viernes, 26 de agosto de 2011

LA PROVIDENCIA Y LA CONFIANZA EN DIOS (1ª Parte)

LA PROVIDENCIA Y LA CONFIANZA EN DIOS

R. P. Réginald Garrigou-Lagrange, O. P.


LA PROVIDENCIA SEGÚN LA REVELACIÓN


CAPÍTULO I
NOCIÓN DE PROVIDENCIA

 
Cuanto la Revelación nos ha manifestado acerca de la Sabiduría y del Amor de Dios nos va a servir para mejor comprender lo que la misma nos enseña acerca del gobierno divino.
Esta doctrina sobrepasa con mucho cuanto enseñaron los filósofos; muchos de ellos sostienen que la Providencia se extiende sólo a las leyes generales del universo, mas no a los individuos, a las particularidades de su existencia, a los actos libres futuros y a los secretos del corazón.
Ciertos herejes, por el contrario, opinaron que, extendiéndose la Providencia de una manera infalible hasta los actos libres, quedaba por ello mismo abrogada nuestra libertad.
Entre estas posiciones extremas se alza como la cumbre de una montaña la doctrina revelada.
La Providencia, lo vamos a ver, es como una prolongación de la Sabiduría divina, "que abarca fuertemente de un cabo al otro todas las cosas y las ordena todas con suavidad." (Sap., 8, 1; 14, 3).
"Siendo Dios por la inteligencia (unida a la voluntad), dice Santo Tomás, la causa de las cosas, debe tener el conocimiento del orden según el cual se relacionan todas con el -fin. Él es quien así las ordena; y precisamente en esa ordenación, que es la razón del orden de las cosas, consiste la Providencia." (Iª, q. 22, a. 1).
Cuanto al gobierno divino propiamente dicho, consiste en la ejecución del plan providencial (Ibid., ad 2), si bien las expresiones "gobierno divino" y "providencia" andan generalmente confundidas y se toman como sinónimas.
Observa Santo Tomás (Ibid.) que la Providencia corresponde en Dios a lo que en nosotros se llama prudencia, que ordena los medios para los fines que trata de conseguir y prevé las necesidades para proveer a ellas.
Así como hay en lo humano la prudencia individual, y sobre ella la prudencia del padre de familias que provee a las necesidades de la casa, y sobre ambas la prudencia del jefe del Estado, que vela por el bien común de la Nación, así en Dios hay la Providencia que ordena todas las cosas para el bien del universo, es decir, para la manifestación de la bondad divina en todos los órdenes, desde los seres inanimados, hasta los ángeles y los santos del cielo.
De esta manera, por comparación con la prudencia humana, adquirimos la noción analógica de Providencia, noción accesible a la razón natural y confirmada por la revelación. Y, cosa importantísima, así como el hombre prudente primero quiere el fin y después determina los medios y hace uso de ellos, de suerte que el fin, con ser lo primero en la intención, se obtiene en último término, de la misma suerte imaginamos que Dios desde toda la eternidad quiere primero el fin del universo y luego los medios conducentes al fin que quiso realizar u obtener.
Esta concepción del sentido común expresan los filósofos cuando dicen: El fin, que es primero en el orden de la intención, es último en el orden de la ejecución; y ello es de importancia suma cuando se trata del fin del universo corpóreo y espiritual.
De la noción de Providencia que acabamos de exponer se deducen sus propiedades. Indiquémoslas brevemente antes de acudir a la Sagrada Escritura en busca de conocimiento más vivo y profundo.
1ª) De la universalidad absoluta de la casualidad divina, propia del agente intelectual, se deduce la universalidad de la Providencia: "La causalidad divina, dice Santo Tomás, se extiende a todos los seres, ora corruptibles, ora incorruptibles, tanto en su generalidad como en su individualidad (que también es ser). De donde todas las cosas que tienen ser, por cualquier título que sea, están ordenadas por Dios a un fin." (Iª, q. 22, a. 2).
Así lo exige el principio de finalidad: todo agente obra por un fin, y el agente supremo, por un fin supremo, de él conocido, al cual subordina todas las cosas. Este fin es la manifestación de su bondad, de su infinita perfección y de sus diversos atributos.
La Sagrada Escritura, lo vamos a ver, afirma repetidas veces, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, que el plan providencial ha sido trazado hasta en sus mínimos pormenores inmediatamente por Dios, cuya ciencia práctica sería imperfecta si no se extendiera tanto como su causalidad, sin la cual nada llega a la existencia.
Se ve, pues, que Dios es causa de cuanto de real y de bueno hay en todas las criaturas y en cada una de las acciones de las mismas; es decir, que Dios, a título de causa primera, si no única, es causa de todo, excepto del mal, excepto de esa privación, de ese desorden, que se llama el pecado (Cf. Santo Tomás, Iª-IIªe, q. 79, a. 1 et 2).
Cuanto al mal físico y al dolor, Dios no los quiere sino accidentalmente, para un bien superior.
El mal físico, la enfermedad por ejemplo, no lo quiere Dios directamente, sino sólo de manera accidental, en cuanto que busca un bien superior, para el cual es condición necesaria el mal físico. La vida del león, por ejemplo, exige como condición la muerte de la gacela; la paciencia en la enfermedad supone el dolor; el heroísmo de los santos supone los padecimientos que sufren.
De la universalidad absoluta de la Providencia se deduce otra propiedad.
2ª) La Providencia, extendiéndose en la forma dicha a todas las cosas, es la salvaguardia de la libertad y de los actos libres y no la negación de los mismos. No sólo garantiza nuestra libertad, mas también la pone en acción (Cf. Santo Tomás, Iª, q. 83, a. 1, ad 3)
precisamente porque se extiende hasta el modo libre de nuestros actos que ella produce en nosotros y con nosotros; porque el modo libre de nuestra elección, esa indiferencia dominadora de nuestro querer, es también un ser, y todo ser lo es por Dios.
El modo libre de nuestra elección consiste en la indiferencia
dominadora con que nuestra voluntad se inclina actualmente hacia un determinado objeto que aparece como bueno en un aspecto, no bueno en otro; el cual, por lo tanto, no sería capaz de atraer invenciblemente la voluntad (I'-II»6, q. 10, a. 2). Este modo libre de nuestra elección es también un ser, algo real, y forma parte de los objetos adecuados de la omnipotencia divina, a diferencia del desorden del pecado, el cual no puede ser incluido entre ellos. Dios, causa indefectible, no puede ser directa o indirectamente causa del desorden del pecado, como el ojo no puede ver los sonidos (Iª-IIªe, q. 79, a. 1 et 2).
La Providencia conoce todas las particularidades de nuestro temperamento y de nuestro carácter, por pequeñas que sean, las consecuencias de la herencia, la influencia de la sensibilidad sobre el juicio, penetra los repliegues de nuestra conciencia y puede otorgarnos todas las gracias que iluminan, fortalecen y atraen. Hay en su dirección suavidad y fortaleza. Suaviter et fortiter, esto es, con suavidad y fortaleza siembra y conserva en nuestro corazón la semilla divina y con solicitud vigila el desarrollo (Iª, q. 22, a. 4).
3ª) Por más que la Providencia, en cuanto es ordenación divina, abarca directamente todo lo que hay de real y bueno, hasta la última fibra de los seres, sin embargo, cuando se trata de la ejecución del plan providencial, Dios gobierna las criaturas inferiores por medio de las superiores, a las cuales comunica la dignidad de la causalidad. (Iª, q. 22, a. 3).
Vamos a considerar en el Antiguo y Nuevo Testamento estos distintos caracteres de la divina Providencia; será el mejor medio para adquirir conocimiento, no sólo abstracto y teórico, mas también vivo y espiritualmente fecundo.

Continuará...

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