La llegada de un nuevo Papa
La llegada de un nuevo Papa puede semejarse a
una especie de puesta a cero de los contadores. Sobre todo con un papa
que, en su manera de hacer, de hablar, de intervenir, se distingue de
sus predecesores con gran contraste. Eso puede hacer olvidar el
pontificado precedente y es un poco lo que ha pasado, en todo caso al
nivel de ciertas líneas conservadoras o restauradoras ordenadas por el
Papa Benedicto XVI. Bien seguro que las primeras intervenciones del Papa
han aportado mucha imprecisión y hasta casi una contradicción, en todo
caso una oposición con respecto a esas líneas restauradoras.
Un ejemplo: los Franciscanos de la Inmaculada
Siguen en su espiritualidad las indicaciones del Padre Maximilian Kolbe.
Esto es muy interesante porque Maximilian Kolbe quiere el combate para
la Inmaculada, el combate por la Inmaculada, la victoria de Dios contra
los enemigos de Dios – se puede utilizar verdaderamente el término – y
notoriamente los francmasones. Es muy interesante ver esto. Ese combate
contra el mundo, contra el espíritu del mundo los ha acercado a
nosotros, casi por naturaleza se puede decir, porque adherir al combate
contra el mundo de alguna manera implica la Cruz. Implica los principios
eternos de la Iglesia: lo que se llama el espíritu cristiano. Ese
espíritu cristiano está magníficamente expresado en la antigua Misa, en
la Misa tridentina. Tanto que cuando Benedicto XVI publicó su Motu
Proprio que concedía de nuevo ampliamente la posibilidad de celebrar la
Misa (tradicional), esta Congregación decidió en capítulo, es decir,
toda la congregación, volver a la antigua Misa y verdaderamente in globo
– considerando que tendrían muchos problemas pues tienen parroquias,
pero sin embargo que esos problemas no eran insuperables.
Uno u otro comenzó también a hacer ciertas preguntas sobre el Concilio.
Tanto que algunos descontentos, un puñado si se considera su número,
(son alrededor de 300 sacerdotes y hermanos), una decena se quejó a Roma
diciendo: “Nos quieren imponer la antigua Misa, se ataca al Concilio”.
Esto provocó una reacción muy fuerte de parte de Roma, aún bajo el
pontificado de Benedicto XVI – hay que precisarlo – sin embargo las
conclusiones, las medidas se tomaron bajo el del Papa Francisco. Esas
medidas son, entre otras, la interdicción para todos los miembros de
celebrar la antigua Misa, con algunas aperturas, permisos, eventualmente
por aquí o por allá…esto es directamente contrario al Motu Proprio que
hablaba de un derecho, que los sacerdotes tenían el derecho de celebrar
la antigua Misa y para lo que no tenían necesidad de permiso ni del
ordinario, ni de la Santa Sede. Por lo tanto es muy fuerte, allí hay
manifiestamente una señal.
Una nueva aproximación a la Iglesia
“Se cierra el paréntesis”, es la palabra
utilizada por varios progresistas al advenimiento del Papa Francisco.
Pienso que en todo caso para aquellos que se llama los progresistas, era
su voluntad. Es decir que terminado el pontificado de Benedicto XVI, se
echa al olvido ese pontificado y sus iniciativas, que trataban de
restablecer la situación, costara lo que costara, con algunas
correcciones – ¿Se puede hablar de restauración? – en parte en todo caso
había por lo menos un deseo de sacar a la Iglesia del desastre en el
que se encuentra.
Llega el nuevo Papa con diversas posiciones, atacando un poco a todo.
Todo el mundo entendió: ¡Benedicto XVI está olvidado! Se dirá: “¡Pero
no! ¡Es el mismo combate, Benedicto y Francisco, el mismo combate!”
Manifiestamente, la actitud no es para nada la misma. El planteo, la
definición de los problemas que tocan a la Iglesia ¡no es la misma! Esta
idea de introducir reformas todavía mucho más poderosas que todo lo que
se ha hecho hasta aquí… ¡en todo caso, no se tiene la impresión de que
no sea más que cosmética, esas reformas del Papa Francisco!
Entonces ¿qué será de la Iglesia? Es muy difícil decirlo.
Un clima de confusión
El advenimiento de un nuevo Papa hace olvidar
(lo que lo precedió), como una especie de partida a cero, con muchas
sorpresas, muchas heridas también, porque por sus palabras ha arañado un
poco a todo el mundo, no solamente a nosotros, sino a todos los
conservadores en general. Sobre cuestiones de moral, ha tenido tomas de
posición sorprendentes, por ejemplo esta pregunta sobre los
homosexuales: “¿Quién soy yo para juzgar?” – ¡Y bueno! El Papa, ¡que es
el soberano juez aquí abajo! Porque si hay alguien que puede juzgar, que
debe juzgar y exponer al mundo la ley de Dios, es él! No nos interesa
lo que el Papa piensa personalmente, lo que se espera de él es que sea
la voz de Cristo y por lo tanto la voz de Dios, que nos repita lo que
Dios ha dicho! Y Dios no dijo: “¿Quién soy Yo para juzgar?”
Verdaderamente Él ha dicho otra cosa: vean las condenaciones que se
encuentran en San Pablo, no solamente las del Antiguo Testamento – se
puede pensar en Sodoma y Gomorra – son muy explícitas. San Pablo, el
Apocalipsis, son muy enérgicos hacia todo ese mundo contra natura.
Entonces frases como esta, aunque hayan sido “recuperadas”, dejan la
impresión que sobre muchas cosas, se ha dicho todo y lo contrario de
todo. Eso crea un clima de confusión, desestabiliza a la gente: esperan
necesariamente claridad sobre la moral, aún más que sobre la fe, las dos
están vinculadas. La fe y la moral son los dos puntos que la Iglesia
enseña y donde la infalibilidad puede estar comprometida, y de golpe se
ve a un papa que habla en forma imprecisa…
Y eso va mucho más lejos: en ocasión de una entrevista a los jesuitas,
el Papa ataca a los que quieren claridad. ¡Es increíble! No usa la
palabra claridad; utiliza la palabra certeza, los que quieren la
seguridad doctrinal. ¡Por supuesto que se quiere! Con las palabras de
Dios mismo, Nuestro Señor que dice que no debe ser cambiada ni una sola
iota, ¡más vale ser preciso!
Un Papa menos creíble
Resulta difícil dar un juicio sobre esas
palabras porque un poco más tarde, o casi al mismo tiempo, se encuentran
palabras sobre la fe, sobre puntos de fe, sobre puntos de moral, que
son muy claras y que condenan al pecado, al demonio; afirmaciones que
explican muy fuertemente y muy claramente que no se puede ir al cielo
sin una verdadera contrición por los pecados, que no se puede esperar la
misericordia del buen Dios sino se lamentan seriamente los pecados.
Estos son recordatorios que nos alegran, ¡recordatorios bien necesarios!
Pero desgraciadamente que ya han perdido una gran parte de su fuerza a
causa de las aserciones contrarias.
Creo que una de las mayores desgracias de esas afirmaciones es que han
quitado la credibilidad, han restado una gran parte de credibilidad al
soberano pontífice, de tal manera que cuando debe hablar o deberá hablar
de cosas importantes, esos dichos serán puestos al mismo nivel que los
otros. Se dirá: “Trata de complacer a todo el mundo: un paso a la
izquierda, un paso a la derecha”. Espero equivocarme, pero se tiene la
impresión de que eso será una de las líneas de su pontificado.
Cuanto más se está en alto, en posición de autoridad, tanto más hay que
prestar atención a lo que se dice y sobre todo respecto de la palabra
del Papa. Pienso que habla demasiado. Por consiguiente su palabra está
perjudicada, vulgarizada, puede ser que en el sentido más profundo del
término. Non decet: eso no conviene; no es así como debe obrar el Papa.
No se sabe más qué es opinión privada, qué es enseñanza… Las amalgamas
se hacen inmediatamente ¡Pero quien habla es el Papa! Ahora bien, el
Papa no es una persona privada. Por supuesto que puede hablar como
teólogo privado, ¡pero es el Papa que habla, a pesar de todo! Y los
periódicos no van a decir “es la opinión privada del Papa”, sino más
bien “es el Papa, es la Iglesia que dice eso, que piensa eso”.
El Papa, hombre de acción
Creo que no osaría decirme ya capaz de hacer
una síntesis. Veo muchos elementos dispares, veo un hombre de acción –
es el primado de la acción, no hay duda – no es un hombre de doctrina.
Un argentino me decía: “Ustedes, europeos, tendrán mucha dificultad en
discernir su personalidad, porque el Papa Francisco no es un hombre de
doctrina, es un hombre de acción, de praxis. Es un hombre extremadamente
pragmático, muy pegado a la tierra”. Se ve en sus sermones, está cerca
de la gente y quizás sea eso lo que lo vuelve muy popular, porque lo que
dice toca a todo el mundo. Araña también un poco a todo el mundo, pero
está muy pegado a la tierra. No tiene mucha teoría. Se ve bien, es la
acción, simplemente.
Eso es lo que se ve. ¿Pero cuáles van a ser las incidencias, las
consecuencias sobre la vida de la Iglesia en su conjunto? ¿Es
simplemente una voz que grita en el desierto, que no tendrá ningún
efecto o por el contrario una parte de la Iglesia, la parte progresista,
va a aprovecharse? Se siente bien que les gustaría aprovecharse.
Lo que es interesante, ya ahora – en este análisis de la situación de la
Iglesia – es ver que se pronuncian palabras torpes, algunos sacan
conclusiones, después viene una “recuperación” (un intento de
restablecimiento de la doctrina). Una o dos recuperaciones ya notables,
son las intervenciones del Prefecto para la Doctrina de la Fe que
reafirma, con mucha claridad y firmeza, los puntos vacilantes del Papa.
Es un poco como si el Prefecto de la Fe debiese censurar o corregir…¡es
algo torpe! Finalmente los progresistas, en cierto momento, van a
desilusionarse y van a decir que no es lo que esperaban. Mientras tanto
el Papa les da una esperanza, una falsa esperanza…
¿Un Papa modernista?
He usado la palabra modernista, creo que no ha
sido comprendida por todo el mundo. Quizás habría que decir un
modernista en acción. De nuevo, no es el modernista en el sentido puro,
teórico, un hombre que desarrolla todo un sistema coherente, no hay esta
coherencia. Hay líneas, por ejemplo la línea evolutiva pero que
justamente está vinculada con la acción. Cuando el Papa dice que quiere
una imprecisión en la doctrina, cuando se introduce hasta la duda, no
solo la imprecisión, sino la duda llegando a decir que aun los grandes
guías de la fe, como Moisés, han dado lugar a la duda…no conozco más que
una sola duda de Moisés: ¡es cuando dudó en golpear la roca! A causa de
eso el Buen Dios lo castigó y no pudo entrar en la Tierra Prometida.
¡Entonces! No creo que esa duda esté a favor de Moisés, quien por lo
demás fue más bien enérgico en sus afirmaciones…sin ninguna duda. Es
verdaderamente sorprendente esta idea de querer decir que hay que poner
la duda en todo; ¡es muy raro! No voy a decir que hace pensar en
Descartes, pero…crea un ambiente. Y lo que es realmente peligroso, es
que así quedan las cosas en los periódicos, en los medios…
Es un poco el preferido de los medios, está bien visto, lo alaban, se lo pone en relieve, pero esto no es el fondo de las cosas.
Una situación inalterada
Es un ambiente que pasa al lado de la situación
real de la Iglesia, pero la situación, en sí misma, no ha cambiado. Se
pasó de un pontificado al otro y la situación de la Iglesia ha
permanecido siendo la misma. Las líneas de fondo quedaron siendo las
mismas. Hay, en la superficie, variaciones: ¡se puede decir que son
variaciones sobre un tema conocido! Las afirmaciones de fondo se tienen
por ejemplo sobre el Concilio. El Concilio, que es una relectura del
Evangelio a la luz de la civilización contemporánea o moderna – el Papa
ha utilizado los dos términos.
Pienso que se debería comenzar por pedir muy seriamente una definición
de lo que es la civilización contemporánea, moderna. Para nosotros y
para el común de los mortales es el rechazo de Dios, así de simple, es
la muerte de Dios. Es Nietzsche, es la Escuela de Frankfurt, es una
rebelión prácticamente generalizada contra Dios. Se lo ve un poco por
doquier. Se lo ve en el caso de la Unión Europea, que rehúsa reconocer
en su Constitución sus raíces cristianas. Se lo ve en todo lo que
propagan los medios, la literatura, la filosofía, el arte; todo tiende
al nihilismo, a la afirmación del hombre sin Dios, y hasta en rebelión
contra Dios.
Entonces, ¿cómo se puede releer el Evangelio bajo esta luz?
Evidentemente no es posible, ¡es la cuadratura del círculo! Estamos de
acuerdo con la definición dada y sacamos consecuencias que son
radicalmente diferentes de las del Papa Francisco, que llega hasta a
mostrar, a exponer la continuación de su pensamiento, diciendo: “¡miren
los hermosos frutos, los frutos maravillosos del Concilio; miren la
reforma litúrgica!” ¡Evidentemente que es para nosotros un escalofrío en
la columna vertebral! ¡Se tiene dificultad en ver y en comprender que
la reforma litúrgica, calificada por su predecesor directo como la causa
de la crisis de la Iglesia, sea de golpe calificada como uno de los más
hermosos frutos del Concilio!
Es ciertamente un fruto del Concilio, pero si ese es un hermoso fruto,
entonces ¿qué es hermoso y bueno o malo? ¡Uno se desorienta!
Por el momento, no se ha hecho nada para sanar a la Iglesia
Por el momento, nada se ha hecho para encausar
la situación de desviación, de decadencia de la Iglesia, absolutamente
nada, ninguna medida que afecte a toda la Iglesia. Se puede mencionar la
encíclica sobre la fe, no pienso que se la pueda considerar cono una
medida eficaz. Ciertamente que no. Eso no afecta, no sana al Cuerpo
místico enfermo, enfermo de muerte, la Iglesia moribunda. ¿Qué se hace
para salir de ahí? Nada, en fin, hasta ahora, nada. Palabras, palabras
que pasan, que entran por un oído y salen por el otro; puede ser que se
diga que soy demasiado duro, no lo sé, pero efectivamente ¿dónde están
las medidas tomadas, anunciadas, para corregir el tiro? Manifiestamente,
no las hay.
La Iglesia tiene sin embargo loas promesas de la vida eterna
Nuestro Señor lo ha dicho claramente: “las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mateo 16, 18). A uno
le gustaría, en nombre mismo de esas palabras, a uno le gustaría
volverse hacia Nuestro Señor y decirle: “¿Pero qué es lo que haces?
¡Aquí dejas que pasen cosas que parecen ir contra tu palabra!” Dicho de
otro modo, estamos un poco sorprendidos de lo que pasa. Hablo de la
historia de la Iglesia. Esas palabras, estoy convencido, han sido para
la mayoría de los teólogos la fuente de afirmaciones sobre la
imposibilidad de ver en la Iglesia precisamente lo que vemos.
Considerando que es absolutamente imposible a causa de esta promesa de
Nuestro Señor. Entonces, no se van a negar las promesas de Nuestro
Señor, se va a tratar de decir cómo esas promesas que son infalibles son
aún posibles en una situación que nos parece contraria. Nos parece que
esta vez las puertas del infierno han hecho una significativa entrada en
la Iglesia. Creo que hay que prestar mucha atención, no hay que ser
unívoco. Sobre todo con esas frases, frases de profecía de Nuestro
Señor, hay que mantener el fondo de ellas. Son analogías muy fuertes,
hay una realidad que está afirmada y que es innegable: las puertas del
infierno no prevalecerán. Punto. Pero eso no quiere decir que la Iglesia
no vaya a sufrir. Entonces, ¿hasta qué punto puede llegar este
sufrimiento? Y allí hay un margen a la explicación, uno está obligado de
ampliar la perspectiva un poco más de lo que se pensaba.
Cuando pienso en San Pablo que habla del Hijo de perdición, que se hará
adorar como Dios, entonces no es solamente un anticristo militar, o – se
podría decir – civil, es una persona religiosa, una persona que se hace
adorar, que reclama actos de religión. Y la abominación de la
desolación ¿está vinculada a eso? Pienso que sí. Eso quiere decir que
hay, al lado de este anuncio, de las promesas de indefectibilidad de la
Iglesia, los anuncios de un tiempo espantoso para la Iglesia, cuando la
gente se hará preguntas. Justamente esta pregunta: ¿Pero entonces, esta
indefectibilidad, estas promesas de Nuestro Señor? La Santísima
Virgen…las famosas palabras de La Salette, que son retomadas casi
palabra por palabra por León XIII, allí ya no son revelaciones, es la
Iglesia y aún se puede decir la Iglesia en un acto; León XIII redacta un
exorcismo, ese famoso exorcismo de León XIII, pero más tarde se ha
tachado la palabra más solemne de ese exorcismo, que anuncia que Satanás
va a reinar, va a poner su trono en Roma. Así de simple. Por lo tanto
la sede de la Iglesia se va a encontrar de golpe como sede del
Anticristo. Son las palabras mismas de la Santísima Virgen: “Roma se
volverá la sede del Anticristo”. Son las palabras de La Salette. Lo
mismo que “Roma perderá la fe”, “el eclipse de la Iglesia”, por lo tanto
palabras muy fuertes y contrastando con la promesa. Eso no quiere decir
que la promesa sea caduca, es evidente que permanece, pero no excluye
para la Iglesia un momento de dolor tal que se la podrá considerar como
una muerte aparente.
Pasión de Cristo, Pasión de la Iglesia
Creo que estamos allí. Queda una pregunta:
¿Hasta qué punto el Buen Dios va a pedir a su Cuerpo místico acompañar,
imitar lo que su cuerpo físico debió soportar, que ha sido hasta la
muerte? ¿Llegará a tanto, se detendrá antes? Todos deseamos que se
detenga antes. Pienso – no sería la primera vez – que el Buen Dios
intervendrá para restablecer las cosas, en el momento en que se pensará:
esta vez se acabó. Creo que será una de las pruebas de la divinidad de
la Iglesia. En el momento en que todos los medios humanos se acaban,
agotados, dicho de otro modo, cuando todo terminó, es en ese momento que
va a actuar. Pienso. Y será entonces una manifestación extraordinaria
precisamente, de que esta Iglesia es la única que sea verdaderamente
divina.
La actitud de los fieles
En primer lugar deben guardar la Fe. Es el primer mensaje, se puede
decir, de San Pablo. Era también el de los tiempos de persecución:
Manteneos firmes, state, aguantad, manteneos de pie, manteneos
bien firmes en la Fe. Guardar la Fe, no puede ser simplemente teórico.
Lo que llamaría la fe “teórica” existe, es la de alguien capaz de
recitar el Credo; aprendió su catecismo, lo conoce, es capaz de
repetirlo y por supuesto que esta fe es el comienzo, hay que tenerla
sino no se tiene fe. Pero esta fe no conduce al cielo, es que hay que
comprender bien la fe de la que habla la Escritura. Es esta fe que está –
según el término técnico – informada por la caridad. De esa relación entre fe y caridad habla San Pablo a los Corintios, diciendo: “Si
tengo la fe para desplazar montañas – lo que no es poca cosa, ¡una fe
para desplazar montañas, no se la ve todos los días! – y no tengo
caridad, entonces no soy nada, no soy más que un címbalo que suena, nada
de nada, una campana…” (Cf. I Cor. 13, 1-2).
No basta hacer grandes declaraciones de fe, no basta atacar o condenar
los errores; muchos piensan haber cumplido su deber de cristiano
habiendo hecho esto; es un error. No digo que no hay que hacerlo, es una
parte, pero la fe de la que hablan San Pablo y la Sagrada Escritura, es
la fe informada, es decir, impregnada de caridad, es la caridad que da
forma a la fe. La caridad es el amor de Dios y por consiguiente el amor
del prójimo. Se trata por lo tanto de una fe que se orienta hacia el
prójimo que está ciertamente en el error y que le recuerda la verdad
pero de un modo tal que, gracias a sus avisos, el cristiano podrá
sembrar la fe, restablecer la verdad, llevar este alma hacia la verdad.
No es por lo tanto un celo amargo, es por el contrario una fe que se
torna amable por la caridad.
El deber de estado
Lo que deben hacer los fieles es su deber de estado. Guardar la fe,
una fe bien impregnada de caridad, profundamente anclada en la caridad,
que va a permitirles seguir sin desanimarse, sin celo amargo, sin rencor
pero con esta alegría del cristiano que consiste en saber que Dios nos
ama tanto que está pronto a vivir con nosotros, a vivir en nosotros en
la gracia. Eso ilumina a todo lo que pasa, da una alegría que hace
olvidar los problemas, que los pone en su lugar, problemas que
ciertamente pueden ser serios. ¿Pero qué son en comparación del cielo
que se gana precisamente en esas pruebas? Esas pruebas son preparadas,
dispuestas por el Buen Dios, no para hacernos caer sino para hacernos
progresar. Dios va hasta a vivir en nosotros, como dice San pablo: “Vivo
pero no soy yo quien vive, es Jesús que vive en mí!” (Gal., 2, 20). ¡Es
tan hermoso! ¡El cristiano, es un tabernáculo de la Santa Trinidad, un
templo de Dios, un templo viviente!
El rol de la Fraternidad San Pío X
Su primera preocupación es verdaderamente la que hace vivir a la
Iglesia, es la Misa. El Santo Sacrificio de la Misa es verdaderamente la
aplicación concreta, cotidiana de los méritos de Nuestro Señor
Jesucristo, todo lo que ha ganado, merecido en la Cruz y que es
verdaderamente la universalidad de las gracias para todos los hombres
desde los primeros, Adán y Eva, hasta el fin del mundo. Todas las
gracias han sido merecidas por Nuestro Señor en la Cruz. La Misa, es la
perpetuación, la renovación, la representación de ese sacrificio, es un
sacrificio idéntico al de la Cruz sobre el altar, y que pone
cotidianamente a disposición de los cristianos – por extensión se podría
decir a disposición de los hombres – los méritos de Nuestro Señor, su
satisfacción, su reparación para obtener el perdón de todos esos
pecados, este mar de pecados cometidos todos los días, y también para
obtener esas gracias de las que tenemos necesidad. La Misa es
verdaderamente la bomba que distribuye en todo el Cuerpo místico, las
gracias merecidas sobre la Cruz. Es por lo que se puede decir: es el
corazón que distribuye por la sangre todo lo que las células del cuerpo
necesitan. Así es con la Misa, es el corazón. Cuidando ese corazón, se
cuida toda la Iglesia.
Restaurar a la Iglesia por la Misa
Si se quiere, y ciertamente que se quiere una restauración de la
Iglesia, es por allí que hay que ir. Es la fuente, y la fuente es la
Misa. No cualquier liturgia, una liturgia, tengo ganas de decir,
extremadamente santa. Santa a un punto inimaginable. De una santidad
extraordinaria, verdaderamente forjada por el Espíritu Santo a través de
los siglos, redactada por Papas santos ellos mismos, y por lo tanto de
una profundidad extraordinaria. No hay absolutamente ninguna comparación
entre la nueva misa y esta Misa. Son verdaderamente dos mundos, e iba a
decir, los cristianos un poco sensibles a la gracia se dan cuenta bien
rápidamente. Bien rápidamente. ¡Ay! ¡Hoy día se constata que muchos no
lo ven más! Pero para mí es evidente que querer la restauración de la
Iglesia debe comenzar por eso. Entonces es por eso que le estoy
profundamente agradecido al papa Benedicto XVI por haber restablecido la
Misa. Era capital y, es capital.
Formar sacerdotes
La Fraternidad cuida a la Misa, quiere esta Misa y cuida también a
quien la dice y no hay más que uno, el sacerdote. Por lo tanto es
verdaderamente el fin mismo de la Fraternidad: el sacerdocio, el
sacerdote, formar sacerdotes, ayudar a los sacerdotes, sin ninguna
limitación, no, sin limitación, no hay exclusividad para nadie, ¡no! Es
el sacerdote tal como Nuestro Señor lo ha querido. Recordándole
justamente esos tesoros que hoy muchos ignoran. Es trágico.
Reencontrar el espíritu cristiano
La Misa es aún más importante. La Misa, es lo que va a dar la Fe, lo
que va a nutrir la Fe. Evidentemente que si se celebra la Misa sin Fe
hay un grave problema. Entonces, no se trata de hacer antagonismos, se
trata de unir lo que debe ser unido. Pero pienso que ya con esos dos
elementos se tiene muchísimo para la supervivencia de la Iglesia.
Digamos, se ve bien que la Iglesia es atacada en diversos niveles, pero
lo más profundo, estoy persuadido, es la pérdida del espíritu cristiano.
Se ha querido ser como el mundo. Se lo ha dicho todo el tiempo, era el
objetivo del Concilio acomodarse al mundo moderno. Ahora bien, ¡Esto no
es posible! Se vive en el mundo, entonces se utilizan muchas cosas que
son del orden de las circunstancias históricas concretas, que pasan. La
base que permanece es el aficionarse al Buen Dios. Es el servicio al
Buen Dios que incluye, seguramente, la Fe, la gracia y el espíritu
cristiano. Se quiere ir al cielo, se debe ir al cielo, para eso hay que
evitar el pecado y hay que hacer el bien. Los dos. En tanto que no se
llegue a eso, la Iglesia continuará, digamos, herida por un virus
mórbido que es el virus del mundo moderno, justamente de la civilización
moderna.
El triunfo del Corazón Inmaculado de María
“Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará”, es una palabra
absoluta que no está para nada condicionada por lo que pase antes. Es
verdaderamente una palabra que fija la esperanza, que la establece, es
una roca. Evidentemente, parecería que ese triunfo esté vinculado a la
consagración (de Rusia), se pide esta consagración, es muy normal.
¿Hasta cuándo habrá que esperar para verla hecha como ha sido pedida, o
es que el Buen Dios, una vez más, se contentará con menos? No se sabe.
Lo que se sabe es que al final habrá ese triunfo. Y eso es una certeza.
No se va a hablar de una certeza de fe, porque no es una cuestión de fe,
es una palabra dada por la Santísima Virgen, y además ¡se sabe bien que
esta palabra vale! Eso es todo. ¡Stat!
(Fuente: FSSPX/MG – DICI nº266 del 6/12/13)
|
No hay comentarios.:
Publicar un comentario