viernes, 28 de mayo de 2010

El Santísimo Rosario Baluarte del Hogar Católico

El Rosario Baluarte Del Hogar Católico


El Santísimo Rosario es una oración, una manera de rezar que, según el testimonio de más de cincuenta Sumos Pontífices, remonta a Santo Domingo, fundador de la Orden de los Padres Predicadores, comúnmente conocidos como Dominicos.
Ahora bien, sabemos que las prácticas piadosas que nacen en la Iglesia son inspiradas por Dios. A veces, a través de una intervención directa, Dios hace conocer a los fieles los medios más adecuados para llegar hasta Él, los caminos más seguros para acceder al Cielo.
De este modo, Jesús, apareciéndose a Santa Margarita María, revela la devoción a su Sagrado Corazón y la práctica de los nueve primeros viernes de cada mes.
María Santísima, por su parte, en distintas apariciones, nos entrega su Escapulario, la Medalla Milagrosa, el Agua de Lourdes, su Corazón Inmaculado…


De la misma manera, por un sin fin de intervenciones, tan misericordiosas como milagrosas, Dios ha hecho comprender a la Iglesia que debía adoptar, de un modo oficial la devoción del Santísimo Rosario.
San Luís María Grignion de Montfort nos enseña que esta práctica es sin duda la primera oración y la primera devoción de los fieles que, desde los Apóstoles y los Discípulos, ha estado en uso de siglo en siglo hasta llegar a nosotros.
Con todo, agrega el Santo, en su forma y método según el cual se le reza ahora, el Santo Rosario ha sido inspirado a la Iglesia recién en el año 1214, dado por la Santísima Virgen a Santo Domingo de Guzmán para convertir a los herejes albigenses y a los pecadores.
En efecto, viendo Santo Domingo que los crímenes de los hombres obstaculizaban la conversión de los albigenses, entró en un bosque cercano a Tolosa, Francia, y pasó en él tres días y tres noches en continua oración y penitencia. No cesaba de gemir, de llorar y de macerar su cuerpo con disciplina, a fin de apaciguar la ira de Dios; de suerte que cayó medio muerto.
La Santísima Virgen se le apareció y le dijo:
“¿Sabes, mi querido hijo Domingo, de qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para reformar el mundo?”.
Respondió él:
“¡Oh! Señora, Vos lo sabéis mejor que yo, porque, después de vuestro Hijo Jesucristo, fuisteis el principal instrumento de nuestra salvación”.
Ella agregó:
“Sabe que el arma principal ha sido el Salterio Angélico, que es el fundamento del Nuevo Testamento; por lo cual, si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, predica mi Salterio”.
En la Bula Consueverunt, del 17 de diciembre de 1569, el Papa San Pío V escribía:
“Santo Domingo descubrió un método fácil, asequible a todos, de una incomparable piedad, excelente para rogar a Dios y expresarle nuestras súplicas. Se llama ese método el Rosario o Salterio de la Santísima Virgen María. Consiste en honrar a la Madre de Dios ofreciéndole la recitación de la Salutación Angélica repetida ciento cincuenta veces, por analogía con los ciento cincuenta salmos de David. Tal es el rito creado por Santo Domingo y propagado por él en toda la Iglesia Romana gracias a sus hijos, los religiosos de la Orden de Predicadores.
Nuestra Señora escoge a Santo Domingo, le entrega su Bendito Rosario; aparece a Bernardita en Lourdes con él en sus manos y desgrana sus cuentas a medida que la vidente lo recita; en Fátima se proclama Señora del Santísimo Rosario y nos dice que junto con su Corazón Inmaculado son las dos últimas tablas de salvación…
¡Sí!… la misma Madre de Dios entregó a Santo Domingo el Santísimo Rosario junto con el encargo de predicarlo.
Este ardiente apóstol, devotísimo de la Santísima Virgen, fue escogido para predicar una mayor confianza en el Ave Maria y una mayor devoción mediante los Misterios de la vida de Jesucristo y de María Santí­sima.
Lo que el Rosario ha sido y ha hecho en el pasado, ha de continuar siéndolo y haciéndolo en nuestros días. Y eso depende de todos y cada uno de nosotros.
En estos días de apostasía que estamos viviendo, tenemos que fijar nuestra mirada en la Madre de Dios, la montaña sagrada, y llenarnos de los pensamientos que animaban a Santo Domingo y a San Pío V.
Es Nuestra Señora quien, por Jesús, fruto bendito de sus purísimas entrañas, recibió de toda eternidad el poder de aplastar la cabeza de la serpiente infernal. Lo que realizó en el siglo XIII por medio de Santo Domingo para exterminar la herejía albigense, lo que hizo en el siglo XVI merced a San Pío V para refrenar el protestantismo y destruir el peligro turco, puede, y aún más, quiere seguir haciéndolo para vencer la herejía modernista y el paganismo actuales. Y lo conseguirá, por supuesto, por el mismo y único medio: el Santí­simo Rosario.
Hay que estar profundamente convencidos de esta verdad fundamental, pues ella determina toda nuestra fe en el Rosario y nuestra actitud respecto de su rezo diario, conforme al pedido de la misma Madre de Dios en innumerables apariciones y revelaciones.
El Santo Rosario es una devoción uni­versal, extendida por toda la Cristiandad; él ha alimentado la piedad de millones de hombres, haciéndolos vivir unidos a Jesucristo y a su Santísima Madre. El Rosario de María ha mantenido unidas a millares de familias, ha salvado en numerosas oportunidades a la Cristiandad asediada y ha reportado victorias significativas que sólo pueden atribuirse a su intervención.
Por todos estos motivos, la recomendación del rezo frecuente, asiduo a incluso diario del Santo Rosario ha estado, desde Santo Domingo hasta hoy, en boca de todos los predicadores de todos los tiempos.
Igualmente, todos los Sumos Pontífices han exhortado al rezo cotidiano del Santo Rosario, tanto como oración individual como práctica piadosa familiar.
Y es digno de ser destacado (y es lo que pretendo hoy de manera particular) que el rezo del Santo Rosario en familia es el principal baluarte del hogar cristiano.
Baluarte significa obra de fortificación y defensa. En nuestro caso se trata de una fortaleza y una trinchera contra el demonio, contra el mundo y contra la carne.
En efecto, el demonio, valiéndose de la seducción del mundo y de la debilidad de la carne, puede ejercer, y de hecho ejerce, una acción conjunta sobre el jefe de la familia, sobre la madre y sobre los hijos.
El diablo puede muy bien abrir y atender varios frentes al mismo tiempo. Y esto lo hace mediante ideas, slogans, costumbres, modas, diversiones…; sirviéndose de la televisión, el cine, los libros, las revistas…; utilizando a los intelectuales, los filósofos, los teólogos…; teniendo como aliados a periodistas, educadores, políticos, juristas, militares e incluso eclesiásticos…
El Santo Rosario de María, rezado en familia todos los días, es entonces un baluarte, una fortaleza, una trinchera que se erige frente a los ataques modernos que el demonio, el mundo y la carne dirigen contra la santidad del hogar.
Entre los numerosos males que atacan la vida cristiana de la familia, tres son los más funestos: el disgusto de una vida modesta y laboriosa, el horror al sufrimiento y el olvido de los bienes eternos.
Contra todo esto, el rezo diario del Santo Rosario es un baluarte; es un lugar de fortaleza y de luz.
Cuando la duda y la confusión invaden los espíritus y los transforman en un campo de incertidumbres y de contiendas intestinas, la meditación de los Misterios y la reiteración del Avemaría levantan en las conciencias criterios seguros de pensamiento y de acción.
El Santo Rosario, diálogo con Jesús y su Madre Bendita, comunión silenciosa con los Misterios Divinos, nos coloca en soledad y silencio interior, y, de este modo, ayuda a conservar la fe y la presencia de Dios; recuerda las virtudes de Jesucristo y la Santísima Virgen María.
De este modo, frente al disgusto de una vida modesta y de duro trabajo, frente al menosprecio de los deberes y las virtudes que deben ser ornato de una vida obscura y ordinaria, se eleva la casita de Nazaret, ese asilo a la vez terrestre y divino.
¡Qué modelo tan hermoso para la vida diaria! ¡Qué espectáculo tan perfecto de la unión al hogar! Reinan ahí la sencillez y la pureza de las costumbres; un perpetuo acuerdo en los pareceres; un orden que nada perturba; la mutua indulgencia; el amor, en fin, no fugaz y mentiroso, sino un amor fundado en el cumplimiento asiduo de los deberes recíprocos.
En Nazaret, sin duda, se ocupan en disponer lo necesario para el sustento y el vestido, pero es con el sudor de la frente y como quienes, contentándose con poco, trabajan más bien para no sufrir del hambre que para procurarse lo superfluo.
Sobre todo esto, se advierte una soberana tranquilidad de espíritu y una alegría del alma igual en cada uno. Dos bienes que acompañan siempre a la conciencia de las buenas acciones cumplidas.
De la misma manera, contra el horror al sufrimiento, contra la resistencia al dolor, contra el rechazo violento de todo lo que parece molesto y contrario a nuestros gustos, el Santo Rosario es grandísimo socorro con sus Misterios Dolorosos.
En ellos se nos muestra a Jesucristo como modelo adecuado en las enseñanzas que nos dió sobre la manera cómo debemos soportar las fatigas y los sufrimientos.
Esos misterios nos hacen pensar en el dolor de la Santísima Virgen, cuyo Corazón Doloroso fue, no solamente herido, sino atravesado por una espada, de suerte que se la llama, y lo es realmente, la Madre del dolor.
Finalmente, la tercera especie de males a que es preciso poner remedio es, sobre todo, propia de nuestra época. Los hombres de hoy se adhieren de tal modo a los bienes fugaces de la vida presente que olvidan la bienaventuranza eterna y pierden completamente la idea misma de la eternidad, hasta caer en una condición indigna del hombre.
Evitará completamente este peligro aquel que se dé a la devoción del Santo Rosario y medite, atenta y frecuentemente, los Misterios Gloriosos.
Allí aprendemos que la muerte no es un aniquilamiento que nos arrebata y que nos destruye del todo, sino una emigración y, por decirlo así, un cambio de vida.
Los ejemplos de los Misterios Gozosos, ejemplos de modestia, de sumisión, de dedicación al trabajo, de benevolencia hacia el prójimo, de celo en cumplir los pequeños deberes de la vida ordinaria…; todas esas enseñanzas traerán un cambio notable en las ideas y las costumbres.
Entonces, cada uno, lejos de encontrar despreciables y penosos sus deberes particulares, los tendrá más bien por muy gratos y llenos de encanto. Así la vida doméstica se deslizará en medio del cariño y de la dicha, y las relaciones mutuas estarán llenas de sincera benevolencia y caridad.
Del mismo modo, quien medite frecuentemente los ejemplos de virtud que presentan los Misterios Dolorosos, sentirá renacer en sí la fuerza para imitarlos.
Sean las miserias físicas, sean las penas del corazón, sean las pruebas espirituales, sea el odio de los hombres, sea la cólera de los demonios, sean las calamidades públicas, sean las desgracias familiares…, no habrá mal alguno, que no se venza con resignación cristiana y conformidad con la divina voluntad.
Por último, el espíritu que considere los Misterios Gloriosos, no podrá menos que inflamarse y que repetir esta frase: “¡Qué triste y pesada es la tierra cuando miro al Cielo!”
¡Cómo no recordar la hermosa canción “Un día al Cielo iré”…!
Esa alma gozará del consuelo de pensar que, por una tribulación momentánea y ligera, conquistará una eternidad gloriosa. Este es el único lazo que une el tiempo presente con la vida eterna, la ciudad terrestre con el Cielo. Esta es la única consideración que fortifica y eleva las almas.
Estos son los frutos, esta es la virtud fecunda del Santo Rosario de María para curar los males de nuestra época y hacer del hogar mariano un baluarte contra la apostasía.

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