viernes, 27 de mayo de 2011

Monseñor JUAN STRAUBINGER - El misterio del Mal, del Dolor y de la Muerte

EL MISTERIO DEL MAL, DEL DOLOR Y DE LA MUERTE
 Comentarios y Ensayos de Monseñor Juan Straubinger sobre el Libro de Job
 
Radio Cristiandad inicia una nueva Columna presentando los Comentarios y Ensayos del Doctor Juan Straubinger sobre el Libro de Job, y que fueran publicados con este atrayente título: El Misterio del Mal, del Dolor y de la Muerte.
Los temas tratados y la distinción del autor son títulos suficientes para penetrar en la lectura y meditación de este apasionante libro.
He aquí un pequeño resumen de la tabla de materias:
Un Libro Misterioso
El Libro de Job y el misterio del mas allá
Job, figura de Cristo
La Ley de Adán
Job, prototipo del hombre
Un cuadro Impresionante
Hacia la solución del enigma
El origen de los males
Los males y la divina Sabiduría
El castigo como medicina
Hay un castigo peor: no ser castigado
El sentido de las pruebas
Las pruebas de los Justos en el plan divino
La Esperanza, fundamento de la paciencia
¿Qué es el dolor?
El privilegio de los que sufren
El santo abandono
Alegría y Júbilo
Jesús lo explica todo
Jesús todo lo remedia
Cristo sufre en nosotros
PRIMERA ENTREGA:
PROEMIO
UN LIBRO MISTERIOSO
 El libro de Job es uno de los más misteriosos de la Biblia. San Jerónimo lo compara a una anguila que se nos escurre de la mano cuando ya creíamos tenerla asida. No es posible entender estos misterios sino con inteligencia sobrenatural.
 Para ello el mismo Dios nos da tres claves:
 a) Según el Prólogo, Job era justo (Job 1, 1 y 8) y sus pruebas no fueron un castigo, siendo Satanás, y no Dios, el gran promotor de sus dolores.
 b) En la teofanía final, el mismo Dios reprende a Job, no por su vida pasada —que ya sabemos era justa— sino porque en su diálogo con los amigos, que forma la trama del Libro, "envolvió (oscureció) las sentencias (de la verdad) con palabras sin inteligencia" (Job 38, 2).
 c) En el Epílogo (Job 42, 1 ss.), al restituirle con creces todas sus prosperidades, Dios nos hace saber expresamente que Job no pecó en sus disputas con los tres amigos, y que ellos sí pecaron.
 Sin estos datos, nuestra mente, harto inclinada a juzgar a Dios según la capacidad humana, pensaría muchas veces que Job era un blasfemo y que Elifaz, Baldad y Sofar, sus tres amigos farisaicos, eran modelos de cordura y de piedad.
EL LIBRO DE JOB
Y EL MISTERIO DEL MAS ALLÁ
Este difícil conflicto entre el paciente y sus amigos parece ha de ser planteado por Dios en pleno Antiguo Testamento, para sugerir a la meditación los misterios del más allá, que sólo habrían de revelarse en la "plenitud de los tiempos" (Gal. 4, 4), cuando Dios determinase hacer conocer aquellas cosas "que desde todos los siglos habían estado en el secreto" (Ef. 3, 9 s.; Col. 1, 26); y que las Antiguas Escrituras sólo presentaban envueltas en el arcano de los libros proféticos y sapienciales.
No hay duda de que Dios, según el Salmista, habrá de juzgar a los pueblos y a los impíos (Salmo 1, 5; 9, 8-9; 49, 3-4; 81, 8; 95,13; 109, 6; 142, 2), dando a cada uno según sus obras (S. 61, 13), y que su bondad, que es eterna, librará a los justos del Sheol (S. 15, 9-10; 16, 15; 48, 15-16, etc.). Pero, como observa Vigouroux, el Sheol, que suele traducirse por inferno, era simplemente un lugar obscuro y significaba lo mismo que el sepulcro, a donde iban todos los muertos, sin distinguirse en un principio entre buenos y malos, cosa que luego fue aclarándose progresivamente.
Lo que las Escrituras anunciaban muchas veces, y cuya necesidad todos admitían, dada la caída del hombre, era un Mesías, libertador de todos. "Es por esto —dice Vacant— que la cuestión de los destinos del individuo se confundía con la de la salvación del género humano y de la venida del Mesías. La muerte del cuerpo era la consecuencia del pecado, y por eso es que la resurrección de los cuerpos era mirada como la consecuencia de la liberación del alma" (Dict. de la Bible, I, 465)
De aquí la gran importancia del libro de Job dentro del cuadro del Antiguo Testamento.
No solamente en cuanto enuncia en forma indudable el dogma de la resurrección que nos ha de librar del sepulcro (Job, 13, 15-16; 14, 13; 19, 23-27), sino también en cuanto plantea en forma aguda, la necesidad de una vida futura, en la cual la justicia y la misericordia del Eterno Dios se realicen plenamente, ya que así no sucede en esta vida.
Esto nos lleva a meditar una consecuencia preciosa para nuestra vida espiritual y para avivar en nosotros la virtud de la Esperanza. Porque según vemos, aquellos judíos que aun no conocían el dogma de la inmortalidad del alma, se resignaban confiadamente a la muerte, aunque ésta significase para ellos una paralización de todo su ser, ya que sabían que un día todo su ser había de gozar de la resurrección que el Mesías debía traerles.
Nosotros, más afortunados, conocemos plenamente el dogma de la inmortalidad del alma, y sabemos, porque así lo definió el Concilio de Florencia, que ella, mediante el juicio particular, podrá, gracias a la bondad divina, gozar de la visión beatífica mientras el cuerpo permanece en la sepultura en espera de la resurrección en el último día. Pero esta consoladora verdad no debe en manera alguna hacernos olvidar ese gran dogma de la resurrección, ni mirar nuestra salvación como un problema individual que llega a su término el día de la muerte de cada uno, con total independencia del Cuerpo Místico de Cristo, que celebrará cuando El venga a las Bodas del Cordero (Apoc. 19, 6-9).
Por eso, "cuando comiencen a suceder estas cosas, abrid los ojos y alzad la cabeza, porque vuestra redención se acerca" (Lúe. 21, 28).
Por su parte, S. Pablo nos revela que todas las creaturas suspiran con nosotros, aguardando con grande ansia ese día de la resurrección, que él llama de "la manifestación de los hijos de Dios", y de "la redención de nuestro cuerpo" (Rom. 8,19 ss.). Y en otro pasaje, de donde está tomado el texto del frontispicio del Cementerio del Norte de Buenos Aires, que pone en boca de los difuntos las palabras: "Expectamus Dominum": "Esperamos al Señor", vuelve a consolarnos el Apóstol, diciendo: "Pero nuestra morada está en el cielo, de donde asimismo estamos aguardando al Salvador Jesucristo Señor nuestro, el cual transformará nuestro cuerpo, y le hará conforme al suyo glorioso, con la misma virtud eficaz con que puede también sujetar a su imperio todas las cosas" (Fil. 3, 20-21).
A LA LUZ DEL NUEVO TESTAMENTO
Con estas claves divinas nos será posible penetrar el misterio de Job, pero no ciertamente de un modo racional, sino con las luces que nos trajo el Verbo Encarnado, que viniendo a este mundo, iluminó a todo hombre (Juan 1,9); luces que solamente son prodigadas a los humildes o pobres de espíritu, por el Paráclito o Consolador que descendió en Pentecostés; es decir, vemos una vez más cómo, según la fórmula de S. Agustín, gracias al Nuevo Testamento se revelan los misterios del Antiguo.
No hay problema humano que no reciba luces del Evangelio. San Juan Crisóstomo, gran apóstol de la Sagrada Escritura, nos la muestra superior a todo ameno huerto de flores y frutos: "Delicioso es el verde prado, ameno el jardín; pero más lo es la lectura de la Sagrada Escritura, En aquéllos, flores que se marchitan; en ésta, pensamientos frescos y vivos. Allí, el soplo del céfiro; aquí, el hálito del Espíritu Santo. En los primeros cantan las cigarras; en los segundos, los profetas. La lozanía del huerto y la del prado dependen de la estación; la Escritura, así en verano como en otoño, siempre está verde y cargada de fruto."
Estos frutos son muy especiales para los que sufren, pues Jesús vino precisamente a traer la "Buena Nueva" (Evangelio) a los pobres, a los tristes, a los oprimidos, a los cautivos y a los ciegos. Así definió Él mismo su misión (Luc. 4, 18 ss.; 7, 22) en palabras del Profeta que así lo anunciaba ocho siglos antes (Is. 61, 1 s.). A esto llamó Él mismo "anunciar el Reino de Dios" (Luc. 4, 43).
No puede, pues, sorprender que el Nuevo Testamento nos dé, sobre el misterio de Job y del dolor, luces que antes se ignoraban, así como nos hace también entender en los Salmos y en los Profetas cosas cuyo alcance ellos mismos ignoraban, puesto que Dios no les dictaba para ellos mismos, sino para otros.
San Pablo, hablando solamente de su propia misión en el Nuevo Testamento, nos dice que a él mismo le ha sido dado el anunciar las incomprensibles riquezas de Cristo y explicar a todos la economía del misterio que había estado escondido desde el principio en Dios que todo lo creó, a fin de que los principados y las potestades en los cielos conozcan hoy, a la vista de la Iglesia, la sabiduría multiforme de Dios según el designio eterno que Él ha realizado en Jesucristo Señor nuestro (cfr. Ef. 3, 8 ss.).
LA PERSONALIDAD DE JOB
 Job no es ni siquiera un hombre de la Antigua Alianza, pues pertenece a la época de los Patriarcas, anterior a Moisés y por tanto a la Ley. Tampoco forma parte del pueblo escogido de Israel, y sin embargo, practica el más perfecto monoteísmo y aun ejerce en su familia funciones sacerdotales (1, 5). Se muestra ejemplarmente caritativo con el prójimo (29, 12-17), y llega hasta proclamar —cosa admirable e inexplicable sin una revelación del plan divino— su firme esperanza en el Redentor que traerá la resurrección de los cuerpos (19, 25-27).
El Apóstol Santiago (5, 11), nos lo presenta como ejemplo de la paciencia que llega a feliz término. Y con todo, San Pablo no lo incluye en su gran lista de los antiguos héroes de la fe (Heb. 11).
La importancia del libro de Job se concentra principalmente en el problema del dolor y del mal en general.
Y puesto que no hay vida humana sin dolor, sino que al contrario todos nos vemos sitiados por ejércitos de males, por eso la figura del paciente Job ha llegado a ser como un símbolo del género humano; pero infinitamente más alto que él está en la Nueva Alianza, el "Ecce Homo", el "Varón de Dolores" (Is. 53, 3), sumo Arquetipo del hombre con todos sus dolores y tormentos; único que resumió en su Humanidad santísima todas las miserias humanas, todas las penas y angustias, hasta el dolor y la vergüenza de la cruz (Filip. 2,8).
 JOB, FIGURA DE CRISTO
No cabe la menor duda de que Job es figura del Redentor, al cual se asemeja no solamente como justo y a la vez paciente, sino más todavía por la esperanza que pone en Aquel que le resucitará: "porque yo sé que vive mi Redentor, y que yo he de resucitar de la tierra en el último día, y de nuevo he de ser revestido de esta piel mía, y en mi carne veré a mi Dios; a quien he de ver yo mismo en persona y no por medio de otro, y a quien contemplarán los ojos míos" (19, 25-27).
La afirmación de los Santos Padres y Teólogos de que es figura de Jesucristo, arroja la primera luz sobre el porqué del caso de Job. De ahí que a este libro como al Salterio, se aplica la siguiente observación de un piadoso prelado: "En vano se pretendería agotar su profundidad; ellos son una verdadera extensión del Evangelio, porque en ellos David y Job, representando al Salvador, se nos muestran sufriendo, con un corazón semejante al de Jesús, en muchas vicisitudes que no pudieron ocurrirle a Él, como son por ejemplo la ingratitud de los hijos, los dolores y angustias de la enfermedad, etc.; lo cual completa nuestra enseñanza para que podamos unirnos a Cristo en todas las circunstancias de nuestra vida cotidiana."
El sentido típico de la figura de Job resalta singularmente de la reprobación que él recibe de los que debieron ser sus amigos, y que presentándose como tales, no hicieron sino aumentar su dolor.
"Todos los que me miran hacen mofa de mí. Hablan con sus labios y menean la cabeza" (Salmo 21, 8). Tal dice David profetizando a Cristo. Esto nos enseña a sufrir una de las pruebas más dolorosas para el hombre: la incomprensión e ingratitud de los hombres, parientes y amigos.
Claro está que si el saber este sentido típico aumenta muchísimo el valor educativo de la figura de Job, ello es en cuanto nos lleva a levantar de él los ojos y fijarlos en la contemplación de Cristo. No ha de pretenderse, pues, que la asimilación de ambas figuras haya de ser completa. Siempre quedará, sobre todo, la diferencia esencialísima de que sólo Jesús tuvo y pudo tener méritos propios. Y sólo ellos pudieron tener valor de Redención.
JUICIO GENERAL
SOBRE LA CONDUCTA DE JOB
De todas maneras podemos, con los datos disponibles, sintetizar el juicio sobre la conducta de nuestro héroe. Dice S. Agustín que si se le preguntase acerca de la posibilidad de que un hombre pasase sin pecado por esta vida, él contestaría afirmativamente, mediante la gracia de Dios que no sólo nos muestra lo que hemos de hacer, sino también nos hace capaces de quererlo y de realizarlo (Filip. 2, 13). Pero, agrega, que exista realmente un tal hombre sin pecado, no lo creo (Ench. Patr. 1720).
Esta opinión de S. Agustín es perfectamente bíblica, pues ya Salomón enseña que "no hay hombre que no peque" (III Rey. 8, 46; II Par. 6, 36). Cfr. Prov. 20, 9; Ecl. 7, 21; Salmo 142, 2. Y S. Juan nos previene: "Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no hay verdad en nosotros" (I Juan 1, 8).
Frente a esta doctrina podemos decir terminantemente que Job era y había sido un justo, en primer lugar porque el mismo Dios así lo afirma desde el principio del Libro (1, 8) y también porque Job, lejos de atribuirse a sí mismo esa justicia, es el primero en decirle a Dios: "¿Quién podrá volver puro al que de impura simiente fue concebido? ¿Quién sino Tú solo?" (14, 4). Véase a este respecto otra bellísima actitud del Patriarca en 9, 15.
Esto, empero, que Job expresa ante la majestad de Aquel que solo es santo, no lo dice ante sus amigos calumniadores, empeñados en hacerle confesar infidelidades que él no había cometido. Porque en su conciencia el Espíritu Santo le da testimonio de su rectitud, como enseña S. Pablo (Rom. 9, 1; 2, 15; II. Cor. 1,12).
Quedamos, pues, en que nuestro Patriarca era, ante Dios, justo y lo era ya mediante esa fe que justifica en Cristo y que S. Agustín no vacila en atribuir a Job, diciendo: "Mente conspiciens Christi justitiam"; esto es: "Viendo en espíritu la justificación que nos viene de Cristo" (cfr. Rom. 3, 26).

miércoles, 25 de mayo de 2011

MARIA AUXILIADORA - 24 de mayo

MARÍA AUXILIADORA RUEGA POR NOSOTROS

24 de mayo - Nuestra Señora Auxilio de los cristianos, para conmemorar la liberación del Papa desde la prisión de Napoleón

 

 


  Esta conmemoración se introdujo en el calendario litúrgico por decreto del Papa Pío VII el 16 de septiembre de 1815, en acción de gracias por su feliz regreso a Roma después de un largo y penoso cautiverio en Savona  debido al poder tiránico de Napoleón de Francia.
 
  Por orden de Napoleón, Pío VII fue arrestado el 5 de julio de 1808,  detenido y preso durante tres años en Savona, y luego en Fontainebleau. En enero de 1814, después de la batalla de Leipzig, fue llevado de vuelta a Savona y puesto en libertad, 17 de marzo, en vísperas de la fiesta de Nuestra Señora de la Merced, Patrona de Savona.
 
  El viaje a Roma fue una verdadera marcha triunfal. El pontífice, atribuyendo la victoria de la Iglesia después de tanta agonía y angustia visitó a la Santísima Virgen en muchos de sus santuarios en el camino y coronó sus imágenes (por ejemplo, la "Madonna del Monte" en Cesena, "della Misericordia" en Treia, "della Colonne" y "della Tempesta" en Toledo). 
La gente llenó las calles para echar un vistazo al venerable pontífice que tan valientemente soportó las amenazas de Napoleón.  Él entró en Roma, el 24 de mayo de 1814, y fue recibido con entusiasmo.  (McCaffrey, "Historia de la Iglesia Católica en el siglo XIX.", 1909, I, 52).
. La invocación "Auxilio de los cristianos" es muy antigua, habiendo sido incluida en la Letanía de Loreto por el Papa San Pío V en 1571, como muestra de gratitud a la Santísima Virgen, en virtud de la victoria de la "cristiandad  en la famosa batalla de Lepanto.
* * * * * *
  Durante cinco años de cautiverio, Pío VII apeló constantemente a la Virgen bajo la advocación de "Auxilio de los cristianos". De 1809 a 1812, el Pontífice permaneció encarcelado en la ciudad italiana de Savona, a continuación, hizo votos  para coronar una imagen de la Madre de la Misericordia existentes allí, en caso de que obtenga su libertad.
 
  En 1812, el Papa fue llevado a París, permaneciendo prisionero en Fontainebleau, donde sufrió enormes sufrimientos y humillaciones infligidas por el tirano francés.
  Pero en el transcurso del tiempo, los acontecimientos comenzaron providencialmente a revertir la suerte del déspota.
  En 1814, debilitado por las pérdidas sufridas en varios frentes y presionado por la opinión pública, Napoleón permitió a su prisionero  el regreso a Roma. El Sumo Pontífice aprovechó el viaje para honrar de manera especial la Madre de Dios, coronando su imagen en Ancona bajo la advocación de la Reina de Todos los Santos.  Y, cumpliendo la promesa que hizo cuando todavía era  prisionero en Savona, de adornar la frente de la imagen de la Madre de la Misericordia con una hoja de oro a su paso por esa ciudad.
  El viaje continuó en medio de manifestaciones gloriosas de reverencia por parte de la población en todas las localidades donde Pío VII pernoctó. Y el 24 de mayo, hizo una entrada triunfal en Roma, siendo recibido por la población en general.
 
  A medida que el carro que transportaba al Sumo Pontífice avanzaba con dificultad entre la multitud en el camino ,Flavio y un grupo de fieles bajo los aplausos tumultuosos de la gente, se retiró  a un vehículo tirado por caballos  hasta la Basílica del Vaticano.
 
  Pío VII, atribuyendo esta gran victoria de la Iglesia durante la Revolución a la poderosa intercesión de María Santísima, quiso mostrar su agradecimiento mediante el establecimiento de un día de fiesta de alcance universal, dedicado a esta hermosa advocación mariana.
* * * * * *
Tal invocación tomó un nuevo giro en el mundo católico debido a la acción de uno de los más grandes santos de la época moderna: San Juan Bosco, fundador de la Sociedad de San Francisco de Sales (Salesianos) y del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora de los cristianos.
. Los compañeros de San Juan Bosco dan cuenta de que, a partir de 1860, comenzó a invocar a la Santísima Virgen bajo la advocación de María Auxilio de los cristianos, Auxilium Christianorum María.
  En diciembre de 1862, el Santo hizo una resolución para construir una iglesia dedicada a la invocación.  Y declaró, en esa ocasión: "A la Santísima Virgen a quien deseo de honrar con el título de" Auxilio de los cristianos "; los tiempos que están  tan triste  realmente necesitan la Santísima Virgen que nos ayude en la preservación de y la defensa de la fe cristiana como en Lepanto, como en Viena, en Savona y Roma .... y será la iglesia madre de nuestra futura Sociedad y el centro de donde todas nuestras obras se irradian en nombre de la juventud ".
 
  Seis años después, el 21 de mayo de 1868, la magnífica Iglesia de María Auxiliadora fue consagrada solemnemente en Turín por el arzobispo de la ciudad.  El sueño de San Bosco se hizo realidad y desde entonces, que la devoción extendió especialmente en todo el mundo católico, debido, en gran medida, a la acción de la Congregación Salesiana.

martes, 24 de mayo de 2011

MARIA AUXILIADORA - 24 de mayo



En el siglo XIX sucedió un hecho bien lastimoso: El emperador Napoleón, llevado por la ambición y el orgullo, se atrevió a encarcelar al Sumo Pontífice, el Papa Pío VII. Varios años llevaba en prisión el Vicario de Cristo y no se veían esperanzas de obtener la libertad, pues el emperador era el más poderoso gobernante de ese entonces. Hasta los reyes temblaban en su presencia, y su ejército era siempre el vencedor en las batallas. El Sumo Pontífice hizo entonces una promesa: "Oh Madre de Dios, si me libras de esta indigna prisión, te honraré decretándote una nueva fiesta en la Iglesia Católica".

Y muy pronto vino lo inesperado. Napoleón que había dicho: "Las excomuniones del Papa no son capaces de quitar el fusil de la mano de mis soldados", vio con desilusión que, en los friísimos campos de Rusia, a donde había ido a batallar, el frío helaba las manos de sus soldados, y el fusil se les iba cayendo, y él que había ido deslumbrante, con su famoso ejército, volvió humillado con unos pocos y maltrechos hombres. Y al volver se encontró con que sus adversarios le habían preparado un fuerte ejército, el cual lo atacó y le proporcionó total derrota. Fue luego expulsado de su país y el que antes se atrevió a aprisionar al Papa, se vio obligado a acabar en triste prisión el resto de su vida. El Papa pudo entonces volver a su sede pontificia y el 24 de mayo de 1814 regresó triunfante a la ciudad de Roma. En memoria de este noble favor de la Virgen María, Pío VII decretó que en adelante cada 24 de mayo se celebrara en Roma la fiesta de María Auxiliadora en acción de gracias a la madre de Dios.

domingo, 22 de mayo de 2011

El Beato Papa Pio IX


EL BEATO PAPA PIO IX
El Beato Papa Pio IX
Fuente: Zenit
Pío IX, en el siglo Giovanni Maria Mastai Ferretti, nació el 13 de mayo de 1792 en Senigallia. Fué elegido pontífice el 16 de junio de 1846, suscitando esperanzas en los ambientes patrióticos liberales y católicos: uno de los primeros actos fue la promulgación de una amnistía para los prisioneros políticos y consintió algunas reformas en el Estado Pontificio. En los primeros dos años del pontificado, se ganó el título de papa liberal, patriótico y reformador.

En abril de 1848, cuando era evidente que la masonería internacional fomentaba atentados, revoluciones y desórdenes contra el Papado y las naciones tradicionalmente católicas, Pío IX tomó distancia de las facciones más radicales de los patriotas italianos. A raiz del desencadenamiento de motines insurreccionales en Roma, se trasladó a Gaeta, mientras que en la ciudad eterna se proclamaba poco después, en 1849, la República Romana por parte de Giuseppe Mazzini, Carlo Armellini e Aurelio Saffi. Las iglesias fueron saqueadas mientras Mazzini se incautaba de obras de arte, propiedad de la Iglesia, para pagar a la masonería británica que había anticipado el dinero necesario para tomar Roma.
Gracias a la intervención de las tropas francesas, la República romana cayó y el Papa pudo volver a la capital en 1850. Desde entonces, el Pontífice puso en marcha una política de intransigencia («Non possumus») hacia las exigencias del poder laico, convirtiéndose en el adversario más acérrimo del ala anticlerical de la masonería.
En 1854, proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción y, en el primer Concilio Vaticano (1869_70), el dogma de la infalibilidad papal. En 1864, promulgó la encíclica «Quanta cura», con el anexo del «Sillabus», una lista de enseñanzas prohibidas, con la que la iglesia condenaba los errores del momento y conceptos liberales e iluministas. Con la llegada de la unidad de Italia, el último papa_rey se vió desposeido de las regiones de la Romaña (1859), Umbría, las Marcas (1860) y, en 1870, la misma Roma, con la conocida toma de Porta Pia, el 20 de septiembre, que marcó el fin del poder temporal de los papas.
Desde entonces, la masonería italiana celebra su propia fiesta anual, justamente el 20 de septiembre, en recuerdo de la victoria contra la Iglesia. Los documentos antimasónicos del Pontificado de Pío IX son unos 124 y se subdividen en 11 encíclicas, 61 cartas breves, 33 discursos y alocuciones y documentos de varios dicasterios eclesiásticos. Según Pío IX, todos los males que se abatieron en aquél tiempo sobre la Iglesia y sobre la sociedad provenían del ateismo y del cientismo del siglo XVII, postulado por la masonería y exaltado por la Revolución Francesa. En la encíclica «Qui pluribus» (9/10/1849), Pio IX habla de «hombres ligados por una unión nefanda» que corrompen las costumbres y combaten la fe en Dios y en Cristo postulando el naturalismo y el racionalismo y, sobre todo, poniendo en marcha el conflicto entre ciencia y fe. Otro error atribuido a este círculo de pensadores es el hablar de progreso como un mito y contraponerlo a la fe.
Ante estas acusaciones precisas, la Masonería reaccionó con un desdén violento. En primer lugar, convocó un «Anticoncilio masónico, Asamblea de librepensadores» con la idea de liderar un movimiento internacional dedicado a combatir sin tregua al Vaticano. Entre los escritos que se difundieron para esta convocatoria masónica, había uno que decía «El Anticoncilio quiere luz y verdad, quiere ciencia y razón, no fe ciega, no fanatismo, no dogmas, no hogueras. La infalibilidad papal es una herejía. La religión católica romana es una mentira; su reino es un delito».
En esta situación de beligerancia contínua, Pío IX no perdió el ánimo y siguió su trabajo para compactar la Iglesia en torno a un principio de unidad. Atribuyó gran importancia a la espiritualidad popular, a la relación con los santos, especialmente a María a través del reconocimiento de las apariciones de La Salette y de Lourdes. Dió impulso a procesiones, peregrinaciones y todas las formas de piedad popular. En 1870, inauguró un nuevo modo de elección de obispos y prelados, elegidos no ya preferentemente entre los notables sino entre los sacerdotes comunes, allí donde se manifestasen los méritos pastorales. Su popularidad creció enormemente. Fue obstinado en no aceptar ningún arreglo con el Estado italiano. Murió el 7 de febrero de 1878, pero la masonería trató de perseguirlo encarnizadamente incluso tras la muerte. En la noche del 12 al 13 de julio de 1881, su féretro fue trasladado del Vaticano al cementerio del Verano. La masonería organizó una manifestación irreverente, con lanzamiento de piedras, imprecaciones, blasfemias, y canciones vulgares y obscenas, contra el cortejo fúnebre, que a su vez respondía con la recitación del rosario, los salmos, el oficio de difuntos y pías jaculatorias.
El culmen de la agresión tuvo lugar cuando el cortejo fúnebre pasó por el puente Sant'Angelo. Al grito de «¡muerte al Papa, muerte a los curas!», un grupo de desalmados trató de arrojar el cadáver de Pío IX al Tíber. Pero los católicos apretaron las filas en torno a los restos mortales del pontífice y rechazaron el ataque. A la luz de estos acontecimientos, el reconocimiento de la virtud heroica del nuevo beato hace justicia a una persona de gran espesor humano y a un gran Papa. 
Pio IX fue beatificado el 30 de Septiembre del 2000.
La causa de beatificación de Pío IX fue una de las más largas y difíciles de la historia de la Iglesia. Fue puesta en marcha por Pío X, el 11 de febrero de 1907. Relanzada, por Benedicto XV, sin gran éxito, y también Pío XI animó el proyecto. Tras la segunda guerra mundial, la instructoría canónica fue reiniciada por Pío XII, el 7 de diciembre de 1954. Con Pablo VI la causa experimentó importantes avances: se completó la «positio», es decir, la recogida de las actas del proceso canónico, el análisis de la vida del candidato a la santidad, los interrogatorios de los testigos y las evaluaciones de los historiadores y de los teólogos.

El decreto sobre el ejercicio heroico de las virtudes teologales y cardinales fue promulgado por la Congregación para las Causas de los Santos, el 6 de julio de 1985, y aprobado por Juan Pablo II. Entre las virtudes del Pontífice, figuran el amor sin reservas por la iglesia, la caridad y la gran estima por el sacerdocio y los misioneros. El milagro atribuido a Pío IX, verificado por la Consulta de médicos el 15 de enero de 1986, es la curación inexplicable de una religiosa francesa. 
Fuente: Zenit, ZS99122305


El Papa Pío IX permanece incorrupto.El 4 de abril pasado en Roma, en la cripta de la basílica de San Lorenzo al Verano, se desarrolló el reconocimiento del cuerpo del venerable Pío IX que reposa desde el 13 de julio de 1881, tres años después de su muerte acaecida el 7 de febrero de 1878, en el Vaticano. En la ceremonia del acto de reconocimiento de los restos mortales de Pío IX estaban presentes, entre otros, el Postulador de la Causa de Beatificación, Mons. Bruneno Gherardini, S. Emin. el cardenal Jorge Medina Estévez, Pref. de la Congregación para el Culto Divino, el Obispo emérito de Senigallia, Mons. Odo Fusi Pecci, representantes de la Curia Romana, sacerdotes y religiosas venidos inclusive del extranjero. 
"Pío IX - escribió Mons. Carlo Liberati - conservado casi perfectamente desde el último reconocimiento, hecho bajo Pío XII, del 25 de octubre al 24 de noviembre de 1956, apareció en toda la serenidad de su humanidad tal como se recuerda en la documentación fotográfica, en la iconografía tradicional y establecida por la descripción hecha de los textos en las actas de procedimiento. Si es permitido referirnos a los análisis de autores y agiógrafos modernos de gran valor, como el inolvidable Piero Bargellini y el P. Domenico Mondrone s.j., hechas para educar e invitar a la santidad, podremos definirlo como un hombre dotado de una gran humanidad y de una impresionante dignidad, hecha aún más significativa por la serenidad del rostro intacto en la majestad silenciosa de la muerte" (Mons. Carlo Liberati, La ricognizione dei resti mortali del venerabile Papa Pio IX  en "L'Ossevatore Romano", 9 de abril 2000, p. 4). 


Fuente: Corazones.org

Luchar y Morir para Restaurar



"[...] si nuestros mayores supieron morir para reconquistar el Sepulcro de Cristo, ¿cómo no vamos a querer nosotros —hijos de la Iglesia como ellos— luchar y morir para  restaurar algo que vale infinitamente más que el preciosísimo Sepulcro del Salvador, es decir, su reinado sobre las almas y sobre la sociedad, que Él creó y salvó para amarlo eternamente?”.
Plinio Corrêa de Oliveira

Comentarios Eleison CCI: Dos arrepentimientos

Por Mons. Richard Nelson Williamson
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Un lector de “Comentarios Eleison” me preguntó hace varios meses ¿cuál es la diferencia entre el arrepentimiento de Judas Iscariote arrojando al suelo sus 30 monedas de plata a los pies de las autoridades del Templo (Mateo XXVII, 3) y el de Pedro que lloró amargamente cuando cantó el gallo (Mateo XXVI, 75)? Algunos párrafos del Poema del Hombre-Dios de María Valtorta (1897-1961) responden muy bien a su pregunta. Nuestro Señor (si de hecho es el – “En cosas inciertas, libertad”) comenta aquí acerca de la visión que acaba de regalarle de las últimas horas de Judas Iscariote. El texto Italiano está ligeramente adaptado: –
Si, la visión es horrenda, pero no inútil. Demasiadas personas piensan que lo que hizo Judas no fue tan grave. Algunos inclusive van más allá y dicen que fue meritorio, porque sin él la Redención no hubiese sucedido y así es que encontró justificación delante de Dios. En verdad te digo que si el Infierno no hubiera existido ya perfectamente equipado con tormentos, habría sido creado aún más eternamente horrendo para Judas, porque entre los pecadores condenados, él es el más condenado de todos, y su condenación no será aliviada nunca en toda la eternidad.
  ”Es cierto que mostró remordimiento por su traición, y eso pudo haberlo salvado si hubiese tornado su remordimiento en arrepentimiento. Pero él no quería arrepentirse, y así es que en adición a su primer crimen de traición, sobre el cual – debido a mi debilidad amorosa – yo habría podido tener misericordia, siguió blasfemando y  resistiéndose a todo impulso de gracia que le suplicaba a través de cada trazo y memoria de mí en su última huida desesperada por aquí y por allá en Jerusalén, lo que incluye el encuentro con mi Madre y sus palabras tan dulces. Se resistió a todo. El quería resistirse. Así como quería traicionarme. Así como quería maldecirme. Así como quería matarse a sí mismo. Lo que quiere un hombre es lo que cuenta. Para bien o para mal.
Cuando alguien cae sin realmente quererlo, yo lo perdono. Por ejemplo Pedro. El me negó. ¿Por qué? Él mismo no sabía por qué lo hizo. ¿Acaso era un cobarde? No. Mi Pedro no era un cobarde. En el Jardín de Getsemaní desafío a todo el grupo de guardias del Templo para cortar la oreja de Malco en  mi defensa, poniendo en riesgo su vida por hacerlo. Luego huyó. Sin tener la voluntad de hacerlo. Después me negó tres veces pero, lo repito, sin tener la voluntad de hacerlo. Por el resto de su vida logró quedarse en el camino manchado de sangre de la Cruz, mi camino, hasta que murió el mismo en la cruz. Siguió siendo mi muy buen testigo hasta que fue matado por su inquebrantable fe. Yo defiendo a mi Pedro. Sus huidas y sus negaciones fueron los últimos momentos de su debilidad humana. Pero la voluntad de su naturaleza superior no estaba detrás de esas acciones. Sobrecargada por su debilidad humana, esta se adormeció. Tan pronto despertó, no quería permanecer en pecado, quería ser perfecta. Inmediatamente lo perdoné. La voluntad de Judas estaba dirigida hacia la dirección opuesta…
 Al final del Poema del Hombre-Dios Nuestro Señor (si es que es Él – Yo pienso que si lo es) dicta a María Valtorta las siete razones por las cuales concedió esta larga serie de visiones de su vida al mundo moderno. La primera razón fue hacer revivir en las mentes de los fieles las enseñanzas fundamentales de la Iglesia, en las que el modernismo había hecho estragos. ¿Suena justo? La séptima razón fue  — “para dar a conocer el misterio de Judas“, es decir, cómo un alma que recibió tantos dones de Dios pudo caer tan bajo.
Kyrie Eleison

martes, 17 de mayo de 2011

La Patria verdadera del cristiano. San Cipriano.

La Patria verdadera del cristiano. San Cipriano.


¿Para qué pedimos (en el Padrenuestro) que “venga a nosotros el reino de los cielos”, si tanto nos deleita la cautividad terrena? Si el mundo odia al cristiano, ¿por qué amas tú al que te odia, y no sigues más bien a Cristo, que te ha redimido y te ama?... Debemos pensar y meditar, hermanos muy amados, que hemos renunciado al mundo (ya desde el bautismo) y que, mientras vivimos en él, somos como extranjeros y peregrinos. Deseemos con ardor aquel día en que se nos asignará nuestro propio domicilio. El que está lejos de su patria es natural que tenga prisa por volver a ella. Para nosotros, nuestra patria es el paraíso.

San Cipriano, “Tratado sobre la muerte”.

domingo, 8 de mayo de 2011

8 de mayo: LA INMACULADA VIRGEN DE LUJÁN

LA INMACULADA VIRGEN DE LUJÁN
NUESTRA SEÑORA DE LUJAN, RUEGA POR EL PUEBLO ARGENTINO, SOCORRENOS…
Textos tomados de la “Novena a Nuestra Señora de Luján”
del R. P. Jorge María Salvaire.
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Origen de esta Santa Imagen.
En el reinado de Felipe IV, cuando el reino de Portugal estaba pacíficamente sujeto a la corona de Castilla, por cuyo motivo portugueses y castellanos comerciaban entre sí libremente como vasallos de un mismo Soberano; y según el mejor cómputo que puede conjeturarse, por los años de 1630, cierto portugués (cuyo nombre se ignora, pero se sabe fue vecino de la ciudad de Córdoba del Tucumán, y hacendado en el pago de Sumampa) por no carecer de misa, principalmente en los días festivos en su hacienda, que dista de Córdoba 40 leguas, trató de hacer en ella una capilla, la que quiso dedicar a la Virgen Santísima. Con este designio escribió a otro paisano le mandase del Brasil un busto o simulacro de Nuestra Señora, en el misterio de su Inmaculada Concepción, para colocarla en dicha capilla, que ya estaba construyendo.
En virtud de este encargo se le remitieron desde el Brasil, no una sola, sino dos imágenes de la Concepción, para que escogiera la que mejor le pareciese. Vinieron ambas, bien acondicionadas, cada una en su cajón aparte, para que, como eran de barro cocido, no tuviesen alguna quiebra. El que trajo el encargo de estos cajones era también portugués, y como quieren algunos, capitán de navío, y habiendo llegado con felicidad al Puerto de Buenos Aires, los acomodó a entrambos en un mismo carretón, y personalmente los condujo hasta la estancia de Rosendo Oramas, sita cinco leguas más allá de lo que es ahora la Villa de Luján, y aquí paró e hizo noche.
Al día siguiente por la mañana trató de proseguir su viaje para Córdoba y Sumampa, pero sucedió que uncidos al carretón los bueyes, por más que tiraban, no podían moverlo ni un paso. Admirados de la novedad los circunstantes le preguntaron qué carga traía. Respondió que la misma de los días antecedentes, en que habían andado sin la menor dificultad, por no ser muy pesada y pasando a individualizar añadió: “Vienen aquí también, dos cajones con dos imágenes de la Virgen, que traigo recomendados para la capilla nueva de Sumampa”.
Discurriendo en tan extraña novedad algún misterio, uno de los que estaban presentes (quizá no sin inspiración divina), dijo: “Señor, saquen del carretón uno de estos cajones y observemos si camina”. Así se hizo, pero en vano, porque por más que tiraban los bueyes el carretón estaba inmóvil. “Truéquense, pues, los cajones”, replicó el mismo, “veamos si hay en esto algún misterio”. Sacóse el cajón que había quedado, y cargóse el que se había sacado, y luego sin más estímulo tiraron los bueyes, y movióse sin más dificultad el carretón.
Empieza el culto de Nuestra Señora de Luján.
Se le levanta una pequeña capilla.
Desde luego entendieron todos ser de particular disposición de la Divina. Providencia, que la imagen de la Virgen encerrada en aquel cajón se quedase en aquel paraje, como en efecto se quedó, siguiendo la otra a su destino. Abrióse el cajón, y encontróse una estatuilla de la Purísima Concepción, de media vara de alto: imagen hermosísima de la Virgen, con las manos juntas ante el pecho, y el ropaje labrado de la misma materia. Al punto la veneraron todos, y divulgándose luego el portento acaecido, empezaron los fieles a venerar la Virgen Santísima en aquella su Santa Imagen, y Ella correspondió manifestándose con repetidos prodigios y maravillas.
No después de mucho tiempo, a corta distancia de la casa de dicho Rosendo, se levantó una pequeña capilla, y se destinó un negrito de poco mas de ocho años llamado Manuel, natural de Angola, de rara candidez y simplicidad, para que cuidara del culto de la Santa Imagen. Había venido este negro del Brasil con su amo, conductor que fue de las Sagradas Imágenes; el cual, algunas veces antes de morir en casa de Rosendo, en Buenos Aires, le dijo, que era de la Virgen y que no tenía otro amo a quien servir más que a la Virgen Santísima. De facto se aplicaba este negro con tanta solicitud al culto de esta Divina Señora, que nunca tenía a su imagen sin luz, y con el sebo de las velas que ardían en su presencia, hacía prodigiosas curaciones en varios enfermos que concurrían a la capilla.
La Santa Imagen es trasladada
a la casa de Doña Ana Matos.
Por muerte de Rosendo Oramas, y por los atrasos de su estancia, vino a quedar la capilla de la Virgen casi en despoblado aunque el negrito Manuel nunca la desamparó. El era el que cuidaba de su limpieza y aseo, y de buscar de tener siempre velas encendidas ante su Sagrada Imagen. Como eran tan continuos los prodigios que, se experimentaban, era también incesante el concurso de la gente que venía de lejos en romerías a visitar la Imagen de Nuestra Señora. Padecían los peregrinos algún desconsuelo por no haber en aquel paraje casa ni rancho donde poderse hospedar y frecuentar las visitas. Deseosa de remediar esta necesidad, y ansiosa de que se aumentasen los cultos a la Purísima Madre, cierta señora llamada doña Ana Matos, viuda que era del Sargento Mayor D. Marcos de Sequeyra, pidió al heredero de dicho Rosendo (que ya había muerto) , llamado el maestro Juan Oramas, Cura Párroco que fue de la Iglesia Catedral le Buenos Aires, le concediese dicha imagen, asegurándole la cuidaría y le haría capilla en su estancia, que estaba más cerca de Buenos Aires, y como cuatro o cinco cuadras de donde está hoy la iglesia.
No tuvo mucha dificultad en condescender a la propuesta el maestro Oramas porque se persuadía que los concurrentes a la Capilla le robaban el ganado de la estancia, y dicha Señora Doña Ana correspondió agradecida en darle alguna gratificación, no menos de doscientos pesos. Llevóse, pues, la Santa Imagen a su casa, colocóla en cuarto decente con ánimo de edificarle en breve capilla pública. Pero al día siguiente advirtió, no sin susto, que no estaba la Imagen en donde la había dejado el día antes, ni apareció en toda la casa, por más que la buscó. Afligida con este cuidado le vino el pensamiento si la Virgen habría vuelto a su antigua capilla de Oramas; hizo diligencia para averiguarlo y halló ser así como lo había pensado. Volvió por ella por segunda. vez y por segunda vez volvió a faltar de su casa y a encontrarse en la primera capilla sin recurso alguno humano.
Se vuelve a traer procesionalmente la imagen.
Desconsolada Doña Ana con tan extraña novedad, ya no se atrevió a llevarla por tercera vez porque discurrió sucedería lo mismo que las dos anteriores, y por otra parte, temió castigase la Virgen su porfía, cuando a su parecer le daba a entender que no gustaba estar en su casa. No obstante, movida de luz superior, tomó la acertada resolución de participar esta novedad a entrambos Cabildos eclesiástico y secular de Buenos Aires. Ya para entonces era famosa en esta ciudad la imagen de Nuestra Señora de Luján, por los repetidos milagros que contaban los que en sus aflicciones la invocaban, por lo que fácilmente fue creída dicha Doña Ana, cuando vino a dar parte del suceso a los superiores eclesiásticos y seculares.
Conferenciaron entre sí el caso el Ilmo. Sr. Obispo, que lo era de esta diócesis D. Fr. Cristóbal de la Mancha Velazco, y el Gobernador, que lo era de esta Provincia el Sr. Andrés de Robles, y resolvieron sería conveniente que ambos fuesen a cerciorarse mejor de este portento, y a trasladar la Santa Imagen a la hacienda de dicha Doña Ana Matos, en donde los vecinos de Buenos Aires pudiesen hacer con menos incomodidad sus romerías. A los señores Obispo y Gobernador siguieron varios personajes de ambos Cabildos, con un sinnúmero de gente, dirigiendo todos su camino a la estancia de Oramas.
Bien informados sobre la verdad del suceso, levantaron en andas la milagrosa Imagen, y formando una devota procesión en que todos iban a pie y muchos enteramente descalzos, se encaminaron a la casa de dicha doña Ana. Como el trecho era largo no fue posible llegasen ese día; por la que entrando la noche todos hicieron estación en la Guardia antigua que estaba en tierra de don Pedro Rodríguez Flores. Al salir el sol se prosiguió la procesión con soldados de guardia hasta llegar a la casa de la expresada doña Ana. Aquí se erigió en un aposento un altar en que se colocó la Santa Imagen, y el Ilmo. dio facultad para que en él se celebrase misa. Por espacio de tres días consecutivos se cantaron misas solemnes, haciendo las gentes demostraciones de regocijo.
Se edifica una nueva Capilla.
Algún tiempo estuvo la imagen de la Virgen colocada en un aposento que servía de oratorio en la casa y vivienda de dicha doña Ana; pero después, tratando de formarle una capilla para su mayor culto y decencia, donó y señaló a la Virgen una cuadra de tierra perteneciente al territorio de su misma estancia, distante cuatro cuadras de su misma vivienda, y mandó que edificada la capilla, en ningún tiempo se mudase dicha imagen en otro paraje; y asimismo para la conservación de las limosnas de ganado, que los devotos ofrecían a la divina Señora, donó y señaló en la misma estancia, río abajo de la otra banda, un cuarto de legua.
Por los años 1677 se empezó en dicho paraje la obra de la nueva capilla, cuyos cimientos abrió un religioso carmelita portugués llamado Fr. Gabriel. Corrió la obra, con alguna lentitud, hasta que Dios quiso adelantarla con el siguiente milagro. Por los años de 1684 sucedió que don Pedro Montalvo, clérigo presbítero en Buenos Aires, enfermó gravemente de unos ahogos asmáticos que en poco tiempo lo redujeron a tísico confirmado, resolvióse venir a visitar a Nuestra Señora de Luján con ánimo de vivir o morir en su compañía. Unas leguas antes de llegar a la vivienda de doña Ana, le apretó de tal manera el accidente que lo tuvieron por muerto los compañeros. Lleváronlo como pudieron, y el negro Manuel, viéndolo en aquel desmayo, le ungió el pecho con el sebo de la lámpara y con esto volvió en su acuerdo. Luego después le dijo que tuviese y creyese que había de sanar perfectamente de su enfermedad, porque su ama (así llamaba a la Virgen) le quería para su primer capellán; y que así debía de suceder.
Luego echó mano de algunos de aquellos cardillos y abrojos que solía guardar cuando los despegaba del vestuario de la imagen, según dejamos dicho, mezclados con un poco de tierra del barro que sacudía de sus fimbrias, y pidió a cierta señora, llamada doña María Díaz, le hiciera de todo ello un cocimiento. Diósele a beber al enfermo en nombre de la Santísima Virgen, y con sólo este remedio, quedó libre de sus ahogos y enteramente sano.
El Padre Montalvo, agradecido al beneficio de su milagrosa salud, promovió con esfuerzo la devoción a la santa imagen, celebrando anualmente y con toda solemnidad la fiesta de la Inmaculada Concepción, el día 8 de Diciembre; y con los repetidos elogios que se experimentaban, tomó la devoción a la Virgen de Luján tanto vuelo, que no sólo los vecinos de Buenos Aires, sino también los de las provincias muy remotas, venían en romería a buscar en este Santuario el remedio de sus males.
FOEDERIS ARCA
EN EL CENTENARIO PATRIO*
Pbro. A. Calcagno
lujan1
Bendita de Luján, Virgen María,
Violeta de los campos, que perfumas
El llano inmenso de la Patria mía,
La que disipas del pesar las brumas,
Aurora virginal del mejor día;
Yo vengo a Ti; la patria entusiasmada
Canta alegre en sus fiestas jubilares,
¿y no habrá para Ti una clarinada
De amor, ¿oh Madre de los patrios lares?
Tú el Arca de la Alianza, Tú heroína,
Que encendiste el valor de los guerreros
De la Patria Argentina,
Que defendieron con honor sus fueros.
¿No habrá un canto entusiasta,
Que cante tus proezas,
Virgen Madre inmortal, divina y casta
Madre de las patrióticas grandezas?
No fuera justo; en la paterna historia
No hay página sin Ti, no hay una hazaña
Que no lleve tu nombre o tu memoria.
Alza tu frente inmaculada y pura
destiéndela en el llano solitario
y verás una ondada de ternura
Que vuela con afán a tu Santuario.
Son los cantos de amor de los patriotas,
que entonando los salmos jubilares,
Hacen llegar los ritmos de sus notas
Hasta el pie secular de tus altares.
Son los creyentes; los de fe nervuda
Que se acuerdan de Ti, Oh Arca de alianza,
Es la generación que en Ti no duda
y puso en Ti su férvida esperanza.
Mira allá; de la aurora a los reflejos
La audaz locomotora serpentea,
Tus hijos son, que vienen de lejos
Remedando el rumor de la marea.
Son sus himnos de amor, son sus cantares
Son sus votos, sus gritos, sus plegarias,
Unidos a los cantos jubilares
De las fraternas fiestas Centenarias.
¡Vienen a Ti! Magnífica teoría
Que cruza nuestras pampas sin linderos
Con la resina de su fe bravía
Del alma en los vivientes pebeteros.
¡Paso a la caravana de los buenos!
¡Paso a los justos de la Patria mía!
De amor de Dios y de la Patria llenos,
Que buscan los altares de María.
Son tus hijos, magnífica Señora,
Los hijos son de la Argentina raza,
Que vienen a decir con voz sonora,
Que no pasa su fe, si todo pasa.
Ese es, oh Madre, el pueblo verdadero,
Esa es la encarnación pura y genuina,
De aquel pueblo guerrero
Que hizo grande e inmortal a la Argentina.
No mires a los otros, los impuros,
Los de la causa santa traicioneros;
Eso no son los nuestros, son perjuros
Que aunque en su patria estén, son extranjeros.
¿No los mires?… ¡Ah no! Que tu mirada
Llegue a su corazón, queme ese hielo,
E ilumine su senda desgraciada
La pura luz de tu mirar de cielo.
Vengan ellos a Ti, como venimos,
Canten ellos a Ti, como cantamos,
Que vivan de tu amor, como vivimos,
Para que todos en tu amor muramos.
Es el voto del pueblo, es la esperanza,
Que estriba en tu cariño legendario,
Salva a la Patria, oh Arca de la Alianza,
Brille en su cielo plácida bonanza,
Como aurora feliz del Centenario.
* * * * *
* Sacado de la Revista “Regina Angelorum”, del mes de agosto de 1978.

Fuente: RadioCristiandad

domingo, 1 de mayo de 2011

Película: Diálogo de Carmelitas

PELICULA: Diálogo de Carmelitas





Imperdible película que nos muestra el martirio de las dieciséis monjas carmelitas (incluyendo una novicia) del monasterio de Compiegne en el año 1794, por las fuerzas del terror instauradas tras la Revolución Francesa y su Tribunal Revolucionario. Le Dialogue des Carmélites.



Las monjas fueron ejecutadas en 1794 por negarse a renunciar a sus votos monásticos.
Fueron llevadas de Compiègne a París, donde fueron juzgadas bajo la acusación de "maquinar contra la República". Murieron en la guillotina el 17 de julio de 1794 en la plaza du Trône-Renversé, actualemente plaza de la Nación en París. Fueron enterradas en fosas comunes en el cementerio de Picpus.
El papa San Pío X las beatificó el 17 de mayo de 1906.

Las martirizadas

  • Madeleine-Claudine Ledoine (madre Teresa de San Agustín), priora, n. en París, el 22 de septiembre de 1752, profesó el 16 o 17 de mayo de 1775.
  • Marie-Anne (o Antoinette) Brideau (madre San Luis), subpriora, n. en Belfort, el 7 de diciembre de 1752, profesó el 3 de septiembre de 1771.
  • Marie-Anne Piedcourt (hermana de Jesús Crucificado), miembro del coro, n. 1715, profesó en 1737.
  • Anne-Marie-Madeleine Thouret (hermana Charlotte de la Resurrección), sacristán, n. en Mouy, 16 de septiembre de 1715, profesó el 19 de agosto de 1740, dos veces subpriora en 1764 y 1778.
  • Marie-Antoniette o Anne Hanisset (hermana Teresa del Santo Corazón de María), n. en Rheims en 1740 o 1742, profesó en 1764.
  • Marie-Françoise Gabrielle de Croissy (madre Henriette de Jesús), n. en París, el 18 de junio de 1745, profesó el 22 de febrero de 1764, priora desde 1779 a 1785.
  • Marie-Gabrielle Trézel (hermana Teresa de San Ignacio), miembro del coro, n. en Compiègne, el 4 de abril de 1743, profesó el 12 de dicembre de 1771.
  • Rose-Chrétien de la Neuville, viuda, miembro del coro (hermana Julia Luisa de Jesús), n. en Loreau (o Évreux), en 1741, profesó probablemente en 1777.
  • Anne Petras (hermana María Henrieta de la Providencia), miembro del coro, n. en Cajarc (Lot), el 17 de junio de 1760. Profesó el 22 de octubre de 1786.
  • Con respecto a la hermana Eufrasia de la Inmaculada Concepción los reportes varían. La srta. Willson dice que su nombre era Marie Claude Cyprienne Brard, y que nació el 12 de mayo de 1736. Pierre, que su nombre era Catherine Charlotte Brard, y que nació el 7 de septiembre de 1736. Nació en Bourth, y profesó en 1757.
  • Marie-Geneviève Meunier (hermana Constanza), novicia, n. 28 de mayo de 1765 o 1766, en Saint-Denis, recibió el hábito el 16 de diciembre de 1788. Subió al patíbulo cantando “Laudate Dominum”.
Además de las personas mencionadas arriba, tres hermanas laicas y dos torneras sufrieron el martirio.
  • Angélique Roussel (hermana María del Espíritu Santo), hermana laica, n. en Fresnes, el 4 de agosto de 1742, profesó el 14 de mayo de 1769.
  • Marie Dufour (hermana Santa Marta), hermana laica, n. en Beaune, 1 o 2 de octubre de 1742, entró a la comunidad en 1772.
  • Julie o Juliette Vérolot (hermana San Francisco Javier), hermana laica, n. en Laignes o Lignières, 11 de enero de 1764. Profesó el 12 de enero de 1789.
El cardenal Richard, arzobispo de París, inició el proceso de su beatificación el 23 de febrero de 1896. El 16 de diciembre de 1902 el papa León XIII declaraba venerables a las dieciséis carmelitas. Se sucedieron los milagros, como una garantía de su santidad, y el 27 de mayo de 1905 San Pío X declaraba beatas a aquellas “que, después de su expulsión, continuaron viviendo como religiosas y honrando devotamente al Sagrado Corazón”.