Para mantenerse en estado de oración
Espiritu y normas, según los primeros Padres de la Iglesia
« Para hacer bien sus oraciones, no es necesario estar siempre arrodillado, lo que es muy benéfico es que uno realice todos sus actos dentro del espíritu de oración, es decir por amor a Dios, con fe, y conforme a su voluntad.
(Jean-Joseph Surin, Oratorio de las almas devotas)
Así como el cuerpo respira en permanencia, el alma debe siempre respirar a Dios
“La llama arderá siempre en el altar”, dice la antigua Ley (Levitico 6. 12); “el sacerdote tendrá el cuidado de mantenerla viva, poniéndole leña todas las mañanas; ese fuego será eterno, no se le dejará nunca apagarse”. ¿Qué es esa llama, y cuál ese altar? “El altar de Dios es nuestro corazón, dice San Gregorio (Lib. 25 Moral. Cap. 7), el fuego del amor en él debe siempre arder y su llama elevarse sin cesar hacia Dios”.
(J.-B. Saint Jure,
De la connaissance et de l’amour du Fils de Dieu,
L. II, cap. V)
« El apóstol dice « orad sin cesar » ; y así nos enseña que hay que recordar a Dios siempre, en todo lugar y en todas las cosas. Si haces algo, debes pensar en el Creador de todo cuanto existe, si ves la luz, recuerda que Dios te la ha dado; si admiras el cielo, la tierra, la mar y todo lo que ellos contienen, admira y glorifica a Quien los ha creado, si te vistes, piensa en Ese que te ha procurado los vestidos y agradéceselo, a Él que provee tu existencia.
(Pedro Damasceno, citado en “Relatos de un peregrino ruso, 4° relato)
La oración es ante todo una disposición del alma:
“El cristiano no se impone llenar por medio de fórmulas el deber de la oración. En la disposición del alma, a través de actos de virtud prolongados a lo largo de nuestra vida, la oración cobra todo su valor. Sentado en la mesa, reza, da gracias, da gracias por el sol y la luz de la noche.... Ora sin descanso, que unas fórmulas no llenen tu oración sino que en el transcurso de tu existencia, te mantengas unido a Dios, y tu vida será una oración incesante y continua”.
San Basilio de Cesarea, Homilía de santa Julita, 4)
“Así como quien desea purificar el oro no debe de ninguna manera dejar un instante que el crisol se enfríe, bajo el riesgo de ver que la pepita purificada vuelva a su estado bruto, así también quien sólo piensa en Dios por intervalos, lo que ha adquirido a través de la oración, lo perderá en cuanto cese de hacerlo. El hombre que ama la virtud pensando en Dios debe consumir toda la materialidad de su corazón para que a través de la disipación progresiva del
mal, al contacto de esa llama ardiente, su alma aparezca al final sobre las cimas de lo eterno en todo el esplendor de su aurora”.
(Diadoco de Foticea: Sobre la perfección espiritual)
La manera de no equivocarse
“Siempre hay que orar para que el Señor nos haga comprender lo que debemos hacer, Él no nos dejará equivocarnos”.
(Siloane, Escritos)
“Sin la oración frecuente, no se puede encontrar la vía que nos conduce al Señor, conocer la Verdad, crucificar a la carne con sus pasiones y sus deseos, ser iluminado en el corazón por la luz de Cristo, unirse a Él en su misión de Salvador”.
(Relatos de un peregrino ruso)
¿Cómo orar sin cesar?
Uno debe permanecer en estado de oración, en la misma medida cuando esté en ella, como cuando esté fuera de ella, era la máxima de los primeros Padres de la Iglesia.
J. B. San Jura,
De la connaisance et de l’amour du Fils de Dieu,
L. III, cap. VI)
Si todos los actos del justo que actúa según la voluntad de Dios y según los mandamientos son considerados como oración, el justo, por el hecho de hacer constantemente lo justo, « estará orando sin cesar », y no dejará de orar, al menos que deje de ser justo.
(Orígenes, Homilías sobre Samuel)
Toda vida es una liturgia sagrada:
“La persona verdaderamente espiritual reza todo el tiempo, ya que rezar es para ella un esfuerzo de estar en unión con Dios y rechaza todo lo que es inútil, porque ya ha llegado a ese estado donde ya ha recibido de alguna manera la perfección que consiste en actuar por amor. Toda su vida es así una liturgia sagrada.
(San Clemente de Alejandría, Stromatas, VII, 7)
Fuente: http://ecclesiaprimus.blogspot.com
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