lunes, 25 de marzo de 2013

In memoriam: Mons. Marcel Lefebvre. 22 años de su fallecimiento.

Monseñor Lefebvre es el gran defensor de la fe tradicional en el siglo XX, pero como todo fiel seguidor de Jesucristo, le tocó acompañar a su maestro en medio de las persecuciones y la cruz, pero, aunque le tocó como misionero y delegado apostólico sembrar la fe en tierras extrañas, no es allá donde experimentará las persecuciones, si no en el mismo seno de la Iglesia y de parte de muchos quienes debían acompañarlo en el ministerio de la verdad.

Monseñor Marcel-François Lefebvre nace el 29 de noviembre de 1905, en Tourcoing, poblado ubicado en el norte de Francia, cerca de la frontera con Bélgica. Es el tercero de ocho hermanos, del matrimonio de René, fabricante textil, y Gabrielle, ambos muy piadosos. Los cinco primeros hijos entraron en religión, René y Marcel, con los padres espiritanos, Jeanne, en las religiosas reparadoras, Bernadette, futura fundadora de la hermanas de la Hermandad San Pío X y Christiane con el Carmelo reformado. Además en la familia se cuenta su primo Joseph-Charles Lefèbvre, cardenal obispo de Bourges.

Marcel cursó estudios en el Colegio del Sagrado Corazón de Tourcoing. Ya desde pequeño lo visitó la cruz pues junto a su familia les tocó padecer la invasión alemana de su ciudad durante la Primera Guerra Mundial. Su padre debió huir en 1915 por ayudar a los prisioneros ingleses y franceses a pasar las líneas, por lo que la familia sufrió mucho su ausencia agravada con la escasez de bienes básicos.
Cuando se despertó su vocación, realizó sus estudios de filosofía y teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma; ahí destacó entre sus compañeros por sus cualidades como estudiante destacado y por su talante enérgico y decidido, junto a su profunda piedad, espíritu misionero y amor a la Iglesia. Fue ordenado sacerdote el 21 de septiembre de 1929 por Monseñor Liénart, arzobispo de Lille. Habiendo madurado en él la idea misionera y siguiendo el paso de su hermano, se unió a la Congregación del Espíritu Santo. Tras su noviciado hizo su profesión religiosa el 8 de septiembre de 1932 fue enviado a África, más concretamente a Gabón, donde se desempeñó como misionero en diversos lugares, con una labor impresionante y con gran entrega por la difusión de la fe. En 1939 regresó a Burdeos desde Gabón. Durante el trayecto se declaró la Segunda Guerra Mundial. Al poco de desembarcar fue movilizado y enviado como soldado a África. Apenas pudo despedirse de su padre, a quien no volvería a ver. René Lefebvre moriría heroicamente, tras ser arrestado en abril de 1942 por los nazis, por entregar información a Londres, ayudando así a muchos prisioneros de guerra, sería martirizado por el régimen nazi en el campo de concentración de Sonnenburg.

Fue elevado a la dignidad episcopal por el Papa Pío XII y ordenado por el mismo obispo que lo ordenó sacerdote, Monseñor Achille Liènart, el 18 de setiembre de 1947. Su lema episcopal es un resumen de cómo han entendido el cristianismo los santos y a la vez como lo han transmitido: “Et nos credidimus Caritati” (Y nosotros hemos creído en el Amor). El Papa Pío XII lo nombró obispo de Dakar (1948-1962), elevándolo posteriormente al rango de Arzobispo, y designándolo también Legado Apostólico (Representante del Santo Padre para toda el África francófona). En este cargo desempeñó una hermosa labor misionera en África, entregando el don de la fe a los más necesitados, labor que le valió el sincero cariño de la gente y el reconocimiento de muchos de hermanos en el episcopado mundial. A la muerte de Pío XII, le destinaron sólo como Arzobispo de Dakar dejando el puesto de Legado apostólico. Siguiendo el santo deseo que impulsara Pío XII de la promoción del clero nativo, Monseñor Lefebvre dejó la cátedra de Dakar a su discípulo Hyacinthe Thiandoum y decide volver a su patria, pero este paso le traería incomprensión y sufrimiento, pues los obispos franceses, de fuerte corte progresista, que querían reformas en la Iglesia y estaban imbuidos del espíritu del modernismo, estaban un tanto recelosos de la llegada del Arzobispo misionero, fuerte defensor de la fe tradicional, por lo que exigieron a Juan XXIII que Monseñor Lefebvre no podía pertenecer a la Asamblea de los cardenales y arzobispos franceses (germen de la futura Conferencia de obispos de Francia); Juan XXIII, quiso darle una diócesis en Francia, pero las presiones de los obispos y cardenales franceses lo obligaron a darle una pequeña diócesis, Tulle, en vez de un arzobispado aunque reconociéndole su dignidad de Arzobispo.

En calidad de Superior General de los Padres Espiritanos, fue llamado por Juan XXIII para formar parte de la Comisión Central Preparatoria del Concilio Vaticano II. Durante el Concilio, fundó junto a Monseñor Dom Antonio de Castro-Mayer, obispo de Campos (Brasil), Monseñor Geraldo Proença Sigaud, obispo de Diamantina (Brasil) y Monseñor Carli, obispo de Segni (Italia) el Cœtus Internationalis Patrum, al que adhirieron 450 obispos, con el objeto de defender en el aula conciliar la doctrina y disciplina tradicional de la Iglesia. Esto le valió la oposición y enemistad con los obispos franceses y germanos.

Después de renunciar a su cargo de Superior General de su congregación en 1968 y a iniciativa de un grupo de seminaristas descontentos con la orientación que habían tomado los seminarios a los que concurrían, en particular, el Seminario Francés de Roma, a cargo de los Padres Espiritanos, fundó en 1971 en Friburgo (Suiza), con la autorización del obispo del lugar, Mons. François Charrière, la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. La casa de formación que primero funcionó en la Rue de la Vignettaz fue posteriormente trasladada a Écône (cantón del Vales, Suiza), donde la congregación hasta hoy tiene su principal instituto de formación sacerdotal. Debido a la creciente concurrencia de jóvenes deseosos de recibir una formación tradicional en el sacerdocio, rápidamente se granjeó la enemistad del episcopado francés, que llamaba al Seminario de Écône «seminario salvaje».

La loable labor de formar sacerdotes según la fe tradicional, le traería persecuciones de diversos sectores del episcopado mundial y desde Roma misma. Vencido el término de 5 años, durante el cual la existencia de la congregación es puesta a prueba de acuerdo con las normas canónicas, el sucesor de Mons. Charrière en la sede de Friburgo, Mons. Pierre Mamie, tras recibir una solicitud de Roma, no renovó el permiso para que la misma subsistiera, acto que posteriormente fue refrendado por una comisión de 3 cardenales nombrada por Pablo VI. En ese estado, Mons. Lefebvre interpuso un recurso suspensivo ante el Tribunal de la Signatura Apostólica, pero su presidente, el cardenal Dino Staffa, se negó a darle trámite respondiendo -según parece- a un pedido del Cardenal Jean Marie Villot, entonces Secretario de Estado de Pablo VI. Dado que el recurso suspensivo de supresión estaba pendiente, Mons. Lefebvre consideró que, a falta de pronunciamiento sobre un recurso suspensivo, la medida de suprimir su congregación quedaba pendiente de resolución, y por lo tanto, su congregación continuaría existiendo hasta tanto la Santa Sede no se expidiese sobre el fondo del asunto. Con ese razonamiento, no secundó el pedido que se le hiciera de cerrar el seminario y dispersar a los seminaristas, a los cuales prosiguió formando hasta las puertas del sacerdocio. En 1976 recibió una tan injusta como ilegítima monición canónica para que no procediera a la ordenación de la primera tanda de jóvenes formados en Écône, ante lo cual, debido al estado de necesidad reinante en la Iglesia, tuvo que desoír; esto sirvió a sus perseguidores de excusa para hacer recaer sobre él la suspensión a divinis el 22 de julio de 1976. No obstante Monseñor Lefebvre continuó su labor apostólica y de formación, difundiendo y defendiendo la fe y la liturgia tradicional de la Iglesia.
Eran tiempos en que muchos sacerdotes se extraviaban en doctrinas heréticas e intentaban conciliar el cristianismo con ideologías intrínsecamente opuestas a él; así nació la teología de la liberación y movimientos como Cristianos por el Socialismo. Monseñor Lefebvre siguió predicando la fe católica de siempre; así, el 29 de agosto de 1976, en la celebración de la Misa, advertía: "no se puede dialogar con los masones o con los comunistas, no se dialoga con el diablo!" En esta misma época el clero y los religiosos en general, se secularizaban y relajaban sus costumbres, lo que daría a píe a una gran pérdida de vocaciones en el mundo y escándalos en el clero, algunos de los cuales recién se han ido sabiendo en estos años. En el mundo los seminarios se vaciaban o simplemente se cerraban; por esto, los obispos progresistas veían con malos ojos que el Seminario de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, no obstante las persecuciones y calumnias, tuviera cada vez más vocaciones y mantuviera su ritmo de evangelización. Por esto mismo se redoblarían las persecuciones y las calumnias, acusándolos de integristas, infieles al Papa y de oponerse a los cambios necesarios para el mundo de hoy.

Los diversos episcopados y congregaciones en el mundo, seguían de tumbo en tumbo, con innovaciones litúrgicas y teológicas, pérdida de fieles y secularización de sus instituciones y disciplinas. En Roma se llamó aún más al error y escándalo de los fieles; en 1986, se celebró una reunión ecuménica, en Asís, en donde el Papa se reunió a hacer oración por la paz con líderes de otras religiones (algunos ni siquiera monoteístas), con esto muchos fieles cayeron (hasta hoy) en el error que todas las religiones tienen el mismo dios y el mismo valor salvífico; error que incluye además una afrenta a la Santísima Trinidad, único Dios verdadero, pues se le pone al mismo nivel de dioses tan falsos como inexistentes; lo mismo se aplica a la fe católica, la verdadera fe, puesta al mismo nivel que el error de cismáticos y herejes, e incluso de religiones falsas y otras ni siquiera monoteístas o con una idea trascendente de la divinidad. Este Encuentro de Asís provocó una molestia en los fieles tradicionalistas y muchos de ellos presentaron sus reparos; monseñor Lefebvre, de 80 años ya, se opuso a este encuentro, denunciando la confusión y escándalo que despertaría en los fieles sencillos, lo que le alejó más de los obispos en el mundo y le granjeó una mayor antipatía desde Roma en general y del Papa Wojtyla en particular.

No obstante su espíritu siempre se mantuvo fuerte, Monseñor ve como sus fuerzas físicas decaen y su tiempo en este mundo se acababa, por lo que se le acaba el tiempo para nombrar un sucesor en el episcopado que garantice la continuación de su obra de sostén de la Tradición católica. Tras una serie de reuniones con autoridades romanas, durante cuyo transcurso se le aseguró que el Papa Juan Pablo II no se oponía, en principio, a darle un sucesor, se bosquejó un proyecto de acuerdo. Pero tan pronto como estampó su firma en el documento, el entonces cardenal Ratzinger le envió un subalterno para solicitar de él una carta pidiendo perdón al Papa por lo que había hecho. Ante esta inconcebible petición, que desconocía el acuerdo y llamaba a Monseñor Lefebvre a renegar de su obra a favor de la Tradición, se negó a hacerlo, en el entendimiento que no se puede ni debe pedir perdón por «hacer lo que debe hacerse.» Lefebvre se desdice del acuerdo y poco después, remitiéndose a aquella seguridad que se le había dado de que el Papa no se oponía a darle un sucesor, decide consagrar 4 obispos escogidos de entre miembros de su congregación: los padres Bernard Fellay (suizo), Alfonso de Galarreta (hispano-argentino) , Richard Williamson (inglés, converso del anglicanismo) y Bernard Tissier de Mallerais (francés). El Vaticano le negó el permiso que ya antes había dado para la ordenación, pero monseñor Lefebvre viéndose anciano, con la muerte cercana y ante el estado de necesidad en la Iglesia, decide realizar la consagración episcopal a estos cuatro sacerdotes. Amparados en un punto del nuevo código que prohíbe las consagraciones episcopales sin mandato pontificio (CIC 1382), el papa Juan Pablo II excomulga a Monseñor Lefebvre, al obispo coconsagrante y a los ordenados y presentando el acto como cismático.

Desde ahí el progresismo y el neoconservadurismo de la Iglesia acusaban a Monseñor Lefebvre y a sus seguidores de cismáticos, afirmando que estaban fuera de la Iglesia. No obstante esto, no existía ningún fundamento teológico para hablar de cisma (lo que requiere una intención formal) y el mismo Vaticano aclaró en varias ocasiones que en este caso no se podía hablar de cisma, si no sólo de situación canónica irregular, y que la Fraternidad está dentro de la Iglesia (como en las declaraciones del Card. Darío Castrillón Hoyos, Prefecto de la Sagrada Congregación para el Clero y Presidente de la Comisión Pontificia Ecclesia Dei, en entrevista a la Revista 30 Giorni y al canal 5 de Italia el 13 de noviembre). No se podía hablar de cisma, pues no existía la intención formal de separarse de Roma, antes bien, la posición de Monseñor Lefebvre y de la Fraternidad San Pío X ha sido siempre de obediencia y sujeción al Romano Pontífice en todo lo que es magisterio infalible, aunque resisten las orientaciones pastorales que se han realizado después del Concilio Pastoral Vaticano II, cosa que por sí misma no constituye negación de ningún dogma de fe. El problema entre la Santa Sede y la Fraternidad San Pío X es, por tanto, de materia disciplinar, no dogmática.

Lo esencial en la controversia entre Mons. Lefebvre y el Vaticano son esencialmente cuatro novedades teológicas introducidas por el Concilio Vaticano II y el magisterio posterior: La protestantización del nuevo ritual de la Misa (de hecho el Papa Pablo VI le pidió a pastores protestantes que participaran en su elaboración), el ecumenismo y la libertad religiosa (que desdicen la afirmación de la fe católica como única verdadera) y la colegialidad (que contradice el Primado Petrino definido en el Concilio Vaticano I).

Con todo, las excomuniones a los cuatro obispos ordenados por Mons. Marcel Lefebvre siguieron en píe, así como las persecuciones a Monseñor Lefebvre y a sus seguidores (llamados lefebvristas, nombre que, en adelante, identificaría al movimiento tradicionalista en la Iglesia). Esta situación cambiaría recién el 24 de enero de 2009, 18 años después de la muerte del Arzobispo, cuando el papa Benedicto XVI levantó las excomuniones, además de haber declarado un par de años antes que la Misa Tradicional nunca había abolida y que prohibir su celebración (práctica habitual en todas partes) era ilícito.

Con todo, Monseñor Lefebvre acertó plenamente con las consagraciones, pues asegurarse un sucesor era vital para la permanencia de la Tradición en la Iglesia, pues al Arzobispo misionero le quedaban pocos años de vida. Tras una larga vida, llena de fecundidad apostólica y persecuciones por el anuncio de la verdad, Monseñor Marcel Lefebvre dejó este mundo, el día en que se celebraba la Encarnación del Verbo y el inicio de la Buena Nueva de Salvación, y además en plena Semana Santa, el 25 de marzo de 1991, ambas fechas son significativas de lo que fue la vida de Monseñor, configurado con el ministerio de Cristo en la predicación de la verdad y en la aceptación de la Cruz. Su muerte fue en la ciudad de Martigny, Suiza. Sus restos se encuentran en el Seminario de Écône, con un significativo epitafio tomado de san Pablo, que él mismo pidió se escribiese en su tumba: “Tradidi quod et accepi” (he transmitido lo que recibí).

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