué pena sufrir? Te respondí, hablándote interiormente: Yo soy aquel que me deleito con pocas palabras y muchas obras. Te dije esto para darte a entender que me es muy poco acepto aquel que sólo de palabra me diga: Señor, Señor, yo quisiera hacer algo por vos; o aquel que por mí desea y quiere mortificar su cuerpo con muchas penitencias, quedando viva la propia voluntad…

… Siendo yo infinito, quiero obras infinitas, esto es, de infinito afecto de amor. Quiero, pues, que las obras de penitencia y de otros ejercicios corporales se tomen como por instrumento y no por afecto principal. Porque si en esto se pusiese el afecto principal, me darían una cosa finita, y serían como la palabra que, saliendo de la boca, es nada, si no va acompañada del afecto del alma, que es el que verdaderamente concibe y produce la virtud. Quiero decir que la obra finita, que yo llamo palabra, debe estar unida con el afecto de la caridad, y entonces me será agradable y acepta a mí.”

De lo contrario la perfección se reduciría al lado material, quedando privada del alma y de la inspiración de la vida interior.

Y prosigue la Santa en el mismo lugar:

“Porque el principal fundamento de la perfección no debe colocarse sólo en la penitencia o en otro algún acto exterior corporal, pues ya te dije que aquéllas son acciones finitas… y también porque conviene algunas veces que la criatura las deje, o que se las hagan dejar… en tanto que jamás se debe interrumpir la vida de amor de Dios. Las tales obras… deben tomarse por ejercicio y no por principal fundamento,.. Pero todavía me agradan, cuando se ponen por instrumento y no por fundamento principal de la virtud.”

Con estas últimas palabras declara la Santa que no se ha de caer en el extremo contrario, abandonando la mortificación corporal, que todos los santos han practicado.

“La virtud, continúa El Diálogo, consiste por entero en la caridad sazonada con la luz de la verdadera discreción: sin la caridad no tendría valor alguno. La discreción me da este amor sin término ni medida, porque soy la Verdad soberana y eterna; y así, no pone ley ni término al amor con que me ama. Pero sí establece modo en el amor del prójimo, según el orden de la caridad. Porque en el orden de la caridad está no hacerse daño a sí mismo por el pecado para ser útil al prójimo. Pues si por hacer alguna obra de gran importancia se cometiera un solo pecado…, no sería caridad ordenada con discreción el cometerlo…”

“Este es el orden de la santa discreción. El alma dirige todas sus potencias a servirme varonilmente con generosidad, y ordena el amor del prójimo de modo que esté dispuesta a dar miles de veces, si fuese posible, la vida del cuerpo por la salud de las almas, sufriendo penas y tormentos a trueque de que el prójimo tenga la vida de la gracia.”

He aquí en qué consiste especialmente la perfección cristiana: en primer lugar, en el amor generoso de Dios, y en segundo lugar en el amor del prójimo, no sólo afectivo, sino también efectivo.

Por esto se complace Santa Catalina de Sena en decir que la caridad vivifica todas las virtudes, que hace meritorios para la vida eterna los actos de las virtudes, que es como la madre de todas ellas, el vestido nupcial de los siervos de Dios y que, plantada en la tierra de la humildad, es comparable a un árbol que ofrece al cielo flores y frutos abundantes, frutos de vida para la eternidad.

La Santa declara con insistencia que el amor del prójimo no puede ir separado del amor de Dios, del cual es resplandor, señal y prenda cierta, y que el celo de las almas inspira todas las virtudes.

Añade también que no es posible amar eficazmente al prójimo sino por Dios y en Dios. “El amor del prójimo es como la vasija que se llena en la fuente. Si para beber se la retira del manantial, pronto quedará vacía; pero si se la mantiene sumergida en él, podemos beber de ella cuanto queramos, que no se ha de agotar.”

¿Queréis beber largo tiempo de la copa de la amistad verdadera?, ponedla al manantial del agua viva; de otra suerte, pronto quedará agotada y no podrá apagar vuestra sed.

Esta misma doctrina encontramos en la Suma Teológica de Santo Tomás: para el Doctor Angélico la perfección consiste especialmente en la caridad, que da vida a las demás virtudes y nos une a nuestro fin último, que es Dios, autor de la gracia, por cuanto nos le hace amar sobre todas las cosas, más que a nosotros mismos, y por Él a todo lo que merezca ser amado.

Sin la caridad no hay cosa que valga para la vida eterna; la ciencia, aun de las cosas divinas, no es provechosa, como no vaya acompañada del amor de Dios. La soberbia, dice la Santa, puede envenenar la ciencia; mas el entendimiento recibe muchas veces más luz del estudio de oración que dé otro estudio humano: esa luz de vida, simple y altísima, principio de la contemplación, que unifica el saber y lo hace fecundo.


***


II. — La perfección y el precepto del amor


Esta perfección que hemos dicho que consiste en la caridad altísima ¿es de precepto, o sólo de consejo?

Enseña Santo Tomás que la perfección cae bajo el precepto supremo, no como materia o cosa que se haya de realizar de inmediato, sino como el fin hacia el cual deben tender todos los cristianos, cada uno según su estado, éste en la vida religiosa, aquél en la del siglo (IIa-IIæ, q. 184, a. 3, c; et ad, 2).

Dice expresamente el Angélico Doctor que la perfección cristiana i consiste esencialmente en el cumplimiento generoso de los preceptos, sobre todo de los dos preceptos del amor de Dios y del prójimo, y sólo accidentalmente en la práctica efectiva de los tres consejos de pobreza, castidad y obediencia, que son medios para llegar con más rapidez y seguridad a la perfección del amor de Dios, la cual puede también alcanzarse en el matrimonio, o en medio de los cuidados y solicitudes del mundo, como lo prueba la vida de muchos santos.

La misma doctrina hallamos en Santa Catalina de Sena.

En El Diálogo se declara que el precepto supremo no tiene límites, pues dice así: “Amarás al Señor Dios tuyo de todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente.” (Luc. 10, 27). Esta ley no obliga a medias, hasta cierto grado, más allá del cual se reduciría a simple consejo; sino que todo cristiano debe tender a la perfección del amor.

Leemos en El Diálogo: “Ya ves cuál es el deber de todas las almas. Es necesario que me amen, a mí, con amor sin medida.”

Y dice claramente la Santa que, si bien los preceptos se pueden observar sin practicar realmente los tres consejos evangélicos, no es posible cumplir los preceptos de una manera perfecta sin tener el espíritu de los consejos, espíritu de desasimiento de las criaturas, que forma un todo con el amor de Dios que siempre debe ir en aumento en nosotros.

La Santa lo explica con estas palabras del Señor: “Mas por cuanto los consejos están enlazados con los mandamientos, ninguno puede observar mis mandamientos actualmente, que no observe mis consejos mentalmente; quiero decir, que poseyendo las riquezas del mundo, debe poseerlas con humildad, no con soberbia; como cosa prestada, no suya, según que os las da mi bondad para que hagáis buen uso de ellas. De manera que tanto tenéis cuanto os doy, y en tanto las poseéis, en cuanto os las dejo; os las dejo y os las doy tanto tiempo, cuanto veo que os sirven para vuestra salvación, pues de esta manera debéis usar de ellas… observando con el deseo los consejos, como te he dicho, cortando el veneno del amor desordenado.”

Hemos de usar de las cosas, dice San Pablo, como si no usáramos de ellas. Eso se llama poseer los bienes del mundo como señores, y no como esclavos, sin hacerse esclavos de ellos como el avaro de sus tesoros.

Obrando de esta suerte, cualquiera que sea nuestro estado, iremos ganando la vida eterna y creciendo en caridad, como lo pide el precepto supremo, ayudándonos para ello de la comunión eucarística, que fortalece nuestras almas a medida de nuestros deseos.

Como siga el alma este camino, aun en medio del mundo puede llegar a la perfección de la caridad, a un amor muy grande y puro de Dios y de las almas, que le permitirá, dice la Santa, sufrir injurias, menosprecios, afrentas, burlas y persecuciones por el honor de Nuestro Señor y por la salvación del prójimo.


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III. — La perfección y la luz del don de sabiduría en la oración:

Las visitas del Señor


Para conseguir esta altísima caridad en que consiste especialmente la perfección cristiana, ¿bastan por ventura la luz de la fe y la oración vocal, o es preciso recurrir también a la oración mental, donde el Espíritu Santo ilumina el alma con las luces de sus dones?

La Santa nos dice: la oración es un medio importantísimo para alcanzar la perfección. La verdadera oración, fundada en el conocimiento de Dios y de sí mismo, consiste en el afecto del deseo. La oración vocal debe ir acompañada de la mental, sin la cual sería aquélla como un cuerpo sin alma. Y aun hemos de dejar la oración vocal por la mental, cuantas veces a ello somos por Dios invitados.

Léese en El Diálogo: “Debe el alma unir a las palabras que pronuncia el conocimiento de mí y el de sí misma; y si perseverare en este ejercicio, de la oración vocal imperfecta llegará a la mental perfecta. Pero si solamente atiende a cumplir el número de sus rezos, o por la oración vocal dejase la mental, jamás llegará al debido término… Esté, pues, el alma atenta cuando yo visito su espíritu, ya de una manera, ya de otra: unas veces dándole conocimiento de sí misma, contrición de sus pecados y luz de mi inefable caridad; otras, presentando a su entendimiento de diversas maneras la presencia de mi Verdad, según que me parece, o según que el alma lo haya deseado… Tan pronto como sienta en su espíritu la proximidad de mi visita, debe abandonar la oración vocal, y después de pasada la mental, si le queda tiempo, podrá cumplir lo que se había propuesto. Empero debe hacerse una excepción con el Oficio Divino que los Clérigos y Religiosos tiene obligación de recitar… Porque si éstos, al tiempo que deben decir el Oficio, sintiesen que su alma se eleva y arrebata por el fervor, deben prevenirse y decirlo antes o después, de manera que no se falte a la obligación del rezo… Y así, con el ejercicio y la perseverancia gustará el alma en verdad la oración y el manjar de la Sangre de Mi Unigénito Hijo. Por esto te dije que algunos comulgaban virtualmente, pero no sacramentalmente, conviene a saber, gustando por medio de la santa oración del afecto de la caridad, más o menos, según el fervor del que ora. De donde el que va con poca prudencia y modo, poco halla, y el que con mucha, mucho encuentra; porque cuanto más procura el alma apartar su afecto de estas cosas terrenas y unirle conmigo por la luz del entendimiento, más conoce, y quien más conoce, más ama, y quien más ama, más gusta”.

Nos enseña también la Santa cómo los que han llegado al estado de unión son iluminados en su inteligencia por una luz sobrenatural infusa.

“La mirada de su inteligencia, dice la Santa, se dirige entonces a mí, para contemplar mi divinidad, llevándose consigo la voluntad, que se une a irá para alimentarse de mí. Esta vista es una gracia infusa que concedo al alma que de veras me ama y me sirve.”

En este sentido se dice que un Santo Tomás recibió más luz en la oración que en el estudio.

No significa esto que Santo Tomás adquiriera en la oración la ciencia de una conclusión nueva o de una nueva tesis. Mas quiere decir que de los principios que el Angélico Doctor solía contemplar, algunos se le manifiestan en la oración en toda su grandeza, como puntos culminantes que ilustran toda la doctrina. En la oración aparece, por ejemplo, la alteza y universalidad del siguiente principio, por él formulado (I, q. 20, a. 3): “Siendo el amor de Dios causa de la bondad de las criaturas, nadie sería mejor que su prójimo, si no fuera más amado de Dios.” Este principio contiene virtualmente el tratado de la Predestinación y el de Gracia, que se reducen a simples corolarios.

Estamos ya en la contemplación infusa de que nos hablará San Juan de la Cruz, la cual se concede generalmente, dice este contemplativo, a las almas adelantadas en el camino de la perfección y a las ya perfectas: “Salió el alma a comenzar el camino y vía del espíritu que es de los aprovechantes y aprovechados, que por otro nombre llaman la vía iluminativa o de contemplación infusa, con que Dios, de suyo, anda apacentando y reficionando el alma sin discurso ni ayuda activa de la misma alma.” (Noche Oscura, libro 1, c. 14).

La Santa añade: “Esta misma luz infusa tuvieron los Doctores, los Confesores, las Vírgenes y los Mártires; todos ellos han sido iluminados con esta perfecta luz, y cada uno de diversa manera, según la necesidad de su salud y de las criaturas… Esta luz sobrenatural la da Dios de gracia a los humildes que quieren recibirla… mas los soberbios se ciegan con la misma luz, porque su soberbia y la nube de su amor propio han cubierto y oscurecido esta claridad. Por lo cual entienden de la Escritura más la letra que el espíritu y el sentido. Por lo mismo, sólo sienten gusto en el sonido de la letra, revolviendo muchos libros, sin gustar la médula de la Escritura, porque se han privado de la luz con que ella fue compuesta y declarada”.

De lo dicho se desprende que esta luz de vida, que es la del don de sabiduría, se concede normalmente, como lo había dicho Santo Tomás (la-IIæ, q. 68, a. 5), según el grado de caridad.

Los dones están unidos a la caridad y se desarrollan con ella; el don de sabiduría tiene con ella más estrecha relación (Cf. IIa-IIæ, q. 45, a. 2, 3, 4, 5).

Lo cual hace decir a la Santa: “Con esta luz me aman, porque el amar sigue al entender; y cuanto más se conoce, más se ama, y cuanto más se ama, más se conoce, y así lo uno fomenta lo otro. Si los que escriben sobre Rafael y Miguel Ángel nada descuidan para estudiar a fondo su tema, tampoco nosotros hemos de perdonar medio de profundizar el Evangelio y de vivir de la Santa Misa.

Dice también la Santa: “Ni los ojos pueden ver, ni el oído oír, ni la lengua explicar el contentamiento que tiene quien va por este camino; porque aun en esta vida gusta y participa del bien que le está dispuesto y aparejado para la eterna”.

La Santa describe el estado de unión, distinguiéndolo enteramente de las visiones y revelaciones. Aquí se unen el conocimiento experimental de la propia indigencia y el de la infinita bondad de Dios; son, dice la Santa, como los extremos del diámetro de un círculo que fuera ensanchándose indefinidamente hasta nuestra entrada en el cielo.

Esta bella imagen da a entender a las claras cuan unidos van ambos conocimientos experimentales, muy distintos del conocimiento abstracto y especulativo. Estamos en el centro mismo de la verdadera vida espiritual.

“Al crecer el alma en la virtud, ejercítase en la luz del conocimiento de sí misma, concibe desagrado y odio perfecto de sí, y saca un verdadero conocimiento de mi bondad, con encendido amor, comenzando a unirse y conformar su voluntad con la mía; y empieza a sentir gozo y compasión. El gozo que siente es efecto del amor…; y se duele al mismo tiempo amorosamente de la ofensa mía y del daño del prójimo… Queda desolada de no poder honrar, y glorificar mi nombre, como desearía, y en su angustiosa aflicción halla sus delicias en hartarse en la mesa de la Santa Cruz para asemejarse al Cordero inmaculado, humilde y paciente, mi Unigénito Hijo”.

Estamos aquí en el centro del misterio de la Redención.

La contemplación que sigue a esta unión con Dios que constituye la perfecta vida cristiana, es realmente infusa, como dice la Santa: “Si mis siervos, disgustados de su imperfección, comienzan a amar la virtud y arrancan con santo odio la raíz del amor propio espiritual que hay en ellos…, me serán entonces tan agradables que me manifestaré a ellos… Además del modo general de manifestación, que abraza a todos los que viven en caridad común…, hay otro que es particular a los que se han hecho amigos, los cuales conocen, gustan y experimentan mí caridad en el fondo de sus almas. Hay una segunda manifestación de mi caridad, la cual acontece en el alma misma, cuando me revelo a ella por el sentimiento del amor… A veces me revelo al alma concediéndole el espíritu de profecía.

Pero este favor último no es normal, sino extraordinario.


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IV. —De las pruebas providenciales y de la unión con Dios


La unión con Dios, de que acabamos de hablar, presupone manifiestamente la mortificación o purificación activa, que mata en nosotros la concupiscencia de la carne, la de los ojos y la soberbia de la vida. ¿Presupone también purificaciones pasivas o la aceptación generosa y sufrida de la cruz?

Ciertamente que sí. La doctrina expuesta por Santa Catalina es clarísima, cuando habla de la tentación, de las tribulaciones de los justos y de las diversas clases de lágrimas, muy distintas unas de otras, según procedan del amor propio o del amor puro.

El alma puede resistir siempre a las tentaciones por virtud de la sangre del Salvador; Dios nunca pide imposibles.

Las tentaciones resistidas nos hacen ahondar el conocimiento de nosotros mismos y el de la bondad de Dios y fortalecen la virtud.

Cuanto a las tribulaciones, Dios nos las envía para purificarnos de nuestras faltas e imperfecciones y para ponernos en la necesidad de crecer en su amor, cuando en él sólo hallamos aire respirable. La manera de recibir estas pruebas es la piedra de toque de la perfección del alma.

Después de las lágrimas estériles del amor propio, después de las que proceden del amor servil, que más teme el castigo que el pecado, acaba el alma por conocer las lágrimas del amor puro, como dice la Santa: “Vencido el amor sensitivo (por medio de la mortificación y de las primeras pruebas), queda todavía el amor propio espiritual que apetece los consuelos espirituales, ora vengan directamente de mí, ora de alguna criatura a quien ama espiritualmente. Cuando, pues, el alma probada se ve sin lo que ama, ya sea de los consuelos que yo le haya concedido, ya de los exteriores que recibía de las criaturas, sobreviniéndole tentaciones y persecuciones de parte de los hombres, siente dolor en el corazón; e inmediatamente que el alma siente el dolor y la aflicción del corazón, comienza a derramar lágrimas dulces y compasivas de sí misma, pero con una compasión espiritual de amor propio… Al crecer en la virtud, ejercítase en la luz del conocimiento de sí misma, concibe desagrado y odio perfecto de sí… doliéndose tan sólo de la ofensa mía y del daño del prójimo… Entonces comienzan los ojos a derramar lágrimas de puro amor…, el alma se siente a la vez feliz y apenada; feliz por la unión que hizo conmigo, gustando del amor divino, y apenada por las ofensas que se hacen contra mi Bondad y Grandeza, que ella ha visto y gustado en el conocimiento de sí misma y de mí. Esta aflicción no es obstáculo para el estado de unión”.

Se asemeja a la aflicción de Nuestro Señor, que aun en la Cruz iba acompañada de paz perfecta (Cf. Santo Tomás, III, q. 46, a. 8)

También trata de las lágrimas de fuego completamente interiores, que lloran los Santos a la vista de la perdida de las almas, no pudiendo derramarlas por los ojos corporales, lo que sería un consuelo para ellos.

Hay, pues, cinco clases de lágrimas:

1ª) Lágrimas de los mundanos por la pérdida de los bienes materiales.

2ª) Lágrimas de los esclavos, dominados por el temor servil, que lloran por el castigo que han merecido.

3ª) Lagrimas de los siervos mercenarios, que lloran, sí, su pecado, pero también la pérdida de los consuelos.

4ª) Lágrimas de los perfectos, que lloran la ofensa de Dios y la perdición de las almas.

5ª) Lágrimas de los muy perfectos, que lloran su destierro, que les priva de la vista de Dios y de la unión indisoluble con Él.

Las purificaciones que nos llevan al estado de unión son evidentemente las pasivas, de las que haba largamente San Juan de la Cruz. Para penetrarse de ello, basta leer el cap. 24 de El Diálogo de la Santa: De cómo Dios poda la viña para que produzca más fruto; asimismo el cap. 43: De la utilidad de las tentaciones; el cap. 45: A quiénes no hacen daño las espinas; el cap. 20: Que nadie puede agradar a Dios sin sufrir con paciencia las tribulaciones.


***


V. — Conclusión: Exhortación general


¿Qué consecuencias sacar de todo lo dicho? Los textos que acabamos de citar lo manifiestan a las claras: la unión con Dios, en la cual consiste normalmente la plenitud de la vida cristiana, no es sólo una unión activa, fruto de nuestra actividad personal, ayudada de la gracia ordinaria; es también una unión pasiva, fruto de la docilidad al Espíritu Santo, a las inspiraciones divinas de los siete dones, que normalmente crecen con la caridad.

Así llega el alma a una manera contemplativa de orar, de leer la Sagrada Escritura, de oír la Santa Misa, contemplando cada día más profundamente sobre el valor infinito del Sacrificio del Altar, que en substancia perpetúa el de la Cruz. Llega a una manera contemplativa de ejercer el apostolado, sin perder la unión con Dios, antes bien conservándola siempre para comunicarla a los demás.

¿Son todas las almas interiores llamadas a tal estado de unión? Responde la Santa a esta pregunta cuando explica las palabras de Nuestro Señor: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba. Del seno de aquel que cree en mí manaran, como dice la Escritura, ríos de agua viva (Ioann.7, 37).

“Todos vosotros, dice El Diálogo, estáis convidados general y particularmente de mi Verdad, cuando gritaba en el Templo con ardiente deseo, diciendo: Quien tiene sed, venga a mí y beba, porque yo soy fuente de agua viva”.

Trátase aquí de un llamamiento, no sólo general, sino individual, que para muchos se queda en llamamiento remoto, siéndolo próximo para aquellos que se disponen a seguirlo.

“Se os convida, pues, a la fuente del agua viva de la gracia. Conviene que caminéis con perseverancia por Él, por mi Hijo, a quien hice puente, de tal manera que ninguna espina ni viento contrario de prosperidad, ni adversidad, ni otra pena que padezcáis, os obligue a volver la cabeza atrás, antes bien debéis perseverar hasta que me halléis a mí, que soy quien os da agua viva; pero debéis bebería por medio de mi Unigénito Hijo, el dulce amoroso Verbo… Es, pues, necesario para andar este camino, tener sed, porque solamente son convidados aquellos que la tienen, cuando se dijo: QUIEN TENGA SED, venga y beba. El que no tiene sed, no persevera en el camino, porque, o se detiene por el trabajo, o por el placer; no cuida de llevar el vaso con que pueda sacar agua, ni de ir con compañía. Solo no puede caminar; por eso vuelve a mirar atrás cuando siente las espinas de las persecuciones, y se hace mi enemigo. Teme porque está solo, pero si tuviese compañía, no temería… Es por consiguiente necesario tener sed…

Y porque entonces se halla el hombre lleno de la caridad mía y del prójimo, se halla, consecuentemente, acompañado de muchas virtudes verdaderas. Entonces el apetito del alma está dispuesto a tener sed de la virtud, de mi honra y de la salvación de las almas; y está apagada y muerta en ellas cualquier otra sed. En este estado muévese el alma ardientemente a seguir el camino de la verdad, en el cual halla la fuente del agua viva… Llegada allá, pasa por la puerta de Cristo crucificado, y gusta del agua viva, hallándose en mí, que soy océano de paz”.

La misma idea expone la Santa por medio de otro símbolo, donde el Padre le invita a pasar por un puente que une la tierra con el cielo, el cual puente es Nuestro Señor Jesucristo, que es camino, verdad y vida. “Los pies del Salvador, taladrados por los clavos, son el primer escalón para subir al costado, que es el segundo escalón donde te será revelado el secreto del corazón… Entonces el alma, viéndose amada, se llena de amor. Sube luego del segundo escalón al tercero, que es la boca llena de dulzura, donde encuentra la paz.”

¿Cuál es, finalmente la señal para conocer que el alma ha llegado al amor perfecto? El Señor se lo explica a Santa Catalina de Sena: “Ahora resta decirte en qué se conoce que las almas han llegado al amor perfecto.

Pues se muestra en aquella misma señal que fue dada a los santos discípulos después que recibieron el Espíritu Santo, que salieron de la casa en que estaban y dejando el temor anunciaban mi palabra, predicando la doctrina del Verbo, mi Unigénito Hijo, menospreciando las penas, o por mejor decir, gloriándose en ellas. Así éstos, como enamorados de mi honor y hambrientos de la salud de las almas, corren a la mesa de la santísima Cruz, sin otra ambición que ser útiles al prójimo… Corren ardorosamente por el camino de Cristo crucificado, siguiendo su doctrina sin moderar la marcha ni por las injurias, ni por las persecuciones, ni por los placeres que les ofrece el mundo. Pasan sobre todo esto con valor inquebrantable e imperturbable perseverancia, el corazón transformado por la caridad, gustando y saboreando este manjar de la salud de las almas, dispuestos a padecer todo por ellas. Aquí se prueba que el alma indudablemente ama a su Dios de una manera perfecta y desinteresada…. Si estas almas perfectas se aman a sí mismas, es por mí; sí aman al prójimo, es por mí, para tributar honor y gloria a mi nombre… En medio de todas las injurias brilla y reina en ellos la paciencia. A éstos les concedo la gracia de sentir que nunca estoy separado de ellos, mientras que en los demás voy y vengo, no porque les retire mi gracia, sino más bien el sentimiento de mi presencia. Pero no obro de esta suerte con los que han llegado a gran perfección y han muerto enteramente a su voluntad propia. En éstos descanso sin interrupción por medio de mi gracia y por la experiencia que les doy de mi presencia”.

Este es, sin género de duda, el ejercicio más excelente de la caridad y del don de sabiduría, que nos da, dice el Angélico Doctor (Ia-IIæ, q. 45, a. 2), el conocimiento que podríamos llamar experimental de la presencia de Dios en nosotros. Esta es la verdadera vida mística, cumbre del desarrollo normal de la vida de la gracia y preludio de la vida del cielo.

Los que conocen la doctrina espiritual de Santo Tomás pueden observar que concuerda en un todo con estas palabras pronunciadas en éxtasis por Santa Catalina de Sena; y estamos persuadidos de que encierran la expresión de la doctrina tradicional, que se contenta con acentuar donde sea preciso las palabras del Evangelio y de las Epístolas:

El que permanece en la caridad, en Dios permanece, y Dios en él (I loann. 4, 16).

La unción del Señor os enseña en todas las cosas (I loann. 2, 27).

El Espíritu está dando testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y siendo hijos, somos también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo; con tal que padezcamos con él, a fin de que seamos con él glorificados (Rom. 8, 17).

Muertos estáis ya, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, que es vuestra vida, entonces apareceréis también vosotros con él gloriosos (Coloss. 3, 3 s.).

¿Hemos acaso violentado el sentido de los textos de El Diálogo? Más acertado sería decir, por el contrario, que no hemos agotado plenamente su contenido. Como decía Rafael, “comprender es igualar”, y para penetrar plenamente el sentido de los textos citados sería preciso tener el espíritu de fe y la caridad de la Santa de Sena.

He aquí, pues, expuesto según el testimonio de Santa Catalina de Sena el camino de la perfección, trazado por la Providencia desde toda la eternidad.

Es el camino que conduce a la fuente de agua viva: Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba, y de su pecho correrán ríos de agua viva… El agua que yo le daré, vendrá a ser dentro de él un manantial de agua que brote para vida eterna.

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