lunes, 31 de mayo de 2010

Santa María Reina del Universo

Santoral Católico 31 de mayo

Devoción Católica
Fiesta de María Reina del Universo
 Reina de todos y más gloriosa que
todos los reyes de la tierra”
(San Germán de Constantinopla)


María es la Reina del cielo y de la tierra, por gracia, como Cristo es su Rey por naturaleza y por conquista. El reino de la Virgen María está principalmente en el interior del hombre, es decir, en su alma, de modo que podemos llamarla con los Santos: Reina de los corazones.
35. María ha colaborado con el Espíritu Santo a la obra de los siglos, es decir, la Encarnación del Verbo. En consecuencia, Ella realizará también los mayores portentos de los últimos tiempos: la formación y educación de los grandes santos, que vivirán hacia el fin del mundo, están reservadas a Ella, porque sólo esta Virgen singular y milagrosa puede realizar en unión del Espíritu Santo, las cosas singulares y extraordinarias.
37. De lo que acabo de decir se sigue evidentemente: En primer lugar, que María ha recibido de Dios un gran dominio sobre las almas de los elegidos. Efectivamente, no podía fijar en ellos su morada, como el Padre le ha ordenado, ni formarlos, alimentarlos, darlos a luz para la eternidad como madre suya, poseerlos como propiedad personal, formarlos en Jesucristo y a Jesucristo en ello, echar en sus corazones las raíces de sus virtudes y ser la compañera indisoluble del Espíritu Santo para todas las obras de la gracia… No puede, repito, realizar todo esto, si no tiene derecho ni dominio sobre sus almas por gracia singular del Altísimo, que, habiéndole dado poder sobre su Hijo único y natural, se lo ha comunicado también sobre sus hijos adoptivos, no sólo en cuanto al cuerpo lo que sería poca cosa sino también en cuanto al alma.
38. María es la Reina del cielo y de la tierra, por gracia, como Cristo es su Rey por naturaleza y por conquista. Ahora bien, así como el reino de Jesucristo consiste principalmente en el corazón o interior del hombre, según estas palabras: “El reino de Dios está en medio de ustedes”, del mismo modo, el reino de la Virgen María está principalmente en el interior del hombre, es decir, en su alma. Ella es glorificada sobre todo en las almas juntamente con su Hijo más que en todas las criaturas visibles, de modo que podemos llamarla con los Santos: Reina de los corazones.
San Luis María Grigon de Montfort
Tratado de la Verdadera Devoción

Benedicto XVI: «En la señal de la cruz está contenido el anuncio que genera la fe»


Benedicto XVI: «En la señal de la cruz está contenido el anuncio que genera la fe»

 

El Santo Padre, ante los miles de fieles que ayer por mañana se congregaron en la Plaza de San Pedro para el rezo mariano del Ángelus, advirtió que con el regreso a la liturgia ordinaria después de Pentecostés, los cristianos no debemos disminuir nuestro empeño, sino más bien, estamos llamados a estar abiertos cotidianamente a la acción de la gracia, para progresar en el amor hacia Dios y hacia el prójimo. Además el Papa pidió a los fieles que oren por el éxito de su próximo viaje a Chipre.

(RV/InfoCatólica) Recordando que ayer se celebraba el domingo de la Santísima Trinidad, Benedicto XVI explicó que de alguna manera recapitulamos la revelación de Dios en los misterios pascuales: la muerte y resurrección de Cristo, su ascensión a la derecha del Padre y la efusión del Espíritu Santo. En este contexto, el Pontífice reconoció que la mente y el lenguaje humanos no son lo suficientemente adecuados para explicar la relación que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, sin embargo, los Padres de la Iglesia han tratado de ilustrar este misterio de Dios, Uno y Trino, viviéndolo en la propia existencia con profunda fe.
"La Trinidad divina, de hecho, establece su morada en nosotros el día del Bautismo: `Yo te bautizo –dice el ministro– en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo´. El nombre de Dios, en el cual hemos sido bautizados, nosotros los recordamos cada vez que trazamos sobre nosotros la señal de la Cruz".
Al respecto, el Papa recordó que a propósito de la señal de la cruz, el teólogo Romano Guardini explicaba que "la hacemos antes de la oración para que nos ponga en orden espiritualmente, concentremos en Dios pensamientos, corazón y voluntad, y después de la oración, permanezca en nosotros aquello que Dios nos ha donado".
"En la señal de la cruz y en el nombre de Dios viviente", explicó el Santo Padre, "está contenido el anuncio que genera la fe e inspira la oración. Y, como en el Evangelio Jesús promete a los Apóstoles que cuando venga él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad, así ocurre en la liturgia dominical, cuando los sacerdotes ofrecen, semana tras semana, el pan de la palabra y de la Eucaristía".
Benedicto XVI concluyó su alocución antes del Ángelus citando la oración de San Hilario Poitiers. "Conserva incontaminada esta fe recta que está en mi y, hasta mi último respiro, dame igualmente esta voz de mi conciencia para que yo permanezca siempre fiel a aquello que he profesado en mi regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo".

¿Iglesia pecadora? Una leyenda que desmentir por completo

¿Iglesia pecadora? Una leyenda que desmentir por completo

La fórmula está cada vez más de moda, pero es ajena a la tradición cristiana. San Ambrosio llamó a la Iglesia "meretriz" precisamente para exaltar su santidad. Más fuerte que los pecados de sus hijos

por Sandro Magister










ROMA, 26 de abril de 2010 – Al referirse al encuentro entre Benedicto XVI con los cardenales en el quinto aniversario de su elección, "L'Osservatore Romano" ha escrito que "el pontífice ha hecho referencia a los pecados de la Iglesia, recordando que ella, herida y pecadora, experimenta más el consuelo de Dios".

Pero es dudoso que Benedicto XVI se haya expresado de esa manera. La fórmula "Iglesia pecadora" nunca ha sido suya. Y siempre la ha considerado equivocada.

Por citar sólo un ejemplo entre tantos, en la homilía de la Epifanía del 2008 definió la Iglesia de un modo totalmente distinto: "santa y compuesta por pecadores".

Y si examinamos bien encontramos que siempre la ha definido de ese modo. Al termino de los ejercicios de Cuaresma del 2007, Benedicto XVI agradeció al predicador – que ese año fue el cardenal Giacomo Biffi –  "por habernos ayudado a amar más a la Iglesia, la 'immaculata ex maculatis', como usted nos ha enseñado con san Ambrosio".

Efectivamente, la expresión "immaculata ex maculatis" está en un pasaje del comentario de san Ambrosio al Evangelio de Lucas. La expresión significa que la Iglesia es santa y sin mancha, aún cuando acoge en ella a hombres manchados de pecado.

El cardenal Biffi, estudioso de san Ambrosio – el gran obispo de Milán del siglo IV que fue también el que bautizó a san Agustín – , publicó en 1996 un ensayo dedicado precisamente a este tema, que contenía en el título una expresión más osada aún, aplicada a la Iglesia: "Casta meretrix", meretriz casta.

Esta última fórmula es desde hace décadas un lugar común del catolicismo progresista. Para decir que la Iglesia es santa "pero también pecadora" y debe siempre pedir perdón por los "propios" pecados.

Para darle valor a la fórmula, se suele atribuir a los Padres de la Iglesia en bloque. Por ejemplo, Hans Küng en su ensayo "La Iglesia" de 1969 – es decir, en lo que es quizá su último libro de verdadera teología – escribió que la Iglesia "es una 'casta meretrix' como se le ha llamado frecuentemente desde la época patrística".

¿Frecuentemente? Por lo que se sabe, en todas las obras de los Padres, la fórmula aparece una sola vez: en el comentario de san Ambrosio al Evangelio de Lucas. Ningún otro Padre latino o griego la ha usado jamás, ni antes ni después.

Lo que ha favorecido la fortuna reciente de la fórmula ha sido quizá un ensayo de eclesiología de 1948 del teólogo Hans Urs von Balthasar, titulado precisamente "Casta meretrix". En el cual de hecho no se hace la aplicación directa a la Iglesia de la naturaleza de "pecadora".

¿Pero en qué sentido san Ambrosio habló de la Iglesia como de una "casta meretrix"?

Simplemente, san Ambrosio quiso aplicar a la Iglesia la simbología de Rajab, la prostituta de Jericó que, en el libro de Josué, hospedó y salvó en su propia casa a unos israelitas fugitivos (arriba, Rahab en una incisión de Maarten de Vos de finales del siglo XVI).

Ya antes de Ambrosio Rajab había sido vista como "prototipo" de la Iglesia. Así en el Nuevo Testamento, y luego en Clemente Romano, Justino, Ireneo, Orígenes, Cipriano. La fórmula "fuera de la Iglesia no hay salvación", nació precisamente del símbolo de la casa salvadora de Rajab.

Aquí el pasaje en el que san Ambrosio aplicó a la Iglesia la expresión "casta meretrix":

"Rajab – que en el tipo era una meretriz pero en el misterio es la Iglesia – indicó en su sangre el signo futuro de la salvación universal en medio al asedio del mundo. Ella no rechaza la unión con los numerosos fugitivos, tanto más casta cuanto más estrechamente unida al mayor número de ellos; ella que es virgen inmaculada, sin pliegue, incontaminada en el pudor, amante pública, meretriz casta, viuda estéril, virgen fecunda… Meretriz casta, porque muchos amantes la frecuentan por lo atractivo del amor, pero sin la contaminación de la culpa" (In Lucam III, 23).

El paso es muy denso y ameritaría un análisis de cerca actualizado. Pero para limitarnos a la expresión "casta meretrix", he aquí como el cardenal Biffi la explica:

"La expresión 'casta meretrix' lejos de aludir a algo pecaminoso y reprobable, quiere indicar – no sólo en el adjetivo sino también en el sustantivo – la santidad de la Iglesia. Santidad que consiste tanto en la adhesión sin titubeos y sin incoherencias a Cristo su esposo ('casta') como en la voluntad de la Iglesia de alcanzar a todos para llevar a todos a la salvación ('meretrix').

Que luego a los ojos del mundo la Iglesia pueda aparecer ella misma manchada de pecados y golpeada por el público desprecio, es una suerte que remite a la de su fundador Jesús, que también fue considerado un pecador por las potencias terrenas de su tiempo.

Y es lo que dice también san Ambrosio en otro pasaje de su comentario al Evangelio de Lucas: "La Iglesia justamente toma figura de la pecadora, porque también Cristo asumió el aspecto de pecador" (in Lucam VI, 21).

Pero precisamente porque es santa – de la santidad indefectible que le viene de Cristo – la Iglesia puede acoger en ella a los pecadores y sufrir con ellos por los males que padecen y curarlos.

En días calamitosos como los actuales, llenos de acusaciones que quieren invadir precisamente la santidad de la Iglesia, esta es una verdad que no se debe olvidar.

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FUENTE: http://chiesa.espresso.repubblica.it

Eunucos por el Reino de los Cielos

Eunucos por el Reino de los Cielos. La disputa sobre el celibato

Al igual que otros obispos, el cardenal Schönborn propone "repensar" esta obligación para el clero católico. Benedicto XVI, por el contrario, la quiere reforzar. Lo apoya toda la historia de la Iglesia, desde la época de los apóstoles

por Sandro Magister


ROMA, 28 de mayo de 2010 – Benedicto XVI se apresta a concluir el Año Sacerdotal, convocado por él para volver a darles vigor espiritual a los sacerdotes católicos, en una época difícil para toda la Iglesia.

Pero entre tanto, un cardenal famoso y entre los más próximos al Papa, el arzobispo de Viena Christoph Schönborn, sigue con la idea fija de "repensar" la disciplina del celibato del clero latino.

Schönborn es una persona de buena cultura, ex alumno de Joseph Ratzinger cuando éste era profesor de teología. En los años ´80 colaboró en la redacción del Catecismo de la Iglesia Católica. Pero como hombre de gobierno, desde que está a la cabeza de una Iglesia disgregada como la austriaca, se muestra atento a las presiones de la opinión pública.

A mediados del mes de mayo, apenas un obispo connacional suyo, Paul Iby, de Eisenstadt, dijo que "los sacerdotes deberían ser libres para elegir casarse o no" y que "la Santa Sede es demasiado tímida respecto a tal cuestión", inmediatamente el cardenal Schönborn afirmó: "Las preocupaciones expresas del obispo Iby son las preocupaciones de todos nosotros, aunque las propuestas para solucionar los problemas son diferentes".

Ésta ha sido sólo la última de una serie incesante de manifestaciones análogas, de cardenales y obispos de todo el mundo, para no hablar de exponentes del clero y del laicado. La "superación" de la disciplina del celibato es desde hace tiempo el bajo continuo de la música de los innovadores.

De esta música, lo que se escucha y entiende ordinariamente son un par de cosas.

La primera es que el celibato del clero es una regla impuesta en siglos recientes sólo al clero.

La segunda es que a los sacerdotes católicos se les debería permitir casarse "como en la Iglesia primitiva".

Lamentablemente, estas dos cosas entran en conflicto con la historia y con la teología.

*

En la raíz del equívoco hay también una mala comprensión del concepto del celibato del clero.

En todo el primer milenio y también después, el celibato del clero era entendido en la Iglesia precisamente como "continencia", es decir, como renuncia completa, luego de la ordenación, a la vida matrimonial, también para quien hubiese estado anteriormente casado.

Efectivamente, la ordenación de hombres casados era una práctica común, documentada también por el Nuevo Testamento. Pero se lee en los Evangelios que Pedro, luego de la llamada del Señor como apóstol, "dejó todo". Y Jesús dijo que por el Reino de Dios también hay que dejar "esposa o hijos".

Mientras en el Antiguo Testamento la obligación de la pureza sexual regía solamente en los períodos de su servicio en el Templo, en el Nuevo Testamento el seguimiento de Jesús en el sacerdocio es total y abarca siempre a toda la persona.

Que desde el comienzo de la Iglesia sacerdotes y obispos fueron obligados a abstenerse de la vida matrimonial lo confirman las primeras reglas escritas sobre la materia.

Estas reglas aparecieron a partir del siglo IV, luego del fin de las persecuciones. Con el aumento impetuoso del número de fieles aumentaron también las ordenaciones, y con ellas las infracciones a la continencia.

Concilios y Papas intervinieron reiteradamente contra estas infracciones, para reafirmar la disciplina que ellos mismos definieron como "tradicional". Esto hizo el Concilio de Elvira, en la primera década del siglo IV, al sancionar la carencia de continencia con la exclusión del clero; también otros Concilios de un siglo después; los papas Siricio e Inocencio I; y luego también otros Papas y Padres de la Iglesia, desde León Magno hasta Gregorio Magno, desde Ambrosio de Milán, hasta Agustín de Hipona y Jerónimo.

Durante muchos siglos la Iglesia de Occidente siguió ordenando hombres casados, pero exigiendo siempre la renuncia a la vida matrimonial y el alejamiento de la esposa, previo el consentimiento de ésta. Las infracciones eran castigadas, pero eran muy frecuentes y estaban muy difundidas. También para hacer frente a esto, la Iglesia comenzó a elegir preferentemente a sus sacerdotes entre los hombres célibes.

En Oriente, por el contrario, desde fines del siglo VII en adelante la Iglesia afirmó la obligación absoluta de la continencia sólo en lo que se refiere a los obispos, elegidos cada vez más a menudo entre los monjes más que entre los hombres casados. Aceptó que en el bajo clero los casados siguieran llevando su vida matrimonial, con la obligación de la continencia solamente "en los días de servicio en el altar y de celebraciones de los sagrados misterios". Así lo estableció el segundo Concilio de Trullo en el año 691, un Concilio nunca reconocido como ecuménico por la Iglesia de Occidente.

Desde entonces hasta hoy ésta es la disciplina vigente en Oriente, así como en las Iglesias de rito oriental que han vuelto a la comunión con la Iglesia de Roma, luego del cisma del año 1054: continencia absoluta para los obispos y vida matrimonial permitida al bajo clero. Quedó en pie que el matrimonio debe preceder siempre a la ordenación sagrada, jamás debe ser posterior a ésta.

La tolerancia adoptada por las Iglesias de Oriente para la vida matrimonial del bajo clero fue alentada – según los historiadores – por el particular ordenamiento de estas Iglesias, constituidas en patriarcados y, en consecuencia, más inclinadas a decisiones autónomas en el plano disciplinar, con un rol preeminente desarrollado por la autoridad política.

Por el contrario, en Occidente, frente a la gran crisis política y religiosa de los siglos XI y XII la Iglesia reaccionó – con la reforma denominada gregoriana, por el nombre del Papa Gregorio VII – justamente combatiendo con fuerza los dos males que se propagaban entre el clero: la simonía, es decir la compraventa de los oficios eclesiásticos, y el concubinato.

La reforma gregoriana reafirmó en forma plena la disciplina de la continencia. Las ordenaciones de hombres célibes fueron preferidas cada vez más a la de los hombres casados. En cuanto al matrimonio celebrado luego de la ordenación – prohibido desde siempre tanto en Oriente como en Occidente – el Concilio Lateranense II del año 1139 no sólo lo definió como ilícito, sino como inválido.

También las sucesivas crisis de la Iglesia de Occidente han puesto en primer plano la cuestión del celibato del clero. Una de las primeras acciones de la Reforma protestante fue justamente la abolición del celibato. En el Concilio de Trento algunos impulsaron la dispensa de la obligación del celibato también para los sacerdotes católicos, pero la decisión final fue la de mantener integralmente en vigor la disciplina tradicional.

No sólo eso. El Concilio de Trento obligó a todas las diócesis a instituir seminarios para la formación del clero. La consecuencia fue que las ordenaciones de hombres casados disminuyeron drásticamente, hasta desaparecer. Desde hace cuatro siglos, en la Iglesia Católica los sacerdotes y obispos en su casi totalidad son célibes, con la sola excepción del bajo clero de las Iglesias de rito oriental unidas a Roma y de los ex pastores protestantes con familia que han sido ordenados sacerdotes, provenientes en su gran mayoría de la Comunión anglicana.

A partir de la percepción que los sacerdotes católicos son todos célibes se ha generalizado la idea que el celibato del clero consiste en la prohibición de casarse. En consecuencia, la "superación" del celibato consistiría tanto en ordenar hombres casados, permitiéndoles continuar viviendo su vida matrimonial, como también en permitir que los sacerdotes célibes se casen.

Luego del Concilio Vaticano II ambos reclamos han sido promovidos repetidamente en la Iglesia Católica, inclusive por obispos y cardenales.

Pero tanto uno como otro reclamo están en evidente contraste con toda la tradición de esta misma Iglesia, a partir de la edad apostólica, más allá – en lo que se refiere al segundo reclamo – de la tradición de las Iglesias de Oriente y, en consecuencia, del camino ecuménico.

Que además una "superación" del celibato sea la opción más apropiada para la Iglesia Católica actual es seguramente una idea para nada compartida por el Papa reinante.

Según lo que Benedicto XVI dice y hace, su voluntad es contraria a esos reclamos: no quiere superar sino confirmar el celibato sacerdotal, como seguimiento radical de Jesús para servir a todos, mucho más en un momento crucial de la civilización como el actual.

Precisamente a esto apunta el Año Sacerdotal al que ha convocado, con el santo Cura de Ars como modelo: un pobre cura rural que vivió el celibato como dedicación total a la salvación de las almas, una vida totalmente consumada en el altar y en el confesionario.

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La literatura científica sobre el tema es vasta. Entre otras cosas, se ha comprobado definitivamente que es históricamente falso lo que se dice sobre el Concilio de Nicea del año 325, en el que un obispo de nombre Pafnucio sostuvo e hizo aprobar la libertad para las Iglesias particulares de permitir o no la vida matrimonial a los sacerdotes. De la misma manera se ha comprobado la manumisión por obra del segundo Concilio de Trullo del año 691 de los cánones de los concilios africanos de los siglos IV e V, citados para apoyar la vida matrimonial para los sacerdotes: manumisión ya demostrada en el siglo XVI por el más que culto cardenal Cesare Baronio.

Pero de esta literatura científica no hay casi rastros en el debate corriente y ni siquiera en las afirmaciones de los obispos y cardenales favorables a la "superación" del celibato.

Hay una excelente síntesis histórica y teológica de la cuestión en un pequeño libro del año 1993, escrito por el cardenal austríaco Alfons Maria Stickler, fallecido en Roma en el año 2007 a la edad de 97 años, en esa época prefecto de la Biblioteca Apostólica Vaticana.

La traducción italiana del libro, editada por la Libreria Editrice Vaticana, estjom agotada desde hace años. Está disponible comercialmente la versión inglesa:

Alfons Maria Stickler, "The Case for Clerical Celibacy. Its Historical Development and Theological Foundations", Ignatius Press, San Francisco, 1995.



FUENTES: ACI Prensa
                   http://chiesa.espresso.repubblica.it

domingo, 30 de mayo de 2010

Peregrinación Rosario-San Lorenzo

Unos 12 mil fieles en la peregrinación Rosario-San Lorenzo

Doce mil personas participaron hoy de la 33 Peregrinación Rosario-San Lorenzo, que fue organizada bajo el lema “María guía nuestros pasos y transforma nuestras vidas” por la Comisión Arquidiocesana Pastoral de Juventud del Arzobispado rosarino.
La caminata, según fuentes del obispado, se inició a las 7.30 desde la iglesia Catedral de Rosario y fue encabezada por la imagen de la Vírgen del Rosario.
El día se presentó frío pero soleado, con una temperatura que no superó los 14 grados.
A los miles de fieles que partieron desde Rosario se sumaron pobladores de las localidades de Granadero Baigorría, Capitán Bermúdez y Fray Luis Beltrán, que los aguardaron a la vera de la ruta nacional 11.
Cerca de las 15.30 los peregrinos llegaron hasta las proximidades del Campo de la Gloria, donde fueron desviados hasta la parroquia de Santa Rosa de Viterbo.
El arzobispo José Luis Mollaghan ofició la misa en el gimnasio cubierto de la escuela parroquial, debido a que el terreno del histórico Campo estaba humedecido por la lluvia caída en las últimas horas. En su homilía, Mollaghan pidió “volver a los valores de la vida, la educación y de la solidaridad”.
Por su parte, los fieles reclamaron por el respeto a la vida, la dignidad de todas las personas, el orden social de nuestro país, el aumento de las vocaciones al sacerdocio, la paz en el mundo y, especialmente, que se terminen todos los hechos de violencia en la Argentina.
Durante la camineta, los asistentes fueron acompañados por veteranos de la Guerra de Malvinas, personal de la Guardia Urbana Municipal de Rosario y colaboradores.

Fuente: La Capital

Domingo 30 Mayo 2010 La Santísima Trinidad - Solemnidad

Lecturas

Proverbios 8,22-31.
El Señor me creó como primicia de sus caminos, antes de sus obras, desde
siempre.
Yo fui formada desde la eternidad, desde el comienzo, antes de los orígenes
de la tierra.
Yo nací cuando no existían los abismos, cuando no había fuentes de aguas
caudalosas.
Antes que fueran cimentadas las montañas, antes que las colinas, yo nací,
cuando él no había hecho aún la tierra ni los espacios ni los primeros
elementos del mundo.
Cuando él afianzaba el cielo, yo estaba allí; cuando trazaba el horizonte
sobre el océano,
cuando condensaba las nubes en lo alto, cuando infundía poder a las fuentes
del océano,
cuando fijaba su límite al mar para que las aguas no transgredieran sus
bordes, cuando afirmaba los cimientos de la tierra,
yo estaba a su lado como un hijo querido y lo deleitaba día tras día,
recreándome delante de él en todo tiempo,
recreándome sobre la faz de la tierra, y mi delicia era estar con los hijos
de los hombres.


San Pablo a los Romanos 5,1-5.
Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de
nuestro Señor Jesucristo.
Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos
afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
Más aún, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos
que la tribulación produce la constancia;
la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza.
Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido
dado.


Juan 16,12-15.
Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden
comprender ahora.
Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la
verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les
anunciará lo que irá sucediendo.
El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: 'Recibirá de lo mío y se
lo anunciará a ustedes'.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.




Celebramos, festejamos y honramos hay el misterio más grande e importante de nuestra santa religión: el misterio de la Santísima Trinidad.
Antes de desarrollar el punto central de nuestra fiesta, cabe preguntar, en primer lugar, ¿qué es un misterio?
Un misterio, en general, es una verdad que es imposible comprender y demostrar naturalmente.
Sabemos que la naturaleza creada tiene secretos impenetrables; somos testigos de que toda cosa presenta un lado misterioso.
El hombre, por muy sabio que sea, no conoce nada en su total profundidad: la esencia de las cosas se le escapa.
¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Qué es la luz, el calor, la electricidad? Tantas cuestiones que se ocultan a la penetración humana, incluso de los científicos.
¿Qué debemos concluir, entonces?
Que si el mundo, que es finito, contiene tantas oscuridades para nuestra escasa inteligencia, no debemos asombrarnos de encontrar el misterio cuado se trata de Dios, que es Ser Infinito.
Avancemos un paso más, ¿Qué es un misterio de la religión?
Es una verdad revelada por Dios, que debemos creer, aunque no podamos ni comprenderla ni demostrarla.
Es una verdad que no podríamos conocer, si Dios no la hubiese manifestado y enseñado.
Es una verdad que nunca podremos abarcar ni penetrar en su totalidad.
Los principales arcanos de la religión son los misterios de la Santísima Trinidad, de la Encarnación y de la Redención.
El primero y más grande de estos tres misterios es el misterio de la Santísima Trinidad, porque constituye la vida divina en sí misma, que los dos otros presuponen.
El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio de un único Dios en Tres Personas distintas.
Desde los Apóstoles hasta nosotros, la Iglesia siempre ha profesado la creencia en este sublime misterio, como se lo ve en sus símbolos, en su liturgia y en las declaraciones de sus concilios.
Creemos firmemente y reconocemos que no hay más que un único Dios verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo; Tres Personas, pero una única sustancia, una única naturaleza.
La Santa Iglesia expone el misterio de la Santísima Trinidad en estos términos:
La fe católica es que adoremos un único Dios en Tres Personas y Tres Personas en un único Dios, sin confundir las Personas ni dividir la sustancia.
¿Qué quiere decir la palabra Trinidad? Este término significa tres en la unidad.
Ahora bien, en este misterio, ¿a qué se aplica la Unidad? La unidad se aplica a la sustancia, llamada también naturaleza, esencia.
Así pues, en la Trinidad sólo hay una única sustancia, naturaleza, esencia divina, una única divinidad.
En este misterio, ¿a qué se aplica la distinción? La distinción se aplica a las Personas, a las procesiones, a las relaciones, a los nombres, a las misiones divinas.
En Dios hay Tres Personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Una es la Persona del Padre, otra es la del Hijo, otra la del Espíritu Santo.
Cada una de estas tres Personas, ¿es Dios? Sí, el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios.
Pero, las tres Personas divinas, ¿son tres dioses? No, no son tres dioses, sino un sólo y mismo Dios.
¿Por qué son un sólo y mismo Dios? Porque tienen una sola y misma naturaleza, una sola y misma divinidad.
Dice el Prefacio de la Santísima Trinidad:
Te damos gracias a Ti, Señor Santo, Padre omnipotente, eterno Dios, que con tu Unigénito Hijo y con el Espíritu Santo, eres un solo Dios, un solo Señor; no en la unidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. Confesando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la propiedad en las Personas, la unidad en la Esencia, y la igualdad en la Majestad.
Alguna de estas Tres Personas, ¿es más antigua, más poderosa, más perfecta, que las otras dos? No, las tres Personas divinas son iguales en todas las cosas.
Cual es el Padre, tal es el Hijo: y tal el Espíritu Santo.
El Padre no criado, el Hijo no criado: y el Espíritu Santo no criado.
El Padre inmenso, el Hijo inmenso: y el Espíritu Santo inmenso.
El Padre Eterno, El Hijo Eterno: y el Espíritu Santo Eterno.
Con todo eso no son tres eternos: mas un eterno.
Como no hay tres inmensos, ni tres increados: mas un inmenso, y un increado.
La distinción de las Personas divinas, ¿destruye la unidad de Naturaleza? No, ya que al mismo tiempo que son distintas por sus relaciones incomunicables y por sus propiedades personales, las Personas divinas son iguales por su naturaleza y sus perfecciones absolutas.
El Padre comunica a su Hijo toda su naturaleza y todas sus perfecciones; y el Padre y el Hijo comunican al Espíritu Santo, que procede de Ellos dos, esta misma naturaleza y estas mismas perfecciones.
¿Qué se entiende por procesión divina? Por esta expresión debe entenderse la producción de una Persona divina por otra.
En Dios hay dos procesiones: la del Hijo y la del Espíritu Santo.
El Padre no procede de nadie: es no nacido, es decir, Principio sin principio.
El Padre de nadie es hecho, ni criado, ni engendrado.
¿Cómo procede el Hijo del Padre? El Hijo procede del Padre por vía de generación. Dios Padre, contemplándose, reproduce en sí mismo su propia imagen, perfectamente igual, consubstancial. Esta imagen viva y subsistente es su Hijo:
El Hijo es de solo el Padre: no hecho, ni criado mas engendrado.
¿Cómo procede el Espíritu Santo del Padre y del Hijo? El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo por vía de amor. El Padre y el Hijo se aman infinitamente, y aspiran el uno hacia el otro, con el fin de ser un solo y mismo espíritu.
Este amor del Padre y del Hijo, viviente y subsistente, es el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es del Padre, y del Hijo: no hecho, ni engendrado, sino procedente.
¿Por qué en Dios no hay sino dos procesiones? Porque no hay en Él otras operaciones internas que conocer y amar.
La actividad interna de Dios no tiene ya más que operar cuando, por el entendimiento, produce la Persona infinita del Hijo, y, por el amor, la Persona infinita de Espíritu Santo.
Ahora bien, el misterio de la Santísima Trinidad, ¿es contrario a la razón? No. Está por sobre la razón, pero no es contrario a la razón; no es absurdo.
Se objeta que hay contradicción en decir que tres son uno.
Sin embargo, la contradicción existiría, si afirmásemos que tres personas hacen una persona; o que una naturaleza hace tres naturalezas.
Creemos, lo que es bien diferente, que Dios es Uno en Tres Personas; que hay Tres Personas en Dios; que la Unidad se refiere a la Naturaleza, y la Trinidad a las Personas.
El misterio de la Santísima Trinidad es incomprensible, pero no es ininteligible; podemos tener, por analogía, alguna idea imperfecta.
¿Cuál es la imagen más significativa de la divina Trinidad? Es el alma humana.
Recordemos que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y entonces, al igual que Dios, el alma se conoce y se ama.
Hay en ella un principio que piensa, un pensamiento engendrado por ese principio y el amor que procede de ese principio y este pensamiento; pero no son tres almas, sino una sola alma, una única esencia.
Y nos preguntamos ¿si hay vestigios de la Santísima Trinidad en el resto de la creación? Y respondemos que sí, ya que hay numerosos ejemplos de la unidad en la triplicidad:
— el ser, con sus tres trascendentales: la unidad, la verdad y la bondad;
— la naturaleza con sus tres reinos: el mineral, el vegetal, el animal;
— la materia con sus tres estados: el sólido, el líquido, el gaseoso;
— el espacio con sus tres dimensiones: la longitud, la anchura, la profundidad;
— el tiempo con sus tres períodos: el presente, el pasado, el futuro.
Toda la creación, pues, con el hombre resumiéndola y representándola, canta la gloria de la Santísima Trinidad:
¡Bendecida sea la Santísima Trinidad y su indivisible Unidad! Glorifiquémosla, porque hizo resplandecer sobre nosotros su misericordia.
Concluyamos con la oración de la Iglesia en la santa Liturgia:
Dios todopoderoso y eterno, que por la confesión de la verdadera fe, diste a tus siervos conocer la gloria de la Eterna Trinidad, y de adorar la Unidad en el poder de tu majestad soberana; haz, te suplicamos, que, consolidados por la firmeza de esta misma fe, seamos siempre defendidos contra todas las adversidades.

viernes, 28 de mayo de 2010

Video Sobre La Historia De La Virgen De Lourdes

El Santísimo Rosario Baluarte del Hogar Católico

El Rosario Baluarte Del Hogar Católico


El Santísimo Rosario es una oración, una manera de rezar que, según el testimonio de más de cincuenta Sumos Pontífices, remonta a Santo Domingo, fundador de la Orden de los Padres Predicadores, comúnmente conocidos como Dominicos.
Ahora bien, sabemos que las prácticas piadosas que nacen en la Iglesia son inspiradas por Dios. A veces, a través de una intervención directa, Dios hace conocer a los fieles los medios más adecuados para llegar hasta Él, los caminos más seguros para acceder al Cielo.
De este modo, Jesús, apareciéndose a Santa Margarita María, revela la devoción a su Sagrado Corazón y la práctica de los nueve primeros viernes de cada mes.
María Santísima, por su parte, en distintas apariciones, nos entrega su Escapulario, la Medalla Milagrosa, el Agua de Lourdes, su Corazón Inmaculado…


De la misma manera, por un sin fin de intervenciones, tan misericordiosas como milagrosas, Dios ha hecho comprender a la Iglesia que debía adoptar, de un modo oficial la devoción del Santísimo Rosario.
San Luís María Grignion de Montfort nos enseña que esta práctica es sin duda la primera oración y la primera devoción de los fieles que, desde los Apóstoles y los Discípulos, ha estado en uso de siglo en siglo hasta llegar a nosotros.
Con todo, agrega el Santo, en su forma y método según el cual se le reza ahora, el Santo Rosario ha sido inspirado a la Iglesia recién en el año 1214, dado por la Santísima Virgen a Santo Domingo de Guzmán para convertir a los herejes albigenses y a los pecadores.
En efecto, viendo Santo Domingo que los crímenes de los hombres obstaculizaban la conversión de los albigenses, entró en un bosque cercano a Tolosa, Francia, y pasó en él tres días y tres noches en continua oración y penitencia. No cesaba de gemir, de llorar y de macerar su cuerpo con disciplina, a fin de apaciguar la ira de Dios; de suerte que cayó medio muerto.
La Santísima Virgen se le apareció y le dijo:
“¿Sabes, mi querido hijo Domingo, de qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para reformar el mundo?”.
Respondió él:
“¡Oh! Señora, Vos lo sabéis mejor que yo, porque, después de vuestro Hijo Jesucristo, fuisteis el principal instrumento de nuestra salvación”.
Ella agregó:
“Sabe que el arma principal ha sido el Salterio Angélico, que es el fundamento del Nuevo Testamento; por lo cual, si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, predica mi Salterio”.
En la Bula Consueverunt, del 17 de diciembre de 1569, el Papa San Pío V escribía:
“Santo Domingo descubrió un método fácil, asequible a todos, de una incomparable piedad, excelente para rogar a Dios y expresarle nuestras súplicas. Se llama ese método el Rosario o Salterio de la Santísima Virgen María. Consiste en honrar a la Madre de Dios ofreciéndole la recitación de la Salutación Angélica repetida ciento cincuenta veces, por analogía con los ciento cincuenta salmos de David. Tal es el rito creado por Santo Domingo y propagado por él en toda la Iglesia Romana gracias a sus hijos, los religiosos de la Orden de Predicadores.
Nuestra Señora escoge a Santo Domingo, le entrega su Bendito Rosario; aparece a Bernardita en Lourdes con él en sus manos y desgrana sus cuentas a medida que la vidente lo recita; en Fátima se proclama Señora del Santísimo Rosario y nos dice que junto con su Corazón Inmaculado son las dos últimas tablas de salvación…
¡Sí!… la misma Madre de Dios entregó a Santo Domingo el Santísimo Rosario junto con el encargo de predicarlo.
Este ardiente apóstol, devotísimo de la Santísima Virgen, fue escogido para predicar una mayor confianza en el Ave Maria y una mayor devoción mediante los Misterios de la vida de Jesucristo y de María Santí­sima.
Lo que el Rosario ha sido y ha hecho en el pasado, ha de continuar siéndolo y haciéndolo en nuestros días. Y eso depende de todos y cada uno de nosotros.
En estos días de apostasía que estamos viviendo, tenemos que fijar nuestra mirada en la Madre de Dios, la montaña sagrada, y llenarnos de los pensamientos que animaban a Santo Domingo y a San Pío V.
Es Nuestra Señora quien, por Jesús, fruto bendito de sus purísimas entrañas, recibió de toda eternidad el poder de aplastar la cabeza de la serpiente infernal. Lo que realizó en el siglo XIII por medio de Santo Domingo para exterminar la herejía albigense, lo que hizo en el siglo XVI merced a San Pío V para refrenar el protestantismo y destruir el peligro turco, puede, y aún más, quiere seguir haciéndolo para vencer la herejía modernista y el paganismo actuales. Y lo conseguirá, por supuesto, por el mismo y único medio: el Santí­simo Rosario.
Hay que estar profundamente convencidos de esta verdad fundamental, pues ella determina toda nuestra fe en el Rosario y nuestra actitud respecto de su rezo diario, conforme al pedido de la misma Madre de Dios en innumerables apariciones y revelaciones.
El Santo Rosario es una devoción uni­versal, extendida por toda la Cristiandad; él ha alimentado la piedad de millones de hombres, haciéndolos vivir unidos a Jesucristo y a su Santísima Madre. El Rosario de María ha mantenido unidas a millares de familias, ha salvado en numerosas oportunidades a la Cristiandad asediada y ha reportado victorias significativas que sólo pueden atribuirse a su intervención.
Por todos estos motivos, la recomendación del rezo frecuente, asiduo a incluso diario del Santo Rosario ha estado, desde Santo Domingo hasta hoy, en boca de todos los predicadores de todos los tiempos.
Igualmente, todos los Sumos Pontífices han exhortado al rezo cotidiano del Santo Rosario, tanto como oración individual como práctica piadosa familiar.
Y es digno de ser destacado (y es lo que pretendo hoy de manera particular) que el rezo del Santo Rosario en familia es el principal baluarte del hogar cristiano.
Baluarte significa obra de fortificación y defensa. En nuestro caso se trata de una fortaleza y una trinchera contra el demonio, contra el mundo y contra la carne.
En efecto, el demonio, valiéndose de la seducción del mundo y de la debilidad de la carne, puede ejercer, y de hecho ejerce, una acción conjunta sobre el jefe de la familia, sobre la madre y sobre los hijos.
El diablo puede muy bien abrir y atender varios frentes al mismo tiempo. Y esto lo hace mediante ideas, slogans, costumbres, modas, diversiones…; sirviéndose de la televisión, el cine, los libros, las revistas…; utilizando a los intelectuales, los filósofos, los teólogos…; teniendo como aliados a periodistas, educadores, políticos, juristas, militares e incluso eclesiásticos…
El Santo Rosario de María, rezado en familia todos los días, es entonces un baluarte, una fortaleza, una trinchera que se erige frente a los ataques modernos que el demonio, el mundo y la carne dirigen contra la santidad del hogar.
Entre los numerosos males que atacan la vida cristiana de la familia, tres son los más funestos: el disgusto de una vida modesta y laboriosa, el horror al sufrimiento y el olvido de los bienes eternos.
Contra todo esto, el rezo diario del Santo Rosario es un baluarte; es un lugar de fortaleza y de luz.
Cuando la duda y la confusión invaden los espíritus y los transforman en un campo de incertidumbres y de contiendas intestinas, la meditación de los Misterios y la reiteración del Avemaría levantan en las conciencias criterios seguros de pensamiento y de acción.
El Santo Rosario, diálogo con Jesús y su Madre Bendita, comunión silenciosa con los Misterios Divinos, nos coloca en soledad y silencio interior, y, de este modo, ayuda a conservar la fe y la presencia de Dios; recuerda las virtudes de Jesucristo y la Santísima Virgen María.
De este modo, frente al disgusto de una vida modesta y de duro trabajo, frente al menosprecio de los deberes y las virtudes que deben ser ornato de una vida obscura y ordinaria, se eleva la casita de Nazaret, ese asilo a la vez terrestre y divino.
¡Qué modelo tan hermoso para la vida diaria! ¡Qué espectáculo tan perfecto de la unión al hogar! Reinan ahí la sencillez y la pureza de las costumbres; un perpetuo acuerdo en los pareceres; un orden que nada perturba; la mutua indulgencia; el amor, en fin, no fugaz y mentiroso, sino un amor fundado en el cumplimiento asiduo de los deberes recíprocos.
En Nazaret, sin duda, se ocupan en disponer lo necesario para el sustento y el vestido, pero es con el sudor de la frente y como quienes, contentándose con poco, trabajan más bien para no sufrir del hambre que para procurarse lo superfluo.
Sobre todo esto, se advierte una soberana tranquilidad de espíritu y una alegría del alma igual en cada uno. Dos bienes que acompañan siempre a la conciencia de las buenas acciones cumplidas.
De la misma manera, contra el horror al sufrimiento, contra la resistencia al dolor, contra el rechazo violento de todo lo que parece molesto y contrario a nuestros gustos, el Santo Rosario es grandísimo socorro con sus Misterios Dolorosos.
En ellos se nos muestra a Jesucristo como modelo adecuado en las enseñanzas que nos dió sobre la manera cómo debemos soportar las fatigas y los sufrimientos.
Esos misterios nos hacen pensar en el dolor de la Santísima Virgen, cuyo Corazón Doloroso fue, no solamente herido, sino atravesado por una espada, de suerte que se la llama, y lo es realmente, la Madre del dolor.
Finalmente, la tercera especie de males a que es preciso poner remedio es, sobre todo, propia de nuestra época. Los hombres de hoy se adhieren de tal modo a los bienes fugaces de la vida presente que olvidan la bienaventuranza eterna y pierden completamente la idea misma de la eternidad, hasta caer en una condición indigna del hombre.
Evitará completamente este peligro aquel que se dé a la devoción del Santo Rosario y medite, atenta y frecuentemente, los Misterios Gloriosos.
Allí aprendemos que la muerte no es un aniquilamiento que nos arrebata y que nos destruye del todo, sino una emigración y, por decirlo así, un cambio de vida.
Los ejemplos de los Misterios Gozosos, ejemplos de modestia, de sumisión, de dedicación al trabajo, de benevolencia hacia el prójimo, de celo en cumplir los pequeños deberes de la vida ordinaria…; todas esas enseñanzas traerán un cambio notable en las ideas y las costumbres.
Entonces, cada uno, lejos de encontrar despreciables y penosos sus deberes particulares, los tendrá más bien por muy gratos y llenos de encanto. Así la vida doméstica se deslizará en medio del cariño y de la dicha, y las relaciones mutuas estarán llenas de sincera benevolencia y caridad.
Del mismo modo, quien medite frecuentemente los ejemplos de virtud que presentan los Misterios Dolorosos, sentirá renacer en sí la fuerza para imitarlos.
Sean las miserias físicas, sean las penas del corazón, sean las pruebas espirituales, sea el odio de los hombres, sea la cólera de los demonios, sean las calamidades públicas, sean las desgracias familiares…, no habrá mal alguno, que no se venza con resignación cristiana y conformidad con la divina voluntad.
Por último, el espíritu que considere los Misterios Gloriosos, no podrá menos que inflamarse y que repetir esta frase: “¡Qué triste y pesada es la tierra cuando miro al Cielo!”
¡Cómo no recordar la hermosa canción “Un día al Cielo iré”…!
Esa alma gozará del consuelo de pensar que, por una tribulación momentánea y ligera, conquistará una eternidad gloriosa. Este es el único lazo que une el tiempo presente con la vida eterna, la ciudad terrestre con el Cielo. Esta es la única consideración que fortifica y eleva las almas.
Estos son los frutos, esta es la virtud fecunda del Santo Rosario de María para curar los males de nuestra época y hacer del hogar mariano un baluarte contra la apostasía.

El Ave Maria en Latín

 Ave Maria, gratia plena,
Dominus tecum,
benedicta tu in mulieribus,
et benedictus fructus ventris tui Iesus.
Sancta Maria mater Dei,
ora pro nobis peccatoribus,
nunc, et in hora mortis nostrae.
Amen