jueves, 1 de julio de 2010

¿Jesús o Barrabás? - No se puede plebiscitar la Verdad

Extracto BODAS DE INFIERNO de Antonio Caponnetto


1.-Los argumentos en pro del matrimonio contranatura –amén de pecar todos ellos contra la estructura lógica del pensamiento- poseen el común denominador de la hipocresía. De una hipocresía mucho peor de la que los homosexuales atribuyen como un tópico a la sociedad tradicional que los “condena y victimiza”. Algo similar al fariseísmo que denunciaba Chesterton en “La superstición del divorcio”, cuando decía que  los divorcistas no creen en el matrimonio, pero a la vez creen tanto que desean poder casarse una infinidad de veces.
Si los homosexuales fueran coherentes e inteligentes, no deberían haber reclamado jamás el matrimonio. Lo que condice con sus prácticas y con sus ideas es el apareamiento transitorio, sucesivo o simultáneo, hedonista y soluble, sin vestigio alguno del institucionalismo burgués. El matrimonio, en cambio, es una institución de Orden Natural, anclado en aquellas categorías tradicionales que los mismos sodomitas dicen rechazar. Pedir matrimonio homosexual es pedir anarquía ordenada, caos conservador, delito virtuoso, desgobierno gobernado y subversión subordinada a la autoridad instituida. No piden matrimonio los homosexuales porque crean en él. Lo piden porque lo odian y porque saben que, asumiéndolo ellos, es el modo más vil de destruirlo.
2- Las respuestas que suelen darse al conjunto de argumentaciones homosexuales, no suelen ser satisfactorias, incluyendo, en primer lugar, la de la mayoría de los obispos.  Y esto  no únicamente porque se quedan en el plano del derecho positivo, sino porque no se atreven a enfrentarse con los sodomitas, empezando por acusarlos pública y enfáticamente de falsarios y de mentirosos contumaces, como acabamos de hacerlo.
La prédica insana a favor de la indiscriminación, del igualitarismo, de la solidaridad, de la cultura del encuentro, y otras tantas naderías que ellos mismos han inculcado entre los fieles, les impide ahora reconocer en este proyecto homosexual la acción de un enemigo declarado y contumaz de la Verdad. Porque hablemos claro; no estamos aquí ante un caso desgarrador de una o más personas con tendencias e inclinaciones desordenadas que bregan por enderezarse y que, en ese caso, merecerían nuestra conmiseración, ayuda y respeto. Estamos ante una explícita embestida de la Internacional del Vicio contra el Orden Natural y el Orden Sobrenatural, movida prioritariamente por odio a Dios. “No a Dios. Ateísmo es libertad”, levantaron como consigna los homosexuales, reunidos sacrílegamente en la Plaza de San Pedro, el 1º de agosto de 2003.
Esta parálisis frente a los depravados, esta incapacidad para llamarlos por sus verdaderos nombres,  debilita todas las respuestas. Se repite hasta la saciedad, por ejemplo, que no se trata de estar en contra de la noble igualdad, de la sacra indiscriminación y de los derechos humanos. Cuando es exactamante al revés. No somos iguales que los protervos. No hay forma alguna de igualar el bien con el mal. El pecado no puede tener ningún derecho ni convertirse en ley, y siempre será acertado discriminar justísimamente, para que nadie se atreva a llamar matrimonio a su caricatura agraviante y soez. Ningún respeto nos merecen quienes bregan por la contranaturaleza.  Llegue para ellos, contrariamente, la manifestación clara de nuestro repudio, de nuestro desprecio y de nuestra mayor repugnancia.

3.-La existencia del Orden Natural no está sujeta a la opinión de las mayorías, ni a las discusiones parlamentarias, ni a las tramoyas sufragistas. Es un error seguir el juego democrático, que hoy instala como tema dominante el “matrimonio” sodomítico y mañana las coyundas con animales o con cadáveres. Es el error de las reacciones de quienes están insertos en el sistema, y creen en él. Entonces nos convierten en sujetos dependientes de las maquinaciones enemigas. Hoy nos obligan a discutir si se pueden casar dos hombres. Mañana si se puede seguir creyendo en Dios.
 La democracia es una forma ilegítima de gobierno. Es, en rigor, la contranaturaleza llevada a la política. Y tanta es la perversión ingénita que la caracteriza que ahora puede votar a favor de una aberración moral o determinar, por el cuántico procedimiento de la mitad más uno que, a partir de este momento, les asiste a dos seres disolutos el derecho de casarse y de adoptar hijos.
Nuestra respuesta no puede ser la de demostrar que los homosexuales son una minoría. Ni la de fabricar mayorías postizas, aglomerando a los católicos con las histriónicas sectas evangelistas o con los truhanes del protestantismo. Tampoco la de pedirle a los indignos senadores que tengan a bien recapacitar y no legalicen el amancebamiento de los emponzoñados.
Nuestra respuesta consistirá en señalar la ilevantable culpabilidad histórica que le cabe a la democracia por permitir el agravio más infame a la famiia argentina que se haya pergeñado hasta hoy. ¡Malditos sean los tres poderes políticos, sus miembros  y la partidocracia que los prohíja, malditos sean los Kirchner y sus secuaces, oficialistas y  opositores en tropel, toda vez que del rejunte de sus actos inicuos se ha seguido la profanación del verdadero hogar! ¡Malditos sean ante Dios, ante la Historia y ante las generaciones pasadas, presentes y futuras de patriotas honrados! Todo cuanto legisle este régimen ominoso lleva el sello de la insanable nulidad e ilicitud. Se pueda o no enmendar mañana el insensato estropicio de esta tiranía, todo católico y argentino bien nacido está obligado a rebelarse activamente contra la ley injusta.
Aclarémoslo una vez más de la mano de Aristóteles. El que pregunta si la nieve es blanca no merece respuesta. Merece un castigo porque ha perdido el sentido de lo obvio. Merece la reacción punitiva porque ha degradado a sabiendas el sentido común. Merece la trompeadura justiciera por tergiversar adrede el significado de las palabras, sabiendo que al hacerlo, está ofendiendo al mismísimo Verbo de Dios. Por eso, ante la guerra semántica, que adultera los significados, veja el logos, calumnia los nombres y desacraliza la palabra, nosotros no tenemos nada que debatir. Que debatan los opinólogos de la democracia. Cuando se ofende a Dios y a su Divina Ley, la discusión es algo en lo que no creemos; y lo que creemos no está sujeto a discusión.  Apliquemos al caso, nuevamente, las enseñanzas de San Jerónimo citadas por el Aquinate (S.Th, III, q. 16, art. 8, r ):“con los herejes no debemos tener en común ni siquiera las palabras, para que no dé la impresión de que favorecemos su error”.
4.- El demonio es el gran negador del misterio nupcial, recuerda y resume magistralmente Alberto Caturelli en su obra “Dos, una sola carne”. “El demonio odió (y odia) a Dios en el hombre porque es imagen del Verbo y, desde el principio odia al hombre. Si el hombre es varón-varona, y la sexualidad pertenece a la imagen; si la uni-dualidad logra su plenitud en la unión conyugal, el demonio quiere, desde el principio, la desunión y la muerte del amor conyugal. Después de la Redención, odiará inconmensurablemente más el misterio nupcial por ser copia de la unión esponsal del Verbo Encarnado y la Iglesia. Desde el principio, el demonio odia la unión conyugal: él será el gran Negador, el gran Homicida y el gran Separador”.
Y por eso, concluye Caturelli, que en “la red del odio teológico [contra la familia] que cubre el mundo”, la homosexualidad reclamante de “matrimonios” e “hijos” cumple “un ritual tenebroso de profanación de lo sagrado”. “Los acoplamientos homosexuales en todas sus formas no son ni pueden ser jamás ‘uniones’ : constituyen una agresión gravísima al orden natural y una profanación nefanda del cuerpo humano como tal y del misterio nupcial”.
He aquí el fondo último de la cuestión que hoy nos estremece y consterna. El fondo teológico, religioso y metafísico. Esta propuesta  del matrimonio homosexual no es otra cosa, no puede serlo, más que una expresión demoníaca en el sentido más estricto, ajustado y pertinente de la palabra. Va de suyo que si los católicos y sus pastores no se atreven a llamar mentirosos, depravados y pecadores a los militantes  de la homosexualidad, mucho menos se atreverán a llamarlos demonios. Pero eso es lo que son, guste o disguste, y tengan estas líneas el alcance que tengan.
Nacimos en La Argentina. Tierra de varones y de mujeres dignos. Tierra de antepasados viriles; de esposas, madres, hermanos, viudas, padres, cada quien cumpliendo su vocación de hombre y de mujer, asignada por el Autor de la naturaleza. Cada quien aceptando gozosamente su identidad, sus límites, su necesidad de ayuda y de complemento, de amor y de comprensión recíproca.
Nacimos en La Argentina. Una nación con cálido nombre femenino, masculinamente  fecundada y labrada a lo largo de los siglos.
Nacimos en  La Argentina. No queremos morir en Sodoma. Queremos, como DIOS manda, defender en la PATRIA el verdadero HOGAR.



BODAS DE INFIERNO - Antonio Caponnetto

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