martes, 30 de agosto de 2011

Nueva Ancora de Salvación - Devocionario completo: Oración para después de la comunión

Nueva 
Ancora de Salvación - Devocionario completo: Oración para después de la comunión


Alma Santísima de Cristo, santifícame.
Cuerpo Santísimo de de mi Señor Jesucristo, sálvame.
Sangre purísima de Cristo, embriágame.
Agua purísima del costado de Cristo, límpiame.
Sudor virtuosísimo del rostro de Cristo, sáname.
Pasión piísima de Cristo, confórtame.
¡ Oh buen Jesús ! Guardame.
Dentro de tus llagas escóndeme.
No permitas que yo me aparte de tí.
 Del enemigo defiéndeme.
En la hora de la muerte, llámame.
Mándame ir a Tí.
Y colócame junto a Tí, para que con los Ángeles y Arcángeles y todos tus Santos te alabe por todos los siglos de los siglos. Amén

Extraído de la Nueva Áncora de Salvación - Devocionario Completo, Ed. San Luis, 1957, pág. 46 y ss. por Iván Cruz Bonino de www.joveneslourdes.blogspot.com

Misal Romano: Oración después de la comunión

ORACIÓN PARA DESPUÉS DE COMULGAR EL CUERPO DE CRISTO



Te rogamos, Señor, nos sirva de protección este tu Divino Sacramento, y que tu siervo (N.), que quisiste presidiese como pastor de tu Iglesia, se fortalezca y se salve siempre en unión de la grey que le ha sido encomendada. Por Nuestro Señor Jesucristo, etc. Amén.


Fuente:  Misal Romano, traducido al español según decreto del Sagrado Concilio Tridentino, confirmado por los Sumos Pontífices S. Pio V, Clemente VIII y Urbano VIII. Con licencia eclesiástica. Imprenda de Zacarías Soler, Madrid, 1851.
Transcripto por Iván Cruz Bonino. http://joveneslourdes.blogspot.com/

La comunión en la mano es de origen Calvinista

La comunión en la mano es de origen Calvinista

agosto 17, 2011 Fuente: Ortodoxia Católica
  

La práctica que hoy conocemos de la comunión en la mano nació en el siglo XVII entre los calvinistas

«Ni Lutero lo habría hecho»

«La comunión en la mano no tiene nada que ver con la Iglesia primitiva, es de origen calvinista»

Athanasius Schneider, experto en Patrística y obispo auxiliar en Kazajistán, explicó en una emisora de Radio María cómo se comulgaba entonces.
Actualizado 13 agosto 2011
C.L./ReL

Athanasius Schneider
Athanasius Schneider tiene 50 años, es ucraniano y desde 2006 ha ejercido como obispo auxiliar en dos diócesis de Kazajistán, una ex república soviética con un 26% de población cristiana, mayoritariamente ortodoxa pero con una pujante comunidad católica.
Recientemente, monseñor Schneider, que es experto en Patrística e Iglesia primitiva, explicó en la emisora de Radio María en el sur del Tirol las diferencias entre la forma de comulgar en la Iglesia primitiva y la actual práctica de la comunión en la mano.
Según afirmó, esta costumbre es “completamente nueva” tras el Concilio Vaticano II y no hunde sus raíces en los tiempos de los primeros cristianos, como se ha sostenido con frecuencia.
En la Iglesia primitiva había que purificar las manos antes y después del rito, y la mano estaba cubierta con un corporal, de donde se tomaba la forma directamente con la lengua: “Era más una comunión en la boca que en la mano”, afirmó Schneider. De hecho, tras sumir la Sagrada Hostia el fiel debía recoger de la mano con la lengua cualquier mínima partícula consagrada. Un diácono supervisaba esta operación.
Jamás se tocaba con los dedos: “El gesto de la comunión en la mano tal como lo conocemos hoy era completamente desconocido” entre los primeros cristianos.
Origen calvinista
Aun así, se abandonó aquel rito por la administración directa del sacerdote en la boca, un cambio que tuvo lugar “instintiva y pacíficamente” en toda la Iglesia. A partir del siglo V, en Oriente, y en Occidente un poco después. El Papa San Gregorio Magno en el siglo VII ya lo hacía así, y los sínodos franceses y españoles de los siglos VIII y IX sancionaban a quien tocase la Sagrada Forma.
Según monseñor Schneider, la práctica que hoy conocemos de la comunión en la mano nació en el siglo XVII entre los calvinistas, que no creían en la presencia real de Jesucristo en la eucaristía. “Ni Lutero”, que sí creía en ella aunque no en la transustanciación, “lo habría hecho”, dijo el obispo kazajo: “De hecho, hasta hace relativamente poco los luteranos comulgaban de rodillas y en la boca, y todavía hoy algunos lo hacen así en los países escandinavos”.

Juan Calvino (1509-1564)

Un poco acerca del Calvinismo y Calvino:

Calvinismo es el nombre (introducido por los luteranos contra la voluntad de Calvino) de aquella forma de -> protestantismo que directa o indirectamente tiene su origen en la obra reformadora de Juan Calvino (1509-1564). Tiene sus raíces en el humanismo francés y suizo de principios del s. xvi y, por tanto, no es simplemente una desviación del luteranismo, por muy verdad que sea que «las doctrinas fundamentales de Lutero son también las de Calvino» (E. TROELTSCH, Die Soxiallehren der christlichen Kirchen und Gruppen, T 1922, p. 610).
La influencia de Bucero, Melanchton y Bullinger sobre Calvino modificó también el c. La «conversión» de Calvino (entre 1530 y 1533) se debió a la lectura de la Biblia, especialmente a la lectura del AT. Él la leyó como palabra de Dios pronunciada directamente para él y la tomó como única fuente y norma de la fe cristiana.
Este principio de que la Escritura no sólo es la única fuente sino también la única norma, de manera que el creyente, para conseguir una seguridad sobre el contenido de la revelación, no necesita una interpretación infalible por parte de la Iglesia, es la base de toda la -> reforma. En este sentido el c. se consideraba a sí mismo en primer lugar como la iglesia reformada según la palabra de Dios, que todo cristiano podía corregir a la luz de la Escritura.  La intención de fundar una Iglesia nueva estuvo tan lejos de la mente de Calvino como de la mente de Lutero. La preocupación más seria de Calvino fue la de garantizar la transcendencia de la revelación de Dios, de la cual el hombre no puede participar más que por la gracia.
Esta intención básica no contradice en modo alguno a la doctrina católica. Sin embargo, la crítica que Calvino hizo de la Iglesia católica de Roma no sólo pretendía eliminar muchos abusos realmente existentes, sino también modificar esencialmente toda la estructura y la función de la Iglesia. El fundamento de esta crítica radical está en el hecho de que Calvino rechaza una mediación de la salvación, en la cual la Iglesia misma -por la fuerza del Espíritu Santo que la vivifica- actuara como instrumento sobrenaturalmente eficaz.

Doctrina y ulterior actividad reformadora de CaIvino

Frente a la Iglesia católica romana, Calvino fundamenta en su cristología la negación del papado y de la Iglesia como medio de salvación sobrenaturalmente eficaz. Según Calvino, Cristo es el Hijo de Dios, hecho hombre para, en cuanto mediador, reconciliar a los predestinados con Dios. Como mediador, Cristo, después de su ascensión a los cielos, envió al Espíritu Santo para otorgar en vida su plenitud, pero únicamente a los predestinados, los frutos de su mediación cumplida. Calvino cree que el cuerpo glorificado de Cristo continúa sometido a las leyes de la limitación espacial de este eón antiguo (CR 37, 169; cf. tambiénInst. iv, 17, 12). Por esto, acentúa que el cuerpo glorificado de Cristo está localmente en el cielo y que la Iglesia visible-invisible de los hombres pecadores se halla en la tierra. Sólo la «fuerza del Espíritu Santo» salva esta separación que durará hasta el día del juicio. Para Calvino, esa «fuerza del Espíritu Santo» no crea una relación ontológica con el Señor glorificado, en virtud de la cual él estaría presente y actuaría en su Iglesia (que es lo que enseña la Iglesia católica). En Calvino se trata de la unión, lograda por la virtud del Espíritu Santo, con la fuerza del cuerpo glorificado de Cristo; a través de esta unión Cristo ejerce su dominio sobre la Iglesia (Inst. ii, 15, 3; también CR 73, 568; 43, 723). Por tanto, también se comprende que para Calvino la presencia de Cristo en la eucaristía se produzca sólo a través de su fuerza, y no a través de su mismo cuerpo glorificado (Inst.iv, 17, 26; también CR 73, 695; 75, 364). Las fuertes expresiones de Calvino acerca de la comunidad con Cristo deben ser entendidas siempre dentro de estos límites.
 Para leer el artículo completo clic aquí

¿Cómo se debe recibir la comunión?


En la pintura San Jerónimo recibe la sagrada forma en la boca, a pesar de ser sacerdote, como muestra de adoración por la Hostia Sagrada.

La última comunión de San José de Calasanz -Francisco de Goya. Iglesia Colegio Escolapios de San Antón Madrid.

La Sagrada Forma, es el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo y como tal SE DEBE ADORAR, por tal motivo es un sacrilegio el manoseo de la Hostia por manos indignas.

Santoral Católico 30 de agosto

martes 30 de agosto de 2011


Santoral Católico 30 de agosto


  • Santa Rosa de Lima, Virgen
  • Santos Félix y Adaucto, Mártires
  • San Pamaquio, Senador Romano
  • San Fantino, Ermitaño 

Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.
R. Deo Gratias.




SANTA ROSA
DE LIMA
PATRONA PRINCIPAL DE
IBEROAMÉRICA

n. 1586 en Lima, Perú;
† 24 de agosto de 1617 en Lima, Perú

Patrona Principal de Iberoamérica; Lima, Perú; Filipinas; bordadores;
floristas; jardineros; personas ridiculizadas por su piedad. 
Protectora contra la vanidad.
Una virgen se ocupa de las cosas del Señor,
a fin de ser santa de cuerpo y alma.
(1 Corintios, 7, 34)



Rosa de Santa María, (1586-1617) llamada así por la virginal hermosura de su rostro, pues su nombre de pila era Isabel, fue la primera flor de santidad que produjo la América española. Nació en Lima, Perú, de padres de origen español y modestos de condición. Desde su más tierna edad, Rosa experimentaba una atracción cada día más desbordante hacia la santidad, la virginidad, la devoción, el amor al retiro, un extraordinario espíritu de penitencia. Sus padres deseaban un ventajoso matrimonio dada la belleza de su hija, pues verdaderamente era deslumbrante. Con ese fin, le hacían frecuentar fiestas y banquetes para llamar la atención de los jóvenes más ricos de la ciudad. Rosa obedecía pero sabía sacar provecho de estas fiestas. Debajo de su diadema de rosas colocaba un casquete con pinchos, en forma de corona de espinas. Y bajo sus vistosos vestidos colocaba cilicios y otros instrumentos para macerar su cuerpo. En 1616, a los 24 años, vistió el hábito negro y blanco de la Tercera Orden de Sto. Domingo. Desde entonces todavía progresó más a pasos agigantados por el camino de la perfección. Aseveró su confesor que, "Jamás, ni de día ni de noche, perdía la presencia de Dios en su corazón y que su alma nunca fue mancillada por el pecado venial". El Señor le concedió la gracia de repetir en sí misma los atroces dolores de la Pasión de Cristo. En medio del dolor gritaba: "Aumentadme el dolor, Pero, dios mío, dadme paciencia". Murió el 24 de agosto de 1617 a la edad de 31 años, admirada en toda Lima y querida ya en todo Perú. El Papa Clemente X la canonizó en 1671, siendo la primera santa americana que llegó a los altares. En la Argentina ha sido establecido este día "como Fiesta nacional de Acción de gracias a la divina Providencia, por los beneficios conferidos a la Nación".



MEDITACIÓN
SOBRE LA VIDA DE SANTA ROSA



I. Trata al menos de encontrar todos los días un momento libre para dedicarte, en la soledad, a la meditación y a la oración. Ama a tus padres por Dios, y los servicios que les hagas, figúrate que los haces al mismo Jesús. Así pensarás en El sin cesar.


II. San Agustín, hablando de Cristo y de la Iglesia, su Esposa inmortal, dice que son dos en una sola y misma pasión. Así debe ser en cuanto a la unión del alma con Jesucristo. Para agradar al Esposo, es menester hacerse semejante a Él; por eso Santa Rosa practica las penitencias más rigurosas, y lleva en la cabeza un aro de hierro con agudas puntas en su parte interior, semejante a la corona de espinas. Para gozar de los castos abrazos del Esposo, se debe despreciar la propia carne. (San Jerónimo)


III. Sacrificar la carne y sus concupiscencias, es poco todavía. Mira a Santa Rosa. Ya la pruebe la enfermedad, ya Dios le retire sus consolaciones, a todo se resigna. Lo único que pide a su Esposo, es que aumente su amor en proporción a los sufrimientos que padece. ¡En cambio nosotros nos impacientamos ante la menor contrariedad, nos abatimos ante la menor prueba! Avergoncémonos de nuestra cobardía y adoptemos la resolución de sufrir, por lo menos con paciencia, los males que no podemos evitar. Estáis prometidos a Cristo, le habéis consagrado vuestra voluntad. (Tertuliano)



El desprecio de los placeres
Orad por las vírgenes consagradas a Dios.


ORACIÓN


Oh Dios poderoso, dispensador de todos los bienes, que habéis provisto a la bienaventurada Rosa con el rocío de la gracia celestial, y que la habéis hecho brillar en América con el fulgor de la virginidad y de la paciencia, concedednos la gracia a nosotros servidores vuestros, de correr tras el olor de sus perfumes, y merecer así llegar a ser un día el buen olor de vuestro Hijo, que, con Vos y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

FUENTE: http://devocioncatolica.blogspot.com/

lunes, 29 de agosto de 2011

Misal Romano: Oración Para antes de la Misa

ORACIÓN PARA ANTES DE LA MISA

Voy, Dios, a asistir al tremendo y Santo Sacrificio de la Misa. El es la representación viva del Sacrificio que Jesucristo ofreció en el Calvario, por toda la humanidad. En él se renueva diariamente la Vida, Pasión y Muerte de mi Dios y Redentor. Yo Quiero, Señor, asistir con una fe ardiente, meditar tus misterios, adorar la Hostia incruenta que sobre el Altar se ofrece al Eterno Padre, y se aplica por nosotros. Recibe, Dios mio, esta ofrenda en remisión de nuestros pecados y por todas nuestras necesidades. Dadme, Señor, vuestras gracias para que con atención y reverencia, asista a éste Sacrificio siguiendo al sacerdote, y concelebrando con él en tu nombre, por los méritos de tu Unigénito Hijo y el amor del Espíritu Santo. Amén


 Fuente:  Misal Romano, traducido al español según decreto del Sagrado Concilio Tridentino, confirmado por los Sumos Pontífices S. Pio V, Clemente VIII y Urbano VIII. Con licencia eclesiástica. Imprenda de Zacarías Soler, Madrid, 1851.

Transcripto por Iván Cruz Bonino. http://joveneslourdes.blogspot.com/

Devoción a San José: La Treintena

Devoción a San José: La Treintena

SAN JOSÉ TIENE UNA LLEGADA ESPECIALÍSIMA ANTE NUESTRO AMADO REDENTOR Y SU SANTÍSIMA MADRE. SE DEBE REZAR 30 DIAS SEGUIDOS SIN INTERRUPCIÓN.
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¡Oh amabilísimo Patriarca, Señor San José! Desde el abismo de mi pequeñez, dolor y ansiedad, os contemplo con emoción y alegría de mi alma en vuestro solio del cielo, como gloria y gozo de los Bienaventurados, pero también como padre de los huérfanos en la tierra, consolador de los tristes, amparador de los desvalidos, gozo y amor de tus devotos ante el trono de Dios, de tu Jesús y de tu santa Esposa.
Por eso yo, pobre, desvalido, triste y necesitado, a Vos dirijo hoy y siempre mis lágrimas y penas, mis ruegos y clamores del alma, mis arrepentimientos y mis esperanzas; y hoy especialmente os traigo ante vuestro altar y vuestra imagen una pena que consoléis, un mal que remediéis, una desgracia que impidáis, una necesidad que socorráis, una gracia que obtengáis para mí y para mis seres queridos.
Y para conmoveros y obligaros a oírme y conseguírmelo, os lo pediré y demandaré durante treinta días continuos en reverencia a los treinta años que vivisteis en la tierra con Jesús y María, y os lo pediré, urgente y confiadamente, invocando todos los títulos que tenéis para compadeceros de mí y todos los motivos que tengo para esperar que no dilataréis el oír mi petición y remediar mi necesidad; siendo tan cierta mi fe en vuestra bondad y poder, que al sentirla os sentiréis también obligado a obtener y darme más aún de lo que os pido, y deseo.
(Aquí, levantado el corazón a lo alto, se le pedirá al Santo con amorosa instancia la gracia que se desea.)
1.- Os lo pido por la bondad divina que obligó al Verbo Eterno a encarnarse y nacer en la pobre naturaleza humana, como Dios de Dios, Dios Hombre, Dios del Hombre, Dios con el Hombre.
2.- Os lo suplico por vuestra ansiedad de sentiros obligado a abandonar a vuestra santa Esposa, dejándola sola, y yendo solo sin ella.
3.- Os lo ruego por vuestra resignación dolorosísima para buscar un establo y un pesebre para palacio y cuna de. Dios, nacido entre los hombres, que le obligan a nacer entre animales.
4.- Os lo imploro por la dolorosísima y humillante circuncisión de vuestro Jesús, y por el santo y dulcísimo nombre que le impusisteis por orden del Eterno para consuelo, amor y esperanza nuestra.
5.- Os lo demando por vuestro sobresalto al oír del Angel la muerte decretada contra vuestro Hijo Dios, por vuestra obedentísima huida a Egipto, por las penalidades y peligros del camino, por la pobreza del destierro, y por vuestras ansiedades al volver de Egipto a Nazaret.
6.- Os lo pido por vuestra aflicción dolorosa de tres días al perder a vuestro Hijo, y por vuestra consolación suavísima al encontrarle en el templo; por vuestra felicidad inefable de los treinta años que vivisteis en Nazaret con Jesús y María sujetos a vuestra autoridad y providencia.
7 .- Os lo ruego y espero por el heroico sacrificio, con que ofrecisteis la víctima de vuestro Jesús al Dios Eterno para la cruz y para la muerte por nuestros pecados y nuestra redención.
8.- Os lo demando por la dolorosa previsión, que os hacía todos los días contemplar aquellas manos infantiles, taladradas un día en la Cruz por agudos clavos; aquella cabeza que se reclinaba dulcísimamente sobre vuestro pecho, coronada de espinas; aquel cuerpo divino que estrechabais contra vuestro corazón, ensangrentado y extendido sobre los brazos de la Cruz; aquel último momento en que le veíais expirar y morir por mí, por mi alma, por mis pecados.
9.- Os lo pido por vuestro dulcísimo tránsito de esta vida en los brazos de Jesús y María. y vuestra entrada en el Limbo de los Justos en el cielo, donde tenéis vuestro trono de poder.
10.- Os lo suplico por vuestro gozo y vuestra gloria, cuando contemplasteis la Resurrección de vuestro Jesús, su subida y entrada en los cielos y su trono de Rey inmortal de los siglos.
11.- Os lo demando por vuestra dicha inefable cuando visteis salir del sepulcro a vuestra santísima Esposa, resucitada, y ser subida a. los cielos por ángeles, y coronada por el Eterno, y entronizada en un solio junto al vuestro como Madre, Señora y Reina de los ángeles y hombres.
12.- Os lo pido y ruego y espero confiadamente por vuestros trabajos, penalidades y sacrificios en la tierra, y por vuestros triunfos y gloria feliz bienaventuranza en el Cielo con vuestro Hijo Jesús y vuestra esposa Santa María.
¡Oh mi buen San José! Yo, inspirado en las enseñanzas de la Iglesia Santa y de sus Doctores y Teólogos y en el sentido universal del pueblo cristiano, siento en mí una fuerza misteriosa, que me alienta y obliga a pediros y suplicaros y esperar me obtengáis ,de Dios la grande y extraordinaria gracia que voy a poner ante este tu altar e imagen y ante tu trono de bondad y poder en el Cielo: la espero, Santo Patriarca.

Rezar un Paternoster, tres avemarias y un Gloriapatri.-

Gloria de la Iglesia y de la Cristiandad

Gloria de la Iglesia y de la Cristiandad

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San Bernardo de Claraval
En ciertas épocas la Providencia hace surgir hombres providenciales que marcan todo su siglo, como San Bernardo, el Doctor Melifluo, cantor de la Virgen, gran predicador de cruzadas, extirpador de cismas y herejías, pacificador eximio y uno de los mayores místicos de la Iglesia
En una familia privilegiada, de gran fortuna y poder, nació Bernardo a finales del siglo XI. Su mayor riqueza, sin embargo, era una arraigada fe católica. Su padre, Tecelim, gran señor, era bueno y piadoso, y su madre, Alicia, sería venerada como bienaventurada por la Iglesia en Francia. Cuando nació Bernardo, el tercero de siete hijos, además de ofrecerlo a Dios, como hizo con toda su prole, ella lo consagró al servicio de la Iglesia.
Además de buena apariencia física, tenía Bernardo una inteligencia viva y penetrante, elegancia en su dicción, suavidad de carácter, rectitud natural de alma, bondad de corazón, una conversación atrayente y llena de encanto. Una modestia y una propensión al recogimiento lo hacían parecer tímido.

Radicalidad en la práctica de la pureza

Con tantas cualidades naturales y una posición social envidiable, al crecer podría fácilmente ser desviado hacia el mundanismo. Pero Bernardo probó que la alta condición social, sies vivida con Fe, puede ayudar a la práctica de la virtud.
A los 19 años era alto, bien proporcionado, con profundos ojos azules que iluminaban un rostro varonil, encuadrado por una rubia cabellera. Su porte era al mismo tiempo noble y modesto.
Un día, en una recepción social, la figura de una joven lo atrajo y lo perturbó. Inmediatamente, para apartar aquella visión que fue casi obsesiva, se lanzó en un estanque de agua fría y allí permaneció hasta que lo sacaron. Hizo entonces el propósito de consagrarse totalmente a Dios.

Entrada a la Abadía de Cister

En el año 1098 San Roberto fundó, en un valle llamado Cister, una rama reformada de la famosa abadía de Cluny, ya entonces en decadencia. La severidad de su regla fue apartando a los candidatos, mientras que los primeros monjes iban muriendo. San Esteban Harding, sucesor de San Roberto, pensaba en cerrar definitivamente las puertas de la abadía cuando un día treinta nobles caballeros aparecieron y pidieron entrar en la Orden. Eran Bernardo con hermanos, un tío y amigos.
Era tan intenso el don de persuasión que poseía ese hombre lleno de amor de Dios que, al predicar, las mujeres agarraban a sus maridos y las madres escondían a sus hijos, por miedo que lo siguiesen.

Comunicación continua con Dios

Bernardo se entregó a la práctica de la regla como monje consumado. Puesto que en los caminos de la virtud hay varias vías para alcanzar la santidad, Bernardo se empeñó con total radicalidad en aquella para la cual se sentía llamado por Dios.
Dominó de tal manera sus sentidos, que comía sin sentir el sabor, oía sin oír. Dominó el paladar a tal punto, que una vez bebió sin percibir un vaso de aceite en vez de agua. Formó para sí un claustro interior en el cual vivía tan recogido que, después de dos años, no sabía si el techo de la abadía era abovedado o liso, y si había ventanas en la capilla. Su comunicación con Dios era continua, de forma tal que mientras trabajaba no perdía su recogimiento interior.

Fundador de Claraval, atrae las almas a Dios

Dos años después de su entrada en el Cister, es enviado por San Esteban como superior de un grupo de monjes para fundar la abadía de Claraval. Bernardo tenía apenas 25 años.
La nueva abadía quedaba en un lugar inculto y agreste. De ahí el nombre de Valle del ajenjo. No obstante San Bernardo lo transformó en Valle Claro o Claraval, difundiendo su fama por toda Francia y Europa.
Bernardo había alcanzado un grado supremo de amor a Dios y de unión con la voluntad divina, pero le faltaba aún comprender la debilidad de sus subordinados. Tenía escrúpulos de dirigirlos por la palabra, creyendo que Dios les hablaría en lo profundo del alma mucho mejor que él. Estaba con esa tentación, cuando un día se le apareció un niño envuelto en una luz divina. Con gran autoridad, le ordenó que dijera todo cuanto le viniese al pensamiento, porque sería el propio Espíritu Santo que hablaría por su boca. Al mismo tiempo, Bernardo recibió la gracia especial de comprender las debilidades de los otros y de acomodarse al espíritu de cada uno, para ayudarlos y vencer sus miserias.
El modo como Bernardo atraía vocaciones para Claraval era milagroso; por ejemplo, cuando todo un grupo de nobles –que por curiosidad quisieron conocerlo– entraron de novicios. Actuaba como si fuese un poderoso imán para atraer almas a Dios.
Enrique de Francia, hermano del Rey LuisVII, fue a Claraval a tratar de un asunto importante con San Bernardo. Cuando iba a salir, pidió ver a todos los monjes, a fin de recomendarse a sus oraciones. Bernardo le dijo que muy pronto experimentaría la eficacia de esas oraciones. El mismo día Enrique se sintió
tocado por la gracia al punto que, olvidando que era sucesor al Trono, quiso quedarse en Claraval. Con el tiempo fue Obispo de Beauvais y después Arzobispo de Reims.
Claraval creció tanto que, habitualmente, allí había de 600 a 700 monjes. Pese a ello, cada uno mantenía su aislamiento interior y silencio, como si estuviesen solos. Jamás un monje estaba inactivo, todos tenían un trabajo manual que hacer, cuando no se dedicaban a la oración en el coro o en sus celdas.
Con el tiempo y con el número crecientede vocaciones, Bernardo pudo fundar 160 casas de su Orden, no sólo en Francia sino también en otros países de Europa.

Extirpador de cismas

La misión pública de San Bernardo casi no tuvo similar en la Historia. Fue, por ejemplo, llamado a combatir el cisma del antipapa Anacleto II. Recorrió toda Europa, conquistando rey y reinos para la causa justa. Fue el alma de los Concilios de Letrán, de Troyes y de Reims, convocados por el Papa para tratar asuntos de la Iglesia.
La prédica de San Bernardo era en general acompañada por un gran número de milagros. Liberaba a posesos del demonio, restituía la vista a ciegos, los paralíticos caminaban, los mudos hablaban, los sordos oían.
Prácticamente no podía transitar sin ser seguido por una multitud de enfermos y de sanos que lo querían tocar. Para protegerse, se veía obligado a hablar a la multitud desde una ventana.
Por todos lados el santo era llamado “el padre de los fieles, Columna de la Iglesia, apoyo de la Santa Sede y Ángel tutelar del pueblo de Dios”.

Aniquilador de herejías y predicador de la II Cruzada

Bernardo fue el protector de la Fe contra las herejías de Pedro Abelardo y Arnaldo de Brescia, que querían renovar los antiguos errores de Arrio, Nestorio y Pelagio. Combatió también los errores de Gilberto de la Porée, Obispo de Poitiers.
Pero la principal herejía que el santo combatió fue la de un monje apóstata llamado Enrique, que en el Languedoc llevaba a cabo una guerra cruel contra la Iglesia, atacando los Sacramentos y los sacerdotes fieles.
El santo abad fue también llamado a predicar la II Cruzada, lo que hizo con la fuerza de su elocuencia y el poder de los milagros. Cuenta su secretario que en Alemania curó, en un solo día, nueve ciegos, diez sordos o mudos, diez paralíticos. En Mayence, la multitud que lo rodeó fue tan grande, que el Rey Conrado debió tomarlo en sus brazos para sacarlo de la iglesia.

Cantor de la Virgen

La devoción de Bernardo a Nuestro Señor Jesucristo y a la Virgen María eran incomparables. Cierto día, cuando entraba en la catedral de Spira, en Alemania, en medio del Cleroy del pueblo, se arrodilló tres veces, diciendo en la primera: “¡Oh Clemente!”; en la segunda “¡Oh Piadosa!”; y en la tercera genuflexión: “¡Oh dulce Virgen María!”. La Iglesia sumó estas invocaciones al final de la Salve Regina.
En fin, muchas otras cosas se pueden decir de este Santo excepcional. En sus últimas horas, sus hijos espirituales hacían violencia al Cielo para retenerlo en la tierra. San Bernardo se lamentó dulcemente diciéndoles: “¿Por qué deseáis retener aquí a un hombre tan miserable? Usad de la misericordia para conmigo, os lo pido, y dejadme ir a Dios”. Lo que sucedió el día 20 de agosto de 1153.

Uno de sus textos mas hermosos

Mas los soldados de Cristo con seguridad pelean las batallas del Señor, sin temor de cometer pecado por muerte del enemigo ni por desconfianza de su salvación en caso de sucumbir. Porque dar o recibir la muerte por Cristo no sólo no implica ofensa de Dios ni culpa alguna, sino que merece mucha gloria; pues en el primer caso, el hombre lucha por su Señor, y en el segundo, el Señor se da al hombre por premio, mirando Cristo con agrado la venganza que se le hace de su enemigo, y todavía con agrado mayor se ofrece Él mismo por consuelo al que cae en la lid. Así, pues, digamos una y más veces que el caballero de Cristo mata con seguridad de conciencia y muere con mayor confianza y seguridad todavía.
Ganancia saca para sí, si sucumbe, y triunfo para Cristo, si vence. No sin motivo lleva la espada al cinto. Ministro de Dios es para castigar severamente a los que se dicen sus enemigos; de su Divina Majestad ha recibido el acero, para castigo de los que obran mal y exaltación de los que de los que practican el bien. Cuando quita la vida a un malhechor no se le ha de llamar homicida, sino malicida, si vale la palabra.; ejecuta puntualmente las venganzas de Cristo sobre los que obran la iniquidad y con razón adquiere el título de defensor de los cristianos.
Si le matan no decimos que se ha perdido, sino que se ha salvado. La muerte que da es para gloria de Cristo, y la que recibe, para la suya propia. En la muerte de un gentil puede gloriarse un cristiano porque sale glorificado Cristo; en morir valerosamente por Cristo muéstrase la liberalidad del gran Rey, puesto que saca a su caballero de la tierra para darle el galardón. Así, pues, el justo se alegrará cuando el primero de ellos sucumba, viendo aparecer la divina venganza, mas si cae el guerrero del Señor, dirá: ¿Acaso no habrá recompensa para el justo? Cierto que sí, pues hay un Dios que juzga a los hombres sobre la tierra.
Claro está que no habría de dar muerte a los gentiles si se los pudiese refrenar por otro cualquier medio, de modo que no acometiesen ni apretasen a los fieles y les oprimiesen. Pero por el momento vale más acabar con ellos que no dejar en sus manos la vara con que habían de esclavizar a los justos, no sea que alguien los justos sus manos a la iniquidad.
Pues ¿qué? Si no es lícito en absoluto al cristiano herir con la espada, ¿cómo el pregonero de Cristo exhortaba a los soldados a contentarse con la soldada, sin prohibirles continuar en su profesión? Ahora bien, si por particular providencia de Dios se permite herir con la espada a los que abrazan la carrera militar, sin aspirar a otro género de vida más perfecto, ¿a quién, pregunto yo, le será más permitido que a los valientes, por cuyo brazo esforzado retenemos todavía la fortaleza de la ciudad de Sión, como baluarte protector adonde pueda acogerse el pueblo santo, guardián de la verdad, después de expulsados los violadores de la ley divina?
Disipad, pues, y deshaced sin temor a esas gentes que sólo respiran guerra; haced tajos a los que siembran entre vuestras filas el miedo y la duda; dispersad de la ciudad del Señor a todos los que obran iniquidad y arden en deseos de saquear todos los tesoros del pueblo cristiano encerrados en los muros de Jerusalén, que sólo codician apoderarse del santuario de Dios y profanar todos nuestros santos misterios. Desenváinese la doble espada, espiritual y material, de los cristianos, y descargue con fuerza sobre la testuz de los enemigos, para destruir todo lo que se yergue contra la ciencia de Dios, o sea, contra la fe de los seguidores de Cristo; no digan, nunca los fieles: ¿Dónde está su Dios?”

Extracto de su obra “De la Loa a la Nueva Milicia”, Capítulo III.

Fuente: RadioCristiandad

LA MODESTIA AL VESTIR: LA BELLEZA NUNCA SE EXPONE

LA MODESTIA AL VESTIR: LA BELLEZA NUNCA SE EXPONE

por Federico Ledesma
“Inculca, hija Mía, sobre vuestro mundo la existencia del infierno que el hombre busca negar.  Hay fuegos del infierno.  Estos fuegos serán sentidos por los que han perdido su modestia con la modernización, quienes se exponen en templo sagrado de Dios, el cual fue colocado cuando su espíritu entró a sus cuerpos – ¡exponiéndolos al ridículo!  Las llamas quemarán cada pulgada de lo que ha sido expuesto.”- Nuestra Señora, 20 de Noviembre, 1971.

Nuestra Señora de Fátima, que nos advirtió:
“Más almas se van al infierno por pecados de la carne (es decir, pecados en contra del 6 y 9 mandamientos) que por cualquier otra razón”.  Nuestra Señora de Fátima le dijo a Jacinta, “Se introducirán ciertas modas que ofenderán gravemente a Mi Hijo”.  Jacinta también dijo, “Las personas que sirven a Dios no deberían seguir las modas.  La Iglesia no tiene modas;  Nuestro Señor es siempre el mismo”.
La Biblia nos dice, “Asimismo oren también las mujeres en traje decente, ataviándose con recato y modestia, o sin superfluidad, y no inmodestamente con los cabellos rizados o ensortijados, ni con oro, o con perlas, o costosos adornos; si no con buenas obras, como corresponde a mujeres que hacen profesión de piedad.” (1 Tim. 2:9-10).
Las siguientes son varias advertencias que la Iglesia Católica le ha dado a los fieles, para la protección de sus almas inmortales.

DECLARACIONES QUE HA HECHO LA IGLESIA SOBRE LA MODESTIA EN EL VESTIR

El Papa Benedicto XV escribió en su encíclica Sacra Propediem el 6 de Enero, 1921:
“Uno no puede deplorar suficientemente la ceguera de tantas mujeres de todas las edades y estaciones.  Volviéndose tontas y ridículas por el deseo de agradar, no ven hasta qué grado la indecencia de sus vestimentas choca a cada uno de los hombres honestos y ofende a Dios.  Anteriormente, la mayoría de ellas se hubiesen azareado por dichas ropas por la falta grave en contra de la modestia Cristiana.  Ahora no es suficiente exhibirse en público;  no les da miedo entrar en los umbrales de las iglesias, asistir al Santo Sacrificio de la Misa y aún portar el alimento seductor de la pasión vergonzosa al Santo Altar, en donde se recibe al Autor de la Pureza.”

El 12 de Enero, 1930, la Sagrada Congregación del Concilio, por mandato del Papa Pío XI, emitió instrucciones enfáticas a todos los obispos sobre la modestia en el vestir:

“Recordamos que un vestido no puede llamarse decente si tiene un escote mayor a dos dedos por debajo de la concavidad del cuello, si no cubre los brazos por lo menos hasta el codo, y escasamente alcanza un poco por debajo de la rodilla.  Además, los vestidos de material transparente son inapropiados.  Que los padres mantengan a sus hijas lejos de los juegos y concursos gimnásticos públicos;  pero, si sus hijas son obligadas a asistir a dichas exhibiciones, que observen que van vestidas totalmente y en forma modesta.  Que nunca permitan que sus hijas se pongan indumentaria inmodesta.”
El Papa Pío XII dijo en 1954:
“Ahora, muchas niñas no ven nada malo en seguir ciertos estilos desvergonzados (modas) como lo hacen muchas ovejas.  Seguramente se ruborizarían si tan sólo pudiesen adivinar las impresiones que hacen y los sentimientos que evocan (excitación) en aquellos que las miran.” (17 de Julio, 1954)

El Papa Pío XII amonestó seriamente a las madres Cristianas:
“El bien de nuestra alma es más importante que el de nuestro cuerpo;  y tenemos que preferir el bienestar espiritual de nuestro vecino a nuestra comodidad corporal… Si cierta clase de vestido constituye una ocasión grave y próxima de pecado y pone en peligro la salvación de su alma y de la de los demás, es su deber dejarlo y no usarlo…  Oh madres Cristianas, si vosotros supierais qué futuro de ansiedades y penas, de vergüenza mal guardada que preparáis para vuestros hijos e hijas, dejando imprudentemente que ellos se acostumbren a vivir ligeramente vestidos y haciendo que pierdan su sentido de modestia, estaríais avergonzadas de vosotros mismas y temeríais el daño que os hacéis y el daño que estáis causando a estos niños, quienes el Cielo os habéis confiado para que los criéis como Cristianos.” (Pío XII a los Grupos de Mujeres Católicas Jóvenes de Italia)

Fuente RadioCristiandad

SANTO DOMINGUITO DEL VAL

SANTO DOMINGUITO DEL VAL

31 de Agosto

(†  1250)
  


Dominguito del Val nació en Zaragoza, la ciudad de la Virgen y de los Innumerables Mártires, el año 1243. Era rey de Aragón Jaime el Conquistador, vicario de Cristo en Roma, Inocencio IV, y obispo de Zaragoza, Arnaldo de Peralta. Media España estaba bajo el dominio de los moros y en cada pecho español se albergaba un cruzado.
 Los padres de Dominguito se llamaban Sancho del Val e Isabel Sancho. Su madre era de pura cepa zaragozana, y su padre, de origen francés. El abuelo paterno había sido un esforzado guerrero a las órdenes del rey don Alfonso el Batallador. A su lado estuvo en el asedio de Zaragoza, que fue duro y prolongado. Todos los cruzados franceses se marcharon a sus casas; todos, menos uno. "Fue nuestro antepasado —decía Sancho del Val a su hijo, siempre que le contaba la historia—. El señor del Val, hijo de la fuerte Bretaña, sufrió inquebrantable el hambre y la sed, los hielos del invierno y los fuegos del verano, las vigilias prolongadas y los golpes de las armas enemigas. Y al rendirse la ciudad, el rey le hizo rico y noble, igualándole con los españoles más ilustres".
 Sancho del Val no siguió a su padre por el camino de las armas. Prefirió las letras. Fue tabelión o notario y su firma quedó estampada en las actas de las Cortes de Aragón, al lado de las firmas de condes y obispos.
 Dios bendijo la unión de Sancho e Isabel dándoles un hijo que iba a ser mártir y modelo de todos los niños y, de un modo especial, de los monaguillos. Porque Santo Dominguito del Val es el patrono de los monaguillos y niños de coro. El fue infantico de la catedral de Zaragoza, vistió con garbo la sotanilla roja y repiqueteó con gusto la campanilla en los días de fiesta grande. La imagen que todos hemos visto de este tierno niño nos lo representa con las vestiduras de monaguillo. Clavado en la pared con su hermosa sotana y amplio roquete. La mirada hacia el cielo y unos surcos de sangre goteando de sus pies y manos. Una estampa de dolor ciertamente, pero, también, de valentía superior a las fuerzas de un niño de pocos años. Las nobles condiciones, especialmente su piedad, que se advertían en el niño según crecía, indujeron a los padres a dedicarlo al santuario, al sacerdocio. Cuando fue mayorcito lo enviaron a la catedral. Entonces la catedral era la casa de Dios y, al mismo tiempo, escuela. Todas las mañanas, al salir el sol, hacía Dominguito el camino que separaba el barrio de San Miguel de la Seo. Una vez allí, lo primero que hacía era ayudar a misa y cantar en el coro las alabanzas de Dios y a la Virgen.
 Cumplido fielmente su oficio de monaguillo, bajaba al claustro de la catedral a empezar la tarea escolar. Con el capiscol o maestro de canto ensayaban los himnos, salmos y antífonas del oficio divino. La historia y la tradición nos presentan a nuestro Santo especialmente aficionado y dotado para el canto. Por algo es el patrono de los niños de coro y seises.
 La tarea escolar incluía más cosas. Había que aprender a leer, a contar, a escribir. Los pequeños dedos se iban acostumbrando a hacer garabatos sobre las tablillas apoyadas en las rodillas. La voz del maestro se oía potente y, al acabar, las cabecitas de los pequeños escolares se inclinaban rápidamente para escribir en los viejos pergaminos lo que acababan de oír. Así un día y otro día. Al atardecer volvía a casa. Un beso a los padres, y luego a contarles lo que había aprendido aquel día y las peripecias de los compañeros.
 Uno se resiste a creer la historia que voy a contar. Es increíble que haya hombres tan malos. Sin embargo, parece que la substancia del hecho es verdad.
 Los judíos solían amasar los alimentos de su cena pascual con sangre de niños cristianos. La historia nos ha conservado los nombres de estas víctimas inocentes: Simón de Livolés, Ricardo de Norwick, el Niño de la Guardia y Santo Dominguito del Val. "Oyemos decir —escribía el rey Alfonso el Sabio, en aquellos mismos días de Santo Dominguito del Val— que los judíos ficieron, et facem el día de Viernes Santo remembranza de la pasión de Nuestro Señor, furtando los niños et poniéndolos en la cruz, et faciendo imágenes de cera et crucificándolas, cuando los niños no pueden haber."
 Los judíos eran por entonces muchos y poderosos en Zaragoza. En la sinagoga se había recordado "que al que presentase un niño cristiano sería eximido de penas y tributos". Y un sábado al terminar de explicar la Ley el rabino, dijo: "Necesitamos sangre cristiana. Si celebramos sin ella la fiesta de la Pascua, Jehová podrá echarnos en cara nuestra negligencia".
 Estas palabras fueron bien recogidas por Mosé Albayucet, un usurero de cara apergaminada y nariz ganchuda. Por su frente arrugada pasó una idea negra. Pensó en aquel niño que todos los días al oscurecer pasaba delante de su tienda. Este niño era Dominguito del Val, que volvía de la catedral a casa. A veces solo y otras con un grupo de compañeros. Con frecuencia, al cruzar el barrio judío, de tiendas obscuras y estrechas callejuelas, cantaban himnos en honor del Señor y su Santísima Madre. Seguramente los que acababan de ensayar con el capiscol de la catedral.
 Más de una vez los había oído Mosé Albayucet y, desde la puerta de su tienda, los había amenazado con su mano. Le pareció la ocasión oportuna y prometió a sus compañeros de secta que aquel año iban a tener sangre de niño cristiano para la Pascua y bien reciente.
 Era el miércoles 31 de agosto de 1250. El atardecer se hacía más obscuro en las estrechas callejuelas del barrio judío por donde pasaba Dominguito camino de su casa. De repente, y antes de pensarlo o poder lanzar un grito, nota que algo se le echa encima. Son las manos de Mosé Albayucet que le cubren el rostro con un manto. Le amordaza bien la boca para que no pueda gritar y le mete de momento en su casa. Las garras de la maldad acaban de hacer su presa.
 Aquella misma noche es trasladado el inocente niño a la casa de uno de los rabinos principales. Allí están los príncipes de la sinagoga. Dominguito tiembla de miedo ante aquellos rostros astutos y malvados. Sus manos aprietan la cruz que pende de su pecho.
 —Querido niño —le dice una voz zalamera—, no queremos hacerte mal ninguno; pero si quieres salir de aquí tienes que pisar ese Cristo.
 —Eso nunca —dice el niño—. Es mi Dios. No, no y mil veces no.
 —Acabemos pronto —dicen aquellos malvados ante la firmeza del niño.
 Va a repetirse la escena del Calvario. Uno acerca las escaleras que apoya sobre la pared; otro presenta el martillo y los clavos, y no falta quien coloca en la rubia cabellera del niño una corona de zarzas, así el parecido con la crucifixión de Cristo será mayor.
 Con gran sobriedad de palabras refieren las Actas del martirio lo que sucedió:
 "Arrimáronle a una pared, renovando furiosos en él la pasión del divino Redentor; crucificáronle, horadando con algunos clavos sus manos y pies; abriéronle el costado con una lanza, y cuando hubo expirado, para que no se descubriese tan enorme maldad, lo envolvieron y ataron en un lío y lo enterraron en la orilla del Ebro en el silencio de la noche."
 Todos nos imaginamos fácilmente los espasmos de dolor que estremecerían aquellos músculos delicados de niño. Abrieron sus venas para recoger en unos vasos preparados su sangre. Sangre inocente que iba a ser el jugo con que amasasen los panes ácimos de la Pascua.
 Una vez muerto cortaron sus manos y cabeza, que arrojaron a un pozo de la casa donde había tenido lugar el horrendo crimen. Su cuerpo mutilado fue llevado, como dicen las Actas, a orillas del Ebro. Allí sería más difícil encontrarlo.
 Los judíos se retiraron a sus casas contentos de haber hecho un gran servicio a Dios. La Seo había perdido a su mejor monaguillo y el cielo había ganado un ángel más. Todo esto ocurría la noche del 31 de agosto de 1250.
 Dios tenía preparado su día de triunfo, su mañana de resurrección, para Dominguito del Val.
 Mientras en la casa del notario Sancho del Val se oían gemidos de dolor, una extraña aureola aparecía en la ribera del Ebro. Los guardas del puente de barcas echado sobre el río habían visto con asombro durante varios días el mismo acontecimiento. La noticia recorre toda Zaragoza.
 Algunas autoridades y un grupo de clérigos se dirigen hacia el lugar de la luz misteriosa. Allí hay un pequeño trozo de tierra recientemente removida. Se escarba y, metido en un saco, aparece un bulto sanguinolento. Se comprueba que es el cuerpo mutilado de Dominguito. Una ola de dolor e indignación invade la ciudad de punta a punta.
 La cabeza y las manos aparecen, también, de una manera milagrosa. Aunque aquí la leyenda no concuerda. Según una versión, un perrazo negro gime lastimeramente, y sin que nadie le pueda espantar, al borde del pozo a que fueron arrojados los miembros del niño mártir. Es el perro del notario Sancho del Val. Se agota el agua y en el fondo aparecen las manos y cabeza de Dominguito. Otra versión dice que las aguas del pozo se llenaron de resplandeciente luz, que crecieron y desbordadas mostraron el tesoro que guardaban en el fondo. Pronto se supo toda la verdad del hecho. El mismo Albayucet lo iba diciendo: "Sí, yo he sido. Matadme, me es igual; la mirada del muerto me persigue, y el sueño ha huido de mis ojos". El santo niño había de conseguir el arrepentimiento para su asesino. Bautizado y arrepentido, Albayucet subirá tranquilo a la horca.
 "Divulgado el suceso —escribe fray Lamberto de Zaragoza—, y obrados por el divino poder muchos milagros, el obispo Arnaldo dispuso una procesión general, a la que asistió con todo el clero la ciudad, la nobleza, la tropa y la plebe, todos con velas blancas, y llevaron el santo cuerpo por todas las iglesias y calles de la ciudad, hasta por la puerta Cineja, mostrándolo a todos y haciendo ver en él las llagas de las manos y pies y costado."
 Hoy mismo es muy viva la devoción que Zaragoza siente por su glorioso mártir. Su fiesta está incluida entre las de primera clase y los niños de coro de La Seo y del Pilar le festejan como Santo patrono. Desde los días del martirio existe la cofradía de Santo Dominguito. El rey Jaime I de Aragón tuvo a honor ser inscrito en ella.
 Sus restos mortales se conservan en una capilla de la catedral en hermosa urna de alabastro. Sobre la urna un ángel sostiene esta leyenda: "Aquí yace el bienaventurado niño Domingo del Val, mártir por el nombre de Cristo".

Santoral Católico 29 de agosto

Santoral Católico 29 de agosto


  • Degollación de San Juan Bautista
  • Santa Sabina, Mártir
  • San Mederico, Abad 


Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.
R. Deo Gratias.





LA DEGOLLACIÓN DE 
SAN JUAN BAUTISTA



Herodes, enviando un alabardero, ordenó traer
la cabeza de Juan en una bandeja.
(Marcos, 6, 27).

San Juan Bautista había dejado el desierto para amonestar a Herodes que no le era lícito tener como esposa a Herodías, la mujer de su hermano. Irritado el tirano de su audacia, lo hizo arrojar en una prisión. Un día, mientras daba un festín, la hija de Herodías danzó en presencia de los convidados con tanta gracia, que Herodes le prometió concederle todo lo que le pidiese. Pidió ella la cabeza de Juan Bautista. Un soldado, enviado a la prisión, cortó la cabeza al Precursor y la trajo en una bandeja, como si fuese el último plato de este fúnebre festín.

 MEDITACIÓN
SOBRE SAN JUAN, MÁRTIR
DE LA CASTIDAD, DE LA CARIDAD y DE LA VERDAD
I. San Juan vivió y murió de la castidad. Para conservar esta virtud angelical, dejó, a edad tierna, la casa de su padre, y se retiró al desierto, donde sujetó su cuerpo mediante continuas austeridades. Si comprendieses tú la belleza de esta virtud, la amarías e imitarías a San Juan. Pero, para conservar la castidad hay que huir del mundo, amar la soledad, practicar la mortificación. Si no puedes morir mártir de la castidad como San Juan, vive como él en inviolable castidad. Algo más grande es vivir en la castidad que morir por ella. (Tertuliano).

II. San Juan fue también mártir de la caridad. El celo que tenía por la salvación de las almas le hizo dejar la soledad, puesta la mira en convertir a Herodes. ¡Cuán feliz serías tú si pudieses, como el santo precursor, derramar tu sangre por la salvación del prójimo! Si no puedes imitarle, reza al menos por los pecadores, exhórtalos a penitencia, haz abundantes limosnas para obtener su conversión.

III. San Juan fue también mártir de la verdad: reprochó intrépidamente a Herodes sus escandalosos desórdenes, y prefirió morir antes que traicionar la verdad. Aunque tuvieses que perder la vida nunca debes disfrazar tus sentimientos, ni tolerar el vicio por cobarde complacencia cuando tu deber sea corregirlo. Los hombres aman la verdad cuando ella los halaga, pero sienten aversión por ella cuando les reprende sus defectos. (San Agustín).

La castidad

Orad por las vírgenes.


ORACIÓN

Haced, os lo suplicamos, Señor, que la piadosa solemnidad del bienaventurado Juan Bautista, vuestro precursor y mártir, nos obtenga gracias eficaces de salvación. Vos que, siendo Dios, vivís y reináis en unidad con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

FUENTE: http://devocioncatolica.blogspot.com/

domingo, 28 de agosto de 2011

El deber de Reparación

R. Garrigou-Lagrange O.P.



El deber de Reparación


Principios de esta doctrina.

Los principios de esta enseñanza están expuestos en teología a propósito del misterio de la redención, luego en el tratado sobre el pecado, de la pena que le es debida, y en el de la penitencia. Estos principios son revelados y todo fiel adhiere a ellos firmemente por la fe. Se los puede resumir así.

Mientras que el mérito es el derecho a una recompensa, derecho para el justo, en tanto permanece en estado de gracia, a la vida eterna y a un aumento de la caridad, la satisfacción es una reparación por la ofensa hecha a Dios por el pecado. Dicha ofensa no quita a Dios su gloria esencial, su beatitud, sino su gloria exterior, su resplandor, su reino sobre nosotros.

El pecado mortal como ofensa niega prácticamente a Dios su dignidad infinita de fin último o soberano bien, pues prefiere un pobre bien finito. Se necesitó la Encarnación del verbo, y su acto de amor teándrico por el que hubo una satisfacción perfecta o adecuada de la ofensa hecha a Dios por el pecado mortal. Jesús ha satisfecho por nosotros en estricta justicia, ofreciendo a Dios sobre la cruz, dice santo Tomás, “un acto de amor que le agradaba más de lo que todos los pecados reunidos le desagradan”. Ha reparado así la ofensa hecha a Dios, y aquellos a los cuales sus méritos y su satisfacción son aplicados son reconciliados, justificados, su pecado es remitido, y también la pena eterna debida al pecado mortal. La Santísima Virgen ha satisfecho por nosotros con una satisfacción de conveniencia, fundada sobre la caridad o intimísima amistad sobrenatural que la unía a Dios Padre y a su Hijo. Todo buen cristiano conoce esta doctrina. Pero no se presta generalmente suficiente atención a la satisfacción o reparación que debe existir en la vida del justo, a quien sus pecados están ya remitidos.

El Concilio de Trento, sin embargo, enseña, y está íntimamente ligado a la doctrina revelada sobre el purgatorio que, incluso cuando el pecado mortal nos ha sido perdonado y con él la pena eterna que le es debida, queda a menudo una pena temporal por sufrir en esta vida o luego de esta vida en el purgatorio. Si no se la sufre sobre esta tierra mereciendo, o aprovechando las misas e indulgencias, será necesario sufrirla en el purgatorio sin merecer, sin crecer más en la caridad. Además, el purgatorio es, para hablar propiamente, una pena. No puede, pues, ser impuesto más que por una falta, que habría podido ser evitada, y que habría podido ser expiada en la tierra. Por eso, los mejores cristianos hacen una buena parte del purgatorio antes de su muerte.

Esta doctrina de la reparación se funda, como lo muestra santo Tomás tratando sobre la pena debida por el pecado, sobre la definición misma de pecado. Hay, en efecto, en el pecado cuando es mortal, dos aspectos. En primer lugar, por él el hombre se aparta de Dios, nuestro fin último, y desde entonces, si muere en dicho estado, merece ser privado de Dios eternamente. En otros términos: si se muere en este estado, el desorden habitual del pecado grave dura para siempre y, desde entonces, la pena de la privación de Dios, que le es debida, dura también para siempre. ¡Si, al contrario, el pecado mortal es perdonado por la conversión, que restituye en el estado de gracia, la pena eterna debida por el pecado es perdonada también!
Pero existe en el pecado mortal un segundo aspecto: no solamente se desvía de Dios, sino que se inclina hacia un bien perecedero al que se prefiere a Dios.

Existe allí, pues, un doble desorden moral, que exige una doble pena. El pecador, no solamente de desvía de Dios, sino que se prefiere a Dios, en el sentido de que prefiere su goce personal al Reino de Dios, y este último desorden demanda también una reparación. La justicia exige que el pecador que ha preferido un bien temporal a Dios, sea privado de un bien temporal o sufra una pena temporal.

El pecado venial que nos entretiene inmoderadamente en un bien perecedero, merece también una pena temporal del mismo género, pero más ligera.

Todo esto se concibe bastante fácilmente: la voluntad que se acuerda demasiado de ella misma, contra el orden divino, debe reparar dicha infracción para reconocer el valor de ese orden divino. Del mismo modo, la voluntad que ha violado el orden de la conciencia es punida por los remordimientos de conciencia. De igual manera aún, la voluntad que ha violado el orden social y sus leyes, debe sufrir una pena que inflige el magistrado guardián de dicho orden social. Esto es lo que enseña santo Tomás (1). También Platón, en uno de sus más bellos diálogos, el Gorgias, luego de haber demostrado que es mejor sufrir una injusticia que cometerla, añadía que la mayor desgracia de un criminal, después de su falta, es permanecer impune, porque así no entra en el orden de la justicia. Debería, dice Platón, ir a acusarse ante los jueces y pedir la pena que ha merecido para entrar en el orden de la justicia, luego de haberlo violado. Idea sublime inspirada por las tradiciones religiosas que anunciaban, por así decirlo, a lo lejos, lo que debía ser la reparación en el misterio de la Redención y en el sacramento de la penitencia.

En la vida del justo, la gracia santificante le da la posibilidad de satisfacer por sí mismo y por los demás dicha pena temporal debida al pecado ya remitido, y si lo hace abrevia mucho su purgatorio. ¿Cómo puede hacerlo, primero por sí mismo, y por el prójimo?


¿Cómo puede el justo satisfacer por sí mismo?

Puede hacerlo de dos maneras: en primer lugar, por la penitencia sacramental, por la asistencia a Misa, ganado indulgencias. Luego por sus propias buenas obras (ex opere operantis), cuando tienen en grados diversos un carácter penoso, requerido para la satisfacción, que se añade al mérito.

Primeramente, la penitencia sacramental realizada en estado de gracia produce enseguida su efecto de santificación, pero está proporcionada a nuestras disposiciones de fervor, y a menudo una parte de la pena temporal resta por sufrir aún.

La Misa a la cual asistimos o que es dicha por nosotros, obtiene ciertamente también la remisión total o parcial de la pena temporal debida a los pecados ya perdonados.

La obtención de indulgencias es también una obra satisfactoria, que sirve para saldar la deuda de la pena temporal por los pecados perdonados. Su principal valor proviene del poder de las Llaves de la Iglesia.


¿Cómo podemos en la tierra, además, satisfacer o reparar por medio de nuestras buenas obras (ex opere operantis)?

Es necesario, en primer lugar, que sean obras meritorias, es decir, moralmente buenas, libres, realizadas en estado de gracia y de peregrinación, por un motivo sobrenatural. Asimismo, para que sean satisfactorias, es necesario que además del mérito, tengan un carácter más o menos penoso, es decir, que conlleven una renuncia, una carga, un sacrificio. Santo Tomás lo explica muy bien: se trata de la satisfacción que se añade a los méritos de Cristo o a los de María, o el que se añade a nuestros propios méritos. Dice: “La satisfacción para reparar el pecado pasado, y obtener la remisión de la pena temporal que le es debida, debe ser penosa. El pecador ha quitado a Dios la gloria exterior que le es debida. Orden y justicia reclaman que a cambio le sea quitado algo, que una pena le sea impuesta” (2). Es necesario, pues, para satisfacer, algo penoso, llevar la cruz, morir a algo. Se lo olvidaba mucho estos últimos años, antes de la derrota; se las ingeniaba incluso para reducir la mortificación al estricto mínimo quizás para hacerla desaparecer totalmente. Entonces el Señor impone a los demás la guerra, y sería necesario hacer de necesidad virtud, haría falta sufrir mucho (3).

A igualdad de caridad, la obra más satisfactoria será la más penosa, aquella que recuerde mejor la cruz del Salvador. Sin embargo, si la disminución de la dificultad viene precisamente de una caridad más grande, no disminuye el valor de la satisfacción. En este último caso se trata de una dificultad subjetiva que es disminuida por el progreso de la caridad, no de una dificultad objetiva. Ésta deriva del carácter mismo del objeto que exige una gran generosidad, como sucede en el martirio.

Entre las obras penosas que la Iglesia recomienda como satisfacción o reparación, hay que contar el ayuno, la abstinencia, las vigilias, la paciencia en las contrariedades y las pruebas, soportar los sufrimientos, la aceptación de la muerte y las angustias que pueden acompañarla.Dominar el alma en la paciencia” es obrar. Santo Tomás dice incluso que el acto principal de la fortaleza no es la ofensiva o el ataque, sino soportar perseverante los males, la constancia en la prueba, como se lo constata en los mártires.

Las cruces ocultas llevadas mucho tiempo en silencio son a menudo más meritorias y satisfactorias que las brillantes acciones heroicas de un momento. A propósito de esto, conviene aconsejar la bella oración de Pío X para aceptar por anticipado la muerte y todos los sufrimientos físicos y morales que la precederán y acompañarán (4).

Las buenas obras más o menos penosas disminuyen nuestro purgatorio y, por el mérito que conllevan, aumentan en nosotros la vida de la gracia y la felicidad del cielo. Es necesario sobre este tema recordar, que un acto generosísimo de caridad, de un valor de diez talentos, vale más que diez simples actos de un talento. Éstos últimos están, en efecto, más o menos impregnados de tibieza: la calidad prevalece aquí sobre la cantidad. El santo cura de Ars debía merecer y reparar más que todos sus feligreses juntos.


¿Cómo puede el justo satisfacer por el prójimo?

Todos los fieles conocen esta doctrina de fe: que el justo puede hacer celebrar Misas y ganar indulgencias por los difuntos, y que puede también saldar por otro justo la pena temporal debida a los pecados ya perdonados. San Pablo, en efecto, dice: “Llevad las cargas los unos de otros(5). Santo Tomás lo explica (6) y nota que si los acreedores humanos admiten que se les pague las deudas de otros, cuánto más lo admite el Señor, puesto que sufrir por el prójimo supone una caridad más grande que sufrir por sí mismo. Sufrir por el prójimo un fuerte dolor de cabeza de tres o cuatro horas es más satisfactorio que sufrir por si mismo una cosa más penosa.

Animándolo la caridad, el justo puede, pues, satisfacer por su prójimo.

Aquellos que realizan a María el abandono de todo lo que hay de comunicable en sus buenas obras meritorias y satisfactorias y en sus oraciones, le encargan hacer la distribución de ellas según su voluntad. Ella obra con mucha más sabiduría que nosotros, puesto que ve en Dios a aquellos parientes o amigos nuestros que sobre la tierra o en el purgatorio tienen particularmente más necesidad de ayuda.

Si no hemos hecho este acto y si no nombramos a ninguna persona, es probable que Dios aplique dichas satisfacciones a aquellos que nos son más queridos.

Es así que los justos pueden sufrir con provecho por el prójimo, y también participan en las satisfacciones de las almas más generosas, de las almas víctimas que, en las horas más trágicas, se multiplican en el mundo, para reparar sus faltas (7). Es el Señor el que las suscita, el que les da dicha vocación sublime, el que las sostiene durante veinte o treinta años sobre un lecho de sufrimientos, como lo muestra la vida del santo padre Gérard, de la diócesis de Sées, escrita por Myriam de G. bajo el título “Veintidós años de martirio”. Este santo sacerdote torturado durante tantos años por la tuberculosis ósea, ofrecía cada día sus sufrimientos por los sacerdotes de su generación y de su diócesis. Se lo llevó seis veces a Lourdes. Comprendió que la Santísima Virgen no lo curaría pero, a pesar de los grandísimos dolores del viaje, quiso ir allí seis veces aún, no para pedir su curación, sino por la conversión de los pecadores. Almas víctimas, más numerosas de los que pensamos, trabajan en este momento a ejemplo de Nuestro Señor y de María para la pacificación del mundo.

Los sufrimientos del justo deben así parecerse cada vez más a la cruz de Jesús. Existen tres clases de cruz bien diferentes: la del ladrón malo, que fue una cruz perdida. Existen muchos sufrimientos perdidos en el mundo, porque no son soportados cristianamente. La cruz del buen ladrón fue útil para él, y escuchó: “tú estarás conmigo esta tarde en el paraíso”. La cruz de Jesús fue redentora, no para Él, sino para nosotros. Y en cuanto más los santos se asemejan al Salvador, más sus cruces se parecen a la suya, más fecundas son, y en las horas más problemáticas como las que atravesamos, son ellos, por sus sufrimientos aceptados por amor, los que sostienen el mundo y le permiten durar.


La fecundidad de la vía reparadora no ha cesado de manifestarse entre los santos en el curso de los siglos. A ejemplo de Nuestro Señor, los Apóstoles han sellado su testimonio con su sangre, y durante los tres primeros siglos de la Iglesia la sangre de los mártires no ha cesado de suscitar nuevos cristianos.

En la Edad Media, san Francisco recibe los dolorosos estigmas de la Pasión del Salvador, santo Domingo se flagela tres veces cada noche por sus propios pecados, por los pecadores que debe evangelizar en el futuro y por las almas del purgatorio. Quiere reglas penitenciales en su Orden al lado del estudio, la oración y el apostolado.

Este mismo espíritu se encuentra entre los grandes reformadores del siglo XVI: san Carlos Borromeo, santa Teresa, san Juan de la Cruz, san Ignacio. San Vicente de Paul, incluso en medio de sus duras labores, acepta sufrir para librar a un teólogo de las dudas que lo torturan, y él mismo durante cuatro años debe superar heroicamente una fuerte tentación contra la fe, lo que aumenta sus fuerzas y afirma cada vez más su unión con Dios.

En el siglo XVIII, san Pablo de la Cruz funda la Orden de los Pasionistas consagrada a la reparación, y él mismo, aunque llegado ya a la edad de treinta años a una muy íntima unión con Dios, pasa durante cuarenta y cinco años por sufrimientos interiores ininterrumpidos por la conversión de los pecadores. En la misma época, san Gerardo Mayela, hijo espiritual de san Alfonso es avisado por una inspiración que tendrá la ocasión de convertirse en santo, y que debe estar atento a no perderla. Poco después es gravemente calumniado, lo que acarrea una medida muy severa para él: se lo priva de la comunión. Acepta todo por amor a Dios. Algunos meses después, la calumnia es descubierta, y su superior le dice: ¿Por qué no os habéis defendido? Él responde: “Está escrito, padre mío, en vuestra regla, que no es necesario excusarse incluso si se es injustamente reprendido”. Aún en la misma época, san Benito José Labre es un modelo consumado de vida reparadora.

A veces, son incluso los niños, que bajo una inspiración divina, entreven todo el premio del sufrimiento aceptado por amor. Estos últimos años en Roma, bajo el pontificado de Pío XI, una niña de seis años u medio, Antonietta Meo, cuya vida se ha escrito (8), enferma de un cáncer en la pierna, acepta generosamente la amputación por las grandes intenciones de la Iglesia, y dice a su padre, luego de la operación, aunque aún sufre mucho: “Papá: el dolor es como la tela. Cuanto más resistente es la tela, mejor es. Del mismo modo, cuanto más fuerte es el dolor, mejor es, cuando se lo acepta por amor para la conversión de los pecadores”.

Esto tres grandes ejemplos nos son dados de vez en cuando para salir de nuestra somnolencia, y para invitarnos a ofrecer más generosamente las contrariedades o penas que se nos presentan, para reparar la ofensa hecha a Dios por nuestras propias faltas, y para trabajar en la conversión de las almas en la medida en que el Señor lo ha querido para cada uno de nosotros desde la eternidad (9).


(1) Ia IIae, q. 87. De poena peccato debita.

(2) Supp., q. 15, a. 1.

(3) Al respecto, los scouts de Francia, el 15 de Agosto, han dado un gran ejemplo haciendo una gran parte de su peregrinación a Puy a pié, y descalzos, con una resistencia y una fe admirable, llena de promesas.

(4) “Señor, sea cual sea el género de muerte que os plazca reservarme, desde ahora, de todo corazón y con plena voluntad, lo acepto de vuestra mano, con todas sus angustias, penas y dolores”. Indulgencia plenaria en la muerte para aquellos que reciten dicha oración luego de la santa comunión.

(5) Gal., VI, 2.

(6) Supp., q. 13, a. 2.

(7) Recuérdese en L’Annonce à Marie de P. Claudel el personaje de Violaine, joven virgen enferma de lepra, que se ha ofrecido como víctima por Francia en la época del gran cisma.

(8)Fiaccola romana”, por Myriam de G., Berutti, Torino. Prefacio del cardenal Piazza.


(9) Al término de su peregrinación a Nuestra Señora de Puy, los guías de Francia decían en su vía crucis: “Señor, por nuestros pecados, aceptamos el hambre, el frío, la pobreza”.



FUENTE: Vie Spirituelle n° 277, Junio de 1943. Traducción del francés del Dr. Martín E. Peñalva.