lunes, 13 de junio de 2011

LOS PENTECOSTALES (Y "CARISMÁTICOS") SON UNA PARODIA DE LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO

LOS PENTECOSTALES (Y "CARISMÁTICOS") SON UNA PARODIA DE LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO

Desde MILES CHRISTI

Los carismáticos dicen ser "católicos", pero sus reuniones dan la impresión de ser protestantes

Ante el fenómeno "carismático" de los protestantes y su irrupción en el Catolicismo, Mons. Marcel Lefebvre levanta su enérgica voz profética para denunciar que éstos movimientos son una cruel parodia del Espíritu Santo.

Mons. Marcel Lefebvre

Actualmente se habla con frecuencia en la Iglesia del Movimiento Pentecostal y de la Renovación Carismática. Efectivamente hay muchos católicos hoy en día que intentan recibir la gracia del Espíritu Santo por un camino diferente que en definitiva nos llega a través del Protestantismo. El Movimiento Pentecostal es de origen protestante (1) y ha entrado en la Iglesia (2) transformándose en el Movimiento de la Renovación Carismática. Hay que decir con claridad que estas manifestaciones son cada vez más frecuentes en la Iglesia y siempre con la autorización de las autoridades eclesiásticas (3).

En el mes de Noviembre de 1984, durante la reunión que tuvo lugar en Munich conocida como Katholikentag, todos los Cardenales y Obispos alemanes se congregaron junto a más de ochenta mil fieles. Todo el mundo fue testigo de estas extrañas manifestaciones que tuvieron lugar generalmente antes de administrar el Sacramento de la Eucaristía. Y no cabe duda que ante tales manifestaciones uno se pregunta si estaban inspiradas por el verdadero Espíritu de Dios o se trataba de otro espíritu.

Más o menos y también por entonces, en Graz (Austria), tuvieron lugar una serie de manifestaciones carismáticas ante el Obispo de este lugar, el cual afirmó que en adelante serían aceptadas en la Iglesia Católica como un medio para atraer a los jóvenes cuya práctica religiosa cada vez era menor. Tal vez, siguió diciendo, sea un medio para que renazca la vida cristiana entre la juventud.

Al mismo tiempo, en Paray-le-Monial, se celebran frecuentemente reuniones de este tipo, adornadas con ciertos elementos tradicionales.

Concretamente aquí, en Paray-le-Monial, hay jóvenes que pasan la noche en adoración ante el Santísimo Sacramento, rezando el Rosario y dando testimonio de un auténtico espíritu de oración. Por lo tanto hay un aspecto curioso y extraño en el que se mezclan a la vez la Tradición y esas manifestaciones raras y nada habituales en la Iglesia.

¿Qué podemos pensar de todo esto? ¿Habrá que creer que es un nuevo camino abierto con ocasión del Concilio Vaticano II, e incluso algunos años antes, para recibir el Espíritu Santo?

El Movimiento Pentecostal es de origen protestante y ha entrado en la Iglesia transformándose en el Movimiento de la Renovación Carismática

Todo parece indicar que estas nuevas manifestaciones no son acordes con la Tradición de la Iglesia. ¿De dónde procede el Espíritu Santo? ¿Quién nos da el Espíritu Santo? ¿Quién es el Espíritu Santo?

¿De dónde procede el Espíritu Santo?

El Espíritu Santo es Dios y procede de Yahveh y de Jesucristo

El Espíritu Santo es Dios. Spiritus est Deus, dice San Juan. “Dios es Espíritu”. Y Dios quiere que le recemos y le adoremos en espíritu y en verdad. Así pues más que manifestaciones sensibles, externas, se trata de una actitud espiritual que debe mostrar nuestra vinculación con el Espíritu Santo. En el Evangelio Nuestro Señor Jesucristo anuncia a los Apóstoles que recibirán el Espíritu Santo, que les enviará el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, Espíritu de verdad, de caridad, que glorificará a Nuestro Señor porque tomará de El y lo dará a conocer. Mittam eum ad vos. “Yo os lo enviaré”. Este Espíritu procede de Nuestro Señor Jesucristo y del Padre. Lo decimos en el Credo: Credo in Spiritum Sanctum, qui ex Patre Filioque procedit.“Que procede del Padre y del Hijo”. Esta es la Fe católica: creemos que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo y que Nuestro Señor Jesucristo ha venido precisamente a la tierra para comunicarnos su Espíritu, para infundirnos su vida espiritual, su vida divina.

Los Sacramentos

¿Cómo se nos da el Espíritu Santo? ¿Qué medios usa Nuestro Señor? ¿Se vale de estas manifestaciones (4) que vemos en la Renovación Carismática y los Pentecostales? En absoluto. Es por medio de los Sacramentos, instituidos por El, que nos comunica su Espíritu.

Nosotros sólo podemos recibir el Espíritu Santo a través de los Sacramentos, NO POR OTRA VÍA

Debemos insistir de forma especial en esta verdad de la Tradición: Nuestro Señor nos comunica su Espíritu por el Bautismo. Se lo dijo a Nicodemo en la entrevista nocturna que mantuvo con él. “El que no renace del agua y del Espíritu Santo no entrará en el Reino de los Cielos”. Debemos renacer del agua y del Espíritu Santo. Además Nuestro Señor comunicó también de esta forma su Espíritu a los Apóstoles. Primeramente recibieron el bautismo de Juan y después en Pentecostés recibieron el Bautismo del Espíritu. Y justo después de haber recibido el Espíritu Santo, ¿qué hicieron?

Creo que deberíamos meditar con más atención la gran realidad de nuestro Bautismo. Es una total transformación la que se opera en nuestras almas con motivo de la recepción de este Sacramento

Lo que hicieron los Apóstoles fue bautizar; comunicaron el Espíritu Santo a todos los que tenían Fe, a todos los que creían en Nuestro Señor Jesucristo.

Es así cómo la Iglesia, bajo la influencia y el dictamen de Nuestro Señor Jesucristo, comunica el Espíritu Santo a las almas a través del Bautismo. Todos nosotros hemos recibido el Espíritu Santo el día de nuestro Bautismo. Creo que deberíamos meditar con más atención la gran realidad de nuestro Bautismo. Es una total transformación la que se opera en nuestras almas con motivo de la recepción de este Sacramento.

Los otros Sacramentos vienen a completar esta efusión del Espíritu Santo recibido en el día de nuestro Bautismo.

El Sacramento de la Confirmación nos comunica también todos los dones del Espíritu Santo con gran profusión, ya que tenemos necesidad de ellos para alimentar y fortalecer nuestra vida espiritual, nuestra vida cristiana.

Y eso no es todo. En efecto, Nuestro Señor Jesucristo ha querido que dos Sacramentos en particular nos comuniquen su Espíritu de forma frecuente, con el fin de mantener en nosotros la efusión de su Espíritu. Son los Sacramentos de la Penitencia y de la Sagrada Eucaristía. El Sacramento de la Penitencia refuerza la Gracia que hemos recibido el día de nuestro Bautismo y purifica nuestras almas de nuestros pecados. No podemos pensar en recibir numerosas gracias del Espíritu Santo si estamos contristándole por el pecado. El Sacramento de la Penitencia restituye pues en nosotros la fuerza del Espíritu Santo, la virtud de la Gracia.

¿Qué diremos del Sacramento de la Sagrada Eucaristía que nos es dado por la celebración del Santo Sacrificio de la Misa? Es en ese preciso instante en que el Sacrificio de la Misa se consuma, continuándose así el Sacrificio de la Redención, cuando el Sacramento de la Sagrada Eucaristía se realiza. Esta gracia fluye del Corazón traspasado de Nuestro Señor Jesucristo. La Sangre y el agua que salen de su Sagrado Corazón significan las gracias de la Redención y al mismo tiempo nos comunican su vida divina. En la Sagrada Eucaristía recibimos a la vez la santificación de nuestras almas al alejarnos del pecado y la unión con Nuestro Señor Jesucristo, y en todo esto se nos comunica la fuerza del Espíritu Santo.

Los Sacramentos del Matrimonio y del Orden santifican a la sociedad. El primero santifica a las familias y el segundo es conferido para comunicar precisamente el Espíritu Santo a todas las familias cristianas, a todas las almas. Son momentos en los que Nuestro Señor Jesucristo nos da realmente su Espíritu, Espíritu de verdad, de caridad y de amor.

Finalmente el Sacramento de la Extremaunción nos prepara para recibir la verdadera y definitiva efusión del Espíritu Santo, cuando recibamos nuestra recompensa en el Cielo.

No tenemos derecho a escoger otros medios


Estos son los medios que Nuestro Señor Jesucristo ha querido emplear para comunicarnos su vida espiritual, su propio Espíritu. No tenemos derecho a querer y escoger otros medios distintos de los que Nuestro Señor Jesucristo nos ha dado, esos medios que El mismo ha instituido tan sencillos, tan bellos, tan eficaces y tan simbólicos al mismo tiempo. No pretendamos recibir el Espíritu Santo mediante simples manifestaciones externas o gestos originales. Es muy de temer que todas estas manifestaciones sean inspiradas por el espíritu del mal, precisamente para engañar a los fieles, haciéndoles creer que reciben el verdadero Espíritu de Nuestro Señor. Y no es verdad, no reciben el Espíritu Santo sino otro tipo de espíritu... Cuidado con dejarnos engañar por estas corrientes, velando para que no lo sean tampoco nuestros familiares. Hagámosles ver que nuestro Señor Jesucristo puso todo su empeño en comunicarnos el Espíritu Santo a través de los Sacramentos que El mismo instituyó.

La verdadera acción del Espíritu Santo en las almas: los dones del Espíritu Santo


Así pues, ¿cómo actúa el Espíritu Santo en nuestras almas? Primeramente alejándonos del pecado, mediante los dones de fortaleza y de temor de Dios. Especialmente el temor filial y no el temor servil, aunque puede ser útil el temor que nos infunden los castigos, guardándonos fieles a nuestro Señor Jesucristo y a sus Mandamientos. Pero es el temor filial el que debemos cultivar. Es este temor el que nos infunde el Espíritu Santo. Temor de alejarnos de Nuestro Señor Jesucristo que es nuestro todo, de alejarnos de Dios, del Espíritu Santo. Este temor debería ser suficiente y eficaz para apartarnos de todo pecado voluntario, sea el que sea. Que nuestra voluntad no se aleje de Dios por el apego a bienes contrarios a la Voluntad divina. Este es el primer efecto de los dones del Espíritu Santo.

A través de los Dones de Consejo y Sabiduría el Espíritu Santo nos inspira el sometimiento a la Voluntad de Dios; el Don de Consejo perfecciona la virtud de Prudencia. Todos tenemos necesidad en nuestra vida de saber cuál es la Voluntad de Dios para poder cumplirla. No siempre es fácil. Hay momentos en que debemos tomar ciertas decisiones, que son sin duda complicadas, y es entonces cuando suele ser difícil conocer la Voluntad de Dios. El Espíritu Santo nos ilumina por los Dones de Consejo y Sabiduría.

La Tercera Persona de la Santísima Trinidad nos mueve también a la oración, a la unión con Nuestro Señor Jesucristo, a la unión con Dios Padre mediante la plegaria. He aquí el Don de Piedad, uno de los siete Dones del Espíritu Santo. El Don de Piedad se manifiesta especialmente en la virtud de la Religión que lleva las almas a Dios. Virtud de la Religión que forma parte de la virtud de Justicia, pues es justo y digno que tributemos un culto. Y el culto que Dios Padre quiere se lo tributamos a través de la Persona de Nuestro Señor Jesucristo, mediante el Sacrificio del Calvario. Por la celebración del Santo Sacrificio de la Misa Dios Padre ha querido que le tributemos todo honor y toda gloria por Nuestro Señor Jesucristo, con El y en El.

Esto es lo que la Iglesia nos pide que hagamos cada Domingo: unirnos al Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo. Es la oración más bella y más grande. En la Santa Misa el Espíritu Santo nos inspira esta virtud de la Religión, espíritu de piedad profunda, realidad espiritual mucho más que sensible.

Una frase muy repetida: la participación activa en la Liturgia

De nuevo nos vemos obligados a decir que hay un error en la reforma litúrgica: la repetición machacona sobre la participación de los fieles. Yo mismo oí de labios de Monseñor Bugnini, pieza clave en la reforma litúrgica, decir lo siguiente: “La reforma litúrgica ha tenido como objetivo hacer participar a los fieles en la Liturgia”.

¿De qué participación se trata? Esta es la pregunta. ¿Una participación externa? ¿Una participación oral? Estas formas no son siempre la mejor manera de participar. ¿Por qué la participación externa? ¿Por qué estas ceremonias? ¿Por qué estos cantos? ¿Por qué estas oraciones vocales? ¿Acaso es con el fin de llegar a la unión interior, a esa unión espiritual, sobrenatural, a esa unión de nuestras almas con Dios?

Dicho esto es muy posible que uno pueda asistir al Santo Sacrificio de la Misa en actitud silenciosa, sin abrir siquiera el Misal, precisamente cuando toda la atención se cifra en lo que allí se celebra, y el alma está centrada, invadida por los sentimientos que el sacerdote manifiesta en su acción litúrgica, pendiente del momento en que el ministro pronuncia el confiteor, su acto de contrición. De esta forma el alma hace suyas las palabras del sacerdote y se duele de sus pecados.

Cuando se entona el Kyrie eleison se hace una llamada a la piedad y a la misericordia de Dios. Cuando se lee el Evangelio o la Epístola surge el espíritu de Fe. El Credo es un acto de Fe, de Fe en las verdades enseñadas por la Santa Iglesia. En el momento del Ofertorio el alma se ofrece, junto con la Hostia, en la patena. Se ofrece el trabajo del día, la propia vida y la familia, los seres queridos: todo se ofrece a Dios. Los sentimientos continúan expresándose de esta manera a través de la Misa, es magnífico. Esta es la verdadera participación, participación interior de nuestras almas en la oración pública de la Iglesia. No tiene que ser necesariamente una participación externa, aunque ésta sea muy útil y pueda ayudarnos a unirnos al sacerdote. Pero el fin es siempre la unión espiritual de nuestros corazones y de nuestras almas con Nuestro Señor Jesucristo, con Dios Padre. Y por lo tanto es un error cuando se pretende que los fieles participen externamente y esto en tal grado que llega a ser un obstáculo para la oración interior y la unión de las almas con Dios.

No tenemos derecho a querer y escoger otros medios distintos de los que Nuestro Señor Jesucristo nos ha dado, esos medios que El mismo ha instituido tan sencillos, tan bellos, tan eficaces y tan simbólicos al mismo tiempo.

Cuántas personas dicen que no pueden rezar ahora con la Nueva Misa. Siempre se está oyendo algo. Siempre hay una oración en común, pública, manifestada externamente, que es motivo de distracciones e impide que nos podamos recoger y así estar unidos más íntimamente con Dios. Es la negación de lo que se está haciendo.El espíritu de piedad y el Don de Piedad son también una manifestación del Espíritu Santo.

De la piedad a la contemplación

Finalmente los Dones de Entendimiento y de Ciencia nos invitan a la contemplación de Dios a través de las cosas de este mundo. El Don de Ciencia y el Don de Entendimiento nos penetran y nos infunden la Luz de la existencia de Dios, de su Presencia en todas las cosas y especialmente en las manifestaciones espirituales y sobrenaturales que Dios nos concede por la Gracia y los Sacramentos. Cuando el Espíritu Santo ilumina a un alma ésta ve de alguna manera la presencia de Dios en todas las cosas y así se une a su Señor en el vivir diario esperando verle realmente en la vida eterna.

El Espíritu Santo fuente de la vida interior

Así es y así se manifiesta el Espíritu Santo. En los Evangelios, en los Hechos de los Apóstoles, en las Epístolas, se puede contemplar al Espíritu Santo. Está en todas partes y en todas partes se manifiesta. Es la expresión clarísima de la Voluntad de Dios Padre que desea vernos cómo nos santificamos por la presencia del Espíritu Santo.

Pidamos a la Santísima Virgen María, colmada por el Espíritu Santo, Ella que es Nuestra Madre del Cielo, que nos ayude a vivir esta vida espiritual, interior y contemplativa. Ella que tanto recato ha tenido en manifestar externamente su oración. Unas pocas palabras en el Evangelio bastan para mostrarnos y descubrirnos un poco el alma de la Santísima Virgen María.

Ella meditaba las palabras que profería Nuestro Señor. Las meditaba en su Corazón, nos dice el Evangelio. Este era el espíritu de la Santísima Virgen María: meditaba las palabras de Jesús.

Meditemos también nosotros las enseñanzas del Evangelio; meditemos las enseñanzas que la Iglesia nos hace aprender para unirnos cada vez más y más a Dios Nuestro Señor. Amén.

† Mons. Marcel Lefebvre, FSSPX
Arzobispo

NOTAS

(1) El primero de Enero de 1901 una estudiante protestante experimentó de repente una sensación de paz y de gozo que según ella provenía de Cristo e igualmente se pone a hablar en lenguas cuyo conocimiento ignoraba. Pasados algunos días toda su comunidad había recibido, al igual que ella, el “Bautismo en el Espíritu”. Así nacía el Movimiento Pentecostal protestante.

(2) El 13 de Enero de 1967 dos profesores de la Universidad de Pittsburgh piden que se les imponga las manos en una asamblea protestante, descubriendo con gran sorpresa que “hablan en lenguas”. Había nacido la Renovación Carismática católica.

(3) ¿Esta tendencia ecumenista actual, de tan gran éxito, no constituirá tal vez lo que se ha venido en llamar la “renovación conciliar”?

(4) Los signos extraordinarios de Pentecostés fueron carismas pasajeros cuyo fin era interesar a los judíos en la predicación de los Apóstoles. A medida que la Iglesia iba extendiéndose estos carismas fueron desapareciendo poco a poco.

domingo, 12 de junio de 2011

VENI, SANCTE SPÍRITUS

Veni, Sancte Spíritus,     La pequeña Iglesia de ciento veinte      
Veni, nostri cordium,      personas, se halla congregada en el
Et emitte cælitus             Cenáculo de Jerusalén, en torno al
Lucis tuae radium.          Príncipe de los Apóstoles.

                                        Este Cenáculo es hoy San Pedro
Veni, pater páuperum,     de Roma, la Iglesia que abraza  to-
Veni, dator múnerum,      dos los pueblos y todas las lenguas.
Veni, lumen córdium.      Hacia la hora de tercia las nueve de la

                                         mañana- , hace su aparición el Espíritu

Consolátor óptime,           del Señor. Hoy va a descender también
Dulcis hospes animae,      sobre todos los templos, durante la Santa
Dulce refrigérium.             Misa. ( la verdadera no la modernista) No

                                          visiblemente, como se narra en la 
                                          Epístola

In labóre réquies,              pero si de una manera invisible. Por eso -
In aestu tempéries,           rezamos de rodillas en el verso del Aleluya
In fletu solátium.               " Ven, Espíritu Santo, llena los corazones

                                         de tus fieles y enciende en ellos el fuego

O lux beatíssima,               de tu amor." Esta súplica la desarrollamos
Reple cordis íntima          en la Secuencia, composición llena de
Tuórum fidélium.             belleza y de ternura, que se atribuye al

                                          Papa Inocencio III. En  el Evangelio nos

Sine tuo númine                describe Nuestro Señor la eficacia de la
Nihil est in hómine,          venida del Espíritu: hace de nosotros el
Nihil est innóxium.            templo de la Trinidad, se convierte en

                                           Inspirador y Maestro nuestro, nos infun-

Lava quod est sórdidum,    de el espíritu de los mártires y nos trae
Riga quod est áridum,         el presente de la paz.
Sana quod est sáucium.      En el Ofertorio nos presentamos "como

                                            reyes" en el templo de Jerusalén- el

Flecte quod est rígidum,     altar-, pedimos la renovación del sacram-
Fove quod est frígidum,      ento de la confirmación y de la obra co-
Rege quod est dévium.        menzada el día de Pascuas. Toda la li-

                                            turgia de este día se presenta como

Da tuis fidélibus                  una coronación de la liturgia pascual.
In te confidéntibus               Redimidos entonces, somos hoy lle-
Sacrum septenárium.           nados y enriquecidos con las gracias

                                             del Espíritu, y en especial con sus 
                       

Da virtútis méritum,              sietes dones. Preparémonos para que en el
Da salútis exitum,                 sacrificio de la Misa se haga realidad
Da perénne                            en nosotros el prodigio de Pentecostés

gáudiun.
Amen. Allelúia.



FUENTE: Jorge Mario Calderón, Blog Espolón de San Luis.

PENTECOSTES

12 de junio (2011)
 Ya los profetas habían anunciado para los tiempos mesiánicos el don del Espíritu. el envío del Espíritu Santo sobrel os apóstoles abre la nueva era. La Iglesia está fundad y se le da el Espíritu de Cristo para que “renueve la faz de la tierra”.
 El relato de los Hechos recuerda los acontecimientos del día de Pentecostés: la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y los fenómenos que la acompañan; en particular, el milagro de las lenguas, símbolo de la misión universal de los apóstoles. Todas las naciones son llamadas a oir la proclamación de la Buena Nueva.
 A esta presencia del Espíritu, que inspira y dirige a la Iglesia en su misión de predicar el evangelio hasta en los confines de la tierra, se añade otra presencia más íntima y más personal, que hace de los discípulos hombres nuevos, transformados en su mismo ser. La secuencia de la misa y el himno de vísperas describen y piden esta acción penetrante del Espíritu Santo en los corazones de los fieles.
 Y esta doble acción del Espíritu Santo, en la Iglesia y en las almas de los creyentes, es la que mostrarán durante toda la octava las lecturas del libro de los Hechos.
 Extraído del ‘Misal Diario Latino-Español’
Cumplióse ya la profecía de Joel: el Espíritu Santo baja sobre María y los apóstoles; y las maravillas de Dios serán predicadas en todo el mundo
.
.
FUENTE: bibliaytradicion.wordpress.com

viernes, 10 de junio de 2011

Monseñor JUAN STRAUBINGER - El misterio del Mal, del Dolor y de la Muerte

EL MISTERIO DEL MAL, DEL DOLOR Y DE LA MUERTE
 Comentarios y Ensayos de Monseñor Juan Straubinger sobre el Libro de Job
 
 EL MISTERIO DEL MAL Y DEL DOLOR
 UN CUADRO IMPRESIONANTE
Un hombre, de quien el mismo Dios dice que es un justo, sufre de golpe toda suerte de calamidades, en sus bienes y su familia; sufre el abandono y la ingratitud de sus amigos y parientes, la injusta pérdida de su buena fama y, en fin, de su propia salud.
Ese hombre se queja de muchos modos, porque no es un estoico, y en ningún momento cifra su orgullo en saber sufrir.
Se queja como un niño: con llantos, gemidos y hasta reproches que parecieran de tremenda osadía.
Y Dios, que habla personalmente al final del libro, no le inculpa esas quejas y protestas y gritos del corazón. Al contrario, declara expresamente que no ha faltado.
Una sola cosa le censura, y es que ha oscurecido el plan divino "con palabras sin inteligencia" (38, 2). Esto es, sin inteligencia de ese divino plan, sin comprender el único móvil que puede inspirar a un padre: el amor.
HACIA LA SOLUCIÓN DEL ENIGMA
El problema con que aquí tropezamos no es solamente el del dolor como tal, ni tampoco el de la existencia del mal, sino especialmente su visible triunfo sobre el justo. Esta es, confesémoslo, la preocupación que más nos abisma, y a la cual menos sabemos hallarle solución. Como que la filosofía es incapaz de explicarlo satisfactoriamente, de ahí que la explicación sólo pueda estar en el terreno de la fe.
Ahora bien, Dios sabe que ésa es nuestra preocupación dominante, y por eso no nos ha dejado huérfanos ante el problema. Así como nos ha revelado los secretos de la divina sabiduría, así también nos descubre este otro del mal y del dolor.
Cada vez que nos sentimos aplastados por la duda o la tristeza, y nuestra cavilación nos dice que nadie se ha planteado nunca problemas tan trágicos como los que contempla nuestra mente o los que sufre nuestro corazón..., basta abrir la Escritura de la revelación y de las confidencias divinas, para ver cómo nada hay ni puede haber, en el espíritu del hombre, que no esté resuelto en el Libro eterno: resuelto, eso sí, no a la manera teórica de un pensador humano, sino conforme a la realidad sobrenatural. Porque "las cosas que se ven, son transitorias; mas las que no se ven son eternas" (II Cor. 4, 18).
Los amigos de Job son exponentes clásicos de la lógica humana, incapaces de ver el verdadero fondo sobrenatural del drama que se desarrolla ante sus ojos. Según ellos, todo el que sufre es un pecador y no hay otro remedio para él que declararse culpable.
Tan lejos están del auténtico concepto de los males, que se tienen a sí mismos por justos y al paciente inocente por un criminal e hipócrita.
Veremos en adelante, cómo se desenreda el problema a la luz de la doctrina revelada por Dios. Aquí sólo invitamos a leer y meditar, con respecto al mal, el Salmo 36 de David, el Salmo 48 de los Hijos de Coré, el Salmo 72 de Asaf, y el Salmo 93 del mismo David, en los cuales, sin perjuicio de muchos otros, se explica uno de los aspectos del mal: la falacia y vanidad del triunfo en que solemos ver a los impíos.
LA CIZAÑA EN EL TRIGO
Otro aspecto del mal nos es presentado, y con carácter más trascendente, en el Nuevo Testamento, empezando por el mismo Señor Jesús, que no obstante su divinidad y omnipotencia, no obstante su esfuerzo sin límites y el precio infinito que pagó por el mundo, anunció clara y trágicamente que la cizaña estaría mezclada con el trigo hasta que Él volviese para la siega (Mat. 13,24-30).
No obstante la santidad que Él comunicaba a su Cuerpo Místico, anunció también que sus discípulos, o sea los verdaderos justos, serían perseguidos siempre como Él lo fue; y no obstante el carácter glorioso con que prometió su segunda venida, dijo asimismo que a su llegada no hallaría fe en la tierra (Lúe. 18, 8); que los hombres no creerían en ese anuncio, como sucedió en los días de Noé y en los días de Lot (Mat. 24, 37-39); y que, habiéndose enfriado la caridad de la mayoría (Mat. 24, 12 griego), será tan grande la iniquidad, que aun los elegidos, si posible fuera, se perderían (Mateo 24, 22).
Tratándose de palabras del Señor, apenas necesitamos agregar que este destino catastrófico, hacia el cual corre el mundo, arrastrado por el mal, es también afirmado por San Juan, cuando trata del Anticristo y de Babilonia (Apoc. caps. 11-19), y por el Apóstol de los Gentiles, cuando llama a este pavoroso problema: "Misterio de iniquidad" (II Tes. 2, 7).
EL ORIGEN DE LOS MALES
Puesto que hemos presentado y vinculado los dos misterios del mal y del dolor, no pasaremos al segundo sin antes señalar el origen de ambos, porque es uno solo, en el cual se comprende también lo que miramos como el supremo mal: la muerte.
Con no poca sorpresa leerán quizás algunos, en el divino Libro de la Sabiduría, la afirmación de que "no es Dios quien hizo la muerte" (Sab. 1,13); afirmación reiterada en Sab. 1, 16 y 2, 24. Este último lugar dice con toda claridad: "por lo envidia del diablo entró la muerte en el mundo".
Reproducimos aquí la explicación que en nuestra edición de la Biblia hemos presentado en la nota puesta al pie del referido texto: "En Gen. 3, 3, Dios prohibió solamente el fruto que acarreaba la muerte. El diablo, por envidia, engañó a la mujer; por medio de ella movió a Adán a que desobedeciese a Dios, y con esto vino la muerte (Rom. 5, 12).
Así se explica, además, ese tremendo misterio del poder que Satanás, no obstante ser impotente contra Dios (Juan 12, 31; 14, 30; Luc. 10, 18; Apoc. 12, 7-12), tiene sobre este mundo, al punto de que Cristo le llama "Príncipe" de él. Hubo una elección: el hombre, puesto entre el Reino del Padre, que le había dado todo, y el de Satanás, que no le daba nada, prefirió libremente creer a la víbora.
Entró así bajo la potestad del diablo, que tiene sobre él un derecho de conquista (Juan 8, 44; Hech. 13, 10; II Pedr. 2, 19). Desde entonces, somos "hijos de ira" (Ef. 2, 3) y Satanás nos reclama como a cosa propia (Luc. 22, 31; Job 1, 6 ss.). Sólo el Divino Padre, mediante la fe en Cristo, puede "librarnos de la potestad de las tinieblas y llevarnos al Reino de su Hijo amadísimo, en el cual tenemos redención por su sangre" (Col. 1, 12-14).
Culpa y muerte, pecado y dolor, están, pues en una relación de causa a efecto, según enseña Santiago: "La concupiscencia... da a luz el pecado; mas «el pecado, una vez que sea consumado, -engendra la muerte" (Sant. 1, 15).
Lo mismo quiere sin duda decir la concisa expresión de S. Agustín: "Todo lo que se llama mal, es pecado o castigo del pecado".
Sería una insensatez negarlo y no aprovecharlo para un examen de conciencia.
El puente entre ambos no ha sido destruido aun ni lo será mientras dure nuestra naturaleza caída, ya que —no lo olvidemos— su deterioro no fue quitado por el Bautismo que borró la culpa original.
Job era hijo de Adán, y por consiguiente, podía y debía decir, como el Rey Profeta: "He aquí que salí a luz en la iniquidad, y mi madre me concibió en pecado" (Salm. 50, 7).
EL MISTERIO DE SATANÁS
No sin razón aparece el diablo en el primer capítulo de Job, ya que él es el "spiritus rector" en la tragedia del santo Patriarca, como lo fue en los albores de la humanidad en la tragedia del Paraíso.
Tanto nuestros dolores, como nuestras maldades, como nuestra muerte corporal, se reducen a un común denominador, que es el misterio de Satanás; misterio tanto más grande y asombroso, cuanto que sabemos que este « Ángel caído no es un principio eterno del mal, como los persas conciben a Ahrimán, frente a Ormuzd, principio del bien y en continua lucha con éste hasta el fin. E insistimos en que si esta simple creatura, enemiga del hombre, es llamada "león rugiente" (I Pedr. 5, 8) y "príncipe de este mundo" (Juan 12, 31; 14, 30; 16, 11); si se atreve a amenazar a Dios con que hará claudicar a Job, a fuerza de tentarlo con sufrimientos (Job 1, 6); y si el mismo Jesús llega hasta decir a S. Pedro: "Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como el trigo" (Lúe. 22, 31) es porque el hombre, dotado de plena libertad prefirió someterse al imperio de las tinieblas, dando más crédito a la Serpiente que al mismo Dios que le había dicho: "Del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas; porque en cualquier día que comieres de él, infaliblemente morirás" (Gen. 2, 17).
No caigamos, sin embargo, en la tentación de despreciar a nuestro padre Adán, a quien la Iglesia ha puesto en el Santoral. No vayamos a creerlo peor que nosotros; porque Jesucristo vino muchos siglos después a traer al mundo la luz irresistible... y Él mismo nos dijo que los hombres cerraron los ojos a esa luz y prefirieron las tinieblas por amor a sus obras de iniquidad (Juan 3, 19).
LOS MALES Y LA DIVINA SABIDURÍA
No queremos concluir este capítulo sin renovar y afianzar nuestra fe en Aquel que, "todo lo ha hecho sabiamente" (Salmo 103, 24). Los males no contradicen a la Sabiduría de Dios, sino que la confirman, cuando, al final, triunfa siempre su misericordiosa Providencia. Dios conoce las cosas desde arriba, y nosotros sólo las vemos de acá abajo. Por eso nos enseña Jesús que no juzguemos por las apariencias (Juan 7, 24).
A veces el hombre se siente irremisiblemente perdido: "Me empujaron y vacilé, próximo a caer", dice el salmista. Y agrega: "Pero el Señor me sostuvo" (Salmo 117, 13). Es que "el Señor está cerca de los que tienen el corazón atribulado" (S. 33, 18). "No permitirá que resbalen tus pies, ni se dormirá Él, que te protege" (S. 120, 3).
A veces dice el alma: "Desfallecen mis ojos de tanto esperar tu promesa. ¿Cuándo será que me consolarás?" (S. 118,"82). Entonces, «sólo la Palabra de Dios puede sostenernos. "A no haber sido tu ley el objeto de mi meditación, hubiera sin duda perecido en mi angustia" (S. 118, 92). Porque en esa palabra vemos que, si el Señor "pone a prueba el «corazón y lo visita durante la noche" (Salmo 16, 3), también es cierto que "nuestro clamor penetra en sus oídos" (S. 17, 7) y que Él "alarga su mano y nos levanta" (ibid, 17) y nos saca a la anchura porque nos ama" (ibid, 20) y no permite el exceso de opresión de los justos, "para que éstos no se echen al partido de la iniquidad" (S. 124, 3).
Entretanto, atravesamos la prueba llevando en la mano nuestra esperanza, "como una antorcha en lugar oscuro" (II Pedr. 1,19).
Pasada la tormenta, el alma ha subido a un estado más alto, y dice entonces: "Antes de verme humillado pequé, por eso conservo hora tu palabra" (S. 118, 67). "Bien me está que me hayas humillado, para que aprenda tus preceptos" (ibid. 71). "Conozco, Señor, que son justos tus juicios; conforme a tu verdad me has humillado" (ibid., 75).
Y entonces amanece el sol de las divinas consolaciones: "Prorrumpirán mis labios en himnos de alabanza cuando Tú me hayas enseñado tus oráculos" (ibid., 171). "Trocaste mi llanto en regocijo... ¡Oh Señor Dios mío, te alabaré eternamente!" (S. 29, 13 s.).
Para esta obra de salvación y renovación de nuestra alma, no hay nada que esté fuera del alcance de la sabiduría de Dios Omnipotente y Omnisciente, puesta al servicio de su misericordia. Hasta los demonios le sirven para ello, y el mismo Satanás, el príncipe de este mundo, es instrumento en sus manos como se ve con toda evidencia en el drama de Job.
Pongámonos, pues, de rodillas y confesemos con San Pablo: "¡Oh, profundidad de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, cuán inescrutables sus caminos.'" (Rom. 11, 33).
"A Dios, que es el solo sabio, a Él la honra y la gloria por Jesucristo en los siglos de los siglos" (Rom. 16, 27).


FUENTE: RadioCristiandad