Para concluir el año de la Fe, el Santo Padre, el Papa Francisco, publicó la Exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”
sobre la predicación del Evangelio en el mundo de hoy. Debido a su
extensión –289 puntos–, este documento requiere de parte del lector y
del teólogo un gran esfuerzo para estudiarlo correctamente. Se hubiera
podido decir más con menos palabras. Las siguientes líneas tratarán de
proporcionar un primer resumen de la obra, seguramente incompleto.
I
1) La
ocasión del documento es el Sínodo de los obispos que se llevó a cabo
el año pasado desde el 7 hasta el 28 de octubre, sobre el tema de la
nueva evangelización: “Acepté con gusto el pedido de los Padres sinodales de redactar esta Exhortación”
(nº 16). Al mismo tiempo este documento fue presentado por el nuevo
pontífice como una suerte de directorio. Esta doble finalidad y la
prolijidad del Papa tienen por consecuencia que este documento no
presenta estructuras claras. Le falta precisión, rigor y claridad. Así
por ejemplo, se dedica un largo pasaje a la situación económica del
mundo contemporáneo y un poco más adelante se destaca la importancia de
la predicación, llegando a proporcionar los detalles de su preparación.
Varias veces se plantea la cuestión de la descentralización de la
Iglesia; a su vez se tratan abundantemente las cuestiones ecuménicas e
interreligiosas. El documento, además, no está desprovisto de
contradicciones: el Papa precisará de este modo que no se trata de una
encíclica social, pero seguidamente se exponen las condiciones
económicas siguiendo un modelo similar al que usaron las encíclicas de
los Papas anteriores.
2) El
Papa Francisco habla de la Iglesia como si, hasta el día de hoy, no
hubiera transmitido el Evangelio o lo hubiera hecho de una manera
imperfecta. Él lamenta una actitud despreocupada, letárgica y cerrada.
Esta reprimenda constante nos toca y genera disgusto. Se tiene la
impresión de que, hasta ahora, pocas cosas se hicieron para la
transmisión de la fe y del Evangelio. Sus comentarios siempre van
acompañados de una referencia a su propia persona. El uso de la primera
persona del singular (yo) se encuentra nada menos que 184 veces en el
documento, y no se cuentan las palabras “mi” o “mí”. La palabra de Dios en el Apocalipsis se presenta casi automáticamente a nuestra mente: “Ecce nova facio omnia: He aquí que yo renuevo todas las cosas” (Apoc. 21, 5).
3) El documento encierra sin duda varias consideraciones positivas, que no se pueden silenciar. Mencionemos algunas:
En el nº 7 se dice: “la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría”. ¡Cuánto acierto en esta comprobación!
En el nº 22 se lee: “La Palabra tiene en sí
una potencialidad que no podemos predecir. El Evangelio habla de una
semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola también cuando el
agricultor duerme (cf. Mc 4,26-29).” La acción de la gracia supera, efectivamente, todos los cálculos humanos.
En el nº 25 se recuerda que “Ya no nos sirve una simple administración”.
¡Dios quiera que los obispos y los sacerdotes valoren esta palabra y
abandonen las comisiones, los comités, los foros y la vasta burocracia
para obrar en verdaderos teólogos y pastores!
El nº 37 nos ofrece un hermosísimo párrafo, con
una larga cita de la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino. No
podemos dejar de citar ese punto en su integralidad: “Santo Tomás de
Aquino enseñaba que en el mensaje moral de la Iglesia también hay una
jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden (S. Th. I-II, q. 66, a. 4-6). Allí lo que cuenta es ante todo «la fe que se hace activa por la caridad» (Gálatas 5, 6). Las
obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de
la gracia interior del Espíritu: «La principalidad de la ley nueva está
en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe que obra por
el amor» (S. Th. I-II, q. 108, a. 1). Por ello explica que, en
cuanto al obrar exterior, la misericordia es la mayor de todas las
virtudes: «En sí misma la misericordia es la más grande de las virtudes,
ya que a ella pertenece volcarse en otros y, más aún, socorrer sus
deficiencias. Esto es peculiar del superior, y por eso se tiene como
propio de Dios tener misericordia, en la cual resplandece su
omnipotencia de modo máximo»” (S. Th. II-II, q. 30, a. 4.; cf. ibid. q. 40, a.4, ad 1.).”
En el nº 42 el Papa insiste sobre el hecho que la predicación debe, antes que nada, tocar los corazones: “Por
ello, cabe recordar que todo adoctrinamiento ha de situarse en la
actitud evangelizadora que despierte la adhesión del corazón con la
cercanía, el amor y el testimonio.”
Del nº 52 hasta el nº 76, trata de los aspectos
económicos y pone de manifiesto puntos interesantes. Se condena
fuertemente el capitalismo desenfrenado, que no es sino “el resultado de una reacción humana frente a la sociedad materialista, consumista e individualista” (nº 63). “El
individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que
debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las
personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares” (nº 67). Y el Papa concluye en el nº 69 que es imperativo “evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio”,
es decir que el Evangelio debe arraigarse en la sociedad y en la vida
de los pueblos. Pero ¿por qué no habla allí, como lo hicieron sus
predecesores antes del Concilio Vaticano II, del Estado católico y de la
sociedad cristiana, que se presentaban como frutos de la fe católica, y
también, por una consecuencia lógica, como una protección de esa fe?
¿Quizás hubiéramos esperado que además de estos lamentos legítimos sobre
la economía actual, se haga referencia a “Quadragesimo anno” del Papa Pío XI, para señalar los principios conduciendo a las condiciones económicas justas?
El nº 66 plantea el tema de la familia, pero
omite recordar que el matrimonio es la unión indisoluble entre un hombre
y una mujer, mientras que la moda actual de las uniones libres y la
reivindicación de la comunión para los divorciados-vueltos a casarse, lo
hubiera reclamado. Asimismo, se hubiera esperado que una mayor atención
se prestase a la familia cristiana en el documento papal, puesto que
por medio de ella se realiza la transmisión del Evangelio de generación
en generación.
En los nº78 y 79, el Papa describe con lucidez la vida espiritual de los años posconciliares: “Hoy
se puede advertir en muchos agentes pastorales, incluso en personas
consagradas, una preocupación exacerbada por los espacios personales de
autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero
apéndice de la vida, como si no fueran parte de la propia identidad. (…) Así,
pueden advertirse en muchos agentes evangelizadores, aunque oren, una
acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del
fervor. Son tres males que se alimentan entre sí. La cultura mediática y
algunos ambientes intelectuales a veces transmiten una marcada
desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia y un cierto desencanto. Como
consecuencia, aunque recen, muchos agentes pastorales desarrollan una
especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar u
ocultar su identidad cristiana y sus convicciones.” ¡Los servidores
de la Iglesia deberían tomar las armas del Espíritu y creer en la
eficacia y la fecundidad de todos los medios que Cristo puso en manos de
su Iglesia: la oración, la predicación integral de la fe, la
administración de los sacramentos, la celebración del Santo Sacrificio
de la Misa, la adoración del Santísimo Sacramento del altar! En lugar de
eso, sucumben a “la conciencia de derrota que (los) convierte
en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie puede
emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo.
El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y
entierra sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias
fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y
recordar lo que el Señor dijo a San Pablo: «Te basta mi gracia, porque
mi fuerza se manifiesta en la debilidad» (2 Co 12,9). El
triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo
es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los
embates del mal.” (nº 85)
El nº 104 tiene particular relevancia, puesto
que reafirma que el sacerdocio, como signo de Cristo-Esposo, es
reservado a los hombres: “El sacerdocio reservado a los varones,
como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una
cuestión que no se pone en discusión.”
En el nº 112 se pone de manifiesto la gratuidad de la gracia y de la obra de la Redención: “La
salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia. No hay
acciones humanas, por más buenas que sean, que nos hagan merecer un don
tan grande. Dios, por pura gracia, nos atrae para unirnos a sí.” En el punto siguiente se recuerda muy atinadamente que la salvación no es un asunto individual: “Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas.” El hombre, por consiguiente, se salva en la Iglesia y por la Iglesia, o no se salva.
En el nº 134 se subraya la importancia de las
universidades y de las escuelas católicas por la predicación de la fe y
del Evangelio. Se puede deplorar, sin embargo, la poca cantidad de
renglones dedicados a esas obras.
El nº 214 se opone al asesinato del niño por
nacer, viviendo todavía en el seno materno. Lamentablemente el Papa no
se refiere de ninguna manera a la injustica cometida contra Dios, y por
eso tampoco al orden natural ni a los mandamientos, sino sólo al valor
de la persona humana.
En el nº 235 se enumeran sanos principios para luchar contra el individualismo: “El todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas.” El párrafo entero tiene como título: “El todo es superior a la parte.” Desarrollar el tema del bien común en ese lugar hubiera ciertamente podido hacer mucho bien. Lamentablemente no es el caso.
En el nº 267 se describe admirablemente el entusiasmo misionero y la actividad apostólica: “Unidos
a Jesús, buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él ama. En definitiva,
lo que buscamos es la gloria del Padre; vivimos y actuamos «para
alabanza de la gloria de su gracia» (Ef 1,6). Si queremos
entregarnos a fondo y con constancia, tenemos que ir más allá de
cualquier otra motivación. Éste es el móvil definitivo, el más profundo,
el más grande, la razón y el sentido final de todo lo demás. Se trata
de la gloria del Padre que Jesús buscó durante toda su existencia.”
II
Bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu,
nos dice el clásico principio de moral. El bien proviene de cierta
integridad, mientras que, por el contrario, si alguna parte esencial de
una cosa es mala, el conjunto es malo. Las hermosas partes del documento
papal, que nos alegraron, no pueden impedirnos comprobar la firme
voluntad de realizar el Concilio Vaticano II no sólo según la letra,
sino también según el espíritu. La trilogía Libertad religiosa – Colegialidad – Ecumenismo que, según las palabras de Mons. Lefebvre, corresponde al lema de la Revolución francesa: Libertad – Igualdad – Fraternidad, se encuentra desarrollada de una manera sistemática.
1) Primero en los nº 94 y 95, se reprimenda a los fieles de la Tradición, y hasta se los acusa de neo-pelagianismo: “Es
una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un
elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que
se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el
acceso a la gracia se gastan las energías en controlar… Ni Jesucristo
ni los demás interesan verdaderamente… En algunos hay un cuidado
ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia,
pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el
Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia.”
¿Cómo puede el Papa pensar esto? ¿Acaso no
muestra precisamente lo contrario el dinamismo de los fieles católicos
arraigados en la fe? Sin hablar de nuestra Fraternidad, ¿acaso se ven a
los Franciscanos de la Inmaculada, una joven congregación misionera
floreciente, que se encuentra ahora gravemente mutilada –si no
destruida– por la intervención brutal del Vaticano? El documento añade
después: “Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos.”
Según señalamos más arriba, se hace una simple
alusión –en una sola oración– a las escuelas católicas, instrumentos
importantes de recristianización. Estos establecimientos son
precisamente para nosotros un medio de transmitir el Evangelio. En
nuestra Fraternidad tenemos la alegría de abrir nuevas escuelas todos
los años.
2) En
este documento falta verdaderamente el sentido de la realidad, lo cual
acarrea la ilusión de que la verdad vencerá por sí misma al error. Esta
perspectiva se apoya sobre la parábola de buen grano y de la cizaña (nº
225): muestra “cómo el enemigo puede ocupar el espacio del Reino y
causar daño con la cizaña, pero es vencido por la bondad del trigo que
se manifiesta con el tiempo.” Tal interpretación es un contrasentido respecto de la parábola y una falsificación del Evangelio.
La falta de realismo se ve asimismo en el nº 44, en el cual se exhorta a los sacerdotes a no hacer del confesionario “una sala de torturas”.
Si bien tales excesos existieron efectivamente por allí o por allá a lo
largo de la historia de la Iglesia, ¿dónde se ven hoy en día? ¿No
hubiera sido mejor añadir un capítulo sobre la confesión –mencionando
sus aspectos de liberación del pecado, emancipación de la culpabilidad y
reconciliación con Dios–, como punto culminante de la nueva
evangelización y de la renovación interior de las almas?
Tal ingenuidad –que no es sino un
cuestionamiento del pecado original, o por lo menos de sus consecuencias
en las almas y en la sociedad– se manifiesta asimismo en el nº 84, en
el cual se cita el discurso de apertura del Concilio Vaticano II,
discurso lleno de ilusiones, del Papa Juan XXIII: “Nos parece justo
disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre
infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese
inminente… No ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina.” Lamentablemente los años posconciliares dieron la razón a los “profetas de calamidades”.
3) Resulta muy extraña la observación hecha en el nº 129, según la cual no se debe pensar que “el
anuncio evangélico deba transmitirse siempre con determinadas fórmulas
aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido
absolutamente invariable.” Esto nos recuerda inevitablemente la
doctrina de la evolución de los dogmas, tal como la defienden los
modernistas y tal como ha sido expresamente condenada por el Papa San
Pío X en el juramento antimodernista.
Dicha actitud evolucionista se revela también a
propósito de la Iglesia y de sus estructuras. La primera parte del
capítulo 1 del documento lleva como título “la transformación misionera de la Iglesia”. Se presenta al Concilio Vaticano II como el garante de la apertura de la Iglesia a una reforma permanente, puesto que “hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador” (nº 26).
4) El
nº 255 habla de la libertad religiosa como un derecho fundamental del
hombre. El Papa menciona allí a Benedicto XVI, su predecesor en la Sede
de Pedro, con las siguientes palabras: (la libertad religiosa) “incluye la libertad de elegir la religión que se estima verdadera y de manifestar públicamente la propia creencia.” Semejante declaración se opone claramente a la 15ª proposición del “Syllabus” del Papa Pío IX, en la cual se condena esta afirmación: “Todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que juzgue verdadera guiado por la luz de su razón.”
A continuación el nº 255 contradice la doctrina
de los Papas desde la Revolución Francesa hasta Pío XII inclusive. El
Papa habla de un “sano pluralismo”. ¿Acaso es compatible ese
pluralismo con el conocimiento de que el Verbo, segunda Persona del
único Dios trinitario verdadero, ha venido al mundo para redimirlo, y
que Él es la fuente de todas las gracias y que sólo en Él se encuentra
la salvación?
El documento condena también el proselitismo.
Hoy en día dicho término se tornó ambiguo. Si se lo comprende como un
reclutamiento a favor de la verdadera religión con medios impropios,
ciertamente se lo debe rechazar. Sin embargo para la mayoría de nuestro
contemporáneos, se considera proselitismo no sólo cualquier actividad
misionera sino también cualquier género de reclutamiento o argumentación
a favor de la verdadera religión.
5) El
concepto de colegialidad desarrollado por el Papa será todavía más
funeste para el futuro de la Iglesia. En realidad se debería leer el nº
32 en su integralidad: “Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión [“nueva orientación”, en la versión alemana de la exhortación. NdT] del papado.” El Sumo Pontífice menciona allí la encíclica “Ut unum sint”, del Papa Juan Pablo II, en la cual “el
Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar una forma del
ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de
su misión, se abra a una situación nueva.” Concluye así el Papa Francisco: “Hemos avanzado poco en ese sentido.” ¿Estará decidido, por tanto, a progresar también sobre este punto? Pero ¿cuál es su visión? Lo dice claramente: “Pero
este deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha
explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales
que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo
también alguna auténtica autoridad doctrinal.” Según nuestra
humilde opinión, una conferencia episcopal nunca puede ser sujeto de una
autoridad doctrinal auténtica puesto que no es de institución divina,
sino que es solamente una institución plenamente humana, de índole
organizacional. El papado en sí es de institución divina, lo mismo cado
obispo por sí mismo así como todos los obispos dispersos por el mundo en
unión con Pedro, pero no así la conferencia episcopal. Si se prosigue
por este camino fatal, la Iglesia se va a desagregar muy rápidamente en
Iglesias nacionales.
Leemos en el nº 16: “Tampoco creo que deba
esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre
todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo.” Claro
que no podemos esperar que la Iglesia tome posición sobre todas las
cuestiones, pero los Papas del pasado siempre proporcionaron los
principios de acción para la conducta tanto de los individuos como de la
sociedad, y esto es lo que actualmente deberíamos esperar de la
enseñanza papal. Cristo instituyó a Pedro para que apaciente al rebaño.
6) Llegamos
finalmente al ecumenismo, al diálogo ecuménico e interreligioso. El nº
246 habla de la jerarquía de las verdades. Dicho término ambiguo fue
previamente utilizado por el Concilio Vaticano II en su decreto sobre el
ecumenismo “Unitatis Redintegratio”, en el nº 11. Seguidamente
se intentó poner de lado la verdad católica y disimular lo que pudiera
ser ocasión de tropiezo para nuestros “hermanos separados”. En 1982 la
Congregación de la Fe intervino y declaró que el término de jerarquía de
las verdades no quiere decir que una verdad es menos importante que
otra, sino que existen verdades de las cuales se deducen otras verdades
parciales. Agradecemos esta clarificación. La fe católica, virtud
teologal, exige la aceptación de la verdad integral, en razón de Dios
que se revela.
Dicha clarificación proporciona, además, un
ejemplo del modo según el cual se podrían rectificar las ambigüedades
del Concilio Vaticano II, a excepción de los puntos obviamente erróneos.
7) El
final del mismo nº 246 nos invita, a nosotros católicos, a aprender de
los ortodoxos el significado de la colegialidad episcopal y de la
experiencia de la sinodalidad.
Leemos en el nº 247 que la alianza del pueblo
judío con Dios nunca fue suprimida. ¿Acaso dicha alianza no era
instituida por Dios a fin de preparar su Encarnación salvífica en la
persona de Jesucristo? ¿No era ella una sombra y un modelo que debían
dejar el lugar a la realidad: umbram fugat veritas? ¿Acaso la
antigua alianza no fue reemplazada por la nueva y eterna Alianza
realizada en el Santo Sacrificio de Cristo en el Calvario? ¿No se rasgó
el velo del templo de arriba hacia abajo en el momento del Sacrificio
del Gólgota? Según la declaración de San Pablo en el capítulo XI de la
epístola a los Romanos, una gran parte o incluso la totalidad de los
Judíos se convertirán al fin de los tiempos. Ahora bien esto sucederá
sólo por medio del reconocimiento de Cristo, único Salvador de todos y
de cada uno de los individuos, y por la integración en la Iglesia que
reúne a paganos y a judíos convertidos. Fuera de Cristo, no existe otro
camino de salvación separado para los Judíos. Además la Iglesia ya
asimiló desde hace mucho tiempo los valores del judaísmo del Antiguo
Testamento. Recordemos especialmente la oración de los salmos y los
libros del Antiguo Testamento. No podemos tampoco hablar de una “rica complementariedad” con el judaísmo contemporáneo.
Los nº 250 a 253 hablan del Islam, y se lee en ellos que el diálogo interreligioso “es una condición necesaria para la paz en el mundo.” En el nº 252, cuando se cita el nº 16 de “Lumen Gentium” del Concilio Vaticano II, se pretende que los musulmanes “confesando adherirse a la fe de Abraham, adoran con nosotros a un Dios único.”
¿Acaso los musulmanes no rechazan expresamente el misterio de Santísima
Trinidad, y no nos reprochan ser politeístas por esta razón? El Papa
dice además que tienen una profunda veneración hacia Jesucristo y María,
usando las palabras de Nostra aetate (nº 3). ¿Acaso veneran
verdaderamente a Cristo como el Hijo de Dios, igual a Él en su esencia?
Casi parece ser un detalle sin importancia [en el documento romano. NdT]
En el punto siguiente el Papa llega a conclusiones concretas: “Los
cristianos deberíamos acoger con afecto y respeto a los inmigrantes del
Islam que llegan a nuestros países, del mismo modo que esperamos y
rogamos ser acogidos y respetados en los países de tradición islámica.” Este párrafo termina con una afirmación falsa y escandalosa: “Frente
a episodios de fundamentalismo violento que nos inquietan, el afecto
hacia los verdaderos creyentes del Islam debe llevarnos a evitar odiosas
generalizaciones, porque el verdadero Islam y una adecuada
interpretación del Corán se oponen a toda violencia.” ¿El Santo Padre habrá leído el Corán alguna vez?
En el nº 254 se plantea el asunto de los no-cristianos en general y el hecho de que los signos y ritos de ellos “pueden
ser cauces que el mismo Espíritu suscite para liberar a los no
cristianos del inmanentismo ateo o de experiencias religiosas meramente
individuales.” ¿Esto acaso no significa que el Espíritu Santo obra
en todas las religiones no-cristianas y que todas son caminos de
salvación? La fe del Islam en un único Dios verdadero es ciertamente –si
se habla de manera abstracta– superiora al politeísmo de los paganos.
Pedagógica y psicológicamente , sin embargo, es mucho más fácil
convertir a un pagano que convertir a un musulmán, puesto que este
último resulta integrado en un sistema socio-religioso: salir de este
sistema pone su vida en peligro. Pero las religiones no-cristianas no
son de ninguna manera caminos neutros de veneración de Dios, puesto que
con demasiada frecuencia se encuentran mezcladas con elementos
demoníacos que impiden que el hombre alcance la gracia de Cristo, que se
haga bautizar y así salve su alma.
Nada hizo tanto daño al cuidado y a la
transmisión de la fe durante los últimos cincuenta años como este
ecumenismo desbordante, que no es sino “la dictadura del relativismo”
religioso (Cardenal Ratzinger). Ese mal hizo desaparecer la definición
de la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo, única Esposa del Cordero
sacrificado y único camino de salvación. Ese ecumenismo, precisamente,
transformó la Iglesia misionera en una comunidad “dialogadora” ecuménica
entre otras comunidades religiosas.
En el contexto de tal ecumenismo, llamar a la
Iglesia a la alegría del Evangelio y querer transformarla en una Iglesia
misionera es bastante trágico-cómico. ¿Cómo puede ella pensar y obrar
de una manera misionera mientras no cree en su propia identidad y en su
misión?
Conclusión
Si bien la Exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”
encierra aspectos justos, a modo de semillas dispersas, en su conjunto
sin embargo no es sino un desarrollo consecutivo del Concilio Vaticano
II, en sus conclusiones más inaceptables. No encontramos en este
documento “caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años”
(nº 1) sino más bien otro paso funeste hacia el declive de la Iglesia,
la descomposición de su doctrina, la disolución de sus estructuras e
incluso la extinción de su espíritu misionero –si bien se lo menciona
repetidas veces–. De este modo “Evangelii Gaudium” se vuelve Dolor fidelium, una angustia y un dolor para los fieles.
Los católicos aficionados a la Tradición de la Iglesia deben seguir el lema del pontificado de San Pío X: Instaurare omnia in Christo, Instaurarlo todo en Cristo. Este es el único camino, la única vía “para la marcha de la Iglesia en los próximos años” (nº 1). Refugiémonos, por tanto, con el Rosario diario cerca de Aquella que venció todas las herejías en el mundo.
Padre Franz Schmidberger Director del Seminario Herz Jesu de Zaitzkofen (Alemania)
Tomado de www.fsspx-sudamerica.org
Fuente. DICI. http://www.dici.org
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