martes, 26 de marzo de 2013

HISTORIA BÍBLICA: LA CREACIÓN Y EL PECADO ORIGINAL ( Parte I )

HISTORIA BÍBLICA
LA CREACIÓN Y EL PECADO ORIGINAL

Empezaremos estudiando los nueve puntos que la Pontificia Comisión Bíblica enuncia como referentes a los fundamentos de la religión cristiana:
• la creación de todas las cosas hechas por Dios al principio del tiempo; • la peculiar creación del hombre; • la formación de la primera mujer a partir del primer hombre; • la unidad del linaje humano; • la felicidad original de los primeros padres en el estado de justicia, integridad e inmortalidad; • el mandamiento impuesto por Dios al hombre para probar su obediencia; • la transgresión del mandamiento divino por persuasión del diablo bajo especie de serpiente; • la pérdida por nuestros primeros padres del primitivo estado de inocencia; • la promesa del Reparador futuro.
A estos nueve puntos añadiremos el estudio de otros tres: • el diluvio universal; • la confusión
de las lenguas; • la dispersión del género humano.

I. La creación de todas las cosas hechas por Dios al principio del tiempo

La Biblia comienza por una cosmogonía; en su libro Dios se revela a nosotros ante todo como Creador. Revelación de la más alta importancia, que abre ricos horizontes filosóficos y teológicos, y que refuta numerosos errores. La narración es sobria, simple, precisa, concreta, pero tan majestuosa como los hechos. Tres partes en ella: • el comienzo de la creación, 1 1; • la obra de los seis días, 1 2-31; • el divino reposo, 2 1-3.
Estos versículos cuentan el primer acto del Creador, la producción de la materia cósmica, que luego modeló por elaboraciones sucesivas. Cuatro grandes ideas quedan expresadas: las circunstancias de la acción creadora, su naturaleza, su término y la personalidad del Creador.
1º Las circunstancias de la acción divina. — Nos encontramos «in principio», de manera absoluta: al comienzo del tiempo y de todas las cosas, cuando aún no existía nada de lo que se encierra en las palabras «cielo y tierra». De gran belleza es el sentido metafísico «in Filio» que algunos Padres han dado a esta locución, apoyados en algunos pasajes escriturarios.
2º La naturaleza de la acción divina. — «Creavit». El verbo utilizado aquí, ar'B' bará’, significa siempre «creare ex nihilo», y sólo se emplea para designar una operación exclusivamente divina, a diferencia de otros verbos con que también se expresa en este relato la acción creadora de Dios: hf'[' ‘asáh, hacer; rc'y" yatsár, formar; y hn"B' banáh, edificar; los cuales designan la organización de sustancias ya existentes. Se trata, pues, de una creación en sentido estricto.
3º La personalidad del Creador. — «Deus», en hebreo ~yhil{a/ ’Elohim, plural majestático o de intensidad del nombre lae ’El, o h;Ala/ ’Elóah, el Fuerte. Tal denominación no es un indicio de politeísmo, como pretenden los racionalistas, pues lleva los atributos y el verbo siempre en singular, señal de que designa al solo Dios verdadero, el cual aparece como un ser individual, preexistente a todo lo creado, que con su omnipotente palabra (expresión de su infinita sabiduría y omnímoda voluntad) da el ser a todas las cosas.
4º El término de la acción divina. — «Cælum et terram», es decir, todo el universo, todas las criaturas salidas de la mano de Dios, a saber: • las criaturas espirituales, que son los ángeles, designadas por la palabra «cielo»; • y las criaturas corporales, descritas en su estado primordial de caos, y designadas por la palabra «tierra», que estaba «inanis et vacua», informe y vacía, porque le faltaba organización (obra de distinción) y ser poblada de seres (obra de ornato). Los rudimentos del globo terráqueo se encontraban bajo el abismo, o inmenso océano sin riberas, cubierto a su vez por las tinieblas. Pero «el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas», como incubando la materia, para dar forma y hermosura a la masa del caos primitivo. Por la expresión «Espíritu de Dios» hemos de entender, en conformidad con la tradición, el uso bíblico de las palabras 2 y el contexto 3, una energía y una persona divinas, que revelaciones subsiguientes nos harán conocer como la tercera persona de la Santísima Trinidad.

Por admirable simetría, los seis días se dividen en dos triduos distintos, que el divino sábado cierra y une armoniosamente. El primer triduo corresponde a la obra de distinción, por la que los elementos son distinguidos, separados y coordenados; y el segundo, a la obra de ornato, por la que las partes del universo, ya distinguidas y separadas, reciben el adorno que les corresponde.
Las obras de cada triduo se corresponden día por día: • al primero pertenece la luz, al cuarto los astros; • al segundo el firmamento y la separación de las aguas, al quinto las aves y los peces; • al tercero la tierra completamente organizada y provista de vegetación, y al sexto los animales terrestres y el hombre, a los cuales se asigna el reino vegetal como alimento. El encadenamiento gradual de los seres y el movimiento general de lo imperfecto a lo perfecto en el conjunto de la creación son muy notables en el relato.
1º Primer día, 1 2-5. — Dios comienza creando la luz, sin la cual no hay ni orden ni vida, después de lo cual hace que se suceda regularmente con períodos de oscuridad, e impone un nombre tanto al tiempo de luz como al de tinieblas. La acción del Creador es descrita con varios antromoformismos, cuyo significado preciso hay que tener en cuenta: • Dios crea con su palabra, significando que obra, no según una fuerza caótica, sino a impulsos de su inteligencia y sabiduría («Dixitque Deus»); • también crea con omnipotencia, de manera que el resultado sigue inmediatamente a la orden («Fiat lux, et facta est lux»); • la obra así producida es buena, porque corresponde perfectamente al ideal de Dios, a las intenciones y ordenación del Creador («Et vidit Deus lucem quod esset bona»); • Dios dicta entonces su ley a la luz, dividiéndola de las tinieblas desde el punto de vista de la sucesión regular: habrán períodos de luz que alternarán con períodos de tinieblas («Et divisit lucem a tenebris»); • finalmente, al imponer un nombre a sus criaturas, Dios muestra que tienen en adelante una existencia aparte, de manera durable, y señala igualmente la dominación y propiedad sobre ellas («Appellavitque lucem Diem, et tenebras Noctem»).
2º Segundo día, 1 6-8. — Después de organizar uno de los elementos del caos inicial, Dios procede a dar una nueva belleza al mundo primitivo, creando el firmamento. «Firmamentum», «sólido», ha sido calcado sobre el sterewma de los LXX; el hebreo [;yqir' raqí‘a, expresa más bien la expansión, la extensión, nombre que conviene muy bien a la bóveda celeste, en cuanto que abarca nuestra atmósfera y el cielo sideral. Con este firmamento el abismo es dividido en dos partes: una cantidad notable de las aguas se eleva en los aires, donde flota en forma de nubes para caer sobre la tierra en forma de lluvia, nieve, granizo, rocío, etc., según las leyes establecidas por Dios; y otra permanece en la tierra en forma de mares, ríos, lagos, fuentes, etc.
3º Tercer día, 1 9-13. — La obra de este día es doble: la distribución de las aguas terrestres y la creación de las plantas. • Dios manda ante todo que todas las aguas se junten en un solo lugar, no necesariamente material, sino en una unidad de especie (como lo árido designa también al conjunto de las tierras firmes), con el fin de que aparezcan los continentes, despejados ya de las aguas bajo las cuales estaba completamente sumergidos. • Luego Dios da a la tierra el poder de producir su bella y útil ornamentación, dividida en tres categorías: av,D, déshe, la hierba verde, «herbam virentem», que la tierra produce como espontáneamente con las primeras lluvias, y que parece carecer de semilla; bf,[e ‘éseb, las demás plantas herbáceas, sobre todo los cereales y las legumbres, «herbam facientem semen»; yrIP. #[e ‘ets peri, los árboles frutales, que dan fruto a la vez que llevan la semilla dentro de él. Y nuevamente les fija el Creador las leyes que han de regirlas: «Facientem semen, fructum, iuxta genus suum, secundum speciem suam»: las plantas se renovarán
sin cesar gracias a esta facultad de reproducción; los individuos desaparecen, pero las especies permanecen, pues la reproducción tiene lugar «iuxta genus», según leyes constantes y uniformes.
Este versículo es directamente opuesto al darwinismo.
4º Cuarto día, 1 14-19. — Acabada la obra de distinción, comienza la de ornato. Ante todo aparecen los astros como portadores de luz: «Fiant luminaria». A ellos quedará ligada de ahora en más la manifestación de la luz con una triple finalidad: • «dividant diem ac noctem»: el sol presidirá el día, la luna y las estrellas la noche; • «sint in signa, et tempora, et dies, et annos»: sus diversas fases servirán para distinguir ya las diferentes estaciones, ya las solemnidades, ya los días y los años; • «illuminent terram». Se mencionan tres categorías de astros, cuya naturaleza y destinación particular se determinan según su dimensión, tal como aparecen a la mirada del hombre, y según el tiempo en que iluminan la tierra: • el sol, «luminare maius», para presidir el día; • la luna, «luminare minus», para presidir la noche; • y las estrellas, esto es, todos los demás astros (estrellas fijas, planetas). El lenguaje no es científico, pero es exacto. Es de notar que Moisés señala con claridad la condición de los astros como criaturas, y las funciones que Dios les asignó en provecho del hombre, para evitar en el pueblo de Israel la superstición y el sabeísmo, esto es, el culto de los astros, que era común en todos los pueblos vecinos, especialmente en Egipto, de donde acababa de salir el pueblo hebreo 1. Esta verdad no está de más recordarla hoy en día, en que la gente no cree en Dios, pero sí en los astros (horóscopo), divinizándolos.
5º Quinto día, 1 20-23. — Con las plantas había aparecido la vida en la tierra, pero de manera muy imperfecta; ahora Dios crea a los seres realmente animados, empezando en este quinto día con dos categorías de ellos: • ante todo el «reptile animæ viventis», todos los peces y animales acuáticos que no tienen patas; entre los cuales reciben una mención especial los «cete grandia», esto es, ciertos animales acuáticos de características particulares, como la ballena, el cocodrilo y el hipopótamo; • y luego el «volatile», todas las aves, que tantas analogías presentan con los peces en su constitución. Tres características se señalan en esta producción: • la primera, que la producción de dichos animales parece hacerla el Creador a partir del agua («producant aquæ»), esto es, del medio en que han de vivir, como luego los animales serán producidos a partir de la tierra; • la segunda, que también los crea Dios, como las plantas, en gran variedad de especies animales que se reproducirán invariablemente, según leyes constantes y uniformes («in species suas…,secundum genus»); • la tercera, que Dios les otorga su bendición con la orden de multiplicarse («benedixitque eis, dicens: Crescite et multiplicamini»), para inculcar al pueblo hebreo que la fecundidad viene de Dios y se debe a la bendición divina, y extirpar así de raíz el culto obsceno de la fecundidad tal como se practicaba en los pueblos paganos, los cuales adoraban la fertilidad de la tierra y de los animales en divinidades como Astarté, Cibeles y otras.
6º Sexto día, 1 24-31. — Dos creaciones distintas en este día, como en el tercero al cual corresponde.
• La primera es la producción de los animales terrestres a partir de la tierra, y que el autor sagrado divide en tres categorías: #r,a'h' tY:x; jayat haárets, las bestias feroces, designación característica de todos los animales que viven en estado salvaje; hm'heB. behemáh, los jumentos, nombre habitual de todas las especies rumiantes que el hombre no tardó en someter a su servicio (ovejas, cabras, bueyes, camellos); hm'd'a]h' fm,r, rémes haadamáh, los reptiles de la tierra, no sólo los que reptan propiamente, como las serpientes y gusanos, sino también los que tienen patas tan pequeñas que más bien parecen reptar que caminar (lagartijas, ratones, topos, muchos insectos). • La segunda es la creación del hombre, una vez que la tierra ha sido preparada por grados para recibirlo. Antes de comenzar esta nueva obra que coronará todas las demás, el Creador se recoge, invoca la plenitud de su ser y proclama solemnemente sus intenciones. La solemnidad de la fórmula indica claramente que se trata de la obra más importante: Dios había dado orden a las aguas y a la tierra de producir los animales que habían de vivir en su ambiente, pero aquí es Dios mismo quien crea directamente al hombre, marcando de este modo la dignidad excepcional de la nueva criatura. 
«Faciamus»: plural de Trinidad, si consideramos este pasaje a la luz del Nuevo Testamento; pero si lo consideramos sin salir de la Antigua Alianza, plural de intensidad, que denota en Dios energías distintas, personales, pero sin indicar su número.
«Hominem»: nombre común y genérico (en hebreo ~d'a' ’Adam, sin artículo), utilizado en singular para expresar netamente la unidad de la especie humana.
«Ad imaginem et similitudinem nostram»: la imagen de Dios resplandece en el hombre de todas las maneras: por la belleza física y su dominación sobre las demás criaturas; pero sobre todo por la razón y facultades intelectuales, libertad, voluntad y facultades morales; y más aún, por las gracias sobrenaturales.
«Et præsit…»: Dios concede al hombre un dominio sobre todos los animales como distintivo de su imagen divina: Dios es rey de todas las criaturas, el hombre será rey universal de toda la creación corporal y lugarteniente de Dios en ella 3.
«Et creavit Deus hominem ad imaginem suam; ad imaginem Dei creavit illum; masculum et feminam creavit eos»: tenemos aquí el primer poema de la Biblia. Al recuerdo de la dignidad del hombre, Moisés se hace poeta y canta con acento alegre y orgulloso nuestro privilegio. El mismo pensamiento es repetido tres veces con ligeras variantes, según las leyes del paralelismo hebreo, entre las que cabe notar: • en el primer verso, el énfasis «creavit Deus hominem»; • en el segundo el énfasis «ad imaginem Dei»; • y en el tercero el plural «eos» en lugar de «illum», a causa del importante detalle «masculum et feminam»: ~d'a' ’Adam sigue siendo nombre colectivo que designa a la especie humana, pero con distinción de sexos en orden a la procreación.
«Benedixitque illis…»: con un doble fin: • su pronta propagación sobre la tierra, para proveer a la conservación de la especie; • su dominación total sobre toda la tierra, que Dios somete al imperio del hombre. Santo Tomás señala que Dios bendice al hombre y a los animales en orden a la procreación, para mostrar que no hay pecado en el acto de la generación.
«Ecce dedi vobis…»: el Creador no provee menos a la conservación de los individuos que a la de las especies, y les asigna para ello el alimento que renovará continuamente sus fuerzas, y que será: • para el hombre, las plantas herbáceas que llevan semilla (cereales, legumbres) y los árboles frutales 5; • para los animales, según el hebreo, la hierba verde o pasto 6. 
«Viditque Deus cuncta quæ fecerat; et erant valde bona»: admirable conclusión de la obra de los seis días. Considerado aisladamente, el trabajo de cada día y cada uno de los seres había parecido al Creador simplemente «bueno»; pero una visión global de todo lo hecho, las armonías recíprocas de todos los seres, el hombre unificándolos todos y las perfecciones del Creador brillando tanto en los más grandes como en los más pequeños, hace que Dios considere todo el conjunto de su obra «muy bueno».

No hay comentarios.: