viernes, 31 de diciembre de 2010

1º de enero - Santa María Madre de Dios

Sancta Maria, Dei Genitrix

1 de enero - Santa María, Madre de Dios
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Después de ocho días de haber nacido el Hijo de Dios, la Iglesia dirige su mirada a la Madre de este Niño, que es Hombre y Dios. Esta fiesta es conocida en el rito siríaco como la fiesta de las felicitaciones de María: la Iglesia felicita a María por el don divino de ser Madre de Dios.
San Ignacio de Antioquía llama a Jesús: “el Hijo de Dios y de María”. El Concilio de Éfeso en el año 431 declaró esta verdad como un dogma que hay que creer. Es interesante ver que esta Octava de Navidad cae el día primero del año.
Iniciamos el año mirando este cuadro desbordante de ternura: la Virgen-Madre con su Hijo Hombre-Dios. Toda la grandeza de María está en este Niño divino. En su Hijo nos sentimos hermanos y la queremos como Madre. Ella nos alimenta con su intercesión, nos anima con su ejemplo, nos espera en el reino de su Hijo, nuestro hermano y Señor.
Sancta Maria, Dei Genitrix
La divina Maternidad de María expresa su principal misión y grandeza que le hace asumir una relación con Dios enteramente particular. El título de “Madre de Dios” hay que entenderlo. No es que Dios tenga una madre como nosotros; no es que haya podido transmitir a Cristo la divinidad, la cual posee él desde siempre. El gran hecho, el más grande acontecimiento de la historia es que “el Verbo si hizo carne y vino a habitar entre nosotros” (Jn 12,14). Para comprender el máximo título mariano, debemos desplazarnos de María a Jesús. Los evangelios no llaman nunca a María “Madre de Dios”, sino “Madre de Jesús”. Sólo comprendiendo quién es el Hijo de María, comprenderemos quién es su Madre. La historia de la Iglesia nos muestra este camino. En el 431 el Concilio de Efeso tuvo la principal preocupación de resolver el problema cristológico reafirmando la unicidad de la persona de Cristo. Como consecuencia se derivó también de allí la confirmación del título de María de “Madre de Dios”.
Veinte años después, en el 451, el Concilio de Calcedonia definía el título de “Madre de Dios” como dogma; pero también aquí la finalidad principal era la de difundir la doctrina exacta sobre Jesús verdadero Dios, encarnado en el vientre de María Virgen. Así se quiso defender y reconocer la Divinidad de Jesús, Hijo de María.
Tomado de rafaes.com

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Fuente: bibliaytradicion.wordpress.com

martes, 28 de diciembre de 2010

Los Santos Inocentes – 28 de diciembre

por Radio Cristiandad

Los Santos Inocentes – 28 de diciembre


La consulta bien intencionada de aquellos Magos que llegaron de Oriente al rey fue el detonante del espectáculo dantesco que organizó la crueldad aberrante de Herodes a raíz del nacimiento de Jesús.
Habían perdido el brillo celeste que les guiaba, llegó la desorientación, no sabían por donde andaban, temieron no llegar a la meta del arduo viaje emprendido tiempo atrás y decidieron quemar el último cartucho antes de dar la vuelta a su patria entre el ridículo y el fracaso.
Al rey le produjo extrañeza la visita y terror la ansiosa pregunta sobre el lugar del nacimiento del Mesías; rápidamente ha hecho sus cálculos y llegado a la conclusión de que está en peligro su status porque lo que las profecías antiguas presentaban en futuro parece que ya es presente realidad. Se armó un buen revuelo en palacio, convocaron a reunión a los más sabios con la esperanza de que se pronunciaran y dieran dictamen sobre el escondrijo del niño “libertador”. El plan será utilizar a los visitantes extranjeros como señuelo para encontrarle. Menos mal que volvieron a su tierra por otro camino, después que adoraron al Salvador. Impaciente contó Herodes los días; se irritó consigo mismo por su estupidez; los emisarios que repartió por el país no dan noticia de aquellos personajes que parecen esfumados, y se confirma su ausencia. Vienen los cálculos del tiempo, y contando con un margen de seguridad, le salen dos años con el redondeo.
Los niños que no sobrepasen dos años en toda la comarca morirán. Hay que durar en el poder. El baño de sangre es un simple asunto administrativo, aunque cuando pase un tiempo falten hombres para la siembra, sean escasos los brazos para segar y no haya novios para las muchachas casaderas; hoy sólo será un dolor pasajero para las familias sin nombre, sin fuerza, sin armas y sin voz. Unas víctimas ya habían iniciado sus correteos, y balbuceaban las primeras palabras; otras colgaban todavía del pecho de sus madres. Pero para Herodes era el precio de su tranquilidad.
Son los Santos Inocentes. Están creciendo para Dios en su madurez eterna. Ni siquiera tuvieron tiempo de ser tentados para exhibir méritos, pero no tocan a menos. Están agarrados a la mano que abre la gloria. Aplicados los méritos de Cristo sin que fuera preciso crecer para pedir el bautismo de sangre, como tantos laudablemente hoy son bautizados en la fe de la Iglesia con agua sin cubrir expediente personal. El Bautismo es gracia.
Entraron en el ámbito de Cristo inconscientes, sin saberlo ni pretenderlo; como cada vez que por odio a Dios, a la fe, hay revueltas, matanzas y guerras; en esas circunstancias surgen mártires involuntarios, que aún sin saberlo, mueren revestidos y purificados por la sangre de Cristo, haciéndose compañeros suyos en el martirio; y no se les negará el premio sólo porque ellos mismo, uno a uno, no pudieran pedirlo. En este caso es el sagrado azar providente de caer por causa de Cristo, porque la mejor gloria que el hombre puede dar a Dios es muriendo.
Ya el mismo Jeremías dejó dicho y escrito que “de la boca de los que no saben hablar sacaste alabanza”.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Sermón: Navidad

MISA DE NOCHEBUENA


Basado en la obra del Cardenal Primado de España,
Don Isidro Gomá y Tomás: Jesucristo Redentor
en la ciudad de David, ha nacido para ustedes el Salvador, que es el Mesías y el Señor
an Lucas narra detalladamente los principales episodios ocurridos en el nacimiento de Jesús: el edicto de César Augusto ordenando el empadronamiento de los súbditos del imperio; el viaje de San José y de la Virgen Santísima desde Nazaret a Belén con motivo de la inscripción en los registros de su familia, pues eran de la real prosapia de David; el nacimiento del Hijo de María; la escena de la aparición del Ángel; la visita de los pastores al Niño recién nacido y la divulgación de cuanto les aconteció la noche del Nacimiento en las inmediaciones de Belén.
Esta es la historia. Todo lo humano que en ella aparece es sencillo: unos pobres artesanos que suben de Nazaret a Belén, modestas ciudades, para llenar un requisito legal; un paupérrimo lugar que sirve de albergue a indigentes viandantes y al ganado; unos sencillos pañales y un pesebre; unos simples e ingenuos pastores que narran candorosamente lo que han visto y oído.
Lo único grande que hay en esta narración acontece incluso en la soledad de la campaña y a media noche; se trata de la parte en que interviene sobrenaturalmente el Cielo: un Ángel, un ejército de Ángeles, el resplandor de Dios que envuelve a los pastores y les aterra; el anuncio de una gran alegría para todo el mundo; la descripción del recién nacido: es el Salvador, el Cristo de Dios, el descendiente de David; y luego el estallido de las voces de la legión de Ángeles, que alaban a Dios y dicen: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.
Este cántico, que la Iglesia reproduce en el Santo Sacrificio de la Misa, es la nota culminante de la aparición a los pastores; sublime doxología con que los espíritus celestiales dan gloria a Dios, porque todavía los hombres no conocen el inefable misterio que se acaba de realizar, y anuncio del bien mayor que puedan apetecer los hombres, que es la paz.
Es el comienzo de un himno de glorificación de Dios y de pacificación del mundo, cuya primera nota es el Nacimiento del Hijo de María Santísima en un pobre establo, y que se intensificará y agrandará en los siglos sucesivos, hasta eternizarse en la región de la gloria y de la paz bienaventuradas.

Toda la economía de la redención gira alrededor de estas dos grandes ideas, verdaderos polos del mundo sobrenatural:
* Que en todo sea glorificado Dios por Jesucristo;
* Y la cifra de las aspiraciones de la Iglesia y que pronunció por vez primera Jesús, consumado que hubo la obra de la redención: La paz sea con vosotros.
Gloria y paz… la glorificación de Dios es la pacificación del mundo; la incorporación a esta paz que el Hijo de Dios trajo al mundo es el comienzo de nuestra gloria.

De este modo, esta noche señala el punto en que se verificó la transformación del mundo; pues toda la cronología de los pueblos civilizados empieza en este punto en que una pobre Virgen da a luz a un Niño desconocido en un portal miserable.
Sólo Dios envía a sus Ángeles, en medio de una luz celestial, para indicar en esta claridad de media noche el día interminable que para la humanidad empieza.
De aquí, de este portal de Belén, que ni llega a mesón ni pasa de corraliza, sale la fuerza de Dios que transformará la tierra, porque en él ha nacido el que cambiará la corriente del pensamiento y del corazón humanos.
Aquí se reanudan las relaciones entre el Cielo y la tierra, interrumpidas desde el principio del mundo; porque aquí se han abrazado Dios y los hombres en este Niño que nace y que es nada menos que un Hombre-Dios.
Formemos coro con los Ángeles del Señor, porque demostrando está que el cántico de aquella noche encierra una gran verdad, es decir, que el Nacimiento de Jesús es gloria para Dios y paz para los hombres.

El Nacimiento de Jesús
es gloria para Dios

Así lo interpreta la Iglesia cuando llama a toda criatura a unirse a los Coros Angélicos de Belén: Hoy ha nacido Cristo; hoy apareció el Salvador; hoy cantan los Ángeles en la tierra, se alegran los Arcángeles, hoy saltan de gozo los justos, diciendo: Gloria a Dios en las alturas. Aleluya (Antífona del Magnificat de las 2das Vísperas del Oficio de Navidad).
¡La gloria de Dios! Dios es esencialmente glorioso, infinitamente glorioso, porque la gloria no es más que la claridad que irradian las perfecciones de un ser, y Dios es luz, y en Él no hay oscuridad ninguna.
En este sentido, nadie es capaz de quitar o añadir un ápice a la gloria de Dios. Esa es su gloria intrínseca.
Pero Dios ha querido derivar de sí algo de esta claridad, e inundar con ella a la criatura, y esta claridad es como un rayo de Dios que ennoblece a la obra de sus manos. Y esta gloria, su gloria extrínseca, sí que puede aumentarla o disminuirla una criatura libre, con el uso de su albedrío, según que colabore con las intenciones de Dios o se oponga a ellas.
Y así comprobamos la razón fundamental de lo glorioso que es para Dios el Nacimiento temporal de su Hijo.
Dios había coronado al hombre de gloria y honor; la luz de Dios reverberaba sobre esta obra admirable de la creación visible; pero el hombre se afeó a sí mismo borrando la imagen que Dios había impreso de Sí mismo en él; se equiparó, dice el Salmista, a los irracionales y se hizo semejante a ellos.
Pero hoy baja Dios del Cielo a la tierra: viene a rectificar lo torcido, a reformar lo deforme, a disipar las tinieblas con su luz, a rehacer, en una palabra, la obra gloriosa que el hombre había deshecho obedeciendo a las sugestiones de Satanás, el enemigo formal de la gloria de Dios.
Este es el misterio de esta luz de la media noche de Navidad, de este gran gozo que inunda al mundo: Annuntio vobis gaudium magnum… Todo ello es presagio de que Dios viene para reivindicar su gloria y que el resplandor de Dios va a brillar otra vez en esta tierra de tinieblas; sus ministros lo anuncian: Gloria a Dios en las alturas.
Es el desquite del deshonor que el hombre había inferido a su obra.
¡Gloria a Dios en las alturas! porque el mundo ha visto la sabiduría, la providencia, el amor y el poder de Dios manifestarse en el espléndido cumplimiento de su palabra.
Cuando se había hecho noche cerrada en el pensamiento y en el corazón de los hombres; cuando se había desterrado la noción de Dios de la política de los pueblos —incluso del pueblo de Dios—, o se habían suplantado sus doctrinas por la necia interpretación de los hombres, vedle a Dios aparecer a media noche, revelarse a los humildes y levantar su cátedra en el pesebre de Belén para adoctrinar al mundo.
Dueño de la historia, ordena los hechos, combina circunstancias insospechadas y dispone de las voluntades de los hombres, hasta de sus adversarios, para que todo concurra, en un momento, en un lugar, en una forma concreta, a realizar lo que tiene prometido.
¡Gloria a Dios en las alturas! Se la da el Nacimiento de Jesús en la realización magnífica de las profecías.
Pero la gloria máxima se la da a Dios este Niño que acaba de nacer.
¡Nos ha nacido el Hombre! Desde Adán prevaricador no había hombre que diera gloria a Dios. Concebidos todos en pecado, con la enorme carga de los pecados personales, apenas si de la humanidad subía a Dios un acto vital digno de él.
Hoy, sí; nos ha nacido un Hombre: ya hay en la tierra una Carne inmaculada, un Pensamiento absolutamente adherido a Dios, un Corazón modelado según el Corazón de Dios y una Voluntad que no hará más que la Voluntad santísima de Dios.
Un hombre unido sustancialmente a Dios, y formando una misma cosa con él, y cuyas acciones serán acciones de hombre, pero tendrán el valor de acciones de Dios.
Un latido de su Corazón dará más gloria a Dios que las miríadas de espíritus que forman la corte de su trono y que le cantan sin cesar sus alabanzas.
Un hombre que es como la síntesis de la creación y el divino resonador de toda criatura que por Él alaba a Dios. Per Dominum nostrum Jesum Christum.
Ved a Jesús Niño…: tiene la plenitud de la unción de la divinidad; es el Sacerdote que oficia ya en el ara del pesebre; es la Hostia que se ofrece desde el punto en que se desprende del seno virginal de la Madre.
Aprendamos la lección que de aquí deriva. La glorificación de Dios es deber fundamental del hombre y del mundo.
No quitemos un ápice de gloria a Dios. Se lo quitamos cuando hay en nuestra vida algo que no concuerda con la divina voluntad.
Al solo Dios Salvador nuestro, por Jesucristo nuestro Señor, sea dada la gloria y magnificencia, imperio y potestad antes de todos los siglos, y ahora, y por todos los siglos de los siglos.

El Nacimiento de Jesús
es paz para los hombres

Y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad… No a los hombres de buena voluntad en el sentido de que la paz dependa de su voluntad de tenerla; sino paz del divino beneplácito, paz de benevolencia de Dios para con todo el género humano.
Nadie es excluido de esta paz sino los que se niegan a recibirla.
¡La paz! ¡El don bendito de la paz!
Cuando el mundo salió de las manos de Dios todo estaba en paz.
Paz en los componentes del hombre, creado en absoluta armonía de cuerpo y de espíritu.
Paz del hombre con Dios, porque la justicia regulaba sus mutuas relaciones.
Paz con el mundo, sometido por Dios a la voluntad del hombre.
El primer pecado fue la ruina de toda paz: él rompió la armonía con Dios; él puso la discordia en el fondo de la vida humana, convertida por él en palestra donde luchan fuerzas antagónicas; él levantó la naturaleza contra el hombre.
Y no habrá paz en el mundo mientras no se destruya el pecado…

Una de las características de la historia humana es la lucha perpetua de hombres con hombres, porque no cesarán jamás las querellas de agitar a los mortales mientras la justicia no prevalezca y ponga el orden y la tranquilidad en todo factor de vida humana.
Pero más representativa es esa inquietud profunda de los espíritus que no han conseguido reconciliarse con Dios; este choque gigantesco de ideas que se agitan en las tinieblas del error y de la ignorancia; esta lucha de corazones desligados del legítimo amor y lanzados por todo apetito a la conquista de los bienes caducos de la vida.

Dios promete el advenimiento de la paz para los tiempos mesiánicos. ¡Y en la tierra, paz!
La paz, desterrada del mundo por el pecado, retornará a él; la paz, anhelo universal de la humanidad, será un hecho; la paz anunciada por los Profetas se establecerá sobre la tierra… La trae el Dios de la paz, el Príncipe de la paz

El nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz, dice, San León; y lo es, ante todo, porque después de siglos vuelven a encontrarse el Dios de la paz y los hombres que suspiran por la paz.

Si la paz es la tranquilidad del orden, ¿quién mejor que Dios nos dará la tranquilidad y el sosiego contra nuestros enemigos de dentro y de fuera, y quién, sino Él, pondrá el orden en todas nuestras cosas, que sólo están ordenadas cuando están orientadas hacia Él?
¡Y en la tierra paz! Porque ha aparecido en el mundo la suprema autoridad y el supremo poder; porque está ya con nosotros el que es vigor tenaz de todas las cosas, que, como mantiene la tranquilidad del orden en el mundo de la materia, así lo hará en el mundo agitado de los espíritus; porque ha aparecido en el mundo el Amor esencial, y los amores humanos se orientarán a él y en él encontrarán el orden y el sosiego de la paz.
Todos los oficios que viene a cumplir este Niño Dios se reducen a un solo oficio, el de Pacificador del mundo.
Es el Redentor, que nos rescatará del poder del enemigo y del pecado, y nos hará libres, condición absoluta de la paz.
Es el Maestro, que nos enseñará la ruta luminosa de la verdad para que sin vacilaciones la siga nuestro pensamiento, que descansará en su posesión.
Es el Salvador, que nos librará del infierno, donde no hay ningún orden, sino que es la habitación sempiterna de todo horror; y nos dará esta salvación cristiana que no es otra cosa que la paz eterna lograda por la fruición de Dios.
Es el Fuerte, que vencerá a todos nuestros enemigos, turbadores de nuestra paz, y nos dará el vigor necesario para hacer sin zozobras el camino de nuestra vida.
Es el Sacerdote, que pacificará con su Sangre, el día del gran Sacrificio, los Cielos y la tierra.
Es el Rey y Príncipe de la paz, con poder sobre cuerpos y almas, sobre toda fuerza y poder, sobre los pueblos y su historia, que lo ordenará todo según las divinas conveniencias de la paz que trajo al mundo.

En el mundo, ciertamente no se acabarán las guerras, porque Dios ha puesto en ellas un castigo de las ambiciones de los hombres, que siempre se renuevan, un resorte para levantar a los pueblos y el remedio clásico para su purificación: la sangre y el fuego.
Pero la historia nos dice que, hasta en este mismo punto vivo de la discordia de los hombres, el espíritu cristiano ha puesto una suavidad y unas limitaciones que el derecho antiguo desconoció; y que cuando el ideal cristiano informaba la política de Europa, las treguas de Dios y otras instituciones redujeron a límites antes desconocidos la ferocidad de las guerras.
El mundo, loco, trabaja en la obra suicida de desterrar a Jesucristo de todas las instituciones sociales. La impiedad es el ariete destructor de la paz; no solamente no hay paz para los impíos, en cuanto han arrancado de su corazón el único pacificador de la vida, que es Dios; sino que los impíos, y más cuando han desatado en la sociedad que gobiernan la persecución y el odio de las cosas divinas, son como un mar alborotado que no puede estar en calma; cuyas olas rebosan en lodo y cieno.

Este Príncipe de la paz que hoy nace es, o la roca firme sobre que podrán los pueblos edificar una vida ordenada y tranquila, o la piedra durísima que caerá sobre los que le repudien o le persigan, y los triturará.

¡Y en la tierra paz! No es sólo la garantía de la paz la presencia en el mundo de Dios hecho carne, ni su acción general sobre los hombres. El divino Emanuel ha traído la paz para cada uno de nosotros, y la realiza en nuestra vida particular, si nosotros no nos sustraemos a su acción pacificadora. Es la paz del Bien Sumo y de la suma amabilidad que nos brinda el nacimiento de Jesús.
Y en este sentido la paz de Cristo es para todos los hombres que tengan buena voluntad de poseerla.
Todos apetecemos este descanso del vivir pacífico; pero pocos hacen lo que deben para lograrlo. No hay más paz verdadera que la que hoy cantan los Ángeles, que es la que nos trajo Jesús. Es la misma que constituye el meollo y el fin de su Evangelio, que es el Evangelio de la paz; la misma que nos dejaba al partir de este mundo.
No oímos la voz de los Ángeles que promulgaban hoy la paz de Cristo; ni tenemos el espíritu del Evangelio de la paz; ni recogemos la herencia de paz que nos legó el Hijo de Dios.
Por esto no tenemos paz.
En Mí tendréis la paz, dijo Jesucristo horas antes de morir. No la tenemos porque no profesamos su doctrina, ni practicamos sus virtudes, ni seguimos sus ejemplos.
Jesucristo no fue sólo un teorizante de la paz. Enseñó la paz, es cierto; hizo la paz en el mundo, es verdad; pero fue para los hombres el modelo de la paz personal que con sus ejemplos debía llevar al mundo esta paz de la vida, desconocida fuera del Cristianismo.
Como Dios, es la paz esencial, porque eternamente descansa en la eterna fruición de sí mismo; y como Hombre-Dios es el divino Salomón, el Rey pacífico, como le llama la Iglesia en la Liturgia de Navidad, que ofreció al mundo el ejemplo de la vida más serena.
Paz en sí mismo, porque en la vida de Jesús no hubo una sola vibración que discordara de las exigencias de su pensamiento y de su Corazón.
Paz con Dios, porque formaba con Dios un solo ser y la naturaleza humana se inclinaba siempre del lado de la voluntad divina.
Paz con los hombres sus hermanos, a quienes trató con la máxima suavidad y caridad.
Paz en sus palabras, que cayeron sobre la tierra como suave rocío que refrigeró los espíritus.
Paz en sus obras, cuya historia constituye un monumento a la vida más pacífica que ha visto el mundo.
Paz en el pesebre, envuelto en pañales, desposado ya con la humildad y la pobreza; paz en el destierro, adonde le empujó la ferocidad de un tirano; paz en el taller de Nazaret y en aquella casa, la más pacífica del mundo, porque en ella moraron el Príncipe de la paz y la Reina de la paz; paz en los caminos de la Palestina, sembrando a voleo el Evangelio de la paz; paz en su Pasión, que soportó con la serenidad y la magnanimidad de Dios; paz en su sepulcro, desde donde bajó a dar a los antiguos justos el ósculo de la paz; paz del resucitado, que tomó la palabra Paz como signo de su identidad personal; paz subiendo a los Cielos, con la serena majestad de quien ha cumplido su obra; paz en los Cielos, donde está sentado a la diestra del Padre en la región de la eterna paz, y desde donde envía a la tierra las santas influencias de la paz divina.

Y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad… Nuestra voluntad debe consistir en realizar en nosotros la paz que hoy nos trajo Jesús.
No nos faltará la buena voluntad de Dios, que no espera más que nuestra colaboración a ella.

Al terminar, evoquemos el recuerdo de dos momentos culminantes de la Santa Misa, en que se resume cuanto hemos dicho de la gloria de Dios y de la paz de los hombres.
Es el primero, cuando el sacerdote toma la Hostia Santa, hace con ella cinco cruces sobre el Cáliz consagrado, al tiempo que dice, levantando Cáliz y Hostia sobre el ara santa: Por Él, con Él y en Él es para ti, Dios Padre Omnipotente, en unidad del Espíritu Santo, todo honor y gloria.
Y es el otro cuando, dividida la Hostia y tomando de ella la partícula más pequeña, traza también con ella tres veces la señal de la Cruz sobre el Cáliz, y dice: Que la paz del Señor sea siempre con vosotros.
Gloria a Dios y paz a los hombres, todo ello por Jesucristo Señor nuestro.
Es su misión y la nuestra.
Llenó Jesucristo maravillosamente sus oficios de dar gloria a Dios y paz a los hombres.
Dio personalmente a Dios la gloria máxima que puede recibir de su criatura, inaugurando en la tierra la vida divina y transformando el mundo.
Nos trajo la paz porque con Él vino Dios a la tierra y acalló en ella la inquietud del alejamiento de Dios, pacificó a los hombres con Dios en el ejercicio de su legación divina, engendró en la tierra el amor cristiano de Dios, germen de paz, y se nos presentó en su Persona como tipo de Hombre de paz, Rey pacífico que con sus ejemplos ha moldeado en la paz las vidas humanas.

Paz y gloria incoadas en la tierra, que florezcan un día en esta paz eterna e imperturbable y en esta gloria llena, imponderable de los Cielos.
Tenemos la certeza de lograrla si seguimos las pisadas de Jesucristo, que vino a la tierra para dirigir nuestros pasos por el camino de la paz.

P. Ceriani


FUENTE: RadioCristiandad 

viernes, 24 de diciembre de 2010

martes, 21 de diciembre de 2010

Excelente Pagina sobre Sindonología

Excelente Pagina sobre Sindonología, aunque no tuve la oportunidad de checkear todo el contenido, la mayor parte es muy bueno.

Centro Español de Sindonología

Además de tratar del Santo Sudario de Turín, trata sobre el Sudario de Oviedo y el Santo Caliz de la última cena de Nuestro Señor Jesucristo.









lunes, 20 de diciembre de 2010

Autor: P. Sergio A. Córdova LC | Fuente: Catholic.net
“Tú eres Pedro y sobre esta piedra...”
Mateo 16, 13-20. Tiempo Ordinario En el Papa tenemos un punto firme y seguro de nuestra fe porque Jesucristo edificó su Iglesia sobre Pedro y sus sucesores.
 
“Tú eres Pedro y sobre esta piedra...”
“Tú eres Pedro y sobre esta piedra...”
Mateo 16, 13-20


Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Él les dijo: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo. Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!» Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!


Reflexión


El Evangelio nos presenta precisamente esta verdad fundamental de nuestra fe, sobre la cual se basan nuestras certezas y seguridades sobrenaturales: ¡Jesucristo fundó realmente su Iglesia y colocó a Pedro y a sus sucesores como piedra angular de la misma!: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. A ti te daré las llaves del Reino de los cielos, y lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo; y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. ¡Esto es lo que da fuerza y solidez a nuestra fe, y por eso nos proclamamos, con santo orgullo, “católicos, apostólicos y romanos”!

Este es un punto fundamental que, tristemente, niegan los separados, que se autodenominan “cristianos”– y que, dicho claramente– han abandonado la fe católica para pasarse a las diversas denominaciones protestantes.

En el Papa los católicos tenemos un punto firme y seguro de nuestra fe porque Jesucristo quiso edificar su Iglesia sobre Pedro y sus sucesores. En sus enseñanzas y en su Magisterio pontificio hallamos una roca inconmovible de frente a los oleajes de confusión doctrinal que hoy en día se arremolinan por doquier, sobre todo en todas esas sectas que quieren asolar y engañar a los fieles católicos. En el Papa, en los Obispos y en los sacerdotes fieles –es decir, en todos aquellos que reconocen la autoridad del Romano Pontífice, siguen su Magisterio y transmiten sus enseñanzas– encontramos al mismo Cristo, Buen Pastor, que guía a sus ovejas a los pastos del cielo. ¡Escuchemos su voz, sigamos sus huellas, imitemos su ejemplo de amor, de santidad y de entrega incondicional para el bien de todos los hombres, nuestros hermanos.

Que éste sea hoy nuestro compromiso: de vivir, defender y proclamar nuestra fe católica, en obediencia al Papa y a nuestros pastores; y, si Dios lo permitiera, también pedirle la gracia de morir por ella, como lo hicieron un día los cristeros y todos nuestros mártires. Que Dios así nos lo conceda y desde ahora proclamemos nuestra fe con nuestras propias obras.
 
P. Sergio Cordova LC

Fuera de la Iglesia Católica Apostólica Romana no hay salvación

«Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos»
El Papa Inocencio III en el año 1208 impone a los valdenses una confesión de fe:
“Creemos de todo corazón y profesamos con nuestros labios una sola Iglesia, no la de los herejes, sino la santa Iglesia Romana, católica y apostólica, fuera de la cual creemos que nadie puede salvarse”
Cuarto concilio Lateranense en el año 1215 en contra de los albigenses define:
“Y hay una sola Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual no se salva absolutamente nadie”
El Papa Bonifacio VIII, en su bula Unam Sactam en el año 1302 escribe:
“Por imperativo de la fe estamos obligados a creer y sostener que hay una santa Iglesia católica y apostólica. Nosotros la creemos firmemente y abiertamente la confesamos. Fuera de ella no hay salvación ni remisión de los pecados”
“Por consiguiente, declaramos, afirmamos, definimos y pronunciamos que el someterse al Romano Pontífice es a toda creatura humana absolutamente necesario para la salvación”
El Concilio de Florencia en el año 1442 en su decreto para los Jacobitas (profesión de fe para la reconciliación de varios grupos monofisitas) reitera:
“(La Iglesia romana) cree firmemente, confiesa y predica que ninguno que esté fuera de la Iglesia católica, no sólo pagano, sino aún judío o hereje o cismático, podrá alcanzar la vida eterna; por el contrario, que irán al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles, a menos que antes de morir sean agregados a ella…Y que por muchas limosnas que haga, aunque derrame su sangre por Cristo, nadie puede salvarse sino permaneciese en el seno y en la unidad de la Iglesia Católica”
El Papa Pío IV, en su bula Iniunctum nobis conocida como la Profesión de fe del Concilio de Trento (año 1564) vuelve a repetir:
“…esta verdadera fe católica fuera de la cual nadie puede salvarse”
El Papa Pío IX, en su alocución Singulari quadam año 1854:
“Hemos de admitir por la fe que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Apostólica Romana; que ella es la única arca de salvación; quien no entrare en ella, perecerá en el diluvio”
El mismo Papa Pio IX en su encíclica Quanto conficiamur moerore año 1863:
“Bien conocido es también el dogma católico, a saber, que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Católica”

martes, 14 de diciembre de 2010

¿Es compatible la Revelación con la evolución?

¿Es compatible la Revelación con la evolución?

A lo largo del Concilio y del postconcilio se ha realizado en la Iglesia toda una labor de aggiornamento, esto es, de actualización o de compa­ginación con el mundo moderno y con su pensamiento, que le ha permitido —supuestamente— purificar sus principios y valores y asimilarlos dentro de la doctrina católica.
Uno de los postulados que había que purificar y asi­milar es el de la evolución. De hecho, desde el Conci­lio, exegetas y teólogos han intentado aplicar la idea de evolución a todo, incluso a la religión, que desde formas primitivas (totémicas y demoníacas) se habría ido trans­formando primero en politeísmo y luego en monoteís­mo, hasta llegar a las tres grandes culturas monoteístas, a saber, judaísmo, cristianismo e islamismo; y también se la han aplicado a las Divinas Escrituras, cuyos libros no habrían sido redactados de un tirón por personas in­dividuales, sino muy gradualmente, a través de los si­glos, por muchas manos anónimas, hasta llegar al esta­do en que las tenemos actualmente.
Y es que la evolución, para el hombre moderno, ha llegado a ser, más que un hecho científico y demostra­do, un modo de concebirlo y de pensarlo todo, o como se dice hoy, una cosmovisión.
Esta cosmovisión se aplica al origen del hombre y de las cosas como un principio casi evidente, que nadie puede ni debe discutir. Eso de que el hombre fue crea­do por Dios a partir del barro, y Eva a partir de Adán, y que todo fue hecho por Dios como se indica en los seis días de la creación, es un cuentito que se creía antes, o por decirlo más educadamente, era la manera de conce­bir las cosas en un pasado; pero hoy, con toda la ciencia y progreso modernos, esta visión de las cosas ya no es posible.
Veamos, si no, a modo de ejemplo, la explicación que el Padre Maximiliano García Cordero da de la crea­ción del hombre. En sus comentarios a la Biblia Nácar-Colunga[1], dice respecto a este punto: “La formación del hombre del polvo es una concepción primitivista y folklórico-ambiental que no prejuzga el problema del posi­ble origen evolucionista del hombre”. Y en su libro “Problemática de la Biblia”, el mismo Padre explaya más extensamente la afirmación anterior. Sigamos su explicación, que servirá de status quaestionis de nuestro artículo.
“Como siempre —nos dice el Padre Cordero, ha­blando de la creación del hombre—, el autor bíblico da una solución religiosa a un misterio que la ciencia mo­derna explicará hoy con nuevas categorías mentales a base de lo que en filosofía se llaman «causas segun­das». Los hagiógrafos, en su visión religiosa de la rea­lidad del mundo y de la vida, simplifican los problemas viendo a Dios interviniendo directamente en todo. Hay que tener en cuenta este modo de pensar y de expresar­se para luego calibrar el sentido de sus afirmaciones dentro de unas concepciones religiosas de su época”.
Por lo tanto, sigue diciendo nuestro autor, “sería in­fantil entender [la creación del hombre] al pie de la le­tra, ya que es una concepción antropomórfica y folkló­rica. Lo que interesa es la lección religiosa que supo­ne: el hombre salió de las manos de Dios, y por ello con una dignidad excepcional dentro de la creación”.
Igualmente, “la leyenda de que la mujer fue tomada del cuerpo del varón («será llamada varona, porque del varón fue tomada», Génesis, 2, 23) encuentra su para­lelo en el folclore de los diversos pueblos de la antigüe­dad, ya que la leyenda de los hombres andróginos (se creía que, al principio, el hombre y la mujer estaban materialmente pegados, y que después fueron violenta­mente separados) estaba muy extendida entre los hom­bres de las culturas primitivas. Es una explicación po­pular y primaria de la atracción irresistible de los se­xos: si el hombre y la mujer en todos los tiempos y lati­tudes se buscan para unirse corporalmente, es porque en un principio estuvieron fisiológicamente unidos”[2].
Hoy en día, concluye el Padre García Cordero, el planteo ya no es religioso, sino científico: “Los paleo-antropólogos deducen que el proceso de «hominización» ha sido muy lento a través de decenas de milenios antes de la aparición del «homo sapiens» en el período cuaternario, hace más de un millón de años. El proce­so de «cefalización» culminaría a través de las edades en la manifestación de la conciencia refleja, la deducción lógica elemental y el principio del progreso, que encontramos ya claramente en el paleolítico... Ante es­te planteamiento científico, ¿cuál es la enseñanza de los textos sagrados? Ya hemos indicado que los autores sa­grados se sitúan en sus explicaciones dentro del ángulo exclusivo de la enseñanza religiosa sin pretensiones científicas, que no se han de pedir a gentes que vivieron hace tres mil años en un ambiente cultural embrionario como los hebreos... El planteamiento de la teoría evo­lucionista escapa a su planteamiento, porque no la co­noce. Por lo tanto, no da un juicio sobre ella. Esto quiere decir que la Biblia ni patrocina ni se opone al origen evolucionista del hombre. Esto es una cuestión que tiene que decidir la investigación científica moder­na. A los autores bíblicos sólo les interesa dejar bien asentado que el hombre viene de Dios, lo que no com­promete la teoría evolucionista sobre el origen del hom­bre”[3].
¿Es tan así? ¿Será cierto que “la Biblia ni patrocina ni se opone al origen evolucionista del hom­bre”1 Por supuesto, el Padre Cordero rechaza la tesis del Evolucionismo ateo, en el cual Dios no intervendría para nada; pero intenta asimilar el Evolucionismo en una versión que sea compati­ble con la doctrina cató­lica, una Evolución en la que Dios habría dirigido las cosas de tal manera que tendría razón la Bi­blia desde un punto de vista religioso, al atribuir dicha Evolución a Dios, y tendría razón también la Ciencia desde un pun­to de vista científico, al explicar el largo proceso como Dios pudo valerse de causas segundas, para hacer emerger al hom­bre, en un largo período de “hominización” y de “cefalización”, de for­mas inferiores de vida. Tomar la Biblia al pie de la letra estaría mal, pues sería no tener en cuenta los aportes de la Ciencia, debidamente purificados; como también es­taría mal tener en cuenta sólo a la Ciencia, sin conside­rar la respuesta religiosa de la Biblia.
Tal visión, volvemos a preguntar, ¿es defendible pa­ra un católico? A ello trataremos de contestar en el pre­sente artículo.

Principios de solución.

Lo primero que conviene decir ante dicho planteo es lo afirmado por el Papa Pío XII, a saber, que “algunos, con temeraria audacia, traspasan la libertad de discu­sión [que el magisterio de la Iglesia ha concedido a los científicos católicos al estudiar este tema][4] al proceder como si el mismo origen del cuerpo humano de una ma­teria viva preexistente fuera cosa absolutamente cierta y demostrada por los indicios hasta ahora encontrados y por los razonamientos de ellos deducidos, y como si, en las fuentes de la revelación divina, nada hubiera que exija en esta materia máxima moderación y cautela”[5].
Es decir, que ni hay nada ciertamente demostrado desde el campo de la Ciencia que obligue a sacrificarle las afirmaciones de la Sagrada Escritura; ni faltan tam­poco serios reparos contra la hipótesis evolucionista desde el campo de la Revelación.
Estos reparos se echan de ver claramente apenas se recuerdan las grandes leyes de interpretación católica de la Sagrada Escritura. En efecto, la Iglesia siempre ha en­señado:

1º Que Ella sola es la intérprete autorizada y fiel de la Sagrada Escritura, y por tanto sólo a Ella —y no a la Ciencia— le compete juzgar del sentido de la misma —en este caso, del sentido exacto del relato de la creación, contenido en el libro del Génesis—.

2º que para indagar este sentido, hay que valerse de tres grandes criterios: el primero es la ense­ñanza solemne del Magisterio, contra cuyo juicio no se puede explicar la Escritura; el segundo es el parecer unánime y constante de los Santos Padres, del que no puede apartarse el exegeta católico; y el tercero es la analogía de la fe, esto es, la perfecta armonía de un tex­to bíblico con el conjunto de las demás verdades bíbli­cas, y con el conjunto de la doctrina enseñada por la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo.

Vamos a investigar, pues, qué nos dicen estas tres re­glas, y qué límites imponen a la doctrina de la Evolu­ción, para ver en qué medida dicha hipótesis es compa­tible con la doctrina católica.

1) El Magisterio de la Iglesia.

Examinemos, en primer lugar, qué nos dice la Igle­sia sobre el origen del hombre. Para ello desenterremos un decreto de la Pontificia Comisión Bíblica, que quedó olímpicamente relegado al olvido (seguramente por no ser conforme con la mentalidad del hombre moderno). Es el Decreto sobre el carácter histórico de los tres pri­meros capítulos del Génesis, del 30 de junio de 1909[6] (recordemos que en ese tiempo la Pontificia Comisión Bíblica era órgano del Magisterio). En este texto se nos dice, entre otras cosas:

1º Que “los tres predichos capítulos del Génesis contienen narraciones de cosas realmente suce­didas, es decir, que responden a la realidad objetiva y a la verdad histórica; y no fábulas tomadas de mitologías y cosmogonías de los pueblos antiguos, acomodadas por el autor sagrado a la doctrina monoteísta; ni puras alegorías y símbolos bajo apariencia de historia, pro­puestos para inculcar las verdades religiosas; ni leyen­das, en parte históricas y en parte ficticias, compuestas para instrucción o edificación de las almas”. ¿La prue­ba de ello? La Pontificia Comisión Bíblica las enume­ra, y son varias: “El carácter y forma histórica del libro del Génesis; el peculiar nexo de los tres primeros capí­tulos entre sí y con los capítulos siguientes; el múltiple testimonio de las Escrituras tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento; el sentir casi unánime de los Santos Padres y el sentido tradicional que, trasmitido ya por el pueblo de Israel, ha mantenido siempre la Iglesia”; co­sas todas que, obviamente, ya no pueden cambiar con el correr de los tiempos. De manera que esta afirmación del Magisterio supera el marco de una decisión pura­mente prudencial, y pasa a ser de orden doctrinal.

2º Que “el sentido literal histórico debe ser mante­nido especialmente donde se trata de hechos na­rrados en los mismos capítulos que tocan a los funda­mentos de la religión cristiana, como son, entre otros: la creación de todas las cosas hechas por Dios al princi­pio del tiempo; la peculiar creación del hombre; la for­mación de la primera mujer a partir del primer hom­bre; la unidad del linaje humano; la felicidad original de los primeros padres en el estado de justicia, integri­dad e inmortalidad; el mandamiento, impuesto por Dios al hombre, para probar su obediencia; la transgresión, por persuasión del diablo, bajo especie de serpiente, del mandamiento divino; la pérdida por nuestros primeros padres del primitivo estado de inocencia, así como la promesa del Reparador futuro”. Notemos en particular las cuatro verdades puestas en negrita, que son las que se encuentran directamente implicadas en el tema que tratamos.

3º Que “sólo es lícito apartarse del sentido propio de las cosas, palabras y frases de estos capítulos cuando las locuciones mismas aparezcan como usadas impropiamente, o sea, metafórica o antropomórficamente, y la razón prohíba mantener el sentido propio, o la necesidad obligue a abandonarlo”. Es decir, que a menos de probar lo contrario, el sentido literal histórico es el que debe presuponerse por principio.

A partir de esta enseñanza del Magisterio, argumen­temos por partes. Ante todo, es dogma de fe la unidad del género humano, esto es, que todos los hombres, ab­solutamente todos sin excepción, vienen de Adán y Eva. Este dogma es un presupuesto de otros dos dogmas, a saber, la universalidad del pecado original, que afecta a todos los hombres (salvo a la Santísima Virgen por pri­vilegio singular) por venir todos de Adán, y la universa­lidad de la redención realizada por Cristo. Por esta ra­zón hay que descartar como herética la sentencia del poligenismo, esto es, la supuesta multiplicidad de las pri­meras parejas humanas que postula el Evolucionismo en su hipótesis más difundida. Primer límite impuesto por la doctrina católica a una postura evolucionista: una so­la primera pareja, o lo que es lo mismo en clave evolu­cionista, la evolución sólo pudo afectar al primer hom­bre y a la primera mujer.
Pero no; que también es dogma de fe que la mujer viene del hombre. San Pablo nos lo recuerda: “No pro­cede el hombre de la mujer, sino la mujer del hombre; ni fue creado el hombre por razón de la mujer, sino la mu­jer por razón del hombre”[7]; esto es, también hay que en­tender literalmente la formación del cuerpo de Eva a partir del cuerpo de Adán, y así Eva no pudo evolucio­nar a partir de una primate o de lo que fuera. Segundo límite, pues, que la doctrina católica impone a la doctri­na evolucionista, y es que la evolución no vale para la mujer, que procede del hombre.
Nos encontramos entonces con que el único que ha­bría podido evolucionar, según una doctrina evolucio­nista “católica”, sería Adán. ¿No empieza ya a parecer un remiendo en tela de otro paño una tesis evolucionis­ta con semejantes limitaciones? ¿Se quedará contenta con ella la mentalidad moderna?
El caso es que hay más. Si leemos con cuidado el decreto de la Pontificia Comisión Bíblica, vemos que, según la doctrina católica, hay que entender literalmen­te la peculiar creación del hombre.
Ahora bien, preguntamos nosotros, ¿qué es lo pecu­liar en la creación de Adán? No ciertamente la produc­ción de su alma, que fue exactamente igual que la creación del alma de Eva, o de la Virgen, ó de Cristo, o de cualquier otro hombre: es decir, a partir de la nada. Lo peculiar es precisamente la manera como Dios formó su cuerpo: esto último es, pues, lo que hay que entender al pie de la letra según el texto bíblico. Ahora bien, ese texto dice claramente, y lo recalca continuamente, que el hombre, por lo que mira a su cuerpo, fue formado de la tierra, llámesela lodo, barro o polvo: “Yahvéh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser vi­viente”[8]; “con el sudor de tu rostro comerás el pan, has­ta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado; porque eres polvo y al polvo tornarás”[9]; “el primer hombre, sa­lido de la tierra, es terreno; el segundo, que viene del cielo, es celestial”[10]. El mismo nombre de Adán (en he­breo “Adam”, derivado de “adamáh”, esto es, tierra, como diciendo “el terroso”, “el terreno”), está indican­do el origen del hombre a partir del limo.

2) El parecer unánime de los Santos Padres.

El último argumento, pensará tal vez quien lea este artículo, parece forzado: la “peculiar creación del hom­bre” podría muy bien referirse simplemente al hecho de que Adán, a diferencia de los demás hombres, no nace de mujer, o es creado en estado adulto, o goza de los do­nes extraordinarios de justicia original de que luego ca­recerá el resto de la humanidad caída en el pecado, o al­guna explicación semejante. ¿Por qué sostener que lo peculiar es precisamente la formación de su cuerpo, li­teralmente entendida según las palabras de la Escritura?
Simplemente, porque el parecer de los Santos Padres y de los teólogos es unánime en explicar la formación del cuerpo de Adán a partir del limo de la tierra, si se ex­ceptúa a Orígenes, Cayetano y algunos pocos más[11]. No hacemos más que seguir el segundo criterio católico de explicación de la Sagrada Escritura. La Iglesia, por su parte, ha explicado siempre literalmente a los fieles, en todo tiempo y lugar, la creación del hombre a partir del barro de la tierra, y el de la mujer a partir del hombre. Como muestras de ello, bástenos reproducir cómo ense­ña el Catecismo romano de Trento la creación de Adán: "Formó Dios al hombre del lodo de la tierra, dispuesto y ordenado en cuanto al cuerpo, de tal modo que fuese inmortal e impasible, no por virtud de su naturaleza, si­no por beneficio de Dios. Por lo que refiere al alma, lo formó a su imagen y semejanza, le dio libre albedrío, y con tal armonía ordenó sus movimientos y apetitos, que nunca dejasen de obedecer al imperio de la razón. Ade­más de esto, le concedió el don maravilloso de la justi­cia original, y quiso también que presidiese a los demás animales”. Y el Catecismo Mayor de San Pío X enseña igualmente que "Dios creó al hombre a su imagen y se­mejanza y lo hizo así: formó el cuerpo de tierra, luego sopló en su rostro, infundiéndole un alma inmortal. Dios impuso al primer hombre el nombre de Adán, que significa formado de tierra, y lo colocó en un lugar lle­no de delicias, llamado el Paraíso terrenal. Más Adán estaba solo. Queriendo, pues, Dios asociarle una com­pañera y consorte, le infundió un profundo sueño y, mientras dormía, le quitó una costilla de la cual formó a la mujer que presentó a Adán. Este la recibió con agrado y la llamó Eva, que quiere decir vida, porque ha­bía de ser madre de todos los vivientes”. Con este mis­mo criterio, el Concilio Provincial de Colonia de 1860 enseñaba: “Los primeros padres fueron creados inme­diatamente por Dios. Por lo tanto, declaramos que se opone a la Sagrada Escritura y a la fe la sentencia de aquellos que no temen afirmar que el hombre, en lo que respecta a su cuerpo, procede de la naturaleza inferior por una inmutación espontánea hasta alcanzar su per­fección humana”.
Por este motivo, la Iglesia reprobó en su tiempo las obras que trataban de explicar el origen del hombre por el transformismo; así sucedió con Mivart[12] y Leroy[13], cu­yas obras fueron puestas en el índice. Zahm, que defen­día la probabilidad de la sentencia de Mivart, fue obliga­do por la Sagrada Congregación del Santo Oficio a reti­rar su obra del comercio (año 1899).

3) La analogía de la Fe.

Vemos, por lo dicho, que es absolutamente falso de­cir que el texto bíblico es indiferente ante la teoría de la Evolución, y que no faltan argumentos doctrinales se­rios para afirmar que dicha teoría es incompatible con la doctrina católica. Y veámoslo con un ejemplo más, sa­cado de la analogía de la fe, esto es, de la armonía que debe existir entre las diferentes verdades reveladas.
La doctrina católica siempre ha afirmado, como dogma de fe, que Dios estableció al primer hombre en un estado de justicia original. Este estado de justicia original consta de elementos que no serían explicables según la teoría de la Evolución tal como hoy se la sos­tiene, y que difícilmente encajarían incluso en una ver­sión católica de la misma.
La versión evolucionista pura afirma en líneas gene­rales que el hombre evolucionó paulatinamente de esta­dos inferiores a estados superiores, hasta pasar de pri­mate a hombre. Entrando en algunos detalles, para el evolucionista el primer hombre habría sido un ser bas­tante miserable, apenas algo más que un mono, y sería absurdo suponer que estaba en estado de gracia, inhabi­tado por la Trinidad, sin concupiscencia, iluminado es­pecialmente en su inteligencia, sin estar sujeto ni a la en­fermedad ni a la muerte. Tampoco sería evolutivo supo­ner en él un pasaje de lo superior a lo inferior, es decir, la caída que habría significado para el género humano la pérdida de esos dones “preternaturales”. En cuanto a la religión, habría pasado de la admiración de los misterios de la naturaleza a la adoración de los animales (totemis­mo), luego a la de los demonios (pandemonismo), para terminar en la de seres ya endiosados (politeísmo), y culminando en el monoteísmo, ya muy posterior (tiem­pos postmosaicos). Resumiendo, la perfección del hom­bre no se encuentra en sus comienzos, sino que la alcan­zará un día como culminación de todo un proceso evo­lutivo; en términos “cristianos” se lo podría identificar con el Cristo cósmico de Teilhard de Chardin, esto es, con lo que él mismo llamaba Punto Omega de la Evolu­ción: un día, por fin, el hombre llegará a ser perfecto e inmortal, consciente de su propia divinidad.
La Iglesia Católica, por su parte, afirma todo lo con­trario: que el hombre fue constituido desde el comienzo en un estado de perfección natural y sobrenatural: tenía la gracia santificante, la inmortalidad, la impasibilidad, la integridad y el dominio sobre toda la creación infe­rior; y luego, por su pecado, decayó de esa perfección primitiva y quedó reducido a un estado inferior. El co­nocimiento perfecto que tenía de Dios se fue degeneran­do, y de monoteísmo derivó en politeísmo, y luego en demonismo y fetichismo. Todos los males que lo afli­gen hoy en día no los tuvo en un principio: ni enferme­dades, ni muerte, ni dolor, ni pena en el trabajo; no ne­cesitaba de medicamentos, ni de vestido, ni de casa, pues la naturaleza no le era adversa.

Conclusión.

Como puede verse, la oposición entre la doctrina evolucionista y la doctrina católica (al menos en lo que mira al origen del hombre, al que nos hemos limitado en este artículo) no puede ser más flagrante, y su concilia­ción es una obra de prestidigitador, que presenta muchas limitaciones, incongruencias y reparos.
• Una versión evolucionista verdaderamente “católi­ca” tendría, no sólo que reducir la evolución al pobre Adán (ya que, como hemos señalado, Eva no pudo evo­lucionar, ni tampoco pudieron hacerlo los hijos de am­bos), sino que además debería hacerla encajar con una justicia original que al menos comportase la gracia san­tificante y la inmortalidad, ambas definidas como dog­mas de fe.
• Para lo primero tendría que aceptar una interven­ción directa de Dios, que transformase al primate en hombre (ya que el hombre no es sólo un mono con alma humana, sino un ser específicamente distinto, incluso corporalmente) y produjese a partir de su carne el cuer­po de Eva.
• Para lo segundo tendría que aceptar una nueva in­tervención divina, que le confiriese la gracia y la inmor­talidad (algunos planteos que tendría que resolver en ese caso: ¿Podría Dios darle la gracia y la inmortalidad sin destruirlo como primate y rehacerlo enteramente como hombre? ¿En qué etapa de su “hominización” y de su “cefalización” le habría infundido Dios la gracia? ¿Có­mo la habría perdido él después, y en qué consistiría el pecado de un ser aún no plenamente “hominizado” ni “cefalizado”? Y Jesucristo, al redimirnos luego, ¿nos habría redimido sólo a nosotros, o también a nuestros antecesores primates ya algo “hominizados” y “cefalizados”?).
• En todo caso, y a fin de cuentas, todo acabaría ex­plicándose por la intervención directa de Dios, y no por la evolución, ya que ni el alma es una forma desarrolla­da de la materia, ni la mujer una forma desarrollada del hombre, ni la gracia una forma evolucionada de la natu­raleza. La evolución "católica" es, en realidad, una res­puesta que no responde a nada.
Damos por supuesto que un evolucionista que se precie nunca aceptará las premisas y limitaciones im­puestas por una óptica “católica”, y se reirá a carcajadas de las explicaciones que un evolucionista “católico” tra­te de dar a la evolución para “catolizarla”. Y es que la evolución es, en última instancia, una hipótesis forjada por el hombre moderno, incrédulo y ateo, para excluir a Dios de la creación; es su única alternativa frente a la creación, frente a la visión de un mundo producido por Dios y regido por sus leyes. Pretender purificar dicha hipótesis para asimilarla y armonizarla con la doctrina católica es querer conciliar dos cosmovisiones irreducti­bles, o dicho en criollo, una pura quimera.


R.P. José María Mestre, Revista “Iesus Christus”, Nº 124, Agosto de 2009.

[1] Versión castellana de la Biblia, revisada y anotada por el Padre García Cordero, al alcance de casi todos los líeles por la difusión que ha tenido en el mundo hispano.
[2] Maximiliano García Cordero, Problemática de la Biblia, pp. 71,74-75,76-77. B.A.C. 318, Madrid 1971.
[3] Maximiliano García Cordero, Problemática de la Biblia, pp. 78-79.
[4] Pío XII recuerda que “el magisterio de la Iglesia no prohíbe que, según el estado actual de las ciencias humanas y de la sagrada teología, se trate en las investigaciones y disputas de los entendidos en uno y otro campo, de la doctrina del «evolucionismo», en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva y preexistente —pues las almas nos manda la fe católica sostener que son creadas inmediatamente por Dios—”. Pensamos que el Papa Pío XII dejó esta libertad de investigación a los sabios católicos (como medida prudencial) por el empuje con que se debatía en ese momento (año 1950) el tema de la evolución, que, en realidad, no puede demostrarse con argumentos serios y pruebas contundentes ni filosófica, ni teológica, ni científicamente.
[5] Pío XII, Humani generis, Dz 2327 (DS 3896).
[6] Dz. 2121-2128 (DS 3512-3519).
[7] I Corintios, 11, 8-9.
[8] Génesis, 2, 7.
[9] Génesis, 3,19.
[10] I Corintios, 15, 47.
[11] Precisemos de todos modos que estas voces discordantes eran anteriore al decreto de la Pontificia Comisión Bíblica, que zanjó lo que antes pudieran discutir o entender de otro modo algunos autores.
[12] Lessons from nature, Genesis of Species.
[13] Évolution restreinte aux espéces organiques.


FUENTE: StatVeritasBlog

lunes, 13 de diciembre de 2010

lunes, 29 de noviembre de 2010

Encuentro del Martes 23 de Noviembre - Santo Tomás: Tratado de la Ley

SANTO TOMAS
TRATADO DE LA LEY

La singularidad de Dios como motor de la voluntad es que no trastorna la índole libre de la voluntad y que además su influjo se ejerce por doble vía: como Autor de la ley moral dada al Hombre y como fuente de la Gracia para la actividad sobrenatural.

Para Santo Tomás la ley es una orientación externa del Hombre hacia el bien moral. Tiene una función educadora de la voluntad humana.

La ley es un principio racional, pero de órden práctico. Y la erdad práctica consiste en ajustar la acción a las exigencias de un fin propuesto por la razón.

LEY: dictamen de la razón en orden al bien común, promulgado por quien tiene el cuidado de la comunidad.

Es una regla, y medida, de nuestros actos según lo cual uno es inducido a obrar o no obrar. La ley deriva de la palabra “ligar”, símil a religión “re-ligar”.

La ley debe ocuparse primariamente del orden a la Felicidad o Bienaventuranza.

El bien común como fin de la ley. La autoridad como causa eficiente de la ley. El efecto de la ley es hacer buenos a los Hombres porque si la ley buscan el bien común es lógico que haga bueno al Hombre.

LEY ETERNA

Éste tema esta tomado de San Agustín, quien lo formuló brevemente en éstas palabras: “Ley Eterna es la Razón y la Voluntad de Dios que manda conservar el Orden Natural y prohibe perturbarlo.”

Toda regla de la razón humana deriva de la ley eterna, y el bien y el mal se dicen de la razón conforme o no con la ley eterna.

La Ley Eterna es la razón de la Sabiduría Divina en cuanto principio directivo de todo acto y todo movimiento. La Providencia designa la ejecución de la Sabiduría Divina en cada Criatura.

La Ley Eterna ¿es conocida por todos? Una cosa puede ser conocida en sí misma o por sus efectos. A la Ley Eterna nadie la conoce en sí a no ser los bienaventurados que contemplan a Dios. Sin embargo toda criatura racional la conoce en una irradiación suya mas o menos perfecta.
Existen distintos niveles de gobernación. Así pues, siendo la Ley Eterna la razón o plan existentes en el Supremo Gobernante, todos los planes de gobierno de los inferiores necesariamente han de derivar de la Ley Eterna. Toda ley, lo es, en la medida que deriva de la recta razón conforme a la Ley Eterna.

LEY NATURAL

Son los primeros principios del Orden Moral, los cuales son inmediatamente percibidos por la razón del Hombre y captados como su bien específico. Hay tres tendencias naturales origen de los tres preceptos básicos de la ley natural: la tendencia al bien de la conservación del ser humano (precepto de respeto a la vida), la tendencia al bien de la especie humana o a la procreación y educación de la prole ( precepto respecto al matrimonio uno e indisoluble) y tendencia al conocimiento de la verdad y a la vida social (precepto de búsqueda de la Verdad y cumplimiento del deber).

La Ley Natural ¿puede cambiar? La respuesta es Sí, puede cambiar ya sea porque se agreguen muchas disposiciones útiles por la Ley Divina o por la ley de los Hombres, pero por la vía de la sustracción no. La Ley Natural es inmutable en lo que refiere a los primeros preceptos de la misma.
A la Ley Natural pertenecen preceptos comunísimos que son conocidos por todos, y luego preceptos secundarios, conclusiones próximas a los primeros. En cuanto a los principios primeros no pueden ser borrados de los corazones de los Hombres. Mas los preceptos secundarios si pueden ser borrados.

LEY DIVINA

Además de la Ley Natural y la Ley Humana, Dios consideró necesario para la dirección de la vida humana contar con una Ley Divina, que son las leyes que por una intervención especial de Dios en la historia, confirió Dios primero al pueblo de Israel y luego es la Ley Evangélica, revelada por Dios, por la segunda persona de la Santísima Trinidad, Nuestro Señor Jesucristo.
Y esto es así por 4 razones: 1º) El fin del Hombre es superior al fin que le procuran sus facultades naturales, pero ello requiere el auxilio de las leyes divinas para conducirlo a su fin de felicidad eterna. 2º) Porque los Hombres juzgan de diversa manera asuntos contingentes y particulares, pueden formular leyes contrarias, por eso Dios los auxilia dándole leyes para que no se puedan equivocar. 3º) Porque la virtud necesita actos rectos en lo interior y exterior, y el Hombre solo puede juzgar lo exterior, por tanto Dios le da una ley divina para que ordene también su interior. 4º) Porque como dice San Agustín la ley humana no puede prohibir o castigar todas las acciones malas, pues al tratar de evitar todo lo malo, suprimiría a su vez muchos bienes e impediría el desarrollo del bien común que es indispensable para la convivencia humana. Por ello se hizo necesario que sobreviniese la ley divina por la cual quedan prohibidos todos los pecados.
Estas 4 razones aparecen insinuadas en el salmo 18, 8: La ley del Señor es inmaculada … convierte el alma … el Testimonio del Señor es fiel… concede sabiduría a los pequeños.
Existen dos tipos de leyes divinas: las del Antiguo Testamento, imperfecta, en el cual el bien final es sensible y terreno: “La Tierra Prometida”; y la del Nuevo Testamento donde el bien es inteligible y celeste, y a éste ordena la Ley Nueva. Son dos testamentos porque son dos fines distintos. San Agustín en “Contra Faustum” escribía que “el viejo testamente contiene promesas de bienes temporales, y por eso se llama viejo; más la promesa de la Vida Eterna pertenece al Nuevo Testamento”.

LEY ANTIGUA Y LEY NUEVA

Santo Tomás en la Summa llama Ley Antigua a lo que conocemos como Antiguo Testamento, pero de un modo mas particular, refiere a la doctrina moral del Pentateuco. La Ley Antigua fue dada en tiempos de Moisés como refuerzo de la Ley Natural y como promesa de lo que en el Evangelio constituye una realidad actual. La Ley Antigua se cifra casi exclusivamente en observancias externas; en cuanto a su origen es divina, y por tanto Revelación, pero su materialización es humana. Una ley inspirada por Dios pero materializada por el legislador humano con todas sus limitaciones e imperfecciones (salvo los Diez Mandamientos o Decálogo que fueron escritos por el mismísimo Dios).
En la Ley Antigua hay valores éticos perennes de Ley Natural y otros dados por el legislador con sentido providencial.
Las imperfecciones y provisionalidad de la Ley Antigua respecto de la Ley Nueva o Evangélica. La Ley Nueva, Ley de Cristo, está contenida en el Nuevo Testamento. El bien común específico de la Nueva Ley es divino y trascendente, su autor es Jesucristo (Dios).
En el judaísmo la ley es ley de las obras (lex operum); en el Cristianismo ley de Fe (lex Fidei). En la Ley Cristiana hay prescripciones, lo que ocurre con la Antigua es que por si misma no justifica, siendo necesario el apoyo de la Gracia.
En cambio la Ley Nueva es primariamente interna, inscripta en el corazón y la inteligencia, su norma suprema es el Amor, que brota de las Gracia del Espíritu Santo, y por tanto revitaliza la naturaleza caída, produce la justificación y ofrece los bienes de la eterna bienaventuranza.
La Ley  Evangélica añade a la Ley Natural una motivación de amor sobrenatural, efecto de la Gracia y Obra del Espíritu Santo en lo más íntimo del católico.
La Ley Antigua fue dada por Dios a través de la mediación de los ángeles. En el Nuevo Testamento nos habló Dios por su Hijo.
El pueblo judío recibe la Ley Antigua no por su fidelidad (infidelidad) al Dios único, sino por la promesa que Éste le hijo a Abraham, Isaac y Jacob, y esta la recibieron por gratuita elección y vocación de Dios porque convenía que Cristo naciera en un pueblo que se distinguiera por una especial santidad.
La Ley Antigua en cuanto precepto de la Ley Natural obligan a todos y en cuanto preceptos añadidos no lo están.
¿Cesaron con la venida de Cristo las ceremonias de la Ley Antigua? Ante la realidad de Cristo la Antigua Ley como tal cede. La figura cede al lugar de la REALIDAD.


LEY HUMANA

Santo Tomás la estudia desde el punto de vista de la sociedad temporal y terrena, y la sobrenatural (Iglesia).
Dice que la Ley Natural no alcanza a regular todo el espectro de la vida social humana, por ello se hace necesaria la ley humana (ex humana industria).

Las leyes perversas por no conformarse a la razón no son propiamente leyes sino mas bien una perversión de la ley.
La ley humana tiene fuerza de ley en cuanto deriva de la Ley Natural, y si en algo está en desacuerdo no es ley, sino corrupción, perversión de la ley.

Las leyes dadas por los Hombres o son justas o son injustas, en el primer caso tienen poder de obligar en conciencia, en virtud de la Ley Eterna de la cual derivan ( Prov. 8, 15 “Por Mí reinan los reyes y los legisladores determinan lo que es justo”)

Las leyes deben ser justas por el fin (bien común – felicidad), por el autor (porque no exceden el poder de quién las instituye, o por la forma ( porque distribuyen las cargas entre los súbditos de manera proporcional)


Fuente: [Extractos de] Summa Teológica - Suma de Teología, Biblioteca de Autores Cristianos, S.A. de Fotocomposición, Madrid, 2001.