domingo, 9 de junio de 2013

LOS NOVÍSIMOS

DE LOS NOVÍSIMOS Y DE OTROS MEDIOS PRINCIPALES PARA EVITAR EL PECADO 


969. ¿Qué se entiende por Novísimos? - Novísimos se llaman en los Libros Santos las cosas postreras que acaecerán al hombre.

970. ¿Cuántos son los Novísimos o Postrimerías del hombre? - Los Novísimos o Postrimerías del hombre son cuatro Muerte, Juicio, Infierno y Gloria.

971. ¿Por qué los Novísimos se llaman Postrimerías del hombre? - Los Novísimos se llaman Postrimerías del hombre, porque la muerte es la cosa postrera que sucede al hombre en este mundo; el Juicio de Dios es el último de, los juicios que hemos de sufrir; el Infierno es el mal extremo que tendrán los malos, y la Gloria, -el sumo bien que poseerán los buenos.

972. ¿Cuándo hemos de pensar en nuestras Postrimerías? - Conviene pensar todos los días en nuestras Postrimerías, y sobre todo en la oración de la mañana al despertarnos, a la noche antes de acostarnos, y siempre que nos sintiéremos tentados, porque este pensamiento es eficacísimo para hacernos huir. del pecado.

- Catecismo Mayor de San Pio X.

Novísimos es el campo de la teología que trata de las "cosas últimas": muerte, juicio, purgatorio, cielo, infierno.


Entre los predicadores de las cosas últimas han habido muchos Santos.
Por ejemplo:

San Vicente Ferrer, a fines del siglo XIX tomó el tema del Juicio Final como centro de su predicación y con ello conmovió a Europa entera.

San Roberto Belarmino, Doctor de la Iglesia, a mediados del siglo XVI predicaba también en Europa sobre el final y sus predicaciones fueron recogidas por escrito en un libro titulado "Las últimas cuatro cosas: muerte, juicio, cielo e infierno".

San Alfonso María de Ligorio, libro: Preparación para la Muerte: "Mas ya comienza el Juicio, se abren los procesos, que serán la conciencia de cada uno. Sentóse a juzgar -dice Daniel- y se abrieron los libros (Dn. 7, 10) ... Testigo será, finalmente el mismo Juez, que ha presenciado todos los ultrajes que le ha hecho el pecador. Yo soy Juez y también testigo, dice el Señor (Jer. 29, 23). Y San Pablo añade que el Señor en aquel momento sacará a la luz las cosas escondidas en las tinieblas (1 Cor. 4, 5). Hará público delante de todos los hombres los pecados de los condenados, aun los más secretos y vergonzosos ... Descubriré tus infamias ante tu misma cara (Nah. 3, 5). Opina el Maestro de las Sentencias (Pedro Lombardo, siglo XII) y con él otros teólogos, que los pecados de los elegidos no serán entonces declarados, sino que permanecerán ocultos, como dice David: "Bienaventurados aquéllos cuyas iniquidades han sido perdonadas y cuyos pecados han sido encubiertos (Sal. 31, 1)".

El autor de Imitación de Cristo trata así el tema del Juicio: "Mira al fin en todas las cosas, y de qué suerte estarás delante de aquel Juez justísimo, al cual no hay cosa encubierta, ni se amansa con dádivas, ni admite excusas, sino que juzgará justísimamente. ¡Oh ignorante y miserable pecador! ¿Qué responderás a Dios, que sabe todas tus maldades?".

 
VISIONES DE ANA CATALINA EMMERICK SOBRE LOS  NOVÍSIMOS
Título: Una Maravillosa Historia de Fe: Beata Ana Catalina Emmerick
Autor: R. Padre Ángel Peña, O. A. R.
Nihil Obstat P. Ignacio Reinares Vicario Provincial del Perú Agustino Recoleto. Imprimatur Mons. José Carmelo Martínez Obispo de Cajamarca (Perú)
 
1. EL  INFIERNO
Veamos lo que Ana Catalina nos dice del infierno, lo que conocía por experiencia y no sólo de oídas. Según el Catecismo de la Iglesia, el infierno es el estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados (Cat 1033).
Un día fue llevada por su ángel a ver el infierno. Hallándome una vez muy turbada y abatida a la vista de las miserias que me rodeaban y de tantas penas y violencias como sentía, pidiendo a Dios que se dignara concederme siquiera un día tranquilo, pues vivía como en el infierno, mi guía me reprendió muy severamente. “Para que no compares tu estado con el infierno”, me dijo: “voy a mostrarte el infierno”… Llegamos a un país espantoso. Cuando llegué al lugar de espanto, me pareció que entraba en un mundo desconocido. Cuando me acuerdo de lo que vi, tiemblo de pies a cabeza. Al principio lo vi todo globalmente; allí había una sima tenebrosa, todo era fuego, tormentos, noche. Los límites del horizonte eran siempre la  noche. Al acercarme vi un país de infinitos tormentos[227].
Otro día, cuando el ángel abrió la puerta del infierno, me vi en medio de una confusión de voces de espanto, de maldiciones, injurias, aullidos y lamentos. Algunos ángeles lanzaron hacia abajo ejércitos enteros de espíritus malignos. Todos se vieron obligados a reconocer a Jesús y adorarle, y éste fue su mayor tormento. Gran multitud de ellos fueron encadenados en un círculo alrededor de otros que estaban también sujetos; en medio de ellos había un abismo tenebroso. Lucifer fue arrojado con cadenas en él y allí a su alrededor todo eran tinieblas[228].
Cuando iba a orar al cementerio de noche, sentía yo en algunos sepulcros una oscuridad más profunda que la de la misma noche; esto me parecía más negro que lo enteramente negro, como sucede cuando se abre un agujero en un paño negro, que el agujero parece todavía más negro que el paño.
A veces veía salir de ellos como un vaho negro que me estremecía. Me sucedía también que cuando el deseo de ayudar me impulsaba a penetrar en estas tinieblas, me sentía repelida hacia atrás. En estos casos la idea viva de la santísima justicia de Dios era para mí como un ángel que me libraba de lo que hay de espantoso en tales sepulcros[229].
El infierno es el rechazo a Dios y a su amor, es no poder decir Jesús jamás..
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2. EL  PURGATORIO
El purgatorio es el estado de purificación en que están las almas después de la muerte, porque en el cielo no puede entrar nada manchado (Ap 21, 27). El catecismo de la Iglesia católica afirma que los que mueren en gracia, pero están imperfectamente purificados, sufren después de su muerte una purificación a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo (Cat 1030).
En el purgatorio no hay desesperación, porque están seguros de la salvación. Ana Catalina sintió desde su más tierna edad la necesidad de orar por ellos. Y así nos dice: Siendo todavía niña fui conducida por una persona, a la cual no conocía, a un lugar que me pareció el purgatorio. Vi muchas almas allí que sufrían vivos dolores y que me suplicaban que rogara por ellas. Me parecía haber sido conducida a un profundo abismo donde había un amplio espacio que me impresionó mucho, me llenó de espanto y turbación. Vi allí a hombres muy silenciosos y tristes, en cuyo rostro se vislumbraba, a pesar de todo, que en su corazón se alegraban, como si pensaran en la misericordia de Dios. Fuego no vi ninguno; pero conocí que aquellas pobres almas padecían interiormente grandes penas.
Cuando oraba con gran fervor por las benditas almas, oía  voces que me decían al oído: “¡Gracias, gracias!”. Una vez había perdido, yendo a la iglesia, una pequeña medalla que mi madre me había dado, lo cual me causó mucha pena. Consideré que había pecado por  no haber cuidado mejor de aquel objeto y con esto me olvidé de rezar aquella tarde por las benditas almas. Pero cuando fui al cobertizo por leña, se me apareció una figura blanca, con manchas negras, que me dijo: “¿Te olvidas de mí?”. Tuve mucho miedo y al punto hice la oración que había olvidado. La medalla la encontré al día siguiente bajo la nieve, cuando fui a hacer mi oración.
Siendo ya mayor iba a misa temprano a Koesfeld. Para orar mejor por las ánimas benditas tomaba un camino solitario. Si todavía no había amanecido, las veía de dos en dos oscilar delante de mí como brillantes perlas en medio de una pálida llama. El camino se me hacía muy claro y yo me alegraba de que las almas estuvieran en torno mío, porque las conocía y las amaba mucho. También por la noche venían a mí y me pedían que las aliviase[230].
Es muy triste que actualmente se socorra tan poco a las ánimas benditas. Es muy grande su desdicha, pues no pueden hacer nada por su propio bien. Pero cuando alguno ruega por ellas o padece o da alguna limosna en sufragio de ellas, en ese mismo momento se  permuta esta obra en bien suyo, y ellas se ponen tan contentas y se reputan tan dichosas como aquel a quien dan de beber agua fresca cuando está a punto de desfallecer[231].
Esta noche (27 de setiembre de 1820) he pedido mucho por las ánimas benditas, y he visto muchos admirables castigos que ellas padecen, y la incomprensible misericordia de Dios. He visto la infinita justicia y misericordia de Dios, y que no hay cosa alguna verdaderamente buena en el hombre que no le sea útil. He visto el bien y el mal pasar de padres a hijos y convertirse en salud o desdicha por la voluntad y cooperación de éstos. He visto socorrer de un modo admirable a las almas con los tesoros de la Iglesia y con la caridad de sus miembros. Y todo esto era una verdadera sustitución y satisfacción por sus culpas, no faltándose ni a la misericordia ni a la justicia aunque ambas son infinitamente grandes.
He visto muchos estados de purificación; en particular he visto castigados a aquellos sacerdotes aficionados a la comodidad y al sosiego, que suelen decir: “Con un rinconcito en el cielo me contento; yo rezo, digo misa, confieso, etc., etc.”. Éstos sentirán indecibles tormentos y vivísimos deseos de buenas obras, y a todas las almas a quienes han privado de su auxilio las verán en su presencia, y tendrán que sufrir un desgarrador deseo de socorrerlas. Toda pereza se convertirá en tormento para el alma, su quietud en impaciencia, su inercia en cadenas, y todos estos castigos son, no ya invenciones, pues que proceden clara y admirablemente del pecado, como la enfermedad del daño que la produce[232].
¡Oh, cuántas gracias he recibido de las benditas almas! ¡Ojalá quisieran todos participar conmigo de esta alegría! ¡Qué abundancia de gracias hay sobre la tierra, pero cuánto se las olvida, mientras que ellas suspiran ardientemente! Allí, en lugares varios, padeciendo diferentes tormentos, están llenas de angustia y de anhelo de ser socorridas. Y aunque sea grande su aflicción y necesidad, alaban a Nuestro Señor. Todo lo que hacemos por ellas les causa una infinita alegría[233].
El doctor Wesener relata en su “Diario”: El padre Limberg se quedó una noche a cuidarla, porque no estaba en casa su hermana y Catalina estaba muy mal. Hacia las 11 de la noche, estando junto a su lecho, apoyado sobre una mesita, oyó que alguien tocaba como con una llave. Se levantó, miró por todas partes y no encontró nada raro. Otras veces, ocurrió el mismo fenómeno y no pudo encontrar la causa de aquellos golpes. Dos semanas más tarde, el padre Limberg me dijo que la enferma había oído los ruidos durante la noche y que habían sido las almas del purgatorio; porque desde hacía tiempo ella no había rezado por ellas[234].
En octubre de 182l, como se acercaba el día de Todos los difuntos, ella hacía duros trabajos por la noche en favor de las almas en pena, conocidas o desconocidas. A veces se aparecía un alma o su ángel para pedir tal cosa como satisfacción. Una noche vino el alma de una difunta y le dijo que un bien mal adquirido le había sido transmitido por sus padres y que ahora lo tenía su hija y quería que le advirtiera que hiciese un largo viaje en medio de la nieve para devolverlo[235].
Ella nos dice: Cuando iba al purgatorio, no sólo conocía a mis amigos, sino también a parientes de ellos, a quienes nunca había visto. Entre las almas más abandonadas he visto a aquellas pobres de quien nadie se acuerda y cuyo número es grande, pues muchos hermanos nuestros en la fe no hacen oración por ellas. Por estas pobres almas olvidadas, ruego yo sobre todo[236].
En ocasiones veía pasar delante de sus ojos, durante la noche, una intensa luz y oía decir: Te lo agradezco. Ella creía que era un alma del purgatorio, que venía a darle las gracias[237].
Clara Söntgen informó en el Proceso: Por la noche, cuando estábamos acostadas, rezábamos juntas por las almas del purgatorio. Solía ocurrir que, cuando habíamos terminado nuestra oración, una hermosa luz surgía ante nuestro lecho. Llena de alegría, Emmerick me decía: “¡Mira, mira esa luz maravillosa!”. Pero yo estaba tan asustada que no me atrevía a mirar[238].
Una mañana le dijo al padre Rensing: Diga a la gente en el confesionario que rece mucho por las almas del purgatorio… Ellas (al salir) rezarán por nosotros en agradecimiento. Rezar por ellos es agradable a Dios, porque les ayudamos a gozar más rápidamente de la visión beatífica[239].
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3. EL  LIMBO[240]
La Iglesia no descarta la existencia de un limbo temporal para los niños muertos sin bautismo antes de que vayan al cielo. Sobre este punto Ana Catalina tuvo revelaciones esclarecedoras en un tiempo en que todavía estas ideas de la salvación de estos niños estaban muy lejanas. Ella cuenta la historia real de una mujer que había matado al hombre que la había violado y también había matado al niño que había sido concebido. Y dice: Al poco tiempo, murió arrepentida también esta mujer que deberá padecer en expiación todos los años que la providencia divina tenía destinados de vida a su hijo hasta que el niño, con el transcurrir del tiempo, haya alcanzado el momento de gozar de la luz eterna[241].
Otro caso real, que ella misma nos relata, es sobre una joven campesina, que dio a luz a su hijo secretamente por temor a sus padres. El niño murió sin bautismo al poco tiempo. Y dice: Yo he sentido verdadera solicitud por ese pobre niño muerto antes del bautismo y me he ofrecido a Dios para satisfacer y expiar por él… Ya hace mucho tiempo que he te­nido revelación sobre el estado de estos niños que mueren antes del bautismo. No puedo explicar con palabras aquello en lo que veo consistir su pérdida, pero me siento tan conmovida que siempre que vengo a saber de un caso semejante me ofrezco a Dios con la oración y el sufrimiento para satisfacer y expiar por aquello que otros han descuidado a fin de que el pensamiento y el acto de caridad que yo hago puedan compensar lo que falta en virtud de la comunión de los santos[242].
Otro caso: Un día se me apareció un niño de tres años de edad, que había fallecido sin bautismo. Me dijo que no podía ser sepultado y que yo debía ayudarlo. También me dijo lo que debía hacer para su aprovechamiento con continuas plegarias… Al día siguiente, vino a verme una pobre mujer de Dülmen, pidiendo ayuda para cubrir los gastos de la sepultura de su hijo muerto. Era el mismo que yo había visto la noche anterior. Lo hicimos sepultar. Y todo esto lo hicimos en sufragio y mérito del alma del niño[243].  Después de haber sepultado al niño lo vi de nuevo. Y ahora estaba radiante y se iba a una fiesta, donde muchos niñitos estaban reunidos en alegre diversión[244]. La obra buena de sepultarlo y las oraciones de Ana Cata­lina consiguieron que fuera liberado y fuera al cielo, alegre y feliz.
Por eso, ella misma dice: Se debe orar para que ningún niño muera sin bautismo[245].
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4. EL  CIELO
Según el catecismo de la Iglesia, el cielo es la comunión de vida y amor con la Santísima Trinidad, con la Virgen María, los ángeles y todos los santos (Cat 1024).
Ana Catalina vivía momentos de cielo en la tierra, cuando estaba en éxtasis, especialmente después de la comunión. También tuvo muchas visiones relativas al cielo: Vi una innumerable multitud de santos en infinita variedad, siendo sin embargo una sola cosa en cuanto a lo interior de su alma y en su modo de sentir. Todos vivían y se movían en una vida de alegría y todos se penetraban y se reflejaban los unos en los otros. El espacio era como una cúpula infinita, llena de tronos, jardines, palacios, arcos, ramilletes de flores, árboles, todo unido con caminos y sendas que brillaban como el oro y las piedras preciosas. Arriba en el centro había un resplandor infinito: el trono de la divinidad.
Todos los religiosos estaban juntos según su Orden y dentro de él se hallaban colocados más o menos altos según habían sido sus vidas… Los jardines eran indeciblemente hermosos y resplandecientes… Todos cantaban una hermosa canción y con ellos cantaba también yo. Entonces, miré a la tierra y la vi yacer entre las aguas a modo de una pequeña mancha. Todo lo que había en torno mío me parecía inmenso. ¡Ah, es tan corta la vida! ¡Llega tan rápidamente su fin! Pero es tanto lo que se puede ganar en poco tiempo, que no me atrevo a entristecerme. Con gusto, quiero aceptar todas las penas que Dios me envié[246].
Ciertamente, la vida es tan corta que vale la pena aprovechar bien el tiempo y vivir para la eternidad. El cielo nos espera. Dios, como padre amoroso, nos espera con los bravos abiertos para darnos una felicidad sin fin. El cielo será la plenitud de la felicidad, la felicidad colmada, donde todos hablaremos el lenguaje del amor. Ahora bien, no todos serán igualmente felices. Nuestro cielo será tan grande como la medida de nuestro amor. Por tanto, lo importante es aprovechar bien el tiempo para crecer cada día en el camino del amor, para tener cada día más capacidad de amar, ya que según esa capacidad seremos más o menos felices en el cielo.
No nos cansemos nunca de amar, de hacer el bien, de servir, porque como decía san Agustín, la medida del amor es el amor sin medida (Epist 109, 2).
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San Francisco de Sales: El infierno


Los condenados están en el abismo infernal como dentro de una ciudad malaventurada, en la cual sufren indecibles tormentos en todos los sentidos y miembros; porque como emplearon en el pecado todos sus miembros y sentidos, sufrirán en todos ellos las penas correspondientes al pecado. Los ojos, por sus licenciosas e ilícitas miradas, sufrirán la horrible visión de los demonios y del infierno; los oídos, por haberse deleitado con discursos malos, jamás oirán ' otra cosa, sino llantos, lamentaciones y desesperación, y as los demás.

Además de todos estos tormentos, hay otro todavía mayor, que es la privación y pérdida de la gloria de DIOS, de la cual los condenados están excluidos para siempre. Si Absalón juzgó que el estar privado de ver el amable rostro de su padre David era más penoso que su destierro, ¿cuál será, DIOS mío, la pena de estar para siempre privado de ver vuestro dulce y suave rostro?

Sobre todo, considera la eternidad de las penas, pues ella sola basta para hacer el infierno insoportable. Si la picadura de una pulga en una oreja o el ardor de una ligera calentura es suficiente para que juzguemos larguísimo e insufrible el corto espacio de una noche, ¡qué espantosa será la noche de la eternidad con tantos tormentos! De esta eternidad, nacen la desesperación eterna, la rabia y las blasfemias infinitas.

Santa Catalina de Siena vio entre los condenados, muchas almas en extremo atormentadas por haber violado la santidad del matrimonio, lo cual sucedió (decía ella misma) no por la grandeza del pecado, por que los homicidios y las blasfemas con mas enormes, sino por cuanto los que le cometen no hacen caso del, y por el consiguiente continúan en el largo espacio.

Bien ves tú, pues, que la castidad es necesaria a toda clase de gentes.

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