jueves, 30 de septiembre de 2010

Interrogatorio a Nuestro Señor Jesucristo.

Santo Evangelio según San Marcos En aquel tiempo: Dijo Pilatos a Jesús: ¿Eres Tú el Rey de los Judíos? Respondió Jesús: ¿Dices esto tú por cuenta propia, o te lo han dicho otros de Mí? Replicó Pilatos: ¿Acaso soy yo judío? Tu nación y los Pontífices te han entregado a mí; ¿qué has hecho? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuese mi reino, mis vasallos me defenderían para que no cayese en manos de los judíos; mi reino, pues, no es de aquí. Díjole, pues, Pilatos: ¿Luego Tú eres Rey? Respondió Jesús: Así es: Yo soy Rey. Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la Verdad; todo aquel que es amigo de la Verdad, escucha mi voz.

Pilatus: Ergo Rex es tu? Respóndit Jesus: Tu dícis, quia Rex sum ego.

MISA TRIDENTINA - Ayer, Hoy y Siempre







Como entre otras decisiones del Santo Concilio de Trento, Nos incumbe decidir la edición y reforma de los libros sagrados, el Catecismo, el Breviario y el Misal, después de haber ya, gracias a DIOS, editado el Catecismo, para la instrucción del pueblo y para que sean rendidas a DIOS las alabanzas que le son debidas; corregido completamente el Breviario, para que el Misal corresponda al Breviario (lo que es normal y natural, ya que es sumamente conveniente que no haya en la Iglesia de DIOS más que una sola manera de salmodiar, un solo rito para la Misa).
Nos pareció necesario pensar lo más pronto posible en lo que faltaba por hacer en este campo, a saber, editar el mismo Misal. Es por esto que Nos hemos estimado deber confiar este cargo a sabios escogidos; y de hecho son ellos, quienes, después de haber reunido cuidadosamente todos los manuscritos, no solamente los antiguos de nuestra Biblioteca Vaticana, sino también otros buscados en todas partes, corregidos y EXENTOS de alteración, así como las decisiones de los Antiguos y los escritos de autores estimados que nos han dejado documentos relativos a la organización de estos mismos ritos, han restablecido el mismo Misal conforme a la regla y a los ritos de los Santos Padres.BULA QUO PRIMUM TEMPORE - SAN PIO V.

El fin propuesto por San Pio V era de hacer cumplir la voluntad del Sacrosanto, Ecuménico y General Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo.
La comisión de sabios escogidos por el Papado restauraron el Misal. Llevaron las variedades de los misales en uso, a la unidad y pureza del ORIGINAL.
No se trata de ninguna manera de una reforma, sino de una restauración. No es una reconstitución, sino una restauración. El título de los Misales (de Rito Católico - Tridentino) en uso lo dice claramente: MISSALE RESTITUTUM, RECOGNITUM, es decir, restituido a su forma original y, con ese fin, simplemente revisado.




FUENTE: StatVeritas.Com.ar
                Lex Orandi, Daniel Raffard de Brienne, Fundación San Pio X.
                Bula Quo Primum Tempore traducida del latin y anotada por
                el Prof. Nestor A. Sequeiros. Comentarios al tecto de la Bula
                por el P. Juan C. Ceriani.


miércoles, 29 de septiembre de 2010

Encuentro del 28 de Septiembre de 2010 - San Ambrosio

Biografía de San Ambrosio

Adaptación de la obra de Vida de los Santos, de Butler.
El valor y la constancia para resistir el mal forman parte de las virtudes esenciales de un obispo.  En ese sentido, San Ambrosio fue uno de los más grandes pastores de la Iglesia de Dios.  Se le consideró tradicionalmente como uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia de occidente.  
El santo nació en Tréveris, probablemente el año 340. Su padre, que se llamaba también Ambrosio, era entonces prefecto de la Galia.  El prefecto murió cuando su hijo era todavía joven, y su esposa volvió con la familia a Roma.  La madre de San Ambrosio dio a sus hijos una educación esmerada, y puede decirse que el futuro santo debió mucho a su madre y a su hermana Santa Marcelina.  El joven aprendió el griego, llegó a ser buen poeta y orador y se dedicó a la abogacía.  En el ejercicio de su carrera llamó la atención de Anicio Probo y de Símaco.  Este último, que era prefecto de Roma, se mantenía en el paganismo.  Probo era prefecto pretorial de Italia.  Ambrosio defendió ante este último varias causas con tanto éxito, que Probo le nombró asesor suyo.  Más tarde, el emperador Valentiniano nombró al joven abogado gobernador con residencia en Milán (norte de Italia).  Cuando Ambrosio se separó de su protector Probo, éste le recomendó:  "Gobierna más bien como obispo que como juez".  El oficio que se había confiado a Ambrosio era del rango consular y constituía uno de los puestos de mayor importancia y responsabilidad en el Imperio de occidente.  
El obispo Auxencio, un hereje arriano que había gobernado la diócesis de Milán durante casi veinte años, murió el año 374.  La ciudad se dividió en dos partidos, ya que unos querían a un obispo fiel a la fe católica y otros a un arriano.  Para evitar en cuanto fuese posible que la división degenerase en pleito, San Ambrosio acudió a la iglesia en la que iba a llevarse a cabo la elección, y exhortó al pueblo a proceder a ella pacíficamente y sin tumulto.  Mientras el santo hablaba, alguien gritó:  "¡Ambrosio obispo!"  Todos los presentes repitieron unánimemente ese grito, y católicos y arrianos eligieron al santo para el cargo.  Ambrosio quedó desconcertado tanto más cuanto que, aunque era cristiano, no estaba todavía bautizado.  Pero los obispos presentes ratificaron su nombramiento por aclamación.  Ambrosio alegó irónicamente que "la emoción había pesado más que el derecho canónico y trató de huir de Milán.  El emperador recibió un informe sobre lo sucedido.  Por su parte, Ambrosio también le escribió, rogándole que le permitiese renunciar. Valentiniano respondió que se sentía muy complacido por haber sabido elegir a un gobernador que era digno de ser obispo, y mandó al vicario de la provincia que tomase las medidas necesarias para consagrar a Ambrosio.  Este trató de escapar una vez más y se escondió en casa del senador Leoncio.  Pero, cuando Leoncio se enteró de la decisión del emperador, entregó al santo, y éste no tuvo más remedio que aceptar.  Así pues, recibió el bautismo y, una semana más tarde, el 7 de diciembre de 374, se le confirió la consagración episcopal.  Tenía entonces unos treinta y cinco años.
Consciente de que ya no pertenecía al mundo, el santo decidió romper todos los lazos que le unían a él.  En efecto, repartió entre los pobres sus bienes muebles y cedió a la Iglesia todas sus tierras y posesiones;  lo único que conservó fue una renta para su hermana Santa Marcelina.  Por otra parte, confió a su hermano San Sátiro la administración temporal de su diócesis para poder consagrarse exclusivamente al ministerio espiritual.  Poco después de su ordenación, escribió a Valentiniano quejándose con amargura de los abusos de ciertos magistrados imperiales.  El emperador le respondió:  "Desde hace tiempo estoy acostumbrado a tu libertad de palabra y no por ello dejé de aceptar tu elección.  No dejes de seguir aplicando a nuestras faltas los remedios que la ley divina prescribe".  San Basilio escribió a Ambrosio para felicitarle, o más bien dicho para felicitar a la Iglesia por su elección para exhortarle a combatir vigorosamente a los arrianos.  San Ambrosio, que se creía muy ignorante en las cuestiones teológicas, se entregó al estudio de la Sagrada Escritura y de las obras de los autores eclesiásticos, particularmente de Orígenes y San Basilio.  En sus estudios le dirigió San Simpliciano, un sabio sacerdote romano, a quien amaba como amigo, honraba como padre y reverenciaba como maestro. San Ambrosio combatió con tanto éxito el arrianismo que la erradicó casi por completo de Milán.  El santo vivía con gran sencillez y trabajaba infatigablemente. Sólo cenaba los domingos, los días de la fiesta de algunos mártires famosos y los sábados.  En efecto, en Milán no se ayunaba nunca en sábado;  pero cuando Ambrosio estaba en Roma, ayunaba también los sábados.  El santo no asistía jamás a los banquetes y recibía en su casa con suma frugalidad.  Todos los días celebraba la misa por su pueblo y vivía consagrado enteramente al servicio de su grey;  todos los fieles podían hablar con él siempre que lo deseaban, y le amaban y admiraban enormemente.  San Agustín fue a verle varias veces.
Sobre la Virginidad
En sus sermones, San Ambrosio alababa con frecuencia el estado y la virtud de la virginidad por amor a Dios, y dirigía personalmente a muchas vírgenes consagradas.  A petición de Santa Marcelina, el santo reunió sus sermones sobre el tema;  tal fue el origen de uno de sus tratados mas famosos.  Las madres impedían que sus hijas fuesen a oír predicar a San Ambrosio, y aun llegó a acusársele de que quería despoblar el Imperio.  El santo respondía:  "Quisiera que se me citase el caso de un hombre que haya querido casarse y no haya encontrado esposa", y sostenía que en los sitios en que se tiene en alta estima la virginidad la población es mayor.  Según él, la guerra y no la virginidad era el gran enemigo de la raza humana.
Defensa de la Fe y del orden
Como los godos hubiesen invadido ciertos territorios romanos del oriente, el emperador Graciano decidió acudir con su ejército en socorro de su tío Valente.  Sin embargo, para preservarse del arrianismo, del que Valente era gran protector, Graciano pidió a San Ambrosio que le instruyese sobre dicha herejía.  Con ese objeto, el santo escribió el año 377 una obra titulada "A Graciano acerca de la Fe" y, más tarde, la amplió.  Los godos habían causado estragos desde Tracia a la Iliria.  San Ambrosio, no contento con reunir todo el dinero posible para rescatar a los prisioneros, mandó fundir los vasos sagrados.  Los arrianos consideraron esa medida como un sacrilegio y se la echaron en cara.  El santo respondió que le parecía más útil salvar vidas humanas que conservar el oro:  "Si la Iglesia tiene oro, no es para guardarlo, sino para emplearlo en favor de los necesitados". Después del asesinato de Graciano en 383, la emperatriz Justina rogó a San Ambrosio que negociase con el usurpador Máximo para evitar que éste atacase a su hijo, Valentiniano II.  San Ambrosio fue a entrevistarse con Máximo en Tréveris y consiguió convencerle de que se contentase con la Galia, España y las Islas Británicas.  Según se dice, fue ésa la primera vez que un ministro del Evangelio intervino en los asuntos de la alta política. Es un ejemplo clásico una justa intervención por parte de la Iglesia, ya que no buscó favoritismos ni se alió con un lado de la política sino que solo buscó que se ejerciese el derecho, en este caso, defender el orden contra un usurpador armado.  Más tarde, como veremos, prefirió sufrir mucho antes que ceder a las injustas exigencias del otro bando, el de la emperatriz Justina.
Por entonces, ciertos senadores trataron de restablecer en Roma el culto a la diosa Victoria.  El grupo estaba encabezado por Quinto Aurelio Símaco, hijo y sucesor del prefecto romano que había protegido a San Ambrosio en su juventud y había sido un admirable erudito, hombre de Estado y orador.  Quinto Aurelio Símaco pidió a Valentiano que reconstruyese el altar de la Victoria en el senado, pues a dicha diosa atribuía los triunfos y la prosperidad de la antigua Roma.  Quinto Aurelio Símaco redactó muy hábilmente su petición, apelando a la emoción y empleando argumentos que se oyen todavía:  "¿Qué importa el camino por el que cada uno busca la verdad?  Existen muchos caminos para llegar al gran misterio".  La petición era un ataque velado contra San Ambrosio. Cuando el santo se enteró por conducto privado de la existencia del documento, escribió al emperador pidiéndole que le enviase una copia y reprendiéndole por no haberle consultado inmediatamente en ese asunto que atañía a la religión.  Poco después, escribió una respuesta que sobrepasaba en elocuencia a la petición de Símaco y la demolía punto por punto. Tras ridiculizar la idea de que los éxitos conseguidos por el valor de los soldados se vaticinaban en las entrañas de las bestias sacrificadas, el santo, elevándose a las cumbres de la más alta retórica, hablaba por boca de Roma, diciendo que la ciudad se lamentaba de sus errores pasados y que no se avergonzaba de cambiar. Ambrosio exhortaba a Símaco y sus compañeros a interpretar los misterios de la naturaleza a través del Dios que los había creado y a pedir a Dios que concediese la paz a los emperadores, en vez de pedir a los emperadores que les concediesen adorar en paz a sus dioses.  La respuesta del santo terminaba con una parábola sobre el progreso y el desarrollo del mundo: Por medio de la justicia, la verdad se cierne sobre las ruinas de las opiniones que antiguamente gobernaban el mundo".  Tanto el escrito de Símaco como el de San Ambrosio fueron leídos ante el emperador y su consejo. No hubo discusión de ninguna especie.  Valentiniano dijo a los presentes. "Mi padre no destruyó los altares, y nadie le pidió tampoco que los reconstruyese. Yo seguiré su ejemplo y no modificaré el estado de cosas".
La emperatriz Justina no se atrevió a apoyar abiertamente a los arrianos mientras vivieron su esposo y Graciano; pero, en cuanto la paz que San Ambrosio negoció entre Máximo y el hijo de Justina le dieron oportunidad de oponerse al obispo, se olvidó de todo lo que le debía. Al acercarse la Pascua del año 385, Justina indujo a Valentiniano a reclamar la basílica Porcia (actualmente llamada de San Víctor), situada en las afueras de Milán, para cederla a los arrianos, entre los que se contaban ella y muchos personajes de la corte. San Ambrosio respondió que jamás entregaría un templo de Dios. Entonces, Valentiniano envió a unos mensajeros a pedir la nueva basílica de los Apóstoles. Pero el santo obispo no cedió. El emperador mandó a sus cortesanos a apoderarse de la basílica. Los milaneses, enfurecidos ante eso tomaron prisionero a un sacerdote arriano. Al enterarse de lo sucedido, San Ambrosio pidió a Dios que no permitiese que la sangre corriese y envió a varios sacerdotes y diáconos a rescatar al prisionero.  Aunque el santo tenía de su parte a la multitud y aun al ejército, se guardó de hacer o decir nada que pudiese desatar la violencia y poner en peligro al emperador y a su madre. Cierto que se negó a entregar las iglesias, pero se abstuvo de oficiar en ellas para no encender los ánimos. Sus adversarios, que le llamaban "el Tirano", hicieron lo posible por provocarle. San Ambrosio preguntó a sus enemigos: "¿por qué me llamáis tirano?  Cuando me enteré de que la iglesia estaba rodeada de soldados, dije que no la entregaría, pero que tampoco me lanzaría a la lucha. Máximo no afirma que tiranizó a Valentiniano, a pesar de que a él le impedí marchar sobre Italia".  
En el momento en que el santo explicaba un pasaje del libro de Job al pueblo, irrumpió en la capilla un pelotón de soldados, a los que habían dado la orden de atacar; pero ellos se negaron a obedecer y entraron a orar con los católicos. A los pocos momentos, todo el pueblo se dirigió a la basílica contigua, arrancó las decoraciones que se habían puesto para recibir al emperador, y las dio a los niños para que jugasen con ellas. Sin embargo, San Ambrosio no aprovechó ese triunfo y no entró en la basílica sino hasta el día de Pascua, cuando Valentiniano retiró de ahí a los soldados. El pueblo celebró con gran júbilo esa victoria. San Ambrosio escribió un relato de los hechos a Santa Marcelina, que estaba entonces en Roma, y añadió que preveía desórdenes todavía mayores:  "El eunuco Calígono, que es camarlengo imperial, me dijo:  'Tú desprecias al emperador, de suerte que te voy a mandar decapitar'.  Yo repuse:  ¡Dios lo quiera!  Así sufriría yo como corresponde a un obispo, y tú obrarías como las gentes de tu calaña' ".
En enero del año siguiente, Justina convenció a su hijo de que promulgase una ley para autorizar a los arrianos a celebrar reuniones y las prohibiera a los católicos. Dicha ley amenazaba con la pena de muerte a quien tratase de impedir las reuniones de los arrianos. Además se condenaba al destierro a quien se opusiese a que las iglesias fuesen cedidas a los arrianos. San Ambrosio no hizo caso de la ley y se negó a entregar una sola iglesia. Sin embargo, nadie se atrevió a tocarle. "Yo he dicho ya lo que un obispo tenía que decir. Que el emperador proceda ahora como corresponde a un emperador. Nabot se negó a entregar la herencia de sus antepasados. ¿Cómo voy yo a entregar las iglesias de Jesucristo?"  El Domingo de Ramos, el santo predicó sobre su decisión de no entregarlas.  Entonces, el pueblo, temeroso de la venganza del emperador, se encerró con su pastor en la basílica.  Las tropas imperiales la sitiaron con miras a vencer al pueblo por el hambre;  pero ocho días después, el pueblo seguía ahí.  Para ocupar a las gentes, San Ambrosio se dedicó a enseñarles himnos y salmos que él mismo había compuesto.  Todos cantaban en coros alternados.  El emperador envió al tribuno Dalmacio a conferenciar con el santo. Proponía que Ambrosio y el obispo arriano, Auxencio, eligiesen conjuntamente un grupo de jueces para decidir la cuestión. Si San Ambrosio no aceptaba esa proposición, debía retirarse y dejar la diócesis en manos de Auxencio. Ambrosio respondió por escrito al emperador, haciéndole notar que los laicos (pues Valentiniano había propuesto que se eligiesen jueces laicos) no tenían derecho a juzgar a los obispos ni a dictar leyes eclesiásticas.  En seguida, el santo subió al púlpito y expuso al pueblo el desarrollo de los acontecimientos en el último año.  En una sola frase resumió espléndidamente el fondo de la disputa:  "El emperador está en la Iglesia, no sobre la Iglesia".  
Entre tanto, llegó la noticia de que Máximo, con el pretexto de la persecución de que eran objeto los católicos, así como ciertas cuestiones de fronteras, estaba preparándose para invadir Italia. Valentiniano y Justina, sobrecogidos por el pánico, rogaron entonces a San Ambrosio que partiese nuevamente a impedir la invasión del usurpador. Olvidando todas las injurias públicas y privadas de que había sido objeto, el santo emprendió el viaje. Máximo, que estaba en Tréveris, se negó a concederle una audiencia privada, a pesar de que Ambrosio era obispo y embajador imperial, y le propuso recibirle en un consistorio público.  Cuando Ambrosio fue introducido a la presencia de Máximo y éste se levantó del trono para darle el beso de paz, el santo permaneció inmóvil y se negó a acercarse a recibir el ósculo.  En seguida, demostró públicamente a Máximo que la invasión que proyectaba era injustificable y constituía una deslealtad y terminó pidiéndole que enviase a Valentiniano los restos de su hermano Graciano como prenda de paz.  Desde su llegada a Tréveris, el santo se había negado a mantener la comunión con los prelados de la corte que habían participado en la ejecución del hereje Prisciliano, y aun con el mismo Máximo.  Por ello, se le ordenó al día siguiente que abandonase Tréveris.  El santo regresó a Milán, no sin escribir antes a Valentiniano para referirle lo sucedido y aconsejarle que no se dejase engañar por Máximo, pues consideraba a éste como un enemigo velado que prometía la paz pero buscaba la guerra.  En efecto, Máximo invadió súbitamente Italia, donde no encontró oposición alguna.  Justina y Valentiniano dejaron en Milán a San Ambrosio para que hiciese frente a la tormenta y huyeron a Grecia en busca del amparo del emperador de oriente, Teodosio, en cuyas manos se pusieron. Teodosio declaró la guerra a Máximo, le derrotó y ejecutó en Panonia, y devolvió a Valentiniano sus territorios y los que le había arrebatado el usurpador.  Pero en realidad, Teodosio fue quien gobernó desde entonces el imperio.
Teodocio permaneció algún tiempo en Milán, e indujo a Valentiniano abandonar el arrianismo y a tratar a San Ambrosio con el respeto que merecía un obispo verdaderamente católico. Sin embargo, no dejaron de surgir conflictos entre Teodosio y San Ambrosio y hay que reconocer que en el primero de esos conflictos no faltaba razón a Teodosio.  En efecto, ciertos cristianos de Kallinikum de Mesopotamia habían demolido la sinagoga de los judíos. Cuando Teodosio se enteró, ordenó que el obispo del lugar, a quien se acusaba de estar complicado en el asunto, se encargase de reconstruir la sinagoga.  El obispo apeló a San Ambrosio, quien escribió una carta de protesta a Teodosio ; pero, en vez de alegar que no se conocían con certeza las circunstancias del caso, el santo basó su protesta en la tesis exagerada de que ningún obispo cristiano tenía derecho a pagar la construcción de un templo de una religión falsa. Como Teodosio hiciese caso omiso de esa protesta, San Ambrosio predicó contra él en su presencia, lo que dio lugar a una discusión en la iglesia.  El santo no celebró la misa hasta haber arrancado a Teodosio la promesa de que revocaría la orden que había dado.
El año 390, llegó a Milán la noticia de una horrible matanza que había tenido lugar en Tesalónica.  Buterico, el gobernador, había encarcelado a un auriga que había seducido a una sirvienta de palacio, y se negó a ponerle en libertad por más que el pueblo quería verlo correr en el circo. La multitud se enfureció tanto ante la negativa, que mató a pedradas a varios oficiales y asesinó a Buterico. Teodosio ordenó que se tomasen represalias increíblemente crueles. Los soldados rodearon el circo cuando todo el pueblo se hallaba congregado en él, y cargaron contra la multitud. La carnicería duró cuatro horas.  Los soldados dieron muerte a 7,000 personas, sin distinción de edad, de sexo, ni de grado de culpabilidad.  El mundo entero quedó aterrorizado y volvió los ojos a San Ambrosio, quien reunió a los obispos para consultarles sobre el caso.  En seguida, escribió a Teodosio una carta muy digna, en la que le exhortaba a aceptar la penitencia eclesiástica y declaraba que no podía ni estaba dispuesto a recibir su ofrenda y celebrar ante él los divinos misterios hasta que hubiese cumplido esa obligación.  "Los sucesos de Tesalónica no tienen precedente.  Sois humano y os habéis dejado vencer por la tentación.  Os aconsejo, os ruego y os suplico que hagáis penitencia. Vos, que en tantas ocasiones os habéis mostrado misericordioso y habéis perdonado a los culpables, mandasteis matar a muchos inocentes. El demonio quería sin duda arrancaros la corona de piedad que era vuestro mayor timbre de gloria. Arrojadle lejos de vos ahora que podéis hacerlo.  Os escribo esto de mano propia para que leáis en particular".  El emperador le escribió diciéndole:  "Dios perdonó a David; luego a mí también me perdonará".  San Ambrosio respondió:  "Ya que has imitado a David en cometer un gran pecado, imítalo ahora haciendo una gran penitencia, como la que hizo él".
El efecto que produjo esta carta en un hombre que sin duda estaba devorado por los remordimientos ha sido desvirtuado por una leyenda, según la cual, como Teodosio se negase a aceptar la penitencia eclesiástica, San Ambrosio salió a la puerta de la iglesia para impedirle el paso, cuando se acercaba con toda su corte a oír la misa.  El obispo le reprendió públicamente y se negó a admitirle.  El emperador estuvo excomulgado ocho meses, al cabo de los cuales se sometió sin condiciones.  El P. Van Ortroy, S. J., echó por tierra esa leyenda.  Por otra parte, la "religiosa humildad" que San Agustín, bautizado apenas tres años antes por San Ambrosio, atribuye a Teodosio, resume perfectamente cuanto necesitamos saber.  "Habiendo incurrido en las penas eclesiásticas, hizo penitencia con extraordinario fervor y, los que habían acudido a interceder por él, se estremecían de compasión al ver tanto rebajamiento de la dignidad imperial más de lo que hubiesen temblado ante su cólera si se hubieran sentido culpable de alguna falta en su presencia".  En la oración fúnebre de Teodosio, dijo San Ambrosio simplemente:  "Se despojó de todas las insignias de la dignidad regia y lloró públicamente su pecado en la iglesia.  El, que era emperador, no se avergonzó de hacer penitencia pública, en tanto que otros muchos menores que él se rehúsan a hacerla. El no cesó de llorar su pecado hasta el fin de su vida".  Ese triunfo de la gracia en Teodosio y del deber pastoral en Ambrosio demostró al mundo que la iglesia no hace distinción de personas y que las leyes morales obligan a todos por igual.  El propio Teodosio dio testimonio de la influencia decisiva de San Ambrosio en aquellas circunstancias, al señalarle como el único obispo digno de ese nombre que él había conocido.
Teodoreto menciona otro ejemplo de la humildad y religiosidad de que Teodosio dio muestra.  Un día de fiesta, durante la misa en la catedral de Milán, Teodosio se acercó al altar a depositar su ofrenda y permaneció en el presbiterio. San Ambrosio le preguntó si deseaba algo. El emperador dijo que quería asistir a la misa y comulgar. Entonces San Ambrosio mandó al diácono a decirle: "Señor, durante la celebración de la misa nadie puede estar en el presbiterio. Os ruego que os retiréis a donde están los demás. La púrpura os hace príncipe pero no sacerdote. "Teodosio se disculpó y dijo que estaba en la creencia de que en Milán existía la misma costumbre que en Constantinopla, donde el sitial del emperador se hallaba en el presbiterio. En seguida, dio las gracias al obispo por haberle instruido y se retiró al sitio en el que se hallaban los laicos.
El año 393, tuvo lugar la patética muerte del joven Valentiniano, quien fue asesinado en las Galias por Arbogastes cuando se hallaba solo entre sus enemigos. San Ambrosio, que había partido en auxilio suyo, encontró la procesión funeraria antes de cruzar los Alpes. Arbogastes, a quien se había dicho que San Ambrosio era "un hombre que dice al sol: '¡Detente!, y el sol se detiene", había maniobrado para conseguir que el santo obispo le apoyase en sus intereses.  Pero Ambrosio, sin nombrar personalmente a Arbogastes, manifestó claramente en la oración fúnebre de Valentiniano que sabía a qué atenerse sobre su muerte. Por otra parte, salió de Milán antes de la llegada de Eugenio, el enviado de Arbogastes, de suerte que este último empezó a amenazar con perseguir a los cristianos. Entre tanto, San Ambrosio fue de ciudad en ciudad, exhortando al pueblo a oponerse a los invasores. Después regresó a Milán, donde recibió la carta en que Teodosio le anunciaba que había vencido a Arbogastes en Aquileya. Dicha victoria fue el golpe de muerte al paganismo en el imperio. Pocos meses después, murió Teodosio en brazos de San Ambrosio. En la oración fúnebre del emperador, el santo habló con gran elocuencia del amor que profesaba al difunto y de la gran responsabilidad que pesaba sobre sus dos hijos, a quienes tocaba gobernar un imperio cuyo lazo de unión era el cristianismo. 
En tanto que el Imperio Romano comenzaba a decaer en el occidente, San Ambrosio daba nueva vida a su idioma y enriquecía a la iglesia con sus escritos. [*3*] Pero el santo sólo sobrevivió dos años a Teodosio el Grande. Una de las últimas obras que escribió fue el tratado sobre "La bondad de la muerte".  Las obras homiléticas, exegéticas, teológicas, ascéticas y poéticas del santo son numerosísimas. Cuando el santo cayó enfermo, predijo que moriría después de la Pascua, pero prosiguió sus estudios acostumbrados y escribió una explicación al salmo 43.  Mientras San Ambrosio dictaba, Paulino, que era su secretario y fue más tarde su biógrafo, vio una llama en forma de escudo posarse sobre su cabeza y descender gradualmente hasta su boca, en tanto que su rostro se ponía blanco como la nieve. A este propósito escribió Paulino:  "Estaba yo tan asustado, que permanecí inmóvil, sin poder escribir. Y a partir de ese día, dejó de escribir y de dictarme, de suerte que no terminó la explicación del salmo".  En efecto, el escrito sobre el salmo se interrumpe en el versículo veinticuatro.  Después de ordenar al nuevo obispo de Pavía, San Ambrosio tuvo que guardar cama. Cuando el conde Estilicón, tutor de Honorio, se enteró de la noticia, dijo públicamente: "El día en que ese hombre muera, la ruina se cernirá sobre Italia". Inmediatamente, el conde envió al santo unos mensajeros para pedirle que rogara a Dios que le alargase la vida.  El santo repuso:  "He vivido de suerte que no me avergonzaría de vivir más tiempo. Pero tampoco tengo miedo de morir, pues mi Amo es bueno".  El día de su muerte, Ambrosio estuvo varias horas acostado con los brazos en cruz, orando constantemente.  San Honorato de Vercelli, que se hallaba descansando en otra habitación, oyó una voz que le decía tres veces:  "¡Levántate pronto, que se muere!"  Inmediatamente bajó y dio el viático a San Ambrosio, quien murió a los pocos momentos.  Era el Viernes Santo, 4 de abril de 397.  El santo tenía aproximadamente cincuenta y siete años.  Fue sepultado el día de Pascua.  Sus reliquias reposan bajo el altar mayor de su basílica, a donde fueron trasladadas el año 835.  Su fiesta se celebra el día del aniversario de su consagración episcopal, tanto en oriente como en occidente.  Su nombre figura en el canon de la misa del rito de Milán.
Sus libros son sus reflexiones y discursos. De modo que sus famosos Comentarios Exegéticos, antes de ser reunidos en volúmenes, habían sido predicados.  Por eso son tan vivos y ungidos por el Espíritu Santo.
Bibliografía
Sálesman, Eliécer; Vidas de Santos # 4
Sgarbossa, Mario - Luigi Giovannini; Un santo para cada día

martes, 28 de septiembre de 2010

Encuentro del 21 de Septiembre de 2010 - San Agustin

SAN AGUSTIN DE HIPONA


BIOGRAFÍA DE SAN AGUSTÍN
354-430 AD

 
Una de las autobiografías más famosas del mundo, las Confesiones de San Agustín, comienza de esta manera: “Grande eres Tu, Oh Señor, digno de alabanza … Tu nos has creado para Ti, Oh Señor, y nuestros corazones estarán errantes hasta que descansen en Ti” (Confesiones, Capítulo 1). Durante mil años, antes de la publicación de la Imitación de Cristo,  Confesiones fue el manual más común de la vida espiritual. Dicho libro ha tenido más lectores que cualquiera de las otras obras de San Agustín. El mismo escribió sus Confesiones diez años después de su conversión, y luego de ser sacerdote durante ocho años. En el libro, San Agustín se confiesa con Dios, narrando el escrito dirigido al Señor. San Agustín le admite a Dios: “Tarde te amé, Oh Belleza siempre antigua, siempre nueva. Tarde te amé” (Confesiones, Capítulo 10).  Muchos aprenden a través de su autobiografía a acercar sus corazones al corazón de Dios, el único lugar en donde encontrar la verdadera felicidad … ¿Quién fue este ‘pecador que llegó a ser un santo’ en la Iglesia? 
 Los primeros años
San Agustin nació en Africa del Norte en 354, hijo de Patricio y Santa Mónica. El tuvo un hermano y una hermana, y todos ellos recibieron una educación cristiana. Su hermana llegó a ser abadesa de un convento y poco después de su muerte San Agustín escribió una carta dirigida a su sucesora incluyendo consejos acerca de la futura dirección de la congregación. Esta carta llego a ser posteriormente la base para la “Regla de San Agustín”, en la cual San Agustín es uno de los grandes fundadores de la vida religiosa.
 Patricio, el padre de San Agustín fue pagano hasta poco antes de su muerte, lo cual fue una respuesta a las fervientes oraciones de su esposa, Santa Mónica, por su conversión. Ella también oró mucho por la conversión de su entonces caprichoso hijo, San Agustín. San Agustín dejó la escuela cuando tenía diez y seis años, y mientras se encontraba en esta situación se sumergió en ideas paganas, en el teatro, en su propio orgullo y en varios pecados de impureza. Cuando tenía diez y siete años inició una relación con una joven con quien vivió fuera del matrimonio durante aproximadamente catorce años. Aunque no estaban casados, ellos se guardaban mutua fidelidad.  Un niño llamado Adeodatus nació de su unión, quien falleció cuando estaba próximo a los veinte años. San Agustín enseñaba gramática y retórica en ese entonces, y era muy admirado y exitoso. Desde los 19 hasta los 28 años, para el profundo pesar de su madre, San Agustín perteneció a la secta herética de los Maniqueos. Entre otras cosas, ellos creían en un Dios del bien y en un Dios del mal, y que solo el espíritu del hombre era bueno, no el cuerpo, ni nada proveniente del mundo material.   
La conversión de San Agustín
A través de la poderosa intercesión de su madre Santa Mónica, la gracia triunfó en la vida de San Agustín. El mismo comenzó a asistir y a ser profundamente impactado por los sermones de San Ambrosio en el Cristianismo. Asimismo, leyó la historia de la conversión de un gran orador pagano, además de leer las epístolas de San Pablo, lo cual tuvo un gran efecto en el para orientar su corazón hacia la verdad de la fe Católica. Durante un largo tiempo, San Agustín deseó ser puro, pero el mismo le manifestó a Dios, “Hazme puro … pero aún no” (Confesiones, Capítulo 8).  Un día cuando San Agustín estaba en el jardín orando a Dios para que lo ayudara con la pureza, escuchó la voz de un niño cantándole: “Toma y lee; toma y lee” (Confesiones, Capítulo 8). Con ello, el se sintió inspirado a abrir su Biblia al azar, y leyó lo primero que llego a su vista. San Agustín leyó las palabras de la carta de San Pablo a los Romanos capítulo 13:13-14:  “nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos … revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias.” Este acontecimiento marcó su vida, y a partir de ese momento en adelante el estuvo firme en su resolución y pudo permanecer casto por el resto de su vida. Esto sucedió en el año 386. Al año siguiente, 387, San Agustín fue bautizado en la fe Católica. Poco después de su bautismo, su madre cayó muy enferma y falleció poco después de cumplir 56 años, cuando San Agustín tenía 33. Ella le manifestó a su hijo que no se preocupara acerca del lugar en donde sería enterrada, sino que solo la recordara siempre que acudiera al altar de Dios. Estas fueron unas palabras preciosas evocadas desde el corazón de una madre que tenía una profunda fe y convicción.  
Obispo de Hipona
Luego de la muerte de su madre, San Agustín regresó al Africa. El no deseaba otra cosa sino la vida de un monje – vivir un estilo de vida silencioso y monástico. Sin embargo, el Señor tenía otros planes para el. Un día San Agustín fue a la ciudad de Hipona en Africa, y asistió a una misa. El Obispo, Valerio, quien vio a San Agustín allí y tuvo conocimiento de su reputación por su santidad, habló fervientemente sobre la necesidad de un sacerdote que lo asistiera. La congregación comenzó de esa manera a clamar por la ordenación de San Agustín. Sus plegarias pronto fueron escuchadas. A pesar de las lágrimas de San Agustín, de su resistencia y de sus ruegos en oposición a dicho pedido, el vio en todo esto la voluntad de Dios. Luego dio lugar a su ordenación. Cinco años después fue nombrado Obispo, y durante 34 años dirigió esta diócesis.   San Agustín brindó generosamente su tiempo y su talento para las necesidades espirituales y temporales de su rebaño, muchos de los cuales eran gente sencilla e ignorante. El mismo escribió constantemente para refutar las enseñanzas de ese entonces, acudió a varios consejos de obispos en Africa y viajó mucho a fin de predicar el Evangelio. Pronto surgió como una figura destacada del Cristianismo. 
El amor de San Agustín hacia la verdad a menudo lo llevo a controversias con diversas herejías. Por ejemplo, las principales herejías contra las cuales habló y escribió fueron las de los Maniqueos, de cuya secta había pertenecido anteriormente; de los cismáticos Donatistas que se habían apartado de la iglesia; y, durante los veinte años restantes de su vida, contra los Pelagianos, que exageraban la función del libre albedrío para hacer caso omiso a la función de la gracia en la salvación de la humanidad. San Agustín escribió mucho acerca de la función de la gracia en nuestra salvación, y más adelante obtuvo el título de doctor de la Iglesia especialmente debido a sus intervenciones con los Pelagianos. En esta línea, el mismo escribió mucho también acerca del pecado original y sus efectos, del bautismo de niños pequeños y de la predestinación.  
Escritos
San Agustín fue un escritor prolífico, que escribió más de cien títulos separados. Según lo mencionado anteriormente, San Agustín escribió su famosa autobiografía titulada Confesiones.  El mismo escribió además un gran tratado durante un período de 16 años titulado Sobre la Trinidad, meditando sobre este gran misterio de Dios casi diariamente. San Agustín escribió además la Ciudad de Dios, que comenzaba como una simple y breve respuesta a la acusación de los paganos de que el Cristianismo era el responsable de la caída de Roma.
 Dicha obra fue escrita entre los años 413-426, y es una de las mejores obras de apologética con respecto a las verdades de la fe Católica. En ella, la ‘ciudad de Dios’ es la Iglesia Católica. La premisa es que los planes de Dios tendrán resultado en la historia en la medida en que las fuerzas organizadas del bien en esta ciudad derroten gradualmente a las fuerzas del orden temporal que hacen la guerra a la voluntad de Dios. Una línea de este libro se puede apreciar a continuación: “Por tanto dos ciudades han sido construidas por dos amores: la ciudad terrenal por el amor del ego hasta la exclusión de Dios; la ciudad celestial por el amor de Dios hasta la exclusión del ego. Una se vanagloria en si mismo, la otra se gloría en el Señor. Una busca la gloria del hombre, la otra encuentra su mayor gloria en el testimonio de la conciencia de Dios” (Ciudad de Dios, Libro 14).

Conclusión de su vida
En 430 San Agustín se enfermó y falleció el 28 de agosto de ese mismo año. Su cuerpo fue enterrado en Hipona, y fue trasladado posteriormente a Pavia, Italia. San Agustín ha sido uno de los más grandes colaboradores de las nuevas ideas en la historia de la Iglesia Católica. El es un ejemplo para todos nosotros – un pecador que se hizo santo y que nos da esperanza a todos. San Agustín es actualmente uno de los treinta y tres doctores de la Iglesia. Su fiesta se celebra el 28 de agosto.
 

Basilica de San Pietro en el Ciel d’Oro(donde se encuentran los restos de San Agustín)
San Pietro en el Ciel d'Oro ("San Pedro en el cielo de oro” en italiano) es una basílica católica romana de los Agustinos en Pavía, Italia. El Papa Benedicto XVI la visito en abril del año 2007. Las primeras novedades que tenemos acerca de esta Basílica datan del año 604. La Basílica no es el edificio original. Sigue a otro que era del estilo cristiano de los principios, con columnas simples y techo de madera. La Basílica actual, de forma Románica-Lombarda, data del siglo doce. La misma fue consagrada por el Papa Inocente II en 1132. Dicha Basílica heredó el nombre de “ciel d’oro” (cielo de oro) debido a que el techo de Madera de la iglesia Cristiana de los principios era decorada con pintura de color dorado. El exterior es simplemente de ladrillos. La Basílica es mencionada por Dante, Petrarca y Boccaccio. 
La Basílica cuenta con tres naves. Al final de la nave derecha, el piso del ábside muestra los restos de un mosaico del siglo doce. En la nave izquierda, que aún constituye la construcción original, existen rastros de frescos de los siglos quince y diez y seis. La bóveda majestuosa de la nave central fue reconstruida en 1487 por el arquitecto Giacomo Da Candia de Pavia. 
La Iglesia es el lugar de reposo para los restos de San Agustín de Hipona. El presbiterio es dominado por el Arco de mármol de San Agustín, erigido sobre una cripta. Esta es una obra de arte de la escultura Lombarda del siglo catorce. La misma se encuentra decorada con 95 estatuas.  En el año 1327, el Papa Juan XXII expidió la bula papal Veneranda Santorum Patrum, en la cual  nombra a los Agustinos custodios de la tumba de San Agustín, que fue erigida nuevamente en 1362 y tallada de manera elaborada con escenas de la vida de San Agustín. Dichas escenas incluyen la conversión de San Agustín, su bautismo, los milagros luego de su muerte y el traslado de sus reliquias a Pavia.   
Existe además una cripta en la cual se encuentra enterrado Severino Boezio. El alma de su gran cónsul, senador y filósofo es mencionado por Dante en el décimo canto de “il Paradiso.”  A la derecha de la cripta yace el cuerpo de Liutprando, rey de los Lombardos. Se lo considero por siempre merecedor del esplendor que aseguró a esta Basílica por transferir las santas reliquias de San Agustín desde Sardinia en el año 724.
Estas reliquias, descubiertas en la cripta en el año 1695, actualmente yacen en una urna de plata al pie del Arco de mármol. 
La sacristía de la Basílica es imponente. Con una bóveda acanalada, la misma es rica en decoraciones “grotescas”, atribuidas al siglo diez y seis. Existe también un lienzo del siglo diez y seis que ilustra a San Agustín conversando con San Jerónimo. Los dos altares de mármol son obras del escultor Giovanni Scapolla, oriundo de Pavia. Uno de ellos esta dedicado a Santa Rita, y data del año 1940. El otro, esta dedicado al Sagrado Corazón, y data del año 1963. 
El Arca de San Agustín
Se trata de una pequeña descripción enciclopédica de la fe de las virtudes teologales, cardinales y monásticas. Se encuentran representados también algunos episo
dios de la vida de S. Agustín, el Gran Doctor de la Iglesia: su conversión, bautismo por S. Ambrosio, los milagros, muerte.. 430 d. C. – y el traslado de sus reliquias a Pavía. Detrás del Arca, aparece una porción de mosaico octagonal, de la Catedral de la antigua Hipona, donde Agustín fue Obispo - 395 / 430 d. C. El fresco que cubre la bóveda del ábside remonta al año 1900. En un fondo de falso mosaico dorado domina la figura del Redentor sentado en trono y flanqueado por el Apóstol San Pedro y S. Agustín con su madre Mónica. 






 Para consultar las Obras de San Agustín: OBRAS COMPLETAS DE SAN AGUSTIN DE HIPONA

lunes, 20 de septiembre de 2010

Extra Ecclesia Nulla Salus

 Sacrosanto, Ecuménico y General Concilio de Trento
Esta es la fe del bienaventurado San Pedro, y de los Apóstoles; esta es la fe de los Padres; esta es la fe de los Católicos.


SESIÓN VII
Celebrada en el día 3 de marzo de 1517.
DECRETO SOBRE LOS SACRAMENTOS

CÁNONES DE LOS SACRAMENTOS EN COMÚN

CAN. IV. Si alguno dijere, que los Sacramentos de la Nueva Ley no son necesarios, sino superfluos para salvarse; y que los hombres sin ellos, o sin el deseo de ellos, alcanzan de Dios por sola la fe, la gracia de la justificación; bien que no todos sean necesarios a cada particular; sea excomulgado.


Encuentro del 14 de Septiembre de 2010 - Los Santos Padres

Los Santos Padres
Testigos de la Tradición y Apologístas de la Fe.




La PATROLOGÍA es la ciencia y el estudio de los Santos Padres de la Iglesia.

Esta ciencia nos da a conocer las fuentes de la Tradicióm, el principio y fundamento de las ciencias sagradas, y cómo se defendió y propagó por todas partes las Doctrinas de Nuestro Señor Jesucristo.
Éste estudio nos suministra preciosos elementos para la defensa de nuestra Religión y en apoyo de nuestra Fe.

Los Santos Padres por su remotísima antigüedad, tocaban con sus manos el orígen mismo de la Tradición, habrían oído a los discipulos mismos de Jesucristo o de sus Apóstoles.

El presbistero D. Miguel Sanchez, nos indica que se requieren cuatro condiciones para ser considerado Santo Padre:

1) Remota antigüedad, o sea proximidad al origen de la Tradición.
2) Ciencia eminente, ingenio e instrucción.
3) Insigne santidad, virtudes, heroísmo, integridad.
4) Testimonio de la Iglesia, o sea la declaración explícita o implícita hecha por los Papas o los Concilios del espeto de su doctrina y la veneración de su autor.

Entre los Santos Padres, están los llamados Doctores de la Iglesia (o colúmnas de la Iglesia).

ACLARACIONES PREVIAS: Sobre la autoridad de la doctrina a través de los Santos Padres.

1º) No suministran argumentos ciertos cuando se aplican a cosas que pueden conocerse por la luz natural.

2º) La autoridad de uno o varios en materia de Fe o sagradas ciencias suministran un argumento probable pero no firme. No considerarlo sería imprudente. En su conjunto (no individualmente) los Santos Padres SON INFALIBLES.

3º) Cuando hay argumentos no concordantes, o incluso contradictorios, no pueden suministrar al teólogo argumentos firmes.

4º) Los argumentos de todos los Santos Padres aunque sean coincidentes en materias ajenas a la Fe, son probables.

5º) En materia de Fe, de exposición de las Sagradas Escrituras, la sentencia común de todos los Santos Padres debe considerarse como un argumento CIERTÍSIMO para confirmar las aserciones teológicas.

El SACROSANTO ECUMENICO y GENERAL CONCILIO DE TRENTO (Concilio Tridentino) dispone que no solamente sus argumentos (en común sentencia) son CIERTÍSIMOS, sino que DE NINGÚN MODO PODEMOS CONTRADECIRLES.

6º) Los Santos Padres NO pueden errar en un Dogma de Fe.



Fuente: Los Santos Padres. P. D. Miguel Sanchez, Madrid, 1864.-

miércoles, 15 de septiembre de 2010

EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

Este día nos recuerda el hallazgo de la Santa Cruz en el año 320, por parte de Santa Elena, madre de Constantino. Más tarde Cosroas, rey de Persia se llevó la cruz a su país. Heraclio la devolvió a Jerusalén.
El cristianismo es un mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además la Resurrección, más que la Cruz, da sentido a nuestra vida.
Pero ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz, de San Pablo. Nosotros no hubiéramos introducido la Cruz. Pero los caminos de Dios son diferentes. Los apóstoles la rechazaban. Y nosotros también. Cuando Clovodeo leía la Pasión exclamaba: ¡Ah, si hubiera estado allí yo, con mis francos!
La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo redentor.
Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su presencia. En presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.
Jesús, en plena juventud, es eliminado y lo acepta para abrirnos el paraíso con la fuerza de su bondad: "En plenitud de vida y de sendero dio el paso hacia la muerte porque El quiso. Mirad, de par en par, el paraíso, abierto por la fuerza de un Cordero" (Himno de Laudes).
En toda su vida Jesús no hizo más que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el destierro. Perseguido, humillado, condenado. Sólo sube para ir a la Cruz. Y en ella está elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor, para atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera, como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en la Cruz para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir nuestro dolor solidariamente.
Pero el discípulo no es de mejor condición que el maestro, dice Jesús. Y añade: "El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". Es fácil seguir a Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué bien estamos aquí!, decía Pedro. En Getsemaní se duerme, y, luego le niega.
"No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está crucificado" (León Bloy). "Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía" (El Señor a Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido -la madurez adquirida en el dolor- no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la Cruz de Jesús, besemos la nuestra, astilla de la suya.
La Cruz aceptada - no la buscada - tiene un gran valor... Dijo una ostra a otra ostra: "Siento un gran dolor dentro de mí. Es pesado y redondo y me lastima". Y la otra ostra replicó con arrogancia: "Alabados sean los cielos y el mar. Yo no siento dolor dentro de mí. Me siento bien e intacta'". Un cangrejo que pasaba por allí las escuchó y dijo a la que estaba bien e intacta: "Sí, te sientes bien, pero el dolor de la otra es una hermosa perla".
Es la ambigüedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.
Cosroes, rey de Persia, se llevó de Jerusalén la Cruz de Jesucristo, y Heraclio, emperador de Oriente, le declaró la guerra. Después de tres victorias debidas a la Santísima Virgen, Heraclio volvió a Jerusalén con la verdadera Cruz. Quiso llevarla en triunfo sobre sus hombros, pero una fuerza invisible lo detuvo a las puertas de la ciudad. El patriarca Zacarías le observó que sus suntuosas vestiduras contrastaban con la pobreza y humildad de Jesucristo. El emperador entonces se quitó su púrpura, su corona y su calzado, para vestir hábito de penitente. Así pudo entrar en la ciudad y llevar la Cruz hasta la cumbre del Calvario, el año 629.


MEDITACIÓN SOBRE
LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ.
I. El amor a la Cruz nos levanta sobre
las creaturas. Un hombre que ame los sufrimientos está al abrigo de los azares de la fortuna: la enfermedad, la pobreza o la deshonra no podrían turbar su paz. ¿Por qué? Porque él desea las aflicciones y las sufre con alegría por amor a Jesucristo. Todo lo que para ti es motivo de temor y de tristeza para él es una dicha. El cristiano puede parecer desdichado, nunca la es. (Minucio Félix)
.II. El que ama la Cruz está por sobre si mismo. No es ya un hombre sometido a sus pasiones, tiranizado por la concupiscencia, afeminado por las delicias. No tiene más que un solo deseo, el de sufrir; y como en esta vida las ocasiones de sufrir se encuentran a cada paso, siempre está contento y gozoso.
III. El que ama la Cruz se asemeja a Jesús crucificado; lo contempla, y se alegra viendo que los sufrimientos lo hacen fiel imagen del Salvador. Está crucificado para el mundo, y muerto para sí mismo. Sujétame a la cruz, oh Jesús mío, sin tener en cuenta las repugnancias de mi carne; porque os debo mi alma y mi cuerpo, como a mi Redentor. ¡Que mi cuerpo sea, pues, crucificado, coronado de espinas y semejante a ese Cuerpo adorable que Vos ofrecéis al eterno Padre por mí! Si debes tu cuerpo a Jesús dáselo, si puedes, tal como Él te ha dado el suyo. (Tertuliano)
El amor a la cruz
Orad por las almas del Purgatorio.
ORACIÓN
Oh Dios, que todos los años nos proporcionáis un nuevo motivo de gozo con la solemnidad de la Exaltación de la Santa Cruz, haced, os lo suplicamos, que después de haber conocido su misterio en la tierra, merezcamos ir al cielo a gustar los frutos de su Redenci6n. Por J. C. N. S. Amén.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Beatificación del Cardenal Newman

LONDRES, 12 Sep. 10 / 02:19 pm (ACI)

En la práctica tradicional, la Iglesia celebra a los santos y beatos en el día de su muerte, pero en el caso del futuro beato Cardenal John Henry Newman –converso del anglicanismo-, el Calendario Litúrgico lo festejará en la fecha de su conversión al catolicismo.
A pocos días de la beatificación del Cardenal Newman, la Santa Sede ya publicó los detalles de la ceremonia que presidirá el Papa Benedicto XVI en Reino Unido el próximo domingo 19 de septiembre.
Durante la celebración eucarística en el Parque Cofton de Birmingham, el Santo Padre pronunciará lo que se denomina la "fórmula de beatificación", en la que declara que el Cardenal Newman en lo sucesivo pueda ser invocado beato.
Benedicto XVI proclamará que de aquí en adelante la fiesta del Cardenal Newman se celebrará cada 9 de octubre.
En general, los días de fiesta de los beatos y los santos están marcados en el día de su muerte. El Cardenal Newman falleció el 11 de agosto de 1890. Sin embargo, la Iglesia lo recordará el día se convirtió al catolicismo, el 9 de octubre de 1845.
En tono de broma, el Padre Federico Lombardi declaró en una conferencia de prensa que la Iglesia conmemora a muchos grandes santos en agosto así que para él es una buena idea celebrar al Cardenal Newman en octubre. El 11 de agosto la Iglesia celebra a Santa Clara de Asís.

La religión como sentimiento, principio del liberalismo

La religión como sentimiento, principio del liberalismo



Discurso del Card. Newman al recibir el birrete cardenalicio
Henry Cardenal Newman

El 12 de mayo de 1879, el entonces Padre Newman acudió a Roma para recibir el “biglietto” que le anunciaba que el Papa León XIII había decidido elevarlo a la dignidad cardenalicia. En ese entonces, pronunció un memorable discurso que ahora publicamos, tomándolo de la traducción ofrecida por la revista Humanitas. Sorprende, de modo especial, la actualidad de las palabras pronunciadas por el futuro beato.

Le agradezco, Monseñor, la participación que me hecho del alto honor que el Santo Padre se ha dignado conferir sobre mi humilde persona. Y si le pido permiso para continuar dirigiéndome a Ud., no en su idioma musical, sino en mi querida lengua materna, es porque en ella puedo expresar mis sentimientos, sobre este amabilísimo anuncio que me ha traído, mucho mejor que intentar lo que me sobrepasa.

En primer lugar, quiero hablar del asombro y la profunda gratitud que sentí, y siento aún, ante la condescendencia y amor que el Santo Padre ha tenido hacia mí al distinguirme con tan inmenso honor. Fue una gran sorpresa. Jamás me vino a la mente semejante elevación, y hubiera parecido en desacuerdo con mis antecedentes. Había atravesado muchas aflicciones, que han pasado ya, y ahora me había casi llegado el fin de todas las cosas, y estaba en paz. ¿Será posible que, después de todo, haya vivido tantos años para esto? Tampoco es fácil ver cómo podría haber soportado un impacto tan grande si el Santo Padre no lo hubiese atemperado con un segundo acto de condescendencia hacia mí, que fue para todos los que lo supieron una evidencia conmovedora de su naturaleza amable y generosa. Se compadeció de mí y me dijo las razones por las cuales me elevaba a esta dignidad. Además de otras palabras de aliento, dijo que su acto era un reconocimiento de mi celo y buen servicio de tantos años por la causa católica, más aún, que creía darles gusto a los católicos ingleses, incluso a la Inglaterra protestante, si yo recibía alguna señal de su favor. Después de tales palabras bondadosas de Su Santidad, hubiera sido insensible y cruel de mi parte haber tenido escrúpulos por más tiempo.

Esto fue lo que tuvo la amabilidad de decirme, ¿y qué más podía querer yo? A lo largo de muchos años he cometido muchos errores. No tengo nada de esa perfección que pertenece a los escritos de los santos, es decir, que no podemos encontrar error en ellos. Pero lo que creo poder afirmar sobre todo lo que escribí es esto: que hubo intención honesta, ausencia de fines personales, temperamento obediente, deseo de ser corregido, miedo al error, deseo de servir a la Santa Iglesia, y, por la misericordia divina, una justa medida de éxito. Y me alegra decir que me he opuesto desde el comienzo a un gran mal. Durante treinta, cuarenta, cincuenta años, he resistido con lo mejor de mis fuerzas al espíritu del liberalismo en religión. ¡Nunca la Santa Iglesia necesitó defensores contra él con más urgencia que ahora, cuando desafortunadamente es un error que se expande como una trampa por toda la tierra! Y en esta ocasión, en que es natural para quien está en mi lugar considerar el mundo y mirar la Santa Iglesia tal como está, y su futuro, espero que no se juzgará fuera de lugar si renuevo la protesta que hecho tan a menudo.

El liberalismo religioso es la doctrina que afirma que no hay ninguna verdad positiva en religión, que un credo es tan bueno como otro, y esta es la enseñanza que va ganando solidez y fuerza diariamente. Es incongruente con cualquier reconocimiento de cualquier religión como verdadera. Enseña que todas deben ser toleradas, pues todas son materia de opinión. La religión revelada no es una verdad, sino un sentimiento o gusto; no es un hecho objetivo ni milagroso, y está en el derecho de cada individuo hacerle decir tan sólo lo que impresiona a su fantasía. La devoción no está necesariamente fundada en la fe. Los hombres pueden ir a iglesias protestantes y católicas, pueden aprovechar de ambas y no pertenecer a ninguna. Pueden fraternizar juntos con pensamientos y sentimientos espirituales sin tener ninguna doctrina en común, o sin ver la necesidad de tenerla. Si, pues, la religión es una peculiaridad tan personal y una posesión tan privada, debemos ignorarla necesariamente en las interrelaciones de los hombres entre sí. Si alguien sostiene una nueva religión cada mañana, ¿a ti qué te importa? Es tan impertinente pensar acerca de la religión de un hombre como acerca de sus ingresos o el gobierno de su familia. La religión en ningún sentido es el vínculo de la sociedad.

Hasta ahora el poder civil ha sido cristiano. Aún en países separados de la Iglesia, como el mío, el dicho vigente cuando yo era joven era: “el cristianismo es la ley del país”. Ahora, en todas partes, ese excelente marco social, que es creación del cristianismo, está abandonando el cristianismo. El dicho al que me he referido se ha ido o se está yendo en todas partes, junto con otros cien más que le siguen, y para el fin del siglo, a menos que interfiera el Todopoderoso, habrá sido olvidado. Hasta ahora, se había considerado que sólo la religión, con sus sanciones sobrenaturales, era suficientemente fuerte para asegurar la sumisión de nuestra población a la ley y al orden. Ahora, los filósofos y los políticos están empeñados en resolver este problema sin la ayuda del cristianismo. Reemplazarían la autoridad y la enseñanza de la Iglesia, antes que nada, por una educación universal y completamente secular, calculada para convencer a cada individuo que su interés personal es ser ordenado, trabajador y sobrio. Luego, para el funcionamiento de los grandes principios que toman el lugar de la religión, y para el uso de las masas así educadas cuidadosamente, se provee de las amplias y fundamentales verdades éticas de justicia, benevolencia, veracidad, y semejantes, de experiencia probada, y de aquellas leyes naturales que existen y actúan espontáneamente en la sociedad, y en asuntos sociales, sean físicas o psicológicas, por ejemplo, en el gobierno, en los negocios, en las finanzas, en los experimentos sanitarios, y en las relaciones internacionales. En cuanto a la religión, es un lujo privado que un hombre puede tener si lo desea, pero por el cual, por supuesto, debe pagar, y que no debe imponer a los demás ni permitirse fastidiarlos.

El carácter general de esta gran apostasía es uno y el mismo en todas partes, pero en detalle, y en carácter, varía en los diferentes países. En cuanto a mí, hablaría mejor de mi propio país, que sí conozco. Creo que allí amenaza con tener un formidable éxito, aunque no es fácil ver cuál será su resultado final. A primera vista podría pensarse que los ingleses son demasiado religiosos para un movimiento que, en el continente, parece estar fundado en la infidelidad. Pero nuestra desgracia es que, aunque termina en la infidelidad como en otros lugares, no necesariamente brota de la infidelidad. Se debe recordar que las sectas religiosas que se difundieron en Inglaterra hace tres siglos, y que son tan poderosas ahora, se han opuesto ferozmente a la unión entre la Iglesia y el Estado, y abogarían por la descristianización de la monarquía y de todo lo que le pertenece, bajo la noción de que semejante catástrofe haría al cristianismo mucho más puro y mucho más poderoso. Luego, el principio liberal nos está forzando por la necesidad del caso. Considerad lo que se sigue por el mismo hecho de que existen tantas sectas. Se supone que son la religión de la mitad de la población, y recordad que nuestro modo de gobierno es popular. Uno de cada doce hombres tomados al azar en la calle tiene participación en el poder político, y cuando les preguntáis sobre sus creencias representan una u otra de por lo menos siete religiones. ¿Cómo puede ser posible que actúen juntos en asuntos municipales o nacionales si cada uno insiste en el reconocimiento de su propia denominación religiosa? Toda acción llegaría a un punto muerto a menos que el tema de la religión sea ignorado. No podemos ayudarnos a nosotros mismos. Y, en tercer lugar, debe tenerse en cuenta que hay mucho de bueno y verdadero en la teoría liberal. Por ejemplo, y para no decir más, están entre sus principios declarados y en las leyes naturales de la sociedad, los preceptos de justicia, veracidad, sobriedad, autodominio y benevolencia, a los que ya me he referido. No decimos que es un mal hasta no descubrir que esta serie de principios está propuesta para sustituir o bloquear la religión. Nunca ha habido una estratagema del Enemigo ideada con tanta inteligencia y con tal posibilidad de éxito. Y ya ha respondido a las expectativas que han aparecido sobre la misma. Está haciendo entrar majestuosamente en sus filas a un gran número de hombres capaces, serios y virtuosos, hombres mayores de aprobados antecedentes, y jóvenes con una carrera por delante.

Tal es el estado de cosas en Inglaterra, y es bueno que todos tomemos conciencia de ello. Pero no debe suponerse ni por un instante que tengo temor de ello. Lo lamento profundamente, porque preveo que puede ser la ruina de muchas almas, pero no tengo temor en absoluto de que realmente pueda hacer algún daño serio a la Palabra de Dios, a la Santa Iglesia, a nuestro Rey Todopoderoso, al León de la tribu de Judá, Fiel y Veraz, o a Su Vicario en la tierra. El cristianismo ha estado tan a menudo en lo que parecía un peligro mortal, que ahora debemos temer cualquier nueva adversidad. Hasta aquí es cierto. Pero, por otro lado, lo que es incierto, y en estas grandes contiendas es generalmente incierto, y lo que es comúnmente una gran sorpresa cuando se lo ve, es el modo particular por el cual la Providencia rescata y salva a su herencia elegida, tal como resulta. Algunas veces nuestro enemigo se vuelve amigo, algunas veces es despojado de esa especial virulencia del mal que es tan amenazante, algunas veces cae en pedazos, algunas veces hace sólo lo que es beneficioso y luego es removido. Generalmente, la Iglesia no tiene nada más que hacer que continuar en sus propios deberes, con confianza y en paz, mantenerse tranquila y ver la salvación de Dios. “Los humildes poseerán la tierra y gozarán de inmensa paz” (Salmo 37,11).

jueves, 9 de septiembre de 2010

Inquisición

Título: La Inquisición: Su propósito y razones en la visión medieval.
Autor: Dave Armstrong. 21 de febrero de 2006.
Copyright 2006 by Dave Armstrong. All rights reserved.
Original en Inglés: The Inquisition: Its Purpose and Rationale Within the Medieval Worldview
Traducción: Alejandro Villarreal de Biblia y Tradición, 2008.







La Inquisición fue el tema que más inquietud me produjo respecto a la Iglesia Católica antes de convertirme y todavía me inquieta a nivel moral, mas no desde el punto de vista desaprobatorio. Creo que ahora entiendo mucho mejor las razones por la cuales esas cosas ocurrieron y lo que la Iglesia aprendió en los siglos sucesivos. Esto se remonta a la visión medieval del mundo.

A menos que uno haga un esfuerzo objetivo para entender esto los demás no entenderán a la Inquisición o a las Cruzadas ni un poco, entender la clase de motivos que impulsaron a las personas de la edad media y que son por completo ajenos al moderno relativismo y punto de vista indiferentista de las cosas en la actualidad, sin embargo no son incomprensibles. La Inquisición representó una ampliación de los tipos de crímenes que eran considerados una amenaza a la sociedad, incluida la herejía. Por consiguiente, era un entendimiento diferente de lo que constituían las amenazas a la sociedad.

En la Edad Media la herejía era considerada como una obstinación, que se hacía de mala fe y de mala voluntad. En la actualidad la Iglesia tiene un enfoque con un matiz más psicológico: la herejía no es considerada de mala fe, de aquí que la persona es menos culpable y menos merecedora a ser castigada, esto es a nivel humano, el juicio divino es por completo diferente. Hemos aprendido también que la imposición es incongruente con el punto de vista cristiano, por lo menos en los casos en que la herejía no se convierta en desorden civil, como los donatistas, monofisistas, arrianos y albigenses, entre otros.

Me atrevería a decir que la herejía constituye, tanto una amenaza a la sociedad civil como a la Iglesia, de la misma manera en que la santidad, el absolutismo y la pureza sexual amenazan a la revolución liberal y sexual y la cultura de la muerte que estamos viviendo en la actualidad. Más allá de sus creencias extrañas y pervertidoras de la cultura, los albigenses no eran más que unos santurrones y sabelotodos.

Para entender mejor la historia, Will Durant escribió:

Por algún tiempo los cátaros, una variante del albigenismo, recibieron una amplia tolerancia de parte de los poderes eclesiástico y secular en el sur de Francia. En principio y apariencia a la gente se le permitía escoger entre la antigua y la nueva religión, fueron llevados a cabo debates públicos entre teólogos católicos y cátaros, uno de estos debates tuvo lugar en Carcasona en la presencia de un delegado papal y el rey Pedro II de Aragón en 1204. En 1167 varias ramas del catarismo celebraron un concilio, el cual fue atendido por representantes de varios países, en éste se discutía y regulaba la doctrina cátara, su disciplina y administración, concluyó sin disturbios.

Los nobles, de relativa pobreza, comenzaron a adueñarse de las propiedades de la Iglesia. En 1171 Roger II Vizconde de Béziers saqueó una abadía, encarcelo al obispo de Albi y comisionó a un hereje para que lo vigilara. Cuando los monjes de Allet escogieron un abad inconveniente para el Vizconde, éste quemó el monasterio y encarceló al abad, cuando el abad murió, el alegre Vizconde colocó su cadáver en el púlpito y persuadió a los monjes a escoger un sustituto a modo del perseguidor. Raymond Roger Conde de Foix sometió al abad y a los monjes de la abadía de Pamiers y sus caballos comieron avena en el altar, sus soldados utilizaron los brazos y piernas de los crucifijos como mazos para triturar granos y utilizaron la imagen de Cristo como diana. El Conde Raymond VI de Tolosa destruyó muchas iglesias y persiguió a los monjes de Moissac, fue excomulgado en 1196.

Inocencio III, quien llegó al papado en 1198, observó en estos acontecimientos una amenaza tanto para la Iglesia como para el estado, reconoció algunas posibles excusas para criticar a la Iglesia si tomaba medidas correctivas pero sintió que no podía permanecer con los brazos cruzados ante la gran organización eclesiástica que esperaba mucho de él y le veían como un bastión para contener la violencia humana, el caos social, la iniquidad nobiliaria que había atacado a la Iglesia de manera profunda, que había robado sus posesiones, dignidad y se había burlado con parodias blasfemas. El Estado había cometido muchos pecados, había albergado la corrupción y mantenido a muchos funcionarios desvergonzados, sin embargo, solo un tonto desearía destruir el Estado. ¿Cómo podría prevalecer cualquier orden social sobre principios que prohibían el linaje y recomendaban el suicidio? ¿Podría alguna economía prosperar con la idolatría de la indigencia y sin los incentivos de la propiedad? ¿La relación entre los sexos y la crianza de los niños podría ser rescatada del desorden salvaje sin la institución del matrimonio? (The Age of Faith, New York: Simon & Schuster, 1950, 772-773)

Esta declaración elocuente y precisa fue hecha por alguien que no era católico o cristiano, un humanista, y da justo en el blanco, cuando señala que en ese caso la herejía afectó demasiado tanto al orden social como al religioso. Las sociedades civiles hacen esto mismo de una manera muy semejante, ya sea en la persecución a los comunistas por la derecha (McCartismo), ya sea en la persecución de los grupos pro vida y pro familia por la izquierda en la actualidad, llamándolos homofóbicos, antifeministas e intolerantes. De nuevo sostengo que la Iglesia tenía motivos valiosos, racionales y éticos para defenderse.

Hillaire Belloc escribió, con relación al asunto de la anti-materia maniquea:

Una cosa que los Maniqueos siempre han sostenido, es que la materia pertenece al lado maligno, aunque puede haber mucha maldad en las cosas espirituales, de todos modos, el bien debe ser en su totalidad espiritual. Esto es algo que no solo se encuentra en los primeros Maniqueos ni en forma exclusiva en los Albigenses de la Edad Media, incluso lo encontramos en la modernidad con los puritanos. Es evidente e indisoluble la conexión maniquea, la materia es susceptible de descomponerse y por lo tanto es mala y los apetitos son malos. Esta idea se ramifica en toda clase de detalles absurdos: el vino es malo, las diversiones son malas y así continúa. Debido a que la Iglesia Católica siempre ha cuestionado las actitudes de este tipo es que ha habido un conflicto irreconciliable entre ésta y los maniqueos o los puritanos. (The Great Heresies, London: Sheed & Ward, 1938, reprinted by TAN Books, Rockford, IL: 1991, 85-86)

La gente del medioevo creía con una gran nivel de justificación dentro de la perspectiva cristiana que la herejía era tan peligrosa para los individuos como para las sociedades, como lo es el crimen físico o incluso más que éste último tomando en cuenta las premisas fundamentales en la actualidad. Este principio interno ha permanecido inmutable mientras que la aplicación y el entendimiento particular de éste han experimentado un desarrollo positivo, la creencia en la herejía como mala y destructora del alma está por completo en efecto hoy día, pero el entendimiento de los motivos del hereje y en consecuencia el tratamiento o castigo han cambiado junto con la relación de la Iglesia y Estado en las sociedades modernas.

El teólogo católico alemán, Karl Adam, puntualizó:

Es verdad que los herejes fueron procesados y quemados en la Edad Media y el origen de tales persecuciones debe ser buscado en las concepciones bizantinas y medievales del estado. Por lo cual, cada ataque a la unidad de la fe fue considerado como un crimen abierto en contra de la unidad y estabilidad del estado y se tenía que castigar conforme a los primitivos métodos de la época.

La religión para el hombre medieval abarcaba la totalidad de su vida y perspectiva, así, cada rebelión en contra de la fe católica era vista como un crimen moral y una especie de asesinato del alma y de Dios, una ofensa más atroz que el parricidio. Y esta perspectiva era más lógica que sicológica (emocional), este hombre medieval se regocijaba en la percepción de la verdad, pero tenía muy poca apreciación de las condiciones fisicas de vida en la que vivía su alma y de los medios para alcanzarlos. En el estudio del hombre debemos no sólo tomar en cuenta la lógica de la verdad sino también la calidad de las dotes espirituales y mentales con las que reaccionaba ante la verdad. Y debido a que no vivían las infinitas variedades de las dotes espirituales es que siempre estuvo preparado, de forma especial cuando la verdad era impugnada y así concluir que era un caso de mala voluntad y pasar de la sentencia a la condenación, incluso cuando había obstáculos intelectuales insuperables en el camino de la percepción de la verdad del acusado. Esta actitud en la que prevalecía la lógica de la razón es característica de la edad Media, esa época no tenía un sentimiento de la vida como algo que fluía con sus propias leyes ni había apreciación de la historia, la propia ni la general. Y esta actitud no fue superada y corregida hasta que el espíritu de los tiempos cambió, hasta que el curso de los siglos y una larga transformación cambiaron el panorama. Por consiguiente, la persecución de los herejes no procede de la naturaleza del catolicismo sino de la actitud mental y política de la Edad Media.

El teólogo tiene medios de estudio sicológicos e históricos que le permiten tener un mayor alcance en el entendimiento de este tema y ser más cauteloso al atribuir una mala voluntad al hereje. Se ha sensibilizado ante las innumerables posibilidades del error invencible y por lo tanto excusable. (The Spirit of Catholicism, 1929, reprinted by Image Books, Garden City, NY, 1954, 182-184)

Por supuesto, debo señalar a propósito la absurda manifestación y trágica ironía de cualquier crítica moderna hacia la Iglesia sobre esos pasados siglos de escándalos, cuando en Norte América cuatro mil niños no nacidos están siendo exterminados de manera cruel y legal en el interior del vientre de sus madres, algunos de los cuales estaban por nacer cuando “esclarecidos doctores progresistas” les succionaron los sesos, corresponde a una moral y lógica ridículas e indignantes el que se critique sin fundamento a la Inquisición cuando una Inquisición mucho más horrible e injusta tendiente al holocausto y al genocidio, una guerra en contra de los niños en edad prenatal tiene lugar en nuestra época cada día. Es necesario hacer un balance moral y esparcir un poco de justa indignación en contra de este hecho, incluso el Código de Hammurabi en Babilonia en el año 1800 a. C. condenaba el aborto.

No podemos apreciar en la actualidad como sociedad la equivocación, la injusticia y el ultraje que representa el aborto, en la práctica, la única motivación para realizar un aborto es la conveniencia personal, la comodidad y el poderoso dinero, al menos la Iglesia en la Edad Media tenía un motivo meritorio para perseguir a aquellos que caían en herejía, correcto o no el motivo era para proteger a las almas de la mayoría de ser arrastradas a la perdición y con bastante posibilidad a la condenación eterna, esto es por mucho un motivo más elevado que el libertinaje sexual sin responsabilidad o el motivo monetario de los aborcionistas.

El aniquilamiento de los herejes estaba basado en la noción de que eran una amenaza para la sociedad y que podrían originar incalculables daños para las almas porque en esos días la herejía estaba considerada como dañina y peligrosa, más de lo que el crimen físico es considerado hoy. Los humanistas creen que el cuerpo muere y eso es todo, los cristianos creen que un hereje deliberado y obstinado podría arder en el infierno por siempre, de aquí la gran importancia para prevenir el esparcimiento de la herejía.

Todos coinciden en que hay casos en los que el matar no es asesinato pero poco se puede hacer en una defensa moral de lo que Stalin y Hitler hicieron, pero, por otro lado, la Inquisición vista no desde esa distorsión de su naturaleza y sin la prejuiciosa visión de algunos historiadores sino desde un punto de vista objetivo puede ser defendida desde muchos puntos de vista mas no en forma absoluta, como lo he tratado de hacer.

No pienso que la Inquisición pueda ser por completo defendible por el apologista católico y no trataré de hacer eso, en lo personal no me gusta la Inquisición pero el afirmar que no hay una diferencia esencial entre la Inquisición y el comunismo, entre la Inquisición y los excesos del nazismo, como algunos críticos del catolicismo o cristianismo tratan de hacer, es una notoria ridiculez y algo absurdo.

La herejía era considerada un crimen como parte de la legislación regular de una sociedad porque era más dañina para el individuo visto como alma inmortal que como un mero daño a su propiedad o su cuerpo. Centrándose en el pecado y el crimen, vistos en sus diferentes manifestaciones y grados, mortal y venial en teología o los grados de criminalidad en la ley penal es el grado y naturaleza del delito o culpabilidad y esto es por mucho lo que mejor ha entendido la Iglesia a través de los siglos.

Así, la Inquisición no puede ser entendida como un cruel acto de asesinato o represión como lo sería el nazismo o el estalinismo sino tan sencillo como un sistema de castigos por el bien de la sociedad así como lo son las prisiones de nuestros días. La civilización en su mayoría, en nuestros días, frunce el ceño cuando piensa en la pena capital por ser un castigo cruel e inusual y esta civilización ha desarrollado un entendimiento acerca del crimen y del castigo en la medida en que una sociedad que mata a sus niños pueda llamarse civilizada. La Iglesia también ha llegado a diferentes conclusiones en el como tratar a los herejes.

La Inquisición pudo haber estado equivocada en la aplicación de la severidad debido a las consideraciones ya presentadas pero de ninguna manera fueron asesinatos institucionalizados, un gobierno puede sentenciar a muerte a una persona inocente y sin embargo no es asesinato en sí. Puede ser una gran injusticia o una imitación de la justicia basada en un error o falta de evidencia pero el fin último del estado es actuar en buena conciencia de acuerdo a la cantidad de pruebas que posee. Al estado se le reconoce el poder de la espada en el pensamiento bíblico cristiano (Romanos 13) y la policía tiene este poder.

La Iglesia se ha dado cuenta que dentro de un ambiente de derechos de la libertad individual y conciencia guiada es más efectiva una aproximación que en el castigo temporal a los herejes, porque las causas de la herejía son consideradas muy complejas y no ceden ante el juicio duro y expeditivo. En esos días casi todos los Estados eran seculares y existían entidades que ponían en efecto las ejecuciones, ese estado de las cosas es imposible en la actualidad incluso si la Iglesia deseara perseguir a los herejes. Los secularistas adoptaron el relativismo y concluyeron que al no existir una verdad determinada en asuntos espirituales y teológicos y por supuesto en ningún otro asunto, la herejía es un asunto sin sentido y toda creencia debe existir en la medida en que no dañe a nadie eso sí excluyendo a los niños en la etapa prenatal.

Por otro lado, en la Iglesia la herejía todavía es considerada como peligrosa en extremo pero se ha decidido que no es castigable con la muerte física o la persecución coercitiva, como resultado del crecimiento del poder temporal dentro de la Iglesia surgieron violentas y maliciosas herejías como el Donatismo, Arrianismo y albigenismo así como varios efectos en el pensamiento medieval.

El uso de la tortura es uno de los aspectos que desacredita a la Inquisición pero esto ha sido tratado con exageración de manera especial en los métodos que utilizaba. En nuestros días, la policía interroga a los sospechosos utilizando métodos sicológicos en su mayoría sin embargo no descarta el uso de la fuerza física, lo mismo ocurre con los prisioneros de guerra y espías, es irónico que los Estados sigan usando los métodos por los que la Iglesia Católica es reprobada siempre, sin embargo ésta última hace mucho que los ha dejado de utilizar mas los reproches no han cesado.

Buena parte de la razón por la que la Iglesia es criticada con severidad es la hostilidad hacia la Edad Media que se ha alojado en la sociedad moderna G. K. Chesterton hizo dos brillantes observaciones al respecto:

Hay algo extraño cuando traemos a la memoria a la Edad Media siempre es de una manera áspera y medio grotesca, ¿por qué siempre recordamos a la Edad Media con cosas absurdas? pocas personas en la actualidad saben que una gran cantidad de brillante filosofía, una metafísica delicada y una clara y digna moral está implícita en los escritores serios de la Edad Media, pero parece que solo hemos asimilado las partes más toscas y bufonescas de ésa época a las que hemos etiquetado como humanas y poéticas, presumimos la ignorancia del medievalismo mas nos hemos contentado con ser unos ignorantes del conocimiento de la Edad Media, cuando hablamos acerca de la Edad Media es para hacer énfasis en lo pintoresco, recordamos que la alquimia es medieval y que las heráldicas también mas olvidamos que el Parlamento es medieval, todas las Universidades son medievales, las empresas son medievales, la pólvora y la imprenta son medievales y que muchas de las cosas que gozamos en la actualidad y que contribuyen al progreso tuvieron ahí su origen. (“The True Middle Ages,” The Illustrated London News, 14 July 1906)

La Iglesia primitiva era ascética pero probó que no era pesimista por la sencilla razón que los condenaba, el credo declaró que el hombre era pecador mas no declaró que la vida fuese el mal, la condenación de los primeros herejes es considerada como algo estricto e inflexible pero fue la prueba contundente de que la Iglesia tenía la intención de ser fraternal y tolerante, probó que los primeros católicos estaban ansiosos de explicar que no consideraban al hombre por completo vil, que no pensaban que la vida fuese miserable sin remedio ni que el matrimonio fuese un pecado o que la procreación una tragedia. (The Everlasting Man, Garden City, NY: Doubleday Image, 1925, 223)

Lo que he tratado de hacer es plantear interrogantes acerca de cómo es descrita por lo común la Inquisición, las motivaciones detrás de ésta y porqué no es una prueba en contra del origen divino de la Iglesia, hubieron malos inquisidores así como hubieron malos Papas, obispos y sacerdotes sin embargo no tantos como es pensado en automático, como cuando la BBC sacó un especial por TV y la tesis eran los “grandes crímenes” de la Inquisición en España, por supuesto de una forma escandalosa y calumniosa haciendo eco de exageraciones de historiadores y la cultura popular.

Mientras el castigo siga existiendo en la sociedades civiles e incluso la pena de muerte para castigar los crímenes en contra de las personas y sus propiedades no es del todo incomprensible el que alguna vez la Iglesia fuese partidaria de ese tipo de castigos en contra de las personas que cometían crímenes en contra del alma y de la verdad espiritual que de lo contrario hubiesen llevado a muchas personas al fuego eterno del infierno. En este punto realizaremos un acercamiento diferente al tema más cercano a la Iglesia primitiva de los apóstoles. No somos más culpables de “asesinato” en masa de lo que las sociedades civiles lo son cuyas policías matan a sospechosos, soldados matan enemigos o el Estado ejecuta criminales seriales. La Inquisición fue la aplicación de la justicia civil como era entendida en la mentalidad medieval con algunas premisas defectuosas como quién debería ser tratado como criminal.

Concluiré con las palabras de Michael W. Martin, apologista católico en internet:

Encontraremos un panorama completamente diferente si abordamos el tema desde el punto de vista de lo que era considerado herejía por la Iglesia y la forma en que se llevaron a cabo las ejecuciones. En el siglo IV los priscilianos causaban muchos disturbios, fueron declarados herejes y fueron excomulgados por la Iglesia, sin embargo, el problema no terminó ahí, el Imperio autodeclarado cristiano estaba preocupado por la inestabilidad en el orden civil causado por los priscilianos y decidió imponer pena de muerte como castigo a esta herejía, San Martín de Tours estaba horrorizado por el proceder del Estado pero sus protestas fueron atendidas por oídos sordos, el ESTADO entonces los ejecutó dejando claro que la Iglesia no estaba involucrada en tales hechos.

Otro ejemplo fueron los herejes donatistas ellos tenían un ejército de campesinos conocidos como circumcelliones, turbas donatistas, circelliones o milites Christi agnostici, éstos entrarían a los poblados maltratarían e incluso matarían al clero regular e instalarían a sus propios prelados. De nuevo el Imperio intervino para reestablecer el orden y los herejes fueron ejecutados, y de nuevo fue el Estado y no la Iglesia. San Agustín estaba harto de la violencia de los circumcelliones y admitió que era necesario el uso de la fuerza, en ese entonces la gente era arrastrada por las calles e incluso asesinada y llega un punto en el cual el uso de la autoridad es adecuado y necesario.

En general la Iglesia ha tenido y tiene muy poca autoridad temporal, por ejemplo hubo un grupo de personas que entró en la catedral de san Patricio en Nueva York interrumpieron la Misa y causaron bastante desorden mientras el Cardenal estuvo ahí. ¿a quién hubo que llamar, a la Guardia Suiza del Vaticano? No, llamaron a las autoridades civiles para restaurar el orden y tal como es hoy, durante toda la historia de la Iglesia cualquier autoridad temporal ejercida por la Iglesia de hecho provenía en gran parte de la autoridad civil. Los prelados de la Iglesia no tenían grandes ejércitos o policía el rey o el Estado sí. De esta manera, cuando surgían problemas que requerían el uso de la fuerza temporal era el Estado el que lo ejercía en general y de la forma en que lo deseaba tal como sucedió en el ejemplo actual en Nueva York.

El caso típico de la Edad Media era el que una persona fuera acusada de herejía o brujería, la Iglesia procesaría al acusado y si lo encontraba culpable podría remitirlo a las autoridades civiles para que recibiera su castigo, las autoridades civiles fijarían la pena que por supuesto no era infrecuente que fuera la pena de muerte pero este era el castigo habitual para los crímenes más graves y la herejía era uno de ellos.

Una parte de la razón por la que la pena de muerte era ejercida para castigar la herejía era que ésta era fuente de malestar en la sociedad. Los romanos vieron en los cristianos a unos herejes con una noción divina equivocada y vieron en esto un potencial debilitamiento del Imperio y por lo tanto los cristianos fueron echados a los leones como alimento. Ahora traslademos el Imperio al cristianismo entonces son las herejías las que se convierten ahora en un problema, como los priscilianos, podría agregar que muchos católicos perdieron sus vidas bajo el reinado de Enrique VIII y su hija Elizabeth porque fueron considerados herejes y en oposición al Estado, lo mismo sucedió en Alemania y Suiza con los luteranos y calvinistas len donde a ejecución de herejes no es una situación histórica o cultural extraordinaria.

Ahora cualquiera que piense que el Estado ejecutó la voluntad absoluta de la Iglesia un día después de que Constantino declaró cristiano al estado es un inconcebible ignorante de la más elemental historia. Algunos emperadores y reyes han sido los mayores herejes de la cristiandad, revísese la controversia arriana, cuando un emperador se convertía al arrianismo, los arrianos negaban que Jesús fuera Dios, éste empezaba una persecución imperial en contra de los que ostentaban la verdadera fe, los grandes como san Atanasio, san Ambrosio y san Hilario fueron exiliados a partes remotas del imperio por rehusarse a las órdenes del emperador y adoptar el arrianismo otros murieron en la defensa de la divinidad de Jesús.

La doctrina de la Iglesia se formula a través de las declaraciones de los Concilios y las Encíclicas Papales, no existe ningún documento doctrinal de la Iglesia declarando que “las brujas deben llevarse a la hoguera” y reto a cualquiera a que presente un documento oficial por el estilo. Si se me permite dar un ejemplo, si alguien en el gobierno dice que algo está contra la ley no significa que de manera automática esté en contra de la ley. La doctrina como la ley civil lleva un proceso en su promulgación. Como no tengo duda, algunos miembros de la Iglesia han hecho ese tipo de declaraciones pero esto no significa que es una enseñanza autorizada de la Iglesia y no es mayor que el caso hipotético en que el presidente declarara que vestirse de color azul ahora es ilegal.

No dudo que algunos funcionarios de la Iglesia consideraron prudente declarar eso ya que las brujas tenían el supuesto poder de matar a voluntad, revisense los casos de las brujas de Salem. Tampoco dudo que algunas brujas hayan sido quemadas con la complicidad de algunos funcionarios de la Iglesia, sin embargo ¡esto dista mucho de alguna declaración doctrinal que diga que uno debe creer que las brujas tengan que ser quemadas!