MILITANCIAS PARALELAS
Conviene ver el tema de la militancia a la luz de un problema
serio que, en términos generales, llamamos revolución o subversión cultural. La
revolución cultural es como un castillo (símil de nuestra propia alma) que ha sido
tomado, vencido, y gobernado por el enemigo quien ingresó allí en un caballo de
Troya.
El ideal revolucionario tiene claras estrategias y métodos,
todos en plena vigencia y utilización —vinculados a medios de comunicación, educación,
lenguaje, sentido común— pero tiene sobre todo un claro fin que es ganar nuestra
alma.
Y aquí ya empiezan las distinciones: ganar nuestra alma,
sí, pero sin que ella sea arrebatada, sino que seamos nosotros quienes se la entreguemos. Podemos pensar con categorías
anticristianas, aún sin saberlo.
Es el ideal revolucionario metido en nuestro propio corazón,
en nuestra manera de pensar, en nuestros afectos, en nuestros criterios. Es como un cambio desde adentro. La revolución cultural logra, como dice Gambra,
una rendición sin lucha.
La revolución cultural anticristiana ha mantenido en claro
que la principal guerra es espiritual, por las almas, por el poder del mundo. Es una guerra de fondo, pero cambiando las armas,
las estrategias, el escenario. Es la que nos puede hacer practicar el mal, creyendo
que hacemos el bien. Porque hace que obremos, sintamos, pensemos como quiere la
ideología, pero desde adentro, como programados.
Es razonable desconfiar de las propias categorías mentales
y acá es donde cobra más fuerza aún la guía de los maestros.
La traición al verbo, la perversión del lenguaje, el no
llamar a las cosas por su nombre tiene una raíz teológica, pero también es una
de las principales estrategias de la revolución. La revolución anticristiana ha
arrebatado el sentido de las palabras dejando el sonido. Han violado sistemáticamente
las palabras. ¿Qué significa amor, paz,
autoridad, política, en los labios de un revolucionario?
En la concesión liviana al sentido pervertido de las palabras
hay o puede haber ya un indicio de que la revolución se nos está ganando en el
alma. Hablamos como pensamos, pero vamos pensando como hablamos. El lenguaje
es, en la revolución, el modo privilegiado de manipulación del pensamiento. Nosotros
hemos aceptado las reglas de juego, hablamos el lenguaje del enemigo (como si
las palabras fueran etiquetas). Una de esas palabras es militancia.
El marxismo usa el término militancia, apelando extrañamente a un lenguaje castrense. Mostrando
una vez más una contradicción evidente, predican el desorden pero están perfectamente
alineados (en todos los sentidos), repudian las armas pero están repletos de artillería,
desprecian el lenguaje militar pero hablan de formación, de comandante, de lucha,
de militancia. Existe entonces una distinción que es urgente hacer, y un término
que es preciso rescatar: militancia.
Como los pedagogos recomiendan dar ejemplos, vamos a hacer,
a efectos didácticos, un breve paralelismo en torno a este término, o —mejor dicho—
un breve antagonismo, entre el verbo y su caricatura. Este paralelismo intenta ser riguroso en lo
doctrinario y no un mero juego de contraposiciones. Distingamos entonces, para
reconocer la verdadera militancia, entre Los
caballeros de Cristo y los pibes de
La Cámpora.
1) El camporista se apoya
en una base dialéctica, marxista, piquetera; la serenidad y el orden le resultan
insoportables. Crece y se desarrolla sobre el conflicto y la contradicción. El
militante cristiano distingue paz de pacifismo, ama y anhela la paz, pero sabe
que no hay paz sin orden ni justicia. El militante marxista milita porque busca
el desorden, el choque, la oposición. Todo
esto es principio y fundamento del movimiento marxista. El militante cristiano
combate porque añora y ama la paz, la paz verdadera.
2) La Cámpora trabaja para el orden social marxista, o el desorden social
marxista, es decir su meta es Cuba o Venezuela. Los soldados de Cristo trabajamos
para el Reino, nuestro anhelo es la Cristiandad y al fin de cuentas el Banquete
Celestial. El socialista habla del cielo (si le conviene, como el saludo cristínico
al Papa) para afirmarse en la tierra. El
soldado cristiano trabaja en la tierra para ganarse un lugar en el cielo.
3) El pibe de La Cámpora cree que hacer política es ganar
elecciones esencialmente fraudulentas, perpetuarse en el poder, manipular al
hombre de bien, disponer de fondos. Para el militante cristiano, hacer política
es procurar el bien común natural, y ordenarlo
al bien común sobrenatural.
4) Para La Cámpora, militar es acumular poder,
torcer voluntades, manipular decisiones, recibir medallas y doctorados. Para el
cristiano militar es servir, la jefatura es servicio, el señorío es humillarse
al último lugar para el reconocimiento y al primero para los riesgos y la contienda.
Por eso, modelo de militante marxista es N. K. con fama de cobarde desde la década
del ‘70 y repudiado hasta por los mismos montoneros coherentes. Y modelo de militante
cristiano es el Perro Cisneros o el
Teniente Estévez, muertos por ocupar libremente el primer lugar en el puesto de
combate.
5) El pragmatismo y el testimonio. El militante marxista cifra su acción en el
pragmatismo como fin último y por eso es maquiavélico. La ideología debe imponerse, como sea. El militante
cristiano sabe que su acción es esencialmente testimonial, que no se trata de
vencer sino al menos de combatir, que el enemigo no se mide por la cantidad sino
por la maldad que representa y encarna. El camporista dice que hay que llegar
al poder y mantenerse en él, cueste lo que costare. El militante cristiano dice
que hay que salvar el alma, cueste lo que costare. Decía al respecto Santiago
de Estrada: La pureza del caballero es un
requisito para participar del Misterio y su fortaleza es el fruto de tal participación. La Sangre es ineludiblemente uno de los elementos
que dan testimonio de la Verdad.
6) Se combate por dinero
(o algún equivalente) o por amor. El honor de Cristo Rey no puede tener precio,
o en todo caso, el precio es nuestra vida. ¿O le vamos a dar menos? El militante
cristiano debe preguntarse antes de salir, por qué y por Quién. El camporista
se pregunta por cuánto, porque sus amores tienen precio y condición. La prostitución
generalizada en la que vivimos no se soluciona
cerrando solamente los prostíbulos.
7) El camporista cree que
militar es sobornar masas, recolectar aplausos y llenar micros, todo en un frenético
activismo. El militante cristiano sabe que en cada amanecer lo espera el combate
más duro y el primero que es el interior. El camporista tiene un insuperable
perfil histriónico. Valga como simple ejemplo el desempeño de la principal camporista:
ella. El militante cristiano percibe a cada momento la gravedad del vencerse a
sí mismo. Y por eso entiende la militancia con temor y temblor, porque sabe que
en el silencio, frente a Dios, se libran los combates más duros.
8) Base social y demagógica
o teológica y mistérica. No se es militante porque despreciables urnas
de este sistema perverso unjan al elegido ni porque el pueblo amorfo, fruto del
liberalismo, lo aclame. Se es militante porque no hay paz sobre la tierra hasta
que Cristo reine, se es militante porque al
salir el sol entrarás en un campo de batalla, como decía Marechal; en fin,
se es militante porque como dice la Palabra Divina, milicia es la vida del hombre sobre la tierra. Para el camporista
la militancia viene por unción popular, para el cristiano por mandato divino.
9) El camporista levanta
la bandera ideologizada de los derechos humanos. Bandera que ha resultado muy redituable económicamente,
un excelente medio para la revolución cultural y el modo marxista de perpetuarse
en el poder. El militante cristiano levanta la bandera de los derechos divinos.
Hoy más que nunca, Dios es el gran ofendido, Nuestro Señor, como otro viernes
santo, es el Gran Ultrajado. Y si bien con un soplo reduciría a polvo a los infames
ha querido necesitar de nuestros brazos para el combate.
Guerrea por el Señor y el Señor guerreará
por ti. Somos nosotros los que tenemos
el tesoro de la verdad. ¿Cómo dueños?
No, como testigos. ¿Cómo dueños? No, más
que eso. Como hijos. Por eso, insistimos, no entregamos nada, ni los términos.
O dicho mejor, no entregamos nada, empezando por el verbo.
Jordán Abud
Tomado de Cabildo, por la Nación contra el Caos...
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