miércoles, 30 de noviembre de 2011

Evangelio del día (Calendario Tradicional) - 30 de noviembre de 2011

Mt 4,18-22

+ Continuación del Santo Evangelio según San Mateo (IV, 18-22)


Biblia versión Nacar-Colunga
 
(18)  Caminando, pues, junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, que se llamaba Pedro, y Andrés, su hermano, los cuales echaban la red en el mar, pues eran pescadores;"  (19)  y les dijo: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres.  (20)  Ellos dejaron al instante las redes y le siguieron.  (21)  Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y Juan, su hermano, que en la barca, con Zebedeo, su padre, componían las redes, y los llamó.  (22)  Ellos, dejando luego la barca y a su padre, le siguieron.

Laus Tibi, Christe


Biblia versión Torres Amat

Mat 4:18  Caminando un día Jesús por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, echando la red en el mar (pues eran pescadores)
Mat 4:19  y les dijo: Seguidme a mí, y yo os haré pescadores de hombres.
Mat 4:20  Al instante los dos, dejadas las redes, lo siguieron.
Mat 4:21  Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, remendando sus redes en la barca con Zebedeo su padre, y los llamó;
Mat 4:22  Ellos también al punto, dejadas las redes y a su padre, lo siguieron.

Biblia versión Jünemann

(18) Y, caminando junto al mar de la Galilea vio dos hermanos: a Simón, el llamado Pedro, y a Andrés, su hermano, lanzando red en la mar, pues eran pescadores,  (19)  y díceles: «Venid en pos de mí, y haréos pescadores de hombres»:  (20)  Y ellos al punto, dejando las redes, siguiéronle.  (21)  Y, caminando adelante de allí, vio otros dos hermanos: a Santiago, el de Zebedeo y Juan, su hermano, en la barca, con Zebedeo, el padre de ellos, reparando sus redes, y llamóles;  (22)  y ellos al punto, dejando la barca y su padre, siguiéronle.

Biblia Vulgata (latín)

(18)  ambulans autem iuxta mare Galilaeae vidit duos fratres Simonem qui vocatur Petrus et Andream fratrem eius mittentes rete in mare erant enim piscatores  (19)  et ait illis venite post me et faciam vos fieri piscatores hominum  (20)  at illi continuo relictis retibus secuti sunt eum  (21)  et procedens inde vidit alios duos fratres Iacobum Zebedaei et Iohannem fratrem eius in navi cum Zebedaeo patre eorum reficientes retia sua et vocavit eos  (22)  illi autem statim relictis retibus et patre secuti sunt eum


Comentario
CATENA AUREA de Santo Tomás de Aquino


Mateo 4:18-22 


Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio dos hermanos, Simón, que después se llamó Pedro y Andrés su hermano, que arrojaban las redes al mar: eran pescadores: Y les dijo: "Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres". Y ellos inmediatamente dejando las redes le siguieron. Y marchando de allí, vio otros dos hermanos, Jacob el del Zebedeo y a su hermano Juan, que estaban con su padre en el barco remendando sus redes, y los llamó. Y ellos, abandonando en seguida a su padre y a las redes, le siguieron. (vv. 18-22)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 7
Jesucristo llama a los apóstoles antes de decir ni hacer nada, para que nada se les oculte, ni de las palabras, ni de las obras de Jesucristo; para que después puedan decir con toda seguridad: no podemos menos de decir lo que hemos visto y oído. De aquí que se dice: Andando Jesús junto al mar de Galilea.

Rábano
El mar de Galilea es el mismo lago de Genezaret; el mar de Tiberíades es el lago de las Salinas.

La glosa
Con toda oportunidad el que ha de pescar pescadores va por los lugares donde hay pesca. Y por ello prosigue: Vio dos hermanos, Simón, que después se llamó Pedro y Andrés su hermano.

Remigio
Vio, no sólo corporalmente, sino de una manera espiritual, mirando a sus corazones.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 14,2
Los llamó cuando estaban en sus ocupaciones, manifestando que conviene anteponer la obligación de seguir a Jesucristo a todas las ocupaciones. De donde prosigue: arrojando las redes al mar, lo que incumbía al oficio de aquéllos, por lo que sigue: "eran pescadores".

San Agustín, sermones, 197,2
No eligió reyes, o senadores, o filósofos, u oradores, sino que eligió hombres que eran sencillos, pobres e ignorantes pescadores.

San Agustín, in Ioannem, 7,17
Si hubiese sido elegido un docto, acaso hubiese dicho que había sido elegido por sí mismo y que lo había merecido por su sabiduría. Nuestro Señor Jesucristo queriendo humillar las cervices de los soberbios, no buscó un pescador en un orador, sino que, de un pescador sacó uno que había de mandar. San Cipriano fue un gran orador, pero antes estuvo Pedro que era pescador.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 7
Los artesanos profetizaban con su trabajo la gracia de la dignidad futura; porque así como arrojan la red al agua y no saben qué clase de pescados habrán de sacar, así el sabio cuando arroja las redes de su palabra sobre el pueblo, no sabe los que habrán de acercarse a Dios. Sin embargo, se adherirán a su predicación los llamados por Dios.

Remigio
Dios habla de estos pescadores por Jeremías, diciendo: "Os enviaré mis pescadores y os pescarán". Por ello se añade: "Venid en pos de mí".

La glosa
No tanto con los pies, como con el afecto y la imitación. "Y os haré pescadores de hombres".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 7
Esto es, maestros. Y con la red de la palabra de Dios captarás a los hombres del mundo tempestuoso y peligroso, en donde los hombres no andan sino que son heridos. Porque el diablo, cuando los empuja hacia el mal, en donde se comen los hombres unos a otros como los peces más fuertes devoran a los más jóvenes para que, trasladados, vivan en la tierra como miembros del cuerpo de Cristo.

San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 5,1
Pedro y Andrés no habían visto que Jesucristo hubiese hecho algún milagro. Nada habían oído del premio eterno y, sin embargo al oír la voz del Salvador se olvidaron de todo lo que creían poseer. De donde se sigue: Pero ellos en seguida, dejando las redes le siguieron. En ello debemos ver más bien el afecto de los bienes, pues mucho dejó quien nada conservó para sí; mucho ha abandonado quien renunció con las cosas que poseían sus concupiscencias. Los que le seguían dejaron tanto como podían apetecer los que no le seguían. Nuestros actos exteriores, por pequeños que sean, agradan a Dios. Y no consideremos cuánto sea el sacrificio que cuestan sino cómo los manifestamos. El reino de Dios no tiene precio: vale tanto cuanto tienes.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 7
Los discípulos nombrados no siguieron a Cristo buscando el honor de sabios, sino el precio de su trabajo. Conocían cuán preciosa es el alma humana, cuán grata es su santidad en la presencia de Dios y cuán grande es la recompensa ofrecida.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 14,2
Creyeron en una promesa tan grande y comprendieron por los sermones que oyeron, que ellos podrían convocar a otros hombres.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 7
Deseando estas cosas, siguieron a Cristo dejando cuanto les rodeaba, en lo cual nos enseñaron que nadie puede aferrarse a las cosas de la tierra y marchar perfectamente al cielo.

La glosa
En estas cosas se muestra un modelo para aquéllos que todo lo dejan por seguir a Jesucristo y se ofrece también una lección a aquéllos que posponen a Dios, incluso a sus afecciones carnales. De donde se dice: Y marchándose de allí, vio a otros dos hermanos. Observa que los llama de dos en dos, como en otro lugar se lee, que los mandó también de dos en dos a predicar.

San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 17,1
Como que aquí se nos insinúa que aquél que no tiene caridad con otro no debe tomar a su cargo la predicación: dos son los preceptos de caridad y ésta no puede darse con menos de dos personas.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 7
Puso con mucha propiedad los fundamentos de la Iglesia sobre la caridad fraterna; para que subiendo como la savia por el tronco del árbol llegue hasta las ramas. Y lo hizo sobre la caridad natural, para que la caridad sea más fuerte, no sólo por la gracia, sino también por la naturaleza. Por ello dice: hermanos. Así lo hizo Dios en el Antiguo Testamento, colocando en Moisés y Aarón el fundamento de su edificio. Pero como la gracia del Nuevo Testamento es mucho mayor que la del Antiguo, edificó el primer pueblo sobre una sola fraternidad y el segundo sobre dos. Dijo Santiago el del Zebedeo y a su hermano Juan que estaban con su padre Zebedeo en el barco, remendando sus redes, lo cual es indicio de una pobreza extrema. Remendaban las viejas porque no tenían para comprar redes nuevas. Y explica a la vez la gran caridad de ellos, porque en tanta pobreza favorecían a su padre, tanto que lo llevaban consigo en el barco, no porque él pudiese ayudarles con su trabajo, sino para que se consolase con su presencia.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 14,2
No es pequeña esta demostración de piedad, soportar con gusto la pobreza, alimentarse con su justo trabajo, vivir juntos por la virtud del amor, tener consigo y cuidar a su padre.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 7
No nos atrevemos a estimar cuánto sea el mérito de los primeros que se prestaron veloces a predicar, que siendo tan pobres que todavía componían sus redes, las arrojaban al mar; sólo Jesucristo era quien podía apreciar su mérito. Acaso se dice que aquéllos arrojaban sus redes por Pedro que predicó el Evangelio, pero no lo escribió. Y en cambio los otros fueron llamados a componerlas, por San Juan que escribió un Evangelio. Prosigue. "Y los llamó": estaban unidos viviendo en una misma habitación, concordes por el amor, iguales en el oficio y juntos por la piedad. Por ello los llamó a la vez, no fuera que unidos por tantos motivos los separase una vocación diferente.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 14,2
Llamándolos, nada les ofreció, como a los primeros. La obediencia de aquéllos que inmediatamente le siguieron, les preparaba el camino; pero habían oído muchas cosas del Salvador, como unidos familiarmente y por medio de consanguinidad. Prosigue. "Ellos, habiendo dejado a su padre y sus redes, le siguieron".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 7
Tres cosas debe dejar el que viene a Jesucristo: las torpezas carnales que se figuran en las redes; el gusto por las cosas del mundo, figurado en el barco; y la familia, figurada en el padre. Dejaron, pues, el barco para ser constituidos en gobernadores de la nave de la Iglesia. Dejaron las redes, para no traer más peces a la ciudad de la tierra, sino para que condujesen a los hombres a las regiones eternas del cielo. Dejaron un padre, para que se les constituyese en padres espirituales de todos.

San Hilario, in Matthaeum, 3
Se nos enseña, pues, en éstos que dejan su oficio, su patria y su casa por seguir a Jesucristo, a no detenernos por las preocupaciones de la vida secular ni por la costumbre de vivir en la casa paterna.

Remigio
Se designa místicamente este mundo por el mar, en atención a la amargura de sus aguas y a la constante agitación. Galilea significa voluble o rueda y representa la volubilidad del mundo. Anduvo Jesús junto al mar, cuando vino a vivir entre nosotros por medio de la encarnación. Por estos dos hermanos se designan los dos pueblos, que fueron creados por Dios Padre a los que vio cuando se volvió a ellos con misericordia. Por Pedro, que quiere decir conocedor y se llama Simón, esto es, obediente, se designa el pueblo judío, porque conoció a Dios por medio de la ley y lo obedeció por medio de sus preceptos. Andrés quiere decir viril o decoroso y se entiende por él al pueblo gentil, que habiendo conocido a Dios, persevera firme en la fe. Llamó a estos pueblos cuando envió sus predicadores, diciendo: "Venid en pos de mí", esto es, abandonad al engañador y seguid al Creador. Fueron los Apóstoles constituidos en pescadores de los hombres de estos pueblos, esto es, en predicadores, habiendo dejado las naves, esto es, los deseos carnales y las redes, es decir, las concupiscencias del mundo, y siguieron a Jesucristo. Por Santiago se entiende también al pueblo judío, que venció al demonio por el conocimiento de Dios. Por San Juan se entiende al pueblo gentil, que se salvó únicamente por la gracia. Zebedeo, a quien dejaron y se entiende como fugitivo o caído, significa el mundo que pasa y el demonio que cayó del cielo. Por Pedro y Andrés que arrojaron las redes al mar, se designan aquéllos que son llamados por Dios en la primera edad, arrojando de la nave de sus cuerpos las redes de la concupiscencia carnal, en el mar de este mundo. Por Santiago y Juan, remendando las redes, se designan aquéllos que vienen a Cristo después de los pecados y en presencia de las adversidades, recobrando lo que perdieron.

Rábano
Las dos naves son figuras de dos Iglesias: aquella que fue llamada por la circuncisión y aquella que fue llamada por el prepucio. Cualquier fiel se convierte en Simón, obedeciendo a Dios; en Pedro, conociendo su pecado; en Andrés, sufriendo con valor los trabajos; y en Santiago, rechazando los vicios.

La glosa
Y San Juan parece que todo lo atribuye a la gracia de Dios. Por lo tanto sólo se habla de la vocación de cuatro Apóstoles, por medio de los cuales se designa la predicación en las cuatro partes del mundo.

San Hilario, in Matthaeum, 3
También se figura en esto el Números de los cuatro futuros evangelistas.

Remigio
Por esto también se designan las cuatro virtudes principales: la prudencia se refiere a San Pedro, por el conocimiento de Dios; la justicia a San Andrés, por el vigor de sus obras; la fortaleza a Santiago, por sus triunfos sobre el demonio; y la templanza a San Juan, por el efecto de la divina gracia.

San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,17
Puede llamar la atención el por qué San Juan dice que San Andrés siguió al Señor, no en Galilea sino junto al Jordán, con otro cuyo nombre se calla y que, después, San Pedro recibió el nombre del Señor. Los otros tres evangelistas dicen que fueron llamados de la pesca y en ello están conformes principalmente San Mateo y San Marcos, porque San Lucas no nombra a San Andrés, el cual (según se sabe), estaba en la misma barca. Esto también está poco conforme con lo que dijo el Señor a San Pedro, como recuerda San Lucas: "Desde ahora serás pescador de hombres". Lo que San Mateo y San Lucas cuentan que dijo a los dos. Pero pudo primero decírselo a San Pedro, según San Lucas, y después decírselo a los dos, según los demás. Con todo lo que ya hemos dicho de San Juan, debe entenderse con toda exactitud, puesto que hay diferencia de lugares, de tiempo y de vocación. Pero debe entenderse también que San Pedro y San Andrés no vieron al Señor junto al Jordán y se le unieron ya para siempre, sino que sólo conocieron quién era y admirados de El volvieron a sus casas. Recopila casualmente lo que había pasado en silencio, porque habla sin ninguna diferencia de tiempo consiguiente: "Andando, pues, junto al mar". Debe averiguarse también cómo los llamó separadamente de dos en dos, según cuentan San Mateo y San Marcos. San Lucas dice que Santiago y San Juan fueron llamados como compañeros de San Pedro para ayudarlo y que todos juntos, habiendo sacado sus barcas a la tierra, siguieron a Jesucristo. Aquí debe entenderse que en este primer llamado sucedió lo que dice San Lucas y que ellos volvieron otra vez a tomar peces según su costumbre. No se le había dicho a San Pedro que ya nunca pescaría, puesto que siguió ejerciendo este oficio después de la resurrección del Señor, sino que habría de pescar hombres. Y después sucedió lo que dicen San Mateo y San Marcos. No lo siguieron después de sacar sus barcas a la tierra, prescindiendo del cuidado de volver, sino que lo siguieron entonces, porque así se les mandaba.

martes, 29 de noviembre de 2011

Homilía del Beato John Henry Cardenal Newman: El poder de la voluntad

Homilía: El poder de la voluntad

Beato John Henry Cardenal Newman

Beato John Henry Cardenal Newman


Fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder.
Ef. VI:10

Bien sabemos que hay una gran multitud de cristianos profesos que, ¡helás!, de hecho se han apartado de Dios con deliberada voluntad y propósito y que por tanto al presente están alejados de la gracia de Dios; y eso aunque no lo sepan ni les importe. Pero un gran número de almas, por lo menos la mitad del total de los cristianos, se hallan en otras circunstancias. No se han apartado del estado de gracia, ni tampoco tienen que arrepentirse y volverse a Dios, en el sentido en que sí lo tienen que hacer quienes se han permitido transgresiones deliberadas después de acceder al conocimiento de la verdad que les fuera enseñada.

A ellos nos queremos referir: son una gran cantidad de cristianos que se encuentran en toda clase de situaciones, que habiendo contado con buenos padres y consejeros, o familias seguras, o que se han embarcado en una vida religiosa, o que por razón de la falta de pasión y vivos sentimientos, o por lo que fuera, son cristianos de quienes no se puede presumir que se hayan desprendido de las vestiduras de la gracia divina, ni que hayan apostatado para pasarse a las filas enemigas. Y con todo, no están seguros. Puesto que ciertamente no se alcanza el cielo con sólo evitar el mal, resulta fácil de entender que no hay más alternativa que la de seguir el bien.

¿Cuál, entonces, es el peligro que corren? Es sencillo: el del siervo inútil que escondió los talentos de su señor. Existe igual distancia entre aquel siervo perezoso y quienes obtuvieron ganancias con sus talentos, que la que hay entre dos clases de cristianos que conviven aquí abajo como hermanos―hay una clase que está usando de la gracia que le fue conferida y otra que se muestra negligente en esto; hay cristianos que progresan y otros que se quedan quietos; unos que trabajan por la recompensa y otros que nada hacen y que valen bien poco. Siempre deberíamos conservar esta manera de ver las cosas cuando hablamos del estado de gracia. A los ojos de Dios gozamos de su favor en diferentes grados, quizás estemos gozando de más y más favor o tal vez de cada vez menos; es posible que no hayamos perdido enteramente la gracia a sus ojos, y sin embargo, a lo mejor no la aseguramos: puede que al presente estemos seguros pero siempre ante perspectivas peligrosas. Puede que seamos más o menos “hipócritas”, “perezosos” o “infructuosos” y que sin embargo aún no haya pasado nuestro día de gracia. Quizás aún conservamos restos de nuestra nueva naturaleza, que la influencia de la gracia todavía se hace notar, tanto como el poder de la enmienda y de la conversión dentro nuestro. A lo mejor todavía contamos con talentos que podemos hacer fructificar y dones que podemos hacer valer. Tal vez no hemos sido arrojados de nuestro estado de justificación y sin embargo carecemos de aquel amor de Dios, ese amor por la verdad de Dios, esa hambre de santidad, de obediencia generosa y activa, de ese grado de franca entrega que, sólo ellas, pueden garantizarnos que algún día oigamos las benditas palabras: “¡Bien!, siervo bueno y fiel; entra en el gozo de tu Señor.” (Mt. XXV:21).

La única condición que nos garantiza el cielo es el amor de Dios. Puede que nos abstengamos de pecados graves y sin embargo nos encontramos faltos de este divino don “sin el cual estamos muertos” a los ojos de Dios. Esto, el amor de Dios, modifica toda nuestra existencia; esto hace que vivamos; esto nos hace crecer en gracia y buenas obras; esto nos hace dignos de poder un día comparecer en su presencia.

Ahora, bien, hasta aquí he dicho una cantidad de cosas cada una de las cuales merece mayor desarrollo y sobre las que habrá que insistir.

Indudablemente una y otra vez se nos exhorta en la Escritura a ser santos y perfectos, a ser santos e irreprochables a los ojos de Dios, a ser santos como Él es santo, a guardar sus mandamientos, a cumplir con toda la ley, a que nos llenemos de los frutos de la justicia. ¿Por qué no obedecemos como debiéramos? Muchos dirán que es porque tenemos una naturaleza caída y que eso dificulta nuestros propósitos; que no lo podemos evitar, por mucho que debiésemos lamentarlo, que aquí estriba la razón de nuestros defectos. No es así: podemos remediar este estado de cosas, nada lo impide; lo que nos falta es voluntad; y si es así, es por culpa nuestra. Se nos han concedido todas las cosas; Dios nos ha otorgado sus mercedes sobreabundantemente; en nuestro interior hay una profunda fuente de poder y fuerza: pero el caso es que no le aplicamos el corazón, no tenemos la voluntad, no contamos con el deseo de usarlos. Nos falta esta única cosa: el deseo de ser renovados enteramente; y se me hace que si cualquiera de nosotros se examina cuidadosamente reconocerá que así es y que esa es la razón por la que no puede y de hecho no obedece ni progresa en la santidad.
De la Escritura se desprende claramente que contamos con este gran don dentro nuestro o que estamos en estado de gracia (pues ambas cosas quieren decir prácticamente lo mismo). Todos sabemos lo que dice la Escritura sobre el particular, lo que no quita que incluso aquí no haríamos mal en detenernos en uno o dos pasajes para recordar esto a ver si se nos imprime en el alma.

Por tanto, consideremos las palabras de Nuestro Salvador: “Quien beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota hasta la vida eterna.” (Jn. IV.14) Vacíen los océanos, toda esa agua no llenará los espacios infinitos de los cielos, pero el don dentro nuestro puede manar hasta llenar la eternidad.

Y en otro lugar, consideremos las admirables palabras en la epístola cuyo texto comentamos, cuando alaba a “Él que es poderoso para hacer en todo, mediante su fuerza que obra en nosotros, incomparablemente más de lo que pedimos y pensamos” (Ef. III:20). Aquí observamos que a nosotros los cristianos nos es dado un poder “que obra en nosotros”, un poder especial, misterioso y oculto, que nos convierte en sus instrumentos.
Incluso esto de que contamos con almas es cosa extraña y misteriosa. No vemos nuestras almas; pero las vemos en los demás y somos concientes de un principio dentro nuestro que rige nuestros cuerpos y hace de ellos seres enteramente diferentes a los animales. Disponemos dentro nuestro de aquello que informa nuestros cuerpos y los convierte de cuerpos animales en humanos. Los animales no pueden hablar; los rostros de los animales apenas si cuentan con la capacidad de expresarse; no pueden conformar sociedades; no pueden progresar. ¿Por qué? Porque no cuentan con ese don escondido que nosotros sí tenemos―la razón. ¿Y bien? Del mismo modo San Pablo refiere a los cristianos como contando ellos también con un poder interior que obtienen porque son cristianos (o cuando se convierten en tales), y lo designa, en el texto que aquí comento, como “el poder que obra en nosotros”. En un capítulo anterior de esta misma epístola habla de “la soberana grandeza de su poder para con nosotros los que creemos” (Ef. I:19) y dice que los ojos de nuestros corazones necesitan ser iluminados para reconocerlo; y lo compara a ese poder divino que reside en Cristo Nuestro Salvador que en el tiempo oportuno lo resucitó de entre los muertos, de tal modo que las ataduras de la muerte ya no tenían dominio sobre Él. Así como las semillas, que parecen inertes, contienen vida, así también el Cuerpo de Cristo, cuando muerto, contenía la vida misma; e igualmente, aunque de manera diferente, nosotros también, pecadores como somos, disponemos de un principio espiritual dentro nuestro―con tal de que lo usemos―tan grande, tan maravilloso, que todos los poderes del mundo visible, todas las fuerzas y apetitos de la materia, todos los milagros físicos que en nuestro tiempo están siendo descubiertos, casi más allá del tiempo y del espacio, que prescinden de los números y rivalizan con la mente, todos esos poderes de la naturaleza son nada comparados con este don nuestro. ¿Por qué digo semejante cosa? Porque el Apóstol nos dice que mediante esto Dios es capaz de “hacer incomparablemente más de lo que pedimos y pensamos”. Ya ven que se encuentra a vueltas con las palabras por encontrar las que pudieran expresar la exuberante, desbordante plenitud, la vasta e inconmensurable profundidad de aquello que acaba de designar como “la anchura y largura y alteza y profundidad” del don que se nos ha dispensado. Y de aquí en otro lugar dice “Todo lo puedo en aquel que me fortalece” (Phil. IV.13), lugar éste en el que recurre al mismo vocablo que ocurre en el texto: “Mis hermanos, sed fuertes en el Señor y en la fuerza de su poder.” ¿No ven cómo acumula las palabras? Primero, sed fuertes, o fortaleceos. ¿Fuertes en qué? Fuertes en poder. ¿En qué poder? En la fuerza de su poder, el poder de Dios. Tres palabras se usan, una detrás de la otra, para expresar el don múltiple con el que Dios nos regaló. Él agregó a la fuerza el poder, y al poder lo ha hecho crecer en fortaleza. Contamos con la fuerza de su poder; no sólo eso, sino con el poder de la fuerza de su poder que es Todopoderoso.
Y precisamente esto es lo que refiere San Lucas cuando nos cuenta en el libro de los Hechos sobre el estado de San Pablo después de su conversión: “Saulo, empero, fortalecíase cada día más y confundía a los judíos que vivían en Damasco” (Hechos IX:22). Se hacía más y más fuerte. Y al final de su carrera, cuando se lo hizo comparecer ante los romanos: “El Señor”, dice, “me asistió y me fortaleció” (II Tim. IV:17) para luego a su vez exhortar a Timoteo: “Por tanto, hijo mío, vigorízate en la gracia que se halla en Cristo Jesús, lo que me oíste en presencia de muchos testigos, eso mismo transmítelo a hombres fieles, los cuales serán aptos para enseñarlo a otros. Sufre conmigo los trabajos como un buen soldado de Cristo Jesús.” (II Tim. II:1-3).
Dije recién que no necesitábamos de la Escritura acerca de este poder que nos ha sido divinamente dispensado, que con nuestra propia conciencia alcanzaba. No quiero decir con eso que nuestra conciencia alcanzará para expresarnos con la plenitud que hallamos en las expresiones del Apóstol; porque, claro, la tribulación no puede nunca certificar cuál es el alcance un don inagotable. Todo lo que podemos saber por experiencia es que se trata de un poder que nos supera a nosotros, que nunca hemos podido medirlo, que hemos recurrido a él y nunca lo hemos agotado, que contamos con la evidencia de tener un poder con nosotros, cuán grande no lo sabemos, que hace por nosotros lo que nosotros solos no podríamos, y que siempre está a la altura de todas nuestras necesidades. Y en esta medida disponemos de abundante evidencia de esto mismo.

Preguntémonos, pues, ¿por qué sucede tan a menudo que deseamos hacer el bien y no podemos? ¿Por qué razón somos tan endebles, débiles, lánguidos, veleidosos, cortos de vista, fluctuantes, perversos? ¿Por qué no podemos “hacer lo que querríamos”? ¿Por qué razón, día tras día, permanecemos irresolutos, servimos a Dios tan pobremente, tenemos tan poco dominio de nosotros mismos, no podemos gobernar nuestros pensamientos, que nos mostramos tan perezosos, cobardes, descontentos, sensuales, ignorantes? Pregunto por qué es que nosotros, que confiamos en que no hemos caído del estado de gracia por haber pecado deliberadamente (pues de estos hoy no hablamos), por qué es que nosotros que no somos gobernados por ningún señor inicuo y que no estamos dominados por la solicitación terrena, que no somos codiciosos, ni llevamos una vida licenciosa, ni tampoco somos mundanos, ni ambiciosos, ni envidiosos, ni soberbios, que no nos hallamos faltos de compasión ni deseosos de fama―¿por qué nosotros, que pertenecemos al mismísimo reino de la gracia, que nos hallamos rodeados de ángeles y con santos que nos preceden, podemos hacer tan poco y, en lugar de ascender con alas como águilas, nos arrastramos en el polvo, y sólo podemos pecar y confesar que hemos pecado, alternativamente? ¿Será que el poder de Dios no reside dentro nuestro? ¿Será que no somos capaces, literalmente, de guardar los mandamientos de Dios? ¡Que el diablo sea sordo!

Sí que lo somos. Contamos con aquello que se nos ha dado y que nos hace capaces. No estamos en el estado de naturaleza. Aquel don de la gracia fue plantado en nuestros corazones. Disponemos de un poder dentro nuestro para cumplir con lo que se nos manda. ¿Dónde está la deficiencia? ¿En la falta de poder? No; en la falta de voluntad. De lo que carecemos es de la real, sencilla, empeñosa, sincera inclinación y deseo de recurrir a aquello que Dios nos ha dado y que abrigamos en nuestro interior. Esto lo sabemos, digo, por experiencia. No se trata de una cuestión meramente doctrinaria, mucho menos una cuestión de palabras, sino de cosas: aquí nos referimos a un asunto sencillamente práctico.

Por poner un ejemplo que ilustra su sencillez. ¿Acaso no contamos por naturaleza con la potestad de usar nuestras propias piernas? ¿Qué cosa es la pereza entonces, sino una falta de voluntad? Cuando no nos fijamos en un objeto lo bastante como para vencer el inconveniente de un esfuerzo, nos quedamos como estamos―si en ese caso debiésemos caminar, nos mostramos perezosos. Mas ¿por ventura es aquel esfuerzo siquiera un esfuerzo cuando en verdad deseamos aquello que requiere de este esfuerzo? De igual manera, para ilustrarlo con algo más importante. ¿Acaso los sentimientos de remordimiento y arrepentimiento son tan distintos que apenas si se parecen? En ambos un hombre se muestra muestra compungido y avergonzado por lo que ha hecho; en ambos presiente dolorosamente que a lo mejor vuelve a pecar nuevamente a pesar de su presente pena. Quizás han oído a un hombre lamentarse de que es tan débil que teme qué pasará la próxima vez, por muchas que sean sus buenas resoluciones. Indudablemente hay casos en que un hombre resulta así de débil, aunque conserve una voluntad empeñosa; y desde luego, continuamente le ocurre que se ve dominado por sentimientos ingobernables y pasiones bajas que su razón le señala.

Pero en una gran multitud de casos esta protesta de falta de fuerzas en realidad consiste en un caso de falta de voluntad. Cuando alguien se queja que está bajo el dominio de un mal hábito, que se pregunte seriamente si alguna vez quiso deshacerse de él. ¿Puede sencillamente, en la presencia de Dios, decir “quiero deshacerme de esto”?

A modo de ejemplo, pongamos el caso de uno que no puede prestar atención cuando reza; su mente divaga; aparecen pensamientos intrusos; el tiempo pasa, y siempre es lo mismo. ¿Diremos que esto sucede por debilidad, por falta de poder? Por supuesto, podría ser así; pero antes que diga semejante cosa, que considere si alguna vez se llamó al orden a sí mismo, se sacudió, se despertó a sí mismo, obligándose por así decirlo, a prestar atención. Bien conocemos la sensación en medio de una pesadilla, cuando nos decimos a nosotros mismos “esto es un sueño” y sin embargo no podemos movilizar de tal manera la voluntad como para liberarnos de esa fea sensación y cómo a la larga, mediante un esfuerzo de voluntad nos movemos y el encanto se rompe de inmediato: nos hemos despertado. Así pasa con la pereza y la indolencia; el Inicuo pesa mucho en nosotros, pero sólo tiene poder sobre nosotros en la medida en que somos remisos en librarnos de él. No puede combatir contra nosotros; huye; ni bien nos proponemos combatirlo ya nada puede hacer.

Existe el famoso ejemplo de un santo hombre de la Antigüedad que, antes de su conversión intuía agudamente la excelencia de la pureza pero que no alcanzaba en sus oraciones a ir más allá que decir: “Señor, dame la castidad, pero no todavía.” No seré tan desconsiderado como para menguar el poder de ninguna tentación sea de la clase que sea, ni tampoco caeré en la presunción de decir que Dios Todopoderoso ciertamente protegerá a un hombre de la tentación que lo acosa con tal que el tentado lo desee; pero cada vez que los hombres se quejan de lo arduo que resulta alcanzar ciertas virtudes, por lo menos no estaría mal que primero se hagan la pregunta, si en verdad lo desean.

En los días que corren se oye mucho acerca de la imposibilidad de una pureza celestial―y lejos estoy de negar que cada cual recibe sus dones propios de la mano de Dios, uno de un modo y otro de otro―pero ¡vosotros los hombres de este mundo!, cuando habláis como lo hacéis tan extendidamente sobre la imposibilidad de esta gracia sobrenatural o de esta otra, cuando descreéis de la existencia de un severo gobierno de sí, cuando os mofáis de las santas resoluciones y difamais a quienes así lo hacen, ¿estáis seguros de que la imposibilidad a la que se refieren no procede de la naturaleza, sino de la voluntad? Tratemos de querer en serio y nuestra naturaleza se ve modificada “conforme al poder que obra en nosotros”. No digáis para excusaros o para disculpar a otros que no podéis ser distintos de cómo os hizo Adán; nunca os habéis resuelto a quererlo―la sola idea les resulta insoportable. No soportáis la idea de ser distintos de lo que sois. Así, se les ocurre la peregrina idea de que si fuerais diferentes, la vida estaría como en blanco, mas aquello que efectivamente sois por no desear un don, esto mismo usáis a modo de excusa: que no disponéis de ese poder.

Pongamos de ejemplo la prueba que más os guste―la ridiculización del mundo o su censura, la pérdida de oportunidades, la pérdida de admiradores o amigos, la pérdida de confort, el soportar dolores corporales―y recordad cuán fácil ha sido el camino ni bien nos determinamos a someternos a él; cuán simple resultó todo lo demás, cuán admirablemente una cantidad de dificultades fueron removidas sin participación nuestra, y cómo el alma se vio fortalecida interiormente con sólo hacer lo que había que hacer. Sólo que pocas veces contamos con el corazón para arrojarnos, por así decirlo, sobre el Brazo Divino; no nos animamos a caminar sobre las aguas, aunque Cristo nos invita a eso mismo. No contamos con el amor de San Pedro para pedirle permiso para dirigirse hacia Él caminando sobre las aguas. Ahora, ni bien nos vemos llenos de aquel celestial amor, lo podemos todo, porque lo intentamos todo―pues el intentarlo equivale a hacerlo.

Querría que cada uno de ustedes considere cuidadosamente si alguna vez halló que Dios les falló en una prueba cuando el propio corazón no fallaba; y si acaso no han encontrado que se les ha otorgado más y más fuerza en la medida en que les hacía falta; si acaso no han obtenido una clara prueba en el día de la tentación de que efectivamente sí cuentan con un poder divino dentro vuestro además de una cierta convicción, en medio de todo, de que no han recurrido a ese poder enteramente, que nunca lo agotaron. La gracia siempre supera la oración. Abrahán dejó de interceder antes de que Dios cesara de otorgar. Joás derrotó a los sirios en tres oportunidades cuando bien podría haber obtenido cinco o seis victorias. Todos disponen del don, muchos ni siquiera lo usan, nadie lo agota. Uno lo envuelve en una servilleta, otro gana cinco libras, otro diez. Pero fructificará por treinta, o por sesenta, o por cien. No sabemos lo que somos, o podríamos ser. Así como la semilla contiene dentro suyo un árbol, así también los
hombres contienen dentro suyo ángeles.

De aquí el gran énfasis que hallamos en la Escritura acerca del crecimiento en la gracia. Las semillas han sido hechas para crecer y convertirse en árboles. Somos regenerados para que nos veamos renovados diariamente a imagen de Aquel que nos regeneró.

En los lugares que siguen se establece cuál es nuestra vocación para “despertar la rectitud del espíritu con aquello que os recuerdo” (II Pet. III:1). “Fortaleceos en el Señor”, dice el Apóstol, “y en la fuerza de su poder. Revestíos de la armadura de Dios… ceñidos los lomos con la verdad y vestidos con la coraza de la justicia, y calzados los pies con la prontitud del Evangelio de la paz. Abrazad en todas las ocasiones el escudo de la fe, con la cual podréis apagar todos los dardos encendidos del Maligno. Recibid asimismo el yelmo de la salud y la espada del Espíritu” (Ef. VI: 10, 11, 13-17). En nosotros, primero una gracia y luego otra serán perfeccionadas en nosotros. Cada día traerá su propio tesoro hasta que nos hallemos de pie, como espíritus benditos, capaces y esperando cumplir la voluntad de Dios.

Y aún más apropiadas son las palabras de San Pedro que fundan toda esta doctrina sobre la que hoy he estado insistiendo, punto por punto. En primer lugar nos dice que “su divino poder nos ha dado todas las cosas conducentes a la vida y a la piedad” (II Pet. 3), esto es, que contamos con un don. Luego se refiere al objeto que ese regalo mismo ha de realizar―“preciosos y grandísimos bienes se nos han obsequiado para que merced a ellos llegaseis a ser partícipes de la naturaleza divina”, para que nosotros, que por nacimientos somos hijos de la cólera, fuésemos interior y realmente hijos de Dios, dejando de lado lo que éramos antes, o, como lo dice él, “dejando la corrupción del mundo que vive en concupiscencias”, esto es, limpiándonos de la última rémora que queda en nosotros del pecado original, la infección de la concupiscencia. Con lo que concuerda muy precisamente San Pablo cuando se dirige a los Corintios: “Teniendo tales promesas”, dice, “purifiquémosnos de toda contaminación de carne y de espíritu, santificándonos cada vez más con un santo temor de Dios” (II Cor. VII:1). Pero sigamos con San Pedro: “Poned todo vuestro empeño”, dice, “en unir a vuestra fe la rectitud, a la rectitud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la paciencia, a la paciencia la piedad, a la piedad el amor fraternal, y al amor fraternal la caridad” (II Pet. I:5-7). Luego habla de los que, aunque no se puede decir de ellos que hayan perdido la gracia de Dios, sin embargo por razón de una voluntad indolente y un amor tibio, se han vuelto de ningún provecho y no son más que obstrucciones en la viña del Señor, “porque quien no posee estas cosas está ciego y anda a tientas, olvidado de la purificación de sus antiguos pecados” (II:I:9)―se ha olvidado de la limpieza que una vez recibió cuando fue introducido al reino de la gracia. “Por lo cual, hermanos, esforzaos más por hacer segura vuestra vocación y elección; porque haciendo esto no tropezaréis jamás. Y de este modo os estará ampliamente abierto el acceso al reino eterno de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo.” (II Pet. I:10). Día tras día entraréis más y más profundamente en la plenitud de las riquezas de aquel reino al cual pertenecéis.

Y si no, por último, considerad la relación que hace San Pablo de aquel mismo crecimiento y su curso, en su Epístola a los Romanos: “La tribulación obra paciencia; la paciencia, prueba; la prueba, esperanza; y la esperanza no engaña”. Tales son la serie de dones: paciencia, experiencia, esperanza, un alma sin vergüenza―¿y de dónde procede todo esto? Continúa, “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” (Rom. V:3-5).

El amor lo puede todo; “la caridad nunca desfallece” (I Cor. XIII:8); el que quiere, dispone del poder. Diréis: “¿Pero no es que la voluntad misma del hombre procede de Dios?, y que, por tanto, después de todo, ¿no es Él quién todo lo hace, no nosotros, si nosotros no tenemos voluntad?”. Respondo diciendo que indudablemente, por naturaleza nuestra voluntad está atada; no podemos querer el bien; pero por la gracia de Dios nuestra voluntad ha sido liberada; obtenemos nuevamente, hasta cierto punto, el don del libre arbitrio; por tanto, podemos querer o no querer. Si queremos, indiscutiblemente eso procede de la gracia de Dios, quien nos dio la potestad de querer, alabado sea su santo nombre; pero procede de nosotros también, porque hemos usado de ese poder que Dios nos dio. Dios nos permite querer y obrar; por naturaleza no podemos querer, pero sí lo podemos por gracia; y si ahora nos falta voluntad es por causa de un defecto nuestro. ¿Qué puede hacer por nosotros la Misericordia Todopoderosa que no haya hecho ya? “Nos ha dado todas las cosas conducentes a la vida y a la piedad” y por tanto, nosotros, podemos “hacer segura nuestra vocación” (II Pet. I:3, 10), como lo hicieron los santos hombres de Dios de antaño.

¡Ah, cómo nos avergüenzan aquellos antiguos santos!, ¡cómo “cobraron fuerza de su flaqueza, se hicieron poderosos en la guerra” (Heb. XI:34) y se convirtieron en ángeles sobre la tierra en lugar de hombres! ¿Y por qué? Porque tenían un corazón con el que contemplar, planear, querer grandes cosas. Indiscutiblemente, en muchos respectos, no somos sino hombres hasta el fin; tenemos hambre, tenemos sed, necesitamos sustento, dormir, vida en sociedad, instrucción, aliento, ejemplos; y con todo, ¿quién puede decir qué alturas no pueden alcanzar a su debido tiempo en todas las cosas, comenzando de a poco y sin embargo anticipando en la distancia la sombra de grandes cosas?

“Dilata el lugar de tu tienda, que se hagan más anchas las pieles de tu pabellón; no seas parca en ello, alarga tus cuerdas y afianza tus estacas, pues te extenderás a la derecha y a la izquierda… No temas, pues no quedarás confundida; no te avergüences, porque no tendrás de qué avergonzarte... Serás restablecida en justicia y estarás lejos de la opresión, puedes nada tendrás que temer y estarás lejos del espanto, el cual no te alcanzará más… Esta es la herencia de los siervos de Yahvé y la justicia que de Mí les vendrá, oráculo de Yahvé.” (Is. LIV:2-4, 14, 17).

Palabra elevadas como éstas refieren en primer lugar a la Iglesia, mas indudablemente se cumplen en su medida en cada uno de sus hijos verdaderos.

Pero nosotros nos sentamos fría e indolentemente y nos quedamos en casa; juntamos las manos y pedimos “dormir un poquito más”, cerramos los ojos, no podemos ver cosas en lontananza, no podemos “ver la tierra que está en la distancia”; no entedemos que Cristo nos llama en su seguimiento; no oímos las voces de sus heraldos en el desierto; no tenemos corazón bastante para acercarnos a Él que multiplica los panes y que nos alimenta con cada palabra salida de su boca. Otros hijos de Adán antes que ahora han hecho con el poder de Cristo lo que ahora nosotros dejamos de lado. Tememos ser demasiado santos. Nos avergüenzan; alrededor nuestro los hay quienes están haciendo lo que nosotros no nos animamos. Otros están entrando más profundamente al reino de los cielos que nosotros. Otros están peleando contra sus enemigos más verdaderamente y con mayor bravura. Los iletrados, los faltos de recursos, los jóvenes, los débiles y los simples, con una honda y piedras del arroyo, salen al encuentro de Goliat como si tuviesen una armadura divina. Día tras día la Iglesia se eleva hacia los cielos a nuestro alrededor y nosotros no hacemos más que objetar, o explicar, o criticar, o disculparnos o admirarnos. Tememos juntar nuestra suerte con la de los santos, no sea que nos convirtamos en una secta; tenemos miedo de buscar la puerta estrecha, no vaya a ser que seamos de los elegidos y no de los muchos.

¡Oh, que podamos mostrarnos leales y afectuosos antes que se termine nuestra carrera! Antes de que el sol se ponga sobre nuestra tumba, ¡quiera Dios que podamos aprender siquiera un poquito más acerca de aquello que el Apóstol llama el amor de Cristo que excede todo conocimiento y podamos atrapar algunos de los rayos de amor que proceden de Él!

Especialmente en este tiempo, cuando Cristo nos convoca al desierto, ciñémonos los lomos y obedezcamos sus órdenes sin pensarlo dos veces. Tomemos su cruz y sigámoslo. Revistámonos con “la armadura de Dios, para poder sostenernos contra los ataques engañosos del diablo. Porque para nosotros la lucha no es contra la sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los poderes mundanos de estas tinieblas, contra los espíritud de la maldad en lo celestial. Tomad por eso, la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, habiendo cumplido todo, estar en pie.” (Ef. VI:11-13).


Fuente: Et Voilà
Leído en: devocioncatolica.blogspot

Evangelio del día (Calendario Tradicional) - 29 de noviembre de 2011

Lc 21,25-33

+ Continuación del Santo Evangelio según San Lucas (XXI, 25-33)

Biblia versión Nacar-Colunga

(25)  Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la tierra perturbación de las naciones, aterradas por los bramidos del mar y la agitación de las olas,  (26)  exhalando los hombres sus almas por el terror y el ansia de lo que viene sobre la tierra, pues las columnas de los cielos se conmoverán.  (27)  Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con poder y majestad grandes.  (28)  Cuando estas cosas comenzaren a suceder, cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención.  (29)  Y les dijo una parábola: Ved la higuera y todos los árboles;"  (30)  cuando echan ya brotes, viéndolos, conocéis por ellos que se acerca el verano.  (31)  Así también vosotros, cuando veáis estas cosas, conoced que está cerca el reino de Dios.  (32)  En verdad os digo que no pasará esta generación antes que todo suceda.  (33)  El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Laus Tibi, Christe
 

Biblia versión Torres Amat

Luc 21:25  Se verán fenómenos prodigiosos en el sol, la luna y las estrellas, y en la tierra estarán consternadas y atónitas las gentes por el estruendo del mar y de las olas,
Luc 21:26  secándose los hombres de temor y de sobresalto, por las cosas que han de sobrevenir a todo el universo; porque las virtudes de los cielos estarán bambaleando.
Luc 21:27  Y entonces será cuando verán al Hijo del hombre venir sobre una nube con gran poder y majestad.
Luc 21:28  Como quiera, vosotros, al ver que comienzan a suceder estas cosas, abrid los ojos, y alzad la cabeza, estad de buen ánimo, porque vuestra redención se acerca.
Luc 21:29  Y les propuso esta comparación: Reparad en la higuera y en los demás árboles.
Luc 21:30  Cuando ya empieza a brotar el fruto, conocéis que está cerca el verano.
Luc 21:31  Así también vosotros, viendo la ejecución de estas cosas, entended que el reino de Dios está cerca.
Luc 21:32  Os empeño mi palabra, que no se acabará esta generación, hasta que todo lo dicho se cumpla.
Luc 21:33  El cielo y la tierra se mudarán, pero mis palabras no faltarán.

Biblia versión Jünemann

(25) «Y habrá señales en sol, y luna, y estrellas; y sobre la tierra angustia de gentes en desatiento de resonancia y piélago y marejada,  (26)  exanimándose los hombres de temor y expectación de lo sobreviniente al orbe; pues los poderes de los cielos se estremecerán.  (27)  Y entonces verán al Hijo del hombre venir en nube con poder y gloria mucha.  (28)  Mas, empezando esto a acontecer, erguíos y alzad vuestras cabezas, por esto: porque se acerca vuestra redención».  (29)  Y dijo parábola a ellos: «Ved la higuera y todos los árboles:  (30)  cuando han brotado ya, mirando, de vosotros conocéis que ya cerca el estío está;  (31)  así también vosotros, cuando viereis esto acontecer, conoced que cerca está el reino de Dios.  (32)  En verdad dígoos que no pasará, no, esta generación hasta que todo acontezca.  (33)  El cielo y la tierra pasarán; pero mis palabras no pasarán, no.


Biblia Vulgata (latín)


(25)  et erunt signa in sole et luna et stellis et in terris pressura gentium prae confusione sonitus maris et fluctuum  (26)  arescentibus hominibus prae timore et expectatione quae supervenient universo orbi nam virtutes caelorum movebuntur  (27)  et tunc videbunt Filium hominis venientem in nube cum potestate magna et maiestate  (28)  his autem fieri incipientibus respicite et levate capita vestra quoniam adpropinquat redemptio vestra  (29)  et dixit illis similitudinem videte ficulneam et omnes arbores  (30)  cum producunt iam ex se fructum scitis quoniam prope est aestas  (31)  ita et vos cum videritis haec fieri scitote quoniam prope est regnum Dei  (32)  amen dico vobis quia non praeteribit generatio haec donec omnia fiant  (33)  caelum et terra transibunt verba autem mea non transient
Comentario
CATENA AUREA de Santo Tomás de Aquino


Lucas 21:25-27 

"Y habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y se abatirán las naciones en la tierra, por la confusión del rugido del mar y de las olas; quedando los hombres yertos por el temor y expectación de lo que sobrevendrá a todo el universo; porque las virtudes de los cielos se conmoverán, y entonces verán al Hijo del hombre que vendrá sobre una nube con gran poder y majestad". (vv. 25-27)

Beda
Anuncia después lo que sucederá cuando se cumpla el tiempo de las naciones, diciendo: "Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas".

San Ambrosio
Estas señales son expresadas con más claridad por San Mateo de este modo: "Entonces se oscurecerá el sol, no dará luz la luna y caerán del cielo las estrellas" (Luc_24:29 ).

San Eusebio
Entonces, pues, cuando se consuma la vida corruptible, y pase, según el Apóstol, la especie de este mundo y suceda un nuevo siglo en el que en vez de astros luminosos brillará Cristo como el lucero y rey de un siglo nuevo, será tanto el brillo de su poder y de su gloria, que el sol que brilla ahora, y la luna y las demás estrellas, se eclipsarán a la venida de mayor luz.

Crisóstomo
Así como en este siglo desaparecen la luna y las estrellas en cuanto sale el sol, así en la gloriosa aparición de Cristo se oscurecerá el sol y no dará luz la luna, y caerán las estrellas del cielo, el cual se despojará de su manto primitivo para vestirse otro de luz mucho mejor.

San Eusebio
Manifiesta a continuación lo que sucederá al orbe después que se oscurezcan los astros, y cuál será la angustia de las gentes, diciendo: "Y se abatirán las naciones en la tierra por la confusión del rugido del mar", etc., en donde parece enseñar que el principio de la trasmutación del universo habrá de venir por la falta de la sustancia húmeda. Esta será, pues, consumida o helada, de modo que no se oirá ya el ruido del mar, ni sus olas tocarán la arena a causa de la extremada sequía, y las demás partes del mundo sufrirán una transformación, no recibiendo ya el vapor que constantemente le enviaba la sustancia húmeda. Y así, como la aparición del Salvador debe combatir los prodigios opuestos a Dios, esto es, el Anticristo, tomarán principio sus venganzas de la sequía, de suerte que no se oirá ya la tempestad ni el ruido del mar, y entonces será el momento de la angustia de los hombres que sobrevivan. Continúa, pues: "Y los hombres estarán sedientos: es decir, se consumirán por el temor y la expectación de lo que debe suceder en todo el universo". Manifiesta luego lo que sucederá, diciendo: "Porque las potestades de los cielos se conmoverán".

Teofilactus
O de otro modo, cuando se trastorne el orbe superior, los elementos inferiores sufrirán el mismo trastorno. Así dice: "Y se abatirán las naciones de la tierra", etc. Como si dijera: Bramará terriblemente el mar y la tempestad agitará sus costas, de tal suerte que se abatirán los pueblos, esto es, la miseria será común, hasta que se consuman por el temor y la expectación de los males que asaltarán al mundo. Y continúa: "Y los hombres se abatirán por el temor y la expectación de lo que va a suceder en todo el universo".

San Agustín, ad Hesychium epist 80
Pero diréis: estos males nos obligan a reconocer que ha llegado ya el fin, puesto que se cumple lo predicho. Porque es cierto que no hay nación ni lugar que no se halle hoy en la aflicción y la tribulación. Pero si los males que sufre ahora el género humano son indicios ciertos de que ha de venir el Señor, ¿por qué dice el Apóstol: "Cuando dijeren: paz y seguridad?" (1Ts_5:3). Veamos, pues, si debe entenderse más bien que no se cumplirá de este modo lo predicho en estas palabras, sino que sucederá cuando la tribulación se extienda sobre la Iglesia, que será afligida en todo el universo; no sobre los que la afligirán, puesto que ellos son los mismos que han de decir: Paz y seguridad. Ahora bien, estos males, que se creen como sumos y extremos, vemos que son comunes a uno y otro reino, al de Cristo y al del diablo. Los buenos y los malos los sufren igualmente, y en medio de tanta calamidad se entregan por todas partes a escandalosas orgías. ¿Es esto, por ventura, amilanarse por el temor, o más bien arder en apetitos de lujuria?

Teofiactus
No sólo temblarán los hombres cuando se altere el mundo, sino que hasta los ángeles quedarán pasmados de espanto por tan terribles alteraciones del mundo. Dice, pues: "Porque las virtudes de los cielos se conmoverán".

San Gregorio, in evang. hom. 1
¿Y a qué se llama virtudes de los cielos, sino a los ángeles, dominaciones, principados y potestades? Ellos aparecerán visiblemente a nuestros ojos a la llegada del severo juez, para exigirnos rigurosamente lo que ahora nos pide con misericordia nuestro invisible Creador.

San Eusebio
Y como el Hijo de Dios ha de venir en gloria y ha de confundir la soberbia tiranía del hijo del pecado, sirviéndole los ángeles del cielo, se abrirán las puertas cerradas en el siglo para que aparezca lo excelso.

Crisóstomo, ad Olympian epistola 2
O bien, se conmoverán las fortalezas de los cielos, aunque inconscientes; y al ver las infinitas muchedumbres que se condenan, no podrán estar allí tranquilas.

Beda
Por esto se dice en el libro de Job que tiemblan las columnas del cielo y se amedrentan a su mandato (Job_26:11). Y ¿qué sucederá a las tablas, cuando tiemblan las columnas? ¿qué no sufrirán los arbustos del desierto cuando el cedro del paraíso es desgajado?

San Eusebio
Las potestades de los cielos son las que rigen las partes materiales del universo. Las cuales entonces se conmoverán para adquirir un estado más perfecto, por lo tanto, quedarán libres en la nueva vida del servicio que vienen prestando a Dios respecto de los cuerpos sensibles en cuanto a su estado de corrupción.

San Agustín, ut sup
Pero el Señor, para que no parezca que exageró todo esto que predijo acerca de la aproximación de su segunda venida, lo cual ya acostumbraba a suceder en este mundo antes de su primera venida, y no nos burlemos de lo mucho que todo esto que dijo se lee ya en la historia de los pueblos, creo que debe entenderse mejor respecto de la Iglesia; pues la Iglesia es el sol, la luna y las estrellas (Cnt_6:9), a quien se ha llamado hermosa como la luna, escogida como el sol, la cual no brillará entonces por la furiosa persecución.

San Ambrosio
También se oscurecerá la brillante antorcha de la fe por la nube de la perfidia para muchos que se separen de la religión; porque aquel sol de justicia se aumenta o se disminuye para mí, según mi fe. Y así como en las fases periódicas de la luna, esto es, en las menguantes de cada mes, la luna se oscurece porque tiene la tierra en frente, así la Iglesia santa, cuando se le oponen los vicios de la carne a la luz del cielo, no puede reflejar el resplandor de la luz divina, de los rayos de Cristo. Y en las persecuciones apaga también el brillo del sol divino el amor de esta vida. Caen también las estrellas, esto es, la gloria del hombre que resplandece, cuando prevalece el furor de la persecución, lo que conviene que suceda hasta que se llene el número de los elegidos. Así se prueban los buenos y se manifiestan los débiles.

San Agustín, ut sup
Respecto de lo que se ha dicho: "y en la tierra consternación de las gentes", quiso designar con la palabra gentes, no las que serán benditas en la descendencia de Abraham, sino las que estarán a la izquierda.

San Ambrosio
Y será tan abrasadora la angustia de las almas por el recuerdo de la multitud de sus delitos (y el temor del juicio que ha de venir) que secará en nosotros el rocío de la fuente divina. A la manera, pues, que se espera la venida del Señor para que todo lo llene su presencia, ya en el mundo respecto del hombre, ya respecto del mundo, lo cual sucede en cada uno de nosotros cuando recibimos a Cristo con todo amor, así también las virtudes de los cielos alcanzarán aumento de gracia a la venida del Señor y se conmoverán por la plenitud de la divinidad que las penetrará más de cerca. Hay también virtudes de los cielos, que cantan la gloria de Dios, y que también por mayor comunicación se conmoverán al ver a Jesucristo.

San Agustín, ut sup
También se conmoverán las potestades de los cielos, porque los fieles más fuertes se turbarán por la persecución de los impíos. Prosigue: "Y entonces verán al Hijo del hombre venir sobre una nube".

Teofiactus
Lo verán tanto los fieles como los infieles. Brillará entonces más que el sol, tanto El como su cruz, por lo que será conocido de todos.

San Agustín, ad Hesychium epist 80
En cuanto a lo que dice que vendrá sobre una nube, puede entenderse de dos maneras: o viniendo en su Iglesia como en una nube, como ahora no cesa de venir, pero en ese entonces lo hará con gran poder y majestad por la gran fortaleza que brillará en los santos para que no sean vencidos en tan grande persecución, y así realzará su majestad; o bien porque vendrá en el mismo cuerpo con que está sentado a la diestra del Padre, y con razón es de creer que vendrá no sólo en el mismo cuerpo, sino también en la nube; porque así vendrá como se subió al cielo, pues una nube lo arrebató de la vista de sus discípulos (Hch_1:9).

Crisóstomo, in cat. graec. Patr
El Señor siempre se aparece en la nube según lo del salmo (Sal_96:12): "La nube y la oscuridad en su derredor". Por lo que el Hijo del hombre vendrá en las nubes como Dios y Señor, no ocultamente, sino en la gloria digna de Dios; y por esto añade: "Con gran poder y majestad".

San Cirilo
Conviene entender las palabras "con grande poder y majestad". En su primera venida apareció con nuestra humilde flaqueza; pero en la segunda lo verificará con todo su poder.

San Gregorio, in evang. hom. 1
Los que no quisieron oírlo en su abatimiento tendrán que contemplarlo en su poderío y majestad para que sientan entonces tanto más su fortaleza cuanto más resistieron doblar su cerviz y su corazón ante su misericordia.

Lucas 21:28-33 


"Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque cerca está vuestra redención". Y les dijo una semejanza: "Mirad la higuera y todos los árboles: Cuando ya producen de sí el fruto, entendéis que está cerca el estío. Así también vosotros, cuando viereis hacerse estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. En verdad os digo que no pasará esta generación hasta que todas estas cosas sean hechas. El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán". (vv. 28-33)

San Gregorio, ut sup
Como todo lo que va dicho se refiere a los réprobos, habla ahora para consuelo de sus escogidos. Por esto añade: "Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque cerca está vuestra redención". Como diciendo: Cuando las plagas abruman al mundo, levantad vuestras cabezas, esto es, alegrad vuestros corazones, porque mientras el mundo (de quien en realidad no sois amigos) se acaba, se aproxima vuestra redención, que tanto habéis buscado. En la Sagrada Escritura se toma muchas veces la cabeza en vez de la inteligencia; porque así como los miembros son gobernados por la cabeza, los pensamientos se rigen por la inteligencia. Por tanto, levantar nuestras cabezas equivale a levantar nuestra inteligencia hacia los goces de la patria celestial.

San Eusebio
Cuando hayan pasado todas las cosas materiales aparecerán las inteligibles y celestiales, a saber: el reinado de aquel siglo que nunca habrá de concluir, y entonces se concederán las promesas ofrecidas a los dignos. Por esto dice: "Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad", etc. Una vez recibidas las promesas que esperamos del Señor, seremos reanimados los que antes andábamos abatidos, y levantaremos nuestras cabezas, en otro tiempo humilladas, porque viene nuestra redención que tanto esperábamos; esto es, aquella que toda criatura desea.

Teofiactus
Esto es, la perfecta libertad del cuerpo y del alma, así como la primera venida del Salvador tuvo por objeto la reforma de nuestras almas, la segunda tendrá lugar para la reforma de nuestros cuerpos.

San Eusebio
Dice todo esto también a sus discípulos, no porque ellos hubiesen de durar en este mundo, hasta su término, sino (como subsistiendo en un solo cuerpo) no sólo para ellos sino para nosotros y para todos los demás, que habrán de creer en Jesucristo hasta la consumación de los siglos.

San Gregorio, ut sup
En cuanto a que el mundo deba ser destruido y despreciado, manifiesta su oportuna comparación cuando dice: "Mirad la higuera y todos los árboles: cuando ya producen de sí el fruto, entendéis que está cerca el estío", etc. Como diciendo: Así como se conoce que está próximo el verano por el fruto del árbol, así se conocerá la proximidad del Reino de Dios por la destrucción del mundo. En esto se manifiesta que la ruina es el fruto del mundo. Para esto produce; porque así como alimenta a todos con sus semillas, así los consumirá con sus mortandades. Se compara el Reino de Dios con el verano, porque entonces han pasado las nieblas de nuestras riquezas y empiezan a brillar con gran claridad los días del sol eterno.

San Ambrosio
San Mateo, pues, sólo habló de la higuera, pero San Lucas habla de todos los árboles. Mas la higuera tiene doble significación: o cuando se enternecen las cosas duras, o cuando complacen los pecados. Y así, cuando los frutos reverdecen en todos los árboles y la higuera aparece fecunda, esto es, cuando toda lengua confiese al Señor y le haya confesado el pueblo judío, debemos esperar la venida del Señor, porque entonces se cogerán los frutos de su resurrección, como en tiempo de verano. O cuando el hombre pecador se vista del orgullo veleidoso y pasajero de la sinagoga, como los árboles de sus hojas, debemos deducir que se aproxima el juicio. Porque Dios se apresura a premiar la fe y a concluir con el pecado.

San Agustín, ad Hesychium epist 80
Y cuando dice: "Cuando veáis que suceden estas cosas", ¿qué podremos entender sino aquellas de que ya hemos hecho mención? Entre ellas se encuentra lo siguiente: "Y entonces verán al Hijo del hombre que viene" (Luc_24:33 ). Por tanto, cuando se vea esto no habrá llegado ya el Reino de Dios, sino que estará cerca. ¿Y acaso debe decirse que no todas las cosas ya mencionadas deben comprenderse en estas palabras: "Cuando veáis que esto sucede", sino algunas de ellas, a excepción de lo que se ha dicho, "y entonces verán al Hijo del hombre"? San Mateo ha declarado que no debía exceptuarse nada, diciendo: "Así, vosotros, también cuando viereis todas estas cosas" entre las que se comprende la venida del Hijo de Dios, de modo que entendamos que ahora se verifica en sus miembros como en nubes, o en la Iglesia como en una grande nube.

Tito
Cerca está el Reino de Dios porque cuando sucede esto todavía no ha llegado el último fin de las cosas; pero ya se prepara, porque la venida del Señor eliminando todos los principados y potestades preparará el Reino de Dios.

San Eusebio
Así como en esta vida el sol (cuando después del invierno vuelve la primavera) fomenta y vivifica con el calor de sus rayos las semillas ocultas en la tierra, transformándolas en su primera forma, de modo que al brotar toman su antigua forma y producen infinitas plantas de variado color, así la gloriosa venida del unigénito de Dios, iluminando al nuevo siglo con sus rayos vivificadores, hará nacer a la luz las semillas sepultadas largo tiempo en el mundo, esto es, las que dormían bajo el polvo de la tierra, produciendo cuerpos mejores que antes; y vencida la muerte, reinará después la vida del siglo nuevo.

San Gregorio, ut sup
Todo lo predicho recibe el sello de la mayor certidumbre cuando añade: "En verdad os digo que", etc.

Beda
Recomienda mucho lo que anuncia de esta manera; y (si es permitido decirlo) estas palabras, "En verdad os digo" son un juramento, porque "amén" quiere decir verdad. Por tanto es la Verdad quien dice: En verdad os digo; y aunque no se expresara así, no puede mentir de ningún modo. Llama generación a todo el género humano, o en especial la raza de los judíos.

San Eusebio
También llama así a la generación nueva de la Iglesia santa, manifestando que habrá de durar el pueblo de los fieles hasta el tiempo en que habrá de ver todas estas cosas y contemplará con sus propios ojos el cumplimiento de las palabras del Salvador.

Teofiactus
Como les había predicho perturbaciones, guerras y trastornos, tanto de los elementos como de las demás cosas, para que no se sospechase que la misma cristiandad habría de perecer añade: "El cielo y la tierra pasarán; pero mis palabras no pasarán"; como diciendo: y si se conmueven todas las cosas, mi fe no faltará; en lo cual da a entender que la Iglesia será preferida a toda criatura, porque la criatura sufrirá alteración y la Iglesia de los fieles y las predicaciones del Evangelio subsistirán.

San Gregorio, ut sup
"El cielo y la tierra pasarán", etc. Como diciendo: Todo aquello que para nosotros es durable no lo es eternamente sin mudanza; y todo lo que parece pasar conmigo será fijo y permanente; porque mi palabra que pasa expresa sentencias inmutables y permanentes.

Beda
El cielo que pasará no es el etéreo de las estrellas, sino el aire del que toman el nombre las aves del cielo. Pero si la tierra ha de pasar, ¿cómo dice el Eclesiastés: "Mi tierra subsiste eternamente?" (Ecl_1:4). Pero por una clara razón, el cielo y la tierra pasarán en cuanto a la forma que ahora tienen, pero en cuanto a la esencia subsistirán siempre.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Evangelio del día (Calendario Tradicional) - 28 de noviembre de 2011

Lc 21,25-33

+ Continuación del Santo Evangelio según San Lucas (XXI, 25-33)

Biblia versión Nacar-Colunga

(25)  Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la tierra perturbación de las naciones, aterradas por los bramidos del mar y la agitación de las olas,  (26)  exhalando los hombres sus almas por el terror y el ansia de lo que viene sobre la tierra, pues las columnas de los cielos se conmoverán.  (27)  Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con poder y majestad grandes.  (28)  Cuando estas cosas comenzaren a suceder, cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención.  (29)  Y les dijo una parábola: Ved la higuera y todos los árboles;"  (30)  cuando echan ya brotes, viéndolos, conocéis por ellos que se acerca el verano.  (31)  Así también vosotros, cuando veáis estas cosas, conoced que está cerca el reino de Dios.  (32)  En verdad os digo que no pasará esta generación antes que todo suceda.  (33)  El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Laus Tibi, Christe
 

Biblia versión Torres Amat

Luc 21:25  Se verán fenómenos prodigiosos en el sol, la luna y las estrellas, y en la tierra estarán consternadas y atónitas las gentes por el estruendo del mar y de las olas,
Luc 21:26  secándose los hombres de temor y de sobresalto, por las cosas que han de sobrevenir a todo el universo; porque las virtudes de los cielos estarán bambaleando.
Luc 21:27  Y entonces será cuando verán al Hijo del hombre venir sobre una nube con gran poder y majestad.
Luc 21:28  Como quiera, vosotros, al ver que comienzan a suceder estas cosas, abrid los ojos, y alzad la cabeza, estad de buen ánimo, porque vuestra redención se acerca.
Luc 21:29  Y les propuso esta comparación: Reparad en la higuera y en los demás árboles.
Luc 21:30  Cuando ya empieza a brotar el fruto, conocéis que está cerca el verano.
Luc 21:31  Así también vosotros, viendo la ejecución de estas cosas, entended que el reino de Dios está cerca.
Luc 21:32  Os empeño mi palabra, que no se acabará esta generación, hasta que todo lo dicho se cumpla.
Luc 21:33  El cielo y la tierra se mudarán, pero mis palabras no faltarán.

Biblia versión Jünemann

(25) «Y habrá señales en sol, y luna, y estrellas; y sobre la tierra angustia de gentes en desatiento de resonancia y piélago y marejada,  (26)  exanimándose los hombres de temor y expectación de lo sobreviniente al orbe; pues los poderes de los cielos se estremecerán.  (27)  Y entonces verán al Hijo del hombre venir en nube con poder y gloria mucha.  (28)  Mas, empezando esto a acontecer, erguíos y alzad vuestras cabezas, por esto: porque se acerca vuestra redención».  (29)  Y dijo parábola a ellos: «Ved la higuera y todos los árboles:  (30)  cuando han brotado ya, mirando, de vosotros conocéis que ya cerca el estío está;  (31)  así también vosotros, cuando viereis esto acontecer, conoced que cerca está el reino de Dios.  (32)  En verdad dígoos que no pasará, no, esta generación hasta que todo acontezca.  (33)  El cielo y la tierra pasarán; pero mis palabras no pasarán, no.


Biblia Vulgata (latín)


(25)  et erunt signa in sole et luna et stellis et in terris pressura gentium prae confusione sonitus maris et fluctuum  (26)  arescentibus hominibus prae timore et expectatione quae supervenient universo orbi nam virtutes caelorum movebuntur  (27)  et tunc videbunt Filium hominis venientem in nube cum potestate magna et maiestate  (28)  his autem fieri incipientibus respicite et levate capita vestra quoniam adpropinquat redemptio vestra  (29)  et dixit illis similitudinem videte ficulneam et omnes arbores  (30)  cum producunt iam ex se fructum scitis quoniam prope est aestas  (31)  ita et vos cum videritis haec fieri scitote quoniam prope est regnum Dei  (32)  amen dico vobis quia non praeteribit generatio haec donec omnia fiant  (33)  caelum et terra transibunt verba autem mea non transient
Comentario
CATENA AUREA de Santo Tomás de Aquino


Lucas 21:25-27 

"Y habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y se abatirán las naciones en la tierra, por la confusión del rugido del mar y de las olas; quedando los hombres yertos por el temor y expectación de lo que sobrevendrá a todo el universo; porque las virtudes de los cielos se conmoverán, y entonces verán al Hijo del hombre que vendrá sobre una nube con gran poder y majestad". (vv. 25-27)

Beda
Anuncia después lo que sucederá cuando se cumpla el tiempo de las naciones, diciendo: "Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas".

San Ambrosio
Estas señales son expresadas con más claridad por San Mateo de este modo: "Entonces se oscurecerá el sol, no dará luz la luna y caerán del cielo las estrellas" (Luc_24:29 ).

San Eusebio
Entonces, pues, cuando se consuma la vida corruptible, y pase, según el Apóstol, la especie de este mundo y suceda un nuevo siglo en el que en vez de astros luminosos brillará Cristo como el lucero y rey de un siglo nuevo, será tanto el brillo de su poder y de su gloria, que el sol que brilla ahora, y la luna y las demás estrellas, se eclipsarán a la venida de mayor luz.

Crisóstomo
Así como en este siglo desaparecen la luna y las estrellas en cuanto sale el sol, así en la gloriosa aparición de Cristo se oscurecerá el sol y no dará luz la luna, y caerán las estrellas del cielo, el cual se despojará de su manto primitivo para vestirse otro de luz mucho mejor.

San Eusebio
Manifiesta a continuación lo que sucederá al orbe después que se oscurezcan los astros, y cuál será la angustia de las gentes, diciendo: "Y se abatirán las naciones en la tierra por la confusión del rugido del mar", etc., en donde parece enseñar que el principio de la trasmutación del universo habrá de venir por la falta de la sustancia húmeda. Esta será, pues, consumida o helada, de modo que no se oirá ya el ruido del mar, ni sus olas tocarán la arena a causa de la extremada sequía, y las demás partes del mundo sufrirán una transformación, no recibiendo ya el vapor que constantemente le enviaba la sustancia húmeda. Y así, como la aparición del Salvador debe combatir los prodigios opuestos a Dios, esto es, el Anticristo, tomarán principio sus venganzas de la sequía, de suerte que no se oirá ya la tempestad ni el ruido del mar, y entonces será el momento de la angustia de los hombres que sobrevivan. Continúa, pues: "Y los hombres estarán sedientos: es decir, se consumirán por el temor y la expectación de lo que debe suceder en todo el universo". Manifiesta luego lo que sucederá, diciendo: "Porque las potestades de los cielos se conmoverán".

Teofilactus
O de otro modo, cuando se trastorne el orbe superior, los elementos inferiores sufrirán el mismo trastorno. Así dice: "Y se abatirán las naciones de la tierra", etc. Como si dijera: Bramará terriblemente el mar y la tempestad agitará sus costas, de tal suerte que se abatirán los pueblos, esto es, la miseria será común, hasta que se consuman por el temor y la expectación de los males que asaltarán al mundo. Y continúa: "Y los hombres se abatirán por el temor y la expectación de lo que va a suceder en todo el universo".

San Agustín, ad Hesychium epist 80
Pero diréis: estos males nos obligan a reconocer que ha llegado ya el fin, puesto que se cumple lo predicho. Porque es cierto que no hay nación ni lugar que no se halle hoy en la aflicción y la tribulación. Pero si los males que sufre ahora el género humano son indicios ciertos de que ha de venir el Señor, ¿por qué dice el Apóstol: "Cuando dijeren: paz y seguridad?" (1Ts_5:3). Veamos, pues, si debe entenderse más bien que no se cumplirá de este modo lo predicho en estas palabras, sino que sucederá cuando la tribulación se extienda sobre la Iglesia, que será afligida en todo el universo; no sobre los que la afligirán, puesto que ellos son los mismos que han de decir: Paz y seguridad. Ahora bien, estos males, que se creen como sumos y extremos, vemos que son comunes a uno y otro reino, al de Cristo y al del diablo. Los buenos y los malos los sufren igualmente, y en medio de tanta calamidad se entregan por todas partes a escandalosas orgías. ¿Es esto, por ventura, amilanarse por el temor, o más bien arder en apetitos de lujuria?

Teofiactus
No sólo temblarán los hombres cuando se altere el mundo, sino que hasta los ángeles quedarán pasmados de espanto por tan terribles alteraciones del mundo. Dice, pues: "Porque las virtudes de los cielos se conmoverán".

San Gregorio, in evang. hom. 1
¿Y a qué se llama virtudes de los cielos, sino a los ángeles, dominaciones, principados y potestades? Ellos aparecerán visiblemente a nuestros ojos a la llegada del severo juez, para exigirnos rigurosamente lo que ahora nos pide con misericordia nuestro invisible Creador.

San Eusebio
Y como el Hijo de Dios ha de venir en gloria y ha de confundir la soberbia tiranía del hijo del pecado, sirviéndole los ángeles del cielo, se abrirán las puertas cerradas en el siglo para que aparezca lo excelso.

Crisóstomo, ad Olympian epistola 2
O bien, se conmoverán las fortalezas de los cielos, aunque inconscientes; y al ver las infinitas muchedumbres que se condenan, no podrán estar allí tranquilas.

Beda
Por esto se dice en el libro de Job que tiemblan las columnas del cielo y se amedrentan a su mandato (Job_26:11). Y ¿qué sucederá a las tablas, cuando tiemblan las columnas? ¿qué no sufrirán los arbustos del desierto cuando el cedro del paraíso es desgajado?

San Eusebio
Las potestades de los cielos son las que rigen las partes materiales del universo. Las cuales entonces se conmoverán para adquirir un estado más perfecto, por lo tanto, quedarán libres en la nueva vida del servicio que vienen prestando a Dios respecto de los cuerpos sensibles en cuanto a su estado de corrupción.

San Agustín, ut sup
Pero el Señor, para que no parezca que exageró todo esto que predijo acerca de la aproximación de su segunda venida, lo cual ya acostumbraba a suceder en este mundo antes de su primera venida, y no nos burlemos de lo mucho que todo esto que dijo se lee ya en la historia de los pueblos, creo que debe entenderse mejor respecto de la Iglesia; pues la Iglesia es el sol, la luna y las estrellas (Cnt_6:9), a quien se ha llamado hermosa como la luna, escogida como el sol, la cual no brillará entonces por la furiosa persecución.

San Ambrosio
También se oscurecerá la brillante antorcha de la fe por la nube de la perfidia para muchos que se separen de la religión; porque aquel sol de justicia se aumenta o se disminuye para mí, según mi fe. Y así como en las fases periódicas de la luna, esto es, en las menguantes de cada mes, la luna se oscurece porque tiene la tierra en frente, así la Iglesia santa, cuando se le oponen los vicios de la carne a la luz del cielo, no puede reflejar el resplandor de la luz divina, de los rayos de Cristo. Y en las persecuciones apaga también el brillo del sol divino el amor de esta vida. Caen también las estrellas, esto es, la gloria del hombre que resplandece, cuando prevalece el furor de la persecución, lo que conviene que suceda hasta que se llene el número de los elegidos. Así se prueban los buenos y se manifiestan los débiles.

San Agustín, ut sup
Respecto de lo que se ha dicho: "y en la tierra consternación de las gentes", quiso designar con la palabra gentes, no las que serán benditas en la descendencia de Abraham, sino las que estarán a la izquierda.

San Ambrosio
Y será tan abrasadora la angustia de las almas por el recuerdo de la multitud de sus delitos (y el temor del juicio que ha de venir) que secará en nosotros el rocío de la fuente divina. A la manera, pues, que se espera la venida del Señor para que todo lo llene su presencia, ya en el mundo respecto del hombre, ya respecto del mundo, lo cual sucede en cada uno de nosotros cuando recibimos a Cristo con todo amor, así también las virtudes de los cielos alcanzarán aumento de gracia a la venida del Señor y se conmoverán por la plenitud de la divinidad que las penetrará más de cerca. Hay también virtudes de los cielos, que cantan la gloria de Dios, y que también por mayor comunicación se conmoverán al ver a Jesucristo.

San Agustín, ut sup
También se conmoverán las potestades de los cielos, porque los fieles más fuertes se turbarán por la persecución de los impíos. Prosigue: "Y entonces verán al Hijo del hombre venir sobre una nube".

Teofiactus
Lo verán tanto los fieles como los infieles. Brillará entonces más que el sol, tanto El como su cruz, por lo que será conocido de todos.

San Agustín, ad Hesychium epist 80
En cuanto a lo que dice que vendrá sobre una nube, puede entenderse de dos maneras: o viniendo en su Iglesia como en una nube, como ahora no cesa de venir, pero en ese entonces lo hará con gran poder y majestad por la gran fortaleza que brillará en los santos para que no sean vencidos en tan grande persecución, y así realzará su majestad; o bien porque vendrá en el mismo cuerpo con que está sentado a la diestra del Padre, y con razón es de creer que vendrá no sólo en el mismo cuerpo, sino también en la nube; porque así vendrá como se subió al cielo, pues una nube lo arrebató de la vista de sus discípulos (Hch_1:9).

Crisóstomo, in cat. graec. Patr
El Señor siempre se aparece en la nube según lo del salmo (Sal_96:12): "La nube y la oscuridad en su derredor". Por lo que el Hijo del hombre vendrá en las nubes como Dios y Señor, no ocultamente, sino en la gloria digna de Dios; y por esto añade: "Con gran poder y majestad".

San Cirilo
Conviene entender las palabras "con grande poder y majestad". En su primera venida apareció con nuestra humilde flaqueza; pero en la segunda lo verificará con todo su poder.

San Gregorio, in evang. hom. 1
Los que no quisieron oírlo en su abatimiento tendrán que contemplarlo en su poderío y majestad para que sientan entonces tanto más su fortaleza cuanto más resistieron doblar su cerviz y su corazón ante su misericordia.

Lucas 21:28-33 


"Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque cerca está vuestra redención". Y les dijo una semejanza: "Mirad la higuera y todos los árboles: Cuando ya producen de sí el fruto, entendéis que está cerca el estío. Así también vosotros, cuando viereis hacerse estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. En verdad os digo que no pasará esta generación hasta que todas estas cosas sean hechas. El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán". (vv. 28-33)

San Gregorio, ut sup
Como todo lo que va dicho se refiere a los réprobos, habla ahora para consuelo de sus escogidos. Por esto añade: "Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque cerca está vuestra redención". Como diciendo: Cuando las plagas abruman al mundo, levantad vuestras cabezas, esto es, alegrad vuestros corazones, porque mientras el mundo (de quien en realidad no sois amigos) se acaba, se aproxima vuestra redención, que tanto habéis buscado. En la Sagrada Escritura se toma muchas veces la cabeza en vez de la inteligencia; porque así como los miembros son gobernados por la cabeza, los pensamientos se rigen por la inteligencia. Por tanto, levantar nuestras cabezas equivale a levantar nuestra inteligencia hacia los goces de la patria celestial.

San Eusebio
Cuando hayan pasado todas las cosas materiales aparecerán las inteligibles y celestiales, a saber: el reinado de aquel siglo que nunca habrá de concluir, y entonces se concederán las promesas ofrecidas a los dignos. Por esto dice: "Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad", etc. Una vez recibidas las promesas que esperamos del Señor, seremos reanimados los que antes andábamos abatidos, y levantaremos nuestras cabezas, en otro tiempo humilladas, porque viene nuestra redención que tanto esperábamos; esto es, aquella que toda criatura desea.

Teofiactus
Esto es, la perfecta libertad del cuerpo y del alma, así como la primera venida del Salvador tuvo por objeto la reforma de nuestras almas, la segunda tendrá lugar para la reforma de nuestros cuerpos.

San Eusebio
Dice todo esto también a sus discípulos, no porque ellos hubiesen de durar en este mundo, hasta su término, sino (como subsistiendo en un solo cuerpo) no sólo para ellos sino para nosotros y para todos los demás, que habrán de creer en Jesucristo hasta la consumación de los siglos.

San Gregorio, ut sup
En cuanto a que el mundo deba ser destruido y despreciado, manifiesta su oportuna comparación cuando dice: "Mirad la higuera y todos los árboles: cuando ya producen de sí el fruto, entendéis que está cerca el estío", etc. Como diciendo: Así como se conoce que está próximo el verano por el fruto del árbol, así se conocerá la proximidad del Reino de Dios por la destrucción del mundo. En esto se manifiesta que la ruina es el fruto del mundo. Para esto produce; porque así como alimenta a todos con sus semillas, así los consumirá con sus mortandades. Se compara el Reino de Dios con el verano, porque entonces han pasado las nieblas de nuestras riquezas y empiezan a brillar con gran claridad los días del sol eterno.

San Ambrosio
San Mateo, pues, sólo habló de la higuera, pero San Lucas habla de todos los árboles. Mas la higuera tiene doble significación: o cuando se enternecen las cosas duras, o cuando complacen los pecados. Y así, cuando los frutos reverdecen en todos los árboles y la higuera aparece fecunda, esto es, cuando toda lengua confiese al Señor y le haya confesado el pueblo judío, debemos esperar la venida del Señor, porque entonces se cogerán los frutos de su resurrección, como en tiempo de verano. O cuando el hombre pecador se vista del orgullo veleidoso y pasajero de la sinagoga, como los árboles de sus hojas, debemos deducir que se aproxima el juicio. Porque Dios se apresura a premiar la fe y a concluir con el pecado.

San Agustín, ad Hesychium epist 80
Y cuando dice: "Cuando veáis que suceden estas cosas", ¿qué podremos entender sino aquellas de que ya hemos hecho mención? Entre ellas se encuentra lo siguiente: "Y entonces verán al Hijo del hombre que viene" (Luc_24:33 ). Por tanto, cuando se vea esto no habrá llegado ya el Reino de Dios, sino que estará cerca. ¿Y acaso debe decirse que no todas las cosas ya mencionadas deben comprenderse en estas palabras: "Cuando veáis que esto sucede", sino algunas de ellas, a excepción de lo que se ha dicho, "y entonces verán al Hijo del hombre"? San Mateo ha declarado que no debía exceptuarse nada, diciendo: "Así, vosotros, también cuando viereis todas estas cosas" entre las que se comprende la venida del Hijo de Dios, de modo que entendamos que ahora se verifica en sus miembros como en nubes, o en la Iglesia como en una grande nube.

Tito
Cerca está el Reino de Dios porque cuando sucede esto todavía no ha llegado el último fin de las cosas; pero ya se prepara, porque la venida del Señor eliminando todos los principados y potestades preparará el Reino de Dios.

San Eusebio
Así como en esta vida el sol (cuando después del invierno vuelve la primavera) fomenta y vivifica con el calor de sus rayos las semillas ocultas en la tierra, transformándolas en su primera forma, de modo que al brotar toman su antigua forma y producen infinitas plantas de variado color, así la gloriosa venida del unigénito de Dios, iluminando al nuevo siglo con sus rayos vivificadores, hará nacer a la luz las semillas sepultadas largo tiempo en el mundo, esto es, las que dormían bajo el polvo de la tierra, produciendo cuerpos mejores que antes; y vencida la muerte, reinará después la vida del siglo nuevo.

San Gregorio, ut sup
Todo lo predicho recibe el sello de la mayor certidumbre cuando añade: "En verdad os digo que", etc.

Beda
Recomienda mucho lo que anuncia de esta manera; y (si es permitido decirlo) estas palabras, "En verdad os digo" son un juramento, porque "amén" quiere decir verdad. Por tanto es la Verdad quien dice: En verdad os digo; y aunque no se expresara así, no puede mentir de ningún modo. Llama generación a todo el género humano, o en especial la raza de los judíos.

San Eusebio
También llama así a la generación nueva de la Iglesia santa, manifestando que habrá de durar el pueblo de los fieles hasta el tiempo en que habrá de ver todas estas cosas y contemplará con sus propios ojos el cumplimiento de las palabras del Salvador.

Teofiactus
Como les había predicho perturbaciones, guerras y trastornos, tanto de los elementos como de las demás cosas, para que no se sospechase que la misma cristiandad habría de perecer añade: "El cielo y la tierra pasarán; pero mis palabras no pasarán"; como diciendo: y si se conmueven todas las cosas, mi fe no faltará; en lo cual da a entender que la Iglesia será preferida a toda criatura, porque la criatura sufrirá alteración y la Iglesia de los fieles y las predicaciones del Evangelio subsistirán.

San Gregorio, ut sup
"El cielo y la tierra pasarán", etc. Como diciendo: Todo aquello que para nosotros es durable no lo es eternamente sin mudanza; y todo lo que parece pasar conmigo será fijo y permanente; porque mi palabra que pasa expresa sentencias inmutables y permanentes.

Beda
El cielo que pasará no es el etéreo de las estrellas, sino el aire del que toman el nombre las aves del cielo. Pero si la tierra ha de pasar, ¿cómo dice el Eclesiastés: "Mi tierra subsiste eternamente?" (Ecl_1:4). Pero por una clara razón, el cielo y la tierra pasarán en cuanto a la forma que ahora tienen, pero en cuanto a la esencia subsistirán siempre.