COMUNICADO DEL SUPERIOR
DE DISTRITO DE AMÉRICA DEL SUR
DE DISTRITO DE AMÉRICA DEL SUR
ASÍS 2011:
NECESIDAD DE UNA REPARACIÓN
NECESIDAD DE UNA REPARACIÓN
Queridos Fieles:
El próximo jueves 27 de octubre tendrá lugar la tercera reunión de Asís, convocada y presidida por el Papa Benedicto XVI. El programa publicado por la Santa Sede informa que será “una jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo”. Benedicto XVI invita a “las diversas confesiones cristianas, los representantes de las tradiciones religiosas del mundo y todas las personas de buena voluntad” a reunirse sobre el tema: “Peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz”, “con vistas a construir un mundo cada vez más fraterno, en el que todos estén libres de profesar la religión y la fe propia.” (Benedicto XVI, Ángelus del 1º enero 2011, alocución a los peregrinos franceses)
Aparentemente los escándalos ocurridos en 1986 en las distintas iglesias de Asís no se renovarán; no obstante los principios invocados con vistas a la organización de la reunión son los mismos que hace 25 años: se pretende que la libertad religiosa en las naciones es fuente de paz, mientras que la doctrina católica enseña que sólo la fe en Nuestro Señor Jesucristo y la fidelidad a la Iglesia fundada por Él pueden alcanzar la paz al mundo enloquecido. Se sustituye la fe por la libertad de conciencia. El hombre-dios quiere suplantar al Dios hecho hombre. Y quien propone semejante delirio –que nació en las logias masónicas– como remedio al mundo es el mismo Vicario de Cristo. ¡Qué escándalo y misterio tan grande!
Debemos reparar tamaña injuria hecha a Dios.
Por este motivo invito a todos los fieles de nuestros prioratos y a todos los católicos deseosos de defender el honor divino a participar de la ceremonia de desagravio que será organizada el jueves 27 de octubre en cada una de las capillas del Distrito de América del Sur. Se rezará un Vía Crucis y la Santa Misa por la propagación de la fe. Concurramos masivamente con espíritu de penitencia y reparación.
Los siguientes textos pontificios demuestran que siempre la Iglesia condenó semejantes reuniones interreligiosas. En lugar de alcanzar la paz, esta jornada fomentará el indiferentismo religioso y la apostasía, turbará a los católicos y seguirá llevando la sociedad al caos, como consecuencia inevitable del rechazo del Reinado social de Cristo Rey.
¡Parce, Domine, parce populo tuo! ¡Perdona, Señor, perdona a tu pueblo!
Padre Christian BOUCHACOURT
21 de octubre de 2011
DECLARACION DE MONSEÑOR LEFEBVRE
Y MONSEÑOR ANTONIO DE CASTRO MAYER
CON MOTIVO DE LA VISITA DE JUAN PABLO II A LA SINAGOGA
Y DEL CONGRESO DE LAS RELIGIONES EN ASÍS
Roma nos ha preguntado si teníamos la intención de proclamar nuestra ruptura con el Vaticano con motivo del Congreso de Asís. Nos parece que la pregunta más bien tendría que ser la siguiente:
¿Creen Ustedes y tienen la intención de proclamar que el Congreso de Asís consuma la ruptura de las autoridades romanas con la Iglesia Católica?
Pues esto es, por cierto, lo que preocupa a los que aún permanecen católicos.
Es evidente, en efecto, que desde el Concilio Vaticano II el Papa y los episcopados se alejan cada vez más netamente de sus predecesores.
Todo lo que hizo la Iglesia en los siglos pasados para defender la fe, y todo lo que fue realizado por los misioneros para difundirla, inclusive hasta el martirio, de ahora en más es considerado como una falta, por la que la Iglesia debería reprocharse y hacerse perdonar.
La actitud de los once Papas, que desde 1789 hasta 1958 han condenado en sus documentos oficiales la Revolución liberal, es considerada como “una falta de comprensión del espíritu cristiano que ha inspirado la Revolución”.
Esto explica la inversión completa de Roma a partir del Concilio Vaticano II, que nos hizo reiterar las palabras que dijo Nuestro Señor a los que venían a prenderlo: Hæc est hora vestra et potestas tenebrarum (Esta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas, San Lucas, 22, 52-53).
Adoptando la religión liberal del protestantismo y de la Revolución, los principios naturalistas de J. J. Rousseau, las libertades ateas de la Declaración de los Derechos del Hombre, el principio de la dignidad humana sin relación con la verdad y la dignidad moral, las autoridades romanas dan la espalda a sus predecesores y rompen con la Iglesia Católica, poniéndose al servicio de los destructores de la Cristiandad y del Reino universal de Nuestro Señor Jesucristo.
Los recientes actos de Juan Pablo II y de los episcopados nacionales ilustran, año tras año, este cambio radical en la concepción de la fe, de la Iglesia, del sacerdocio, del mundo, de la salvación por medio de la gracia.
Luego de la visita a la Sinagoga, Asís constituyó el punto culminante de esta ruptura con el magisterio precedente de la Iglesia. El pecado público contra la unicidad de Dios, contra el Verbo encarnado y su Iglesia, nos hace estremecer de horror: Juan Pablo II alienta a las falsas religiones a rezar a sus falsos dioses: escándalo sin medida y sin precedentes.
Podríamos reproducir aquí nuestra Declaración del 21 de noviembre de 1974, que permanece más actual que nunca.
Nosotros, que permanecemos indefectiblemente apegados a la Iglesia Católica y Romana de siempre, estamos obligados a comprobar que esta religión modernista y liberal de la Roma moderna y conciliar se aleja cada vez más de nosotros, que profesamos la fe católica de los once Papas que han condenado esta falsa religión.
Por tanto, la ruptura no viene de nosotros sino de Pablo VI y de Juan Pablo II, que rompen con sus predecesores.
Esta negación de todo el pasado de la Iglesia por estos dos Papas y los Obispos que los imitan es una impiedad inconcebible y una humillación insufrible para los que permanecen católicos, en fidelidad a veinte siglos de profesión de la misma fe.
Por tanto, consideramos nulo todo lo que ha sido inspirado por este espíritu de negación: todas las reformas posconciliares y todos los actos de Roma que se han realizado según esta impiedad.
Contamos con la gracia de Dios y el sufragio de la Virgen fiel, de todos los mártires, de todos los Papas hasta el Concilio, de todos los Santos y Santas fundadores de órdenes contemplativas y misioneras, para que nos auxilien en la restauración de la Iglesia gracias a la fidelidad integral a la Tradición.
Buenos Aires, 2 de diciembre de 1986.
Mons. Marcel Lefebvre
Arzobispo-Obispo emérito de Tulle
Mons. Antonio de Castro Mayer
Obispo emérito de Campos (en perfecto acuerdo con la presente Declaración)
LA DOCTRINA DE LOS SUMOS PONTÍFICES
CONDENÓ A ASÍS POR ADELANTADO
ACERCA DE CÓMO SE HA DE FOMENTAR LA VERDADERA UNIDAD RELIGIOSA
Extracto de la Encíclica “Mortalium animos” (1) del Papa Pío XI del 6 de enero de 1928
LOS “PANCRISTIANOS”
Convencidos de que son rarísimos los hombres privados de todo sentimiento religioso, parecen haber visto en ello esperanza de que no será difícil que los pueblos, aunque disientan unos de otros en materia de religión, convengan fraternalmente en la profesión de algunas doctrinas que sean como fundamento común de la vida espiritual. Con tal fin suelen estos mismos organizar congresos, reuniones y conferencias, con no escaso número de oyentes, e invitar a discutir allí promiscuamente a todos, a infieles de todo género, a cristianos y hasta a aquellos que apostataron miserablemente de Cristo o con obstinada pertinacia niegan la divinidad de su Persona o misión.
Tales tentativas no pueden, de ninguna manera, obtener la aprobación de los católicos, puesto que están fundadas en la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues, aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio.
Cuantos sustentan esta opinión, no sólo yerran y se engañan, sino también rechazan la verdadera religión, adulterando su concepto esencial, y poco a poco vienen a parar al naturalismo y al ateísmo; de donde claramente se sigue que, cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada por Dios.
FALSA UNIDAD
(…) Y aquí se Nos ofrece ocasión de exponer y refutar una falsa opinión de la cual parece depender toda esta cuestión, y en la cual tiene su origen la múltiple acción y confabulación de los católicos que trabajan, como hemos dicho, por la unión de las iglesias cristianas. Los autores de este proyecto no dejan de repetir casi infinitas veces las palabras de Cristo: “Sean todos una misma cosa… Habrá un solo rebaño, y un solo pastor”, (2) mas de tal manera las entienden, que, según ellos, sólo significan un deseo y una aspiración de Jesucristo, deseo que todavía no se ha realizado. Opinan, pues, que la unidad de fe y de gobierno, nota distintiva de la verdadera y única Iglesia de Cristo, no ha existido casi nunca hasta ahora, y ni siquiera hoy existe: podrá, ciertamente, desearse, y tal vez algún día se consiga, mediante la concorde impulsión de las voluntades; pero entre tanto, habrá que considerarla sólo como un ideal.
“LA DIVISIÓN” DE LA IGLESIA
Añaden que la Iglesia, de suyo o por su propia naturaleza, está dividida en partes; esto es, se halla compuesta de varias comunidades distintas, separadas todavía unas de otras, y coincidentes en algunos puntos de doctrina, aunque discrepantes en lo demás, y cada una con los mismos derechos exactamente que las otras; y que la Iglesia sólo fue única y una, a lo sumo desde la edad apostólica hasta tiempos de los primeros Concilios Ecuménicos. Sería necesario pues —dicen—, que, suprimiendo y dejando a un lado las controversias y variaciones rancias de opiniones, que han dividido hasta hoy a la familia cristiana, se formule, se proponga con las doctrinas restantes una norma común de fe, con cuya profesión puedan todos no ya reconocerse, sino sentirse hermanos. Y cuando las múltiples iglesias o comunidades estén unidas por un pacto universal, entonces será cuando puedan resistir sólida y fructuosamente los avances de la impiedad…
(…) Otros en cambio aun avanzan a desear que el mismo Pontífice presida sus asambleas, las que pueden llamarse “multicolores”. Por lo demás, aun cuando podrán encontrarse a muchos no católicos que predican a pulmón lleno la unión fraterna en Cristo, sin embargo, hallarán pocos a quienes se ocurre que han de sujetarse y obedecer al Vicario de Jesucristo cuando enseña o manda y gobierna. Entretanto aseveran que están dispuestos a actuar gustosos en unión con la Iglesia Romana, naturalmente en igualdad de condiciones jurídicas, o sea de iguales a igual: mas si pudieran actuar no parece dudoso de que lo harían con la intención de que por un pacto o convenio por establecerse tal vez, no fueran obligados a abandonar sus opiniones que constituyen aun la causa por la que continúan errando y vagando fuera del único redil de Cristo.
Siendo todo esto así, claramente se ve que ni la Sede Apostólica puede en manera alguna tener en dichos Congresos, ni de ningún modo pueden los católicos favorecer ni cooperar a semejantes intentos; y si lo hiciesen, darían autoridad a una falsa religión cristiana, totalmente ajena a la única y verdadera Iglesia de Cristo.
¿Y habremos Nos de sufrir —cosa que sería por todo extremo injusta— que la verdad revelada por Dios, se rindiese y entrase en transacciones? Porque de lo que ahora se trata es de defender la verdad revelada.
SIN FE, NO HAY VERDADERA CARIDAD
(…) Podrá parecer que dichos “pancristianos”, tan atentos a unir las iglesias, persiguen el fin nobilísimo de fomentar la caridad entre todos los cristianos. Pero, ¿cómo es posible que la caridad redunde en daño de la fe? Nadie, ciertamente, ignora que San Juan, el Apóstol mismo de la caridad, el cual en su Evangelio parece descubrirnos los secretos del Corazón Santísimo de Jesús, y que solía inculcar continuamente a sus discípulos el nuevo precepto Amaos los unos a los otros, prohibió absolutamente todo trato y comunicación con aquellos que no profesasen, íntegra y pura, la doctrina de Jesucristo: Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, y ni siquiera lo saludéis.(3) Siendo, pues, la fe íntegra y sincera, como fundamento y raíz de la caridad, necesario es que los discípulos de Cristo estén unidos principalmente con el vínculo de la unidad de fe.
RESBALADERO HACIA EL INDIFERENTISMO Y EL MODERNISMO
(…) Entre tan grande diversidad de opiniones, no sabemos cómo se podrá abrir camino para conseguir la unidad de la Iglesia, unidad que no puede nacer más que de un solo magisterio, de una sola ley de creer y de una sola fe de los cristianos.
En cambio, sabemos ciertamente que de esa diversidad de opiniones es fácil el paso al menosprecio de toda religión, o “indiferentismo”, y al llamado “modernismo”, con el cual los que están desdichadamente inficionados, sostienen que la verdad dogmática no es absoluta sino relativa, o sea, proporcionada a las diversas necesidades de lugares y tiempos, y a las varias tendencias de los espíritus, no hallándose contenida en una revelación inmutable, sino siendo de suyo acomodable a la vida de los hombres.
LA ÚNICA MANERA DE UNIR A TODOS LOS CRISTIANOS
Bien claro se muestra, Venerables Hermanos, por qué esta Sede Apostólica no ha permitido nunca a los suyos que asistan a los citados congresos de acatólicos; porque la unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo que procurando el retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día desdichadamente se alejaron; a aquella única y verdadera Iglesia que todos ciertamente conocen, y que por la voluntad de su Fundador debe permanecer siempre tal cual Él mismo la fundó para la salvación de todos.
UNA DEMOCRACIA MÁS UNIVERSAL QUE LA IGLESIA CATÓLICA
Extracto de la Encíclica “Notre Charge Apostolique” del Papa San Pío X del 25 de agosto de 1910
Pero más extrañas todavía, tremendas y dolorosas a la vez, son la audacia y la ligereza de espíritu de los hombres que se llaman católicos, que sueñan con volver a fundar la sociedad en tales condiciones y con establecer sobre la tierra, por encima de la Iglesia católica, “el reino de la justicia y del amor”, con obreros venidos de todas partes, de todas las religiones o sin religión, con o sin creencias, con tal que olviden lo que los divide: sus convicciones filosóficas y religiosas, y que pongan en común lo que los une: un generoso idealismo y fuerzas morales tomadas “donde les sea posible” (…)
¿Qué van a producir? ¿Qué es lo que va a salir de esta colaboración? Una construcción puramente verbal y quimérica, en la que veremos reflejarse desordenadamente y en una confusión seductora las palabras de libertad, justicia, fraternidad y amor, igualdad y exaltación humana, todo basado sobre una dignidad humana mal entendida. Será una agitación tumultuosa, estéril para el fin pretendido y que aprovechará a los agitadores de las masas menos utopistas (…)
Nos tememos algo todavía peor. El resultado de esta promiscuidad en el trabajo, el beneficiario de esta acción social cosmopolita no puede ser otro que una democracia que no será ni católica, ni protestante, ni judía; una religión (…) más universal que la Iglesia católica, reuniendo a todos los hombres, convertidos, finalmente, en hermanos y camaradas en “el reino de Dios”. “No se trabaja para la Iglesia, se trabaja para la humanidad”.
NOTAS:
1. Del 6 de enero de 1928, publicada en AAS 20 (1928), págs. 5-16). La presente traducción está tomada de la “Colección completa de Encíclicas Pontificias”, ed. Guadalupe, Buenos Aires, dos tomos; tomo I, pág. 1114 y ss.).
2. San Juan, XVII, 21; X, 16.
3. II San Juan, vers. 10.
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