Queridos amigos y benefactores:
En este fin de año conviene echar una mirada
sobre los principales acontecimientos de la Iglesia y de la Fraternidad
para sacar las lecciones que nos permitirán contribuir al progreso del
reino de Nuestro Señor Jesucristo.
En este análisis de la situación actual no olvidaremos que “todo está
en las manos” de la divina Providencia, que, sin disminuir la libertad
de los hombres, dispone infaliblemente todas las cosas para que cooperen
al bien de los que aman a Dios (cf. Rom. 8, 28). Por ende, esto no nos
dispensa en nada de nuestras obligaciones, ¡todo lo contrario! ¡“La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto”! (Jn. 15, 8)
Me parece que es necesario evocar una vez más la dimisión del Papa
Benedicto XVI y la elección de su sucesor, el Papa Francisco. El
soberano pontífice venido de Argentina se presentó desde los primeros
días como muy diferente de todo lo que habíamos visto hasta ahora. La
reciente Exhortación apostólica Evangelii gaudium ilustra (…)
lo difícil que es comprender a una persona que no encaja en los cánones
acostumbrados, que no duda en formular críticas vehementes y repetidas
al mundo contemporáneo y a la Iglesia moderna. Enuncia muchos verdaderos
problemas; pero podemos preguntarnos sobre la eficacia de las medidas
preconizadas y dudar de su realización. No es fácil curar un enfermo
moribundo, ¡y ciertos tratamientos más revolucionarios todavía que los
empleados a tal efecto podrían acabar con él! No les ocultamos nuestros
temores respecto del futuro de la Iglesia según una vista humana.
Creemos firmemente en la asistencia del Espíritu Santo prometida a la
Esposa de Cristo, pero sabemos que ella no impide que los hombres de
Iglesia puedan realmente perder las almas conduciéndolas al infierno.
A primera vista, no se podría decir que los meses transcurridos del nuevo pontificado hayan mejorado esta situación.
Al par que conservamos la esperanza de que un reencauzamiento
auténticamente inspirado por Dios sucederá algún día, la realidad de los
sufrimientos espirituales de la Iglesia militante se mantiene como tal.
¡Muchos de sus miembros ignoran hasta lo que se pone en juego en sus
vidas! A comienzos del siglo XX San Pío X decía que la primera causa de
la pérdida de las almas era la ignorancia religiosa, el desconocimiento
de las verdades de la fe. Esto se ha agravado tanto por la disminución
del número de sacerdotes, que se hace sentir gravemente no sólo en
Europa y en otras partes, como por la formación dispensada en los
seminarios. El cambio de Papa no ha modificado en nada esta situación
desastrosa, y la reafirmación de las lamentables orientaciones del
Concilio Vaticano II nos hacen temer que como las mismas causas producen
los mismos efectos, la situación global de la Iglesia católica siga
siendo dramática, y que no tenga visos de mejorar. Las canonizaciones de
los dos papas estrechamente ligados al desarrollo y a la aplicación del
Concilio Vaticano II no arreglarán las cosas. Además, los recientes
anuncios de la descentralización del poder pontificio – de su dilución
en una colegialidad mayor –, aplaudidos por los peores modernistas, como
Hans Küng, no hacen sino aumentar nuestros temores para el futuro.
En medio de estas preocupaciones, el bien de la Iglesia toda debe
permanecer caro a todo corazón católico. Los progresos de nuestra
Fraternidad cuya realización nos está a la vista, son una causa de
alegría y de acción de gracias y la prueba en los hechos de que la
fidelidad a la fe y a la disciplina tradicional produce siempre los
frutos benditos de la gracia.
Los 43 nuevos seminaristas ingresados en octubre en nuestros
seminarios del hemisferio norte y los aproximadamente 120 seminaristas
en formación en nuestras casas, son una verdadera consolación. En los
Estados Unidos avanza mes a mes la construcción de un nuevo seminario
más grande y más bello en Virginia. Si todo va bien, a partir de 2015
esta casa abrirá sus puertas para continuar la obra de formación
sacerdotal tan necesaria, que se lleva a cabo actualmente en Winona,
Minnesota.
Durante este tiempo nuestros queridos sacerdotes recorren el mundo
hacia nuevos fieles que nos descubren y nos piden ayuda. Los sacerdotes
nombrados en América Central y en África no bastan para las misiones que
hemos establecido en Costa Rica, Honduras, Nicaragua, El Salvador; en
África, Gana, Tanzania, Zambia, Uganda reciben la visita regular de
nuestros misioneros, pero ello es tan poco para saciar la sed espiritual
de tantas y tantas almas… ¡Señor, danos sacerdotes!
En un mundo cada vez más hostil a la observancia de los mandamientos
de Dios, debemos preocuparnos verdaderamente por formar almas bien
templadas, que tomen en serio su santificación y su salvación. Eso nos
conduce naturalmente a dar una gran importancia a nuestros colegios y a
su desarrollo. En estas obras de formación invertimos la mayor parte de
nuestros recursos y energías, tanto humanas como materiales. En el mundo
entero sacerdotes y religiosos se consagran a la tarea magnífica de la
educación y de la enseñanza católicas en más de un centenar de
establecimientos.
Bien conscientes, queridos fieles, que la salvación de un alma se
prepara desde la cuna, luchamos con todas nuestras fuerzas para
conservar el tesoro del hogar católico, foco de santidad en medio de un
mundo decadente que sólo puede conducir las almas al infierno. Sopesamos
bien y compartimos las preocupaciones de los padres de familia, que han
comprendido que la salvación de las almas de sus hijos no tiene precio.
Sí, hay que estar dispuesto a sacrificar todos los bienes temporales –
hasta a dar su propia vida –, para asegurar la eternidad bienaventurada
de un alma.
Sabemos que hay algo de sobrehumano en lo que se pide a un católico
hoy en día. El apoyo tradicional que antaño se podía encontrar en la
organización cristiana de la sociedad temporal es ahora inexistente. En
todas partes vemos una vorágine de errores en el ámbito de la fe – hasta
la herejía –, un relajamiento de la moral – en particular por el
abandono de las leyes del matrimonio y de la familia –, y una tibieza
sin precedente de la vida cristiana. La nueva liturgia deja muchas almas
exangües… ¡Jerusalem desolata est! También en este ámbito, las obras de la Fraternidad son como un oasis en el desierto, como islotes en medio de un mar hostil.
En este contexto dramático nos parece muy necesario lanzar una nueva
cruzada en el mismo espíritu que las precedentes, teniendo ante nuestros
ojos los pedidos y las promesas del Corazón Inmaculado de María tal
como fueron expresadas en Fátima, pero insistiendo sobre todo en esta
oportunidad sobre su carácter universal. Debemos poner todo nuestro
corazón, toda nuestra alma en esta nueva cruzada: no debemos
contentarnos con la recitación diaria del rosario, sino que debemos
cumplir cuidadosamente el segundo punto pedido por nuestra Señora, que
es la penitencia. Oración y penitencia. Penitencia, entendida
ciertamente como la aceptación de ciertas renuncias, pero sobre todo
como la realización fidelísima de nuestro deber de estado.
Por eso esta cuarta cruzada se apoyará sobre aquella querida por
Mons. Marcel Lefebvre desde 1979. Una cruzada centrada en la santa Misa
que es la fuente de toda gracia, de toda virtud. En el sermón de su
jubileo sacerdotal, en Paris, nos llamaba con fuerza a esta triple
cruzada: cruzada de los jóvenes, cruzada de las familias, cruzada de los
jefes de familia para una civilización cristiana.
Nuestro venerado fundador declaraba entonces: “Creo que puedo
decir que debemos hacer una cruzada apoyada en el santo Sacrificio de la
Misa, en la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, apoyada en esa roca
invencible y en esta fuente inagotable de gracias que es el santo
Sacrificio de la Misa. (…) Necesitamos una cruzada, una cruzada
basada precisamente en esta noción de sacrificio, para recrear la
cristiandad, reconstruir una cristiandad tal como la Iglesia la quiere,
tal como lo ha hecho, siempre con los mismos principios, el mismo
sacrificio de la misa, los mismos sacramentos, el mismo catecismo, la
misma Sagrada Escritura. Debemos recrear esta cristiandad; vosotros, mis
queridos hermanos, sois la sal de la tierra, la luz del mundo, a
vosotros se dirige Nuestro Señor cuando dice: «No desperdiciéis el fruto
de mi Sangre, no abandonéis mi Calvario, no abandonéis mi Sacrificio». Y
la Virgen María, que está al pie de la Cruz, os lo dice también. Ella,
que tiene el corazón traspasado, colmado de sufrimientos y de dolores, y
al mismo tiempo lleno de alegría por unirse al Sacrificio de su divino
Hijo, ella os dice también: «¡Seamos cristianos, seamos católicos!»”
Mons. Lefebvre definía el rol que cada uno –jóvenes, familias, jefes de familia – debía tener en esta cruzada:
“Si queremos ir al cielo debemos seguir a Nuestro Señor
Jesucristo, cargar nuestra cruz y seguir a nuestro Señor Jesucristo,
imitarlo en su Cruz, en su sufrimiento, en su sacrificio. Así pues,
exhorto a los jóvenes, a los jóvenes que están aquí, en esta sala, a
pedir a los sacerdotes que les expliquen estas cosas tan hermosas, tan
grandes, para que elijan su vocación, y que en todas las vocaciones que
pueden elegir, ya sean sacerdotes, religiosos o casados, abracen la Cruz
de nuestro Señor. Si desean formar una familia por el sacramento del
matrimonio y por tanto en la Cruz de Jesucristo y en la Sangre de
Jesucristo, casados bajo la gracia de Nuestro Señor Jesucristo,
comprendan la grandeza del matrimonio y que se preparen dignamente a él
por la pureza, la castidad, por la oración, por la reflexión. Que no se
dejen llevar por tantas pasiones que agitan el mundo. ¡Cruzada de
jóvenes que deben buscar el verdadero ideal!
“¡Cruzada también de las familias cristianas! Familias cristianas
que estáis aquí, consagraos al corazón de Jesús, al Corazón Eucarístico
de Jesús, al Corazón Inmaculado de María. ¡Rezad en familia! Bien sé
que muchos entre vosotros lo hacéis, ¡pero que haya cada vez más
familias que recen con fervor! ¡Que Nuestro Señor reine verdaderamente
en vuestros hogares! (…)
“Por último, cruzada de los jefes de familia. Vosotros, jefes de familia, tenéis una grave responsabilidad en vuestro país. (…) Acabáis
de cantar «¡Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!» ¿Se
trata de palabras? ¿Tan sólo de palabras? ¿Palabras y cantos? ¡No! Debe
ser una realidad. Jefes de familia, vosotros sois los responsables de
ello, para vuestros hijos, para las generaciones que seguirán. Debéis
organizaros, reuniros, cooperar para lograr que Francia [vuestra nación]
vuelva a ser cristiana, católica. No es imposible, o entonces hay que
decir que la gracia del santo Sacrificio de la misa no es más la gracia,
que Dios no es más Dios, que Nuestro Señor Jesucristo no es más Nuestro
Señor Jesucristo. Hay que confiar en la gracia de Nuestro Señor
Jesucristo, pues Nuestro Señor es todopoderoso. Yo he visto esta gracia
en acción en África, no hay razón para que no actúe también aquí, en
nuestros países”.
Luego, dirigiéndose de manera especial a sus sacerdotes, Mons. Lefebvre les pedía: “Y
vosotros, queridos sacerdotes que me escucháis, haced también una unión
sacerdotal profunda para difundir esta cruzada para que Nuestro Señor
reine. Y para ello debéis ser santos, debéis buscar la santidad, mostrar
esa santidad, esa gracia que obra en vuestras almas y en vuestros
corazones, esa gracia que recibís por el sacramento de la Eucaristía y
por la santa Misa que ofrecéis. Sólo vosotros podéis ofrecerla.”
Animados por estas palabras vibrantes de nuestro fundador, todos los
miembros de la Fraternidad formarán con vosotros, queridos fieles, una
gran cruzada por nuestro Señor y su reino, por nuestra Señora y el
triunfo de su Corazón Inmaculado. Cuando el enemigo es declarado, según
la expresión del Apocalipsis, debemos responder a sus ataques de manera
proporcionada. ¡Dios lo quiere!
Os exhortamos, pues, a tener un espíritu de cruzada permanente,
atendiendo a la conveniencias humanas, haremos comenzar oficialmente
esta nueva cruzada del rosario el 1° de enero de 2014 para concluirla en
la fiesta de Pentecostés (8 de junio de 2014), con el objetivo de
reunir un ramillete espiritual de cinco millones de rosarios en
reparación por los ultrajes infringidos al honor de nuestra Señora, a su
Corazón de Virgen y de Madre de Dios.
Confiamos a su bondad maternal vuestras penas y vuestras alegrías,
vuestras preocupaciones y vuestras esperanzas, para que Ella os guarde
fieles a la Iglesia, hasta el cielo.
+ Bernard FELLAY En la fiesta de San Nicolás, 6 de diciembre de 2013.
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