viernes, 30 de septiembre de 2011

LA PROVIDENCIA Y LA CONFIANZA EN DIOS del R. P. Réginald Garrigou-Lagrange, O. P.

por Radio Cristiandad
 
LA PROVIDENCIA Y LA CONFIANZA EN DIOS
R. P. Réginald Garrigou-Lagrange, O. P.



Comenzamos por gracia de Dios una nueva serie dentro de los escritos del P. Garrigou-Lagrange sobre la Providencia y la Confianza en Dios.
Esperamos que pueda ser capitalizado positivamente para nuestras almas.

EL ABANDONO EN LA PROVIDENCIA DIVINA

CAPÍTULO I

POR QUÉ Y EN QUÉ COSAS HEMOS
DE ABANDONARNOS EN MANOS DE DIOS
 
La doctrina del abandono en la divina Providencia, abiertamente contenida en el Evangelio, ha sido falseada por los quietistas, los cuales se entregaron a la pereza espiritual, dieron de mano a la lucha por la perfección redujeron gravemente el valor y la necesidad de la esperanza; ahora bien, el verdadero abandono es la forma más excelente de la confianza o esperanza en Dios.
Mas puede uno también apartarse de la doctrina del Evangelio incurriendo en el defecto contrario a la pereza quietista, que es la vana inquietud y la agitación.
En este particular, como en otras muchas cosas, la verdad es a manera de una cumbre que descuella entre dos posiciones extremas, que son los dos errores apuntados.
Importa, pues, precisar el sentido y el alcance de la verdadera doctrina del abandono en la voluntad de Dios, para evitar sofismas que corren con apariencia de perfección cristiana.
Veamos primero por qué y en qué cosas hemos de abandonarnos en manos de la Providencia. Después pasaremos a declarar cómo haya de ser el abandono y cuál sea el gobierno de la Providencia con los que a ella totalmente se entregan.
Serán, nuestros guías en la exposición de tan bella doctrina San Francisco de Sales (L’Amour de Dieu, l. 8, ch. 3; 4, 5, 6, 7, 14; l. 9, ch. 1. Cf. también Entretien 2, 15), Bossuet (Discours sur l’acte d’abandon à Dieu. —États d’oraison, 1. 8, 9), el P. Piny, O. P. (Le plus parfait, ou Des voies intérieures la plus glorifiante pour Dieu et la plus sanctifiante pour l’âme, publicado en 1683. Nueva ed. anotada por el P. Noel, O. P. París, Téqui. El autor prueba que en este camino es donde se ejercita la fe más viva, la esperanza más confiada, la caridad más pura, por lo que es muy conveniente para todas las almas interiores), y el P. de Caussade, S. J. (L’abandon á la Providence divine, nueva ed. aumentada con las cartas del mismo autor, revisada por el P. H. Ramiére, París, Lecoffre-Gabalda, 2 vol).

***
Por qué debemos abandonarnos en manos de la Providencia

A esta pregunta responderá cualquier cristiano: porque la Providencia es Sabiduría y Bondad.
Cierto; mas para bien comprenderlo, y a fin de evitar el error quietista, que renuncia a la esperanza y a la lucha necesaria para la salvación, y por no incurrir en el otro extremo, que consiste en la inquietud, en la precipitación y en la agitación febril y estéril, conviene enunciar cuatro principios, accesibles a la razón natural y llanamente contenidos en la Sagrada Escritura, los cuales, a la vez que declaran la verdadera doctrina, muestran también los motivos que nos han de resolver a abandonarnos en las manos de Dios.
El primero de ellos es: Nada sucede, que de toda eternidad no haya Dios previsto y querido, o por lo menos permitido.
Nada sucede, sea en el mundo material, sea en el espiritual, que Dios no haya previsto de toda la eternidad; porque Dios no pasa, como los hombres, de la ignorancia al conocimiento, ni saca enseñanza de los acontecimientos.
No sólo ha previsto cuanto sucede y ha de suceder, mas también ha querido cuanto de real y de bueno hay en las cosas, con excepción del mal, del desorden moral, que sólo permite con miras a bienes mayores.
La Sagrada Escritura, como arriba vimos, es categórica en este particular y no deja lugar a duda alguna, según lo han declarado los Concilios.
El segundo principio es: Dios no puede querer ni permitir cosa que no esté conforme con el fin que se propuso al crear, es decir, con la manifestación de su bondad y de sus infinitas perfecciones y con la gloria del Verbo encarnado, Jesucristo, su Unigénito.
Como dice San Pablo (I. Cor. 3, 23), “Todo es vuestro; vosotros, empero, sois de Cristo, y Cristo es de Dios: Omnia enim vestra sunt, vos autem Christi, Christus autem Dei“.
A estos dos principios se añade otro tercero, formulado asimismo por San Pablo (Rom. 8, 28): “Sabemos que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios, de aquellos que él llamó según su eterno decreto” y perseveran en su amor.
Dios hace que contribuyan al bien espiritual de sus almas, no sólo las gracias que les dispensa y los dones naturales que les concedió, mas también las enfermedades, las contradicciones, los fracasos, aun las mismas faltas, dice San Agustín, que permite para llevarlos al puro amor por el camino seguro de la verdadera humildad; como permitió la triple negación de Pedro para hacerle humilde y desconfiado de sí mismo, más valeroso y más confiado en la divina Misericordia.
Estos tres principios nos dicen en sustancia: “Que nada sucede que no haya Dios previsto o por lo menos permitido; que cuanto Dios quiere o permite es para la manifestación de su bondad y de sus infinitas perfecciones, para gloria de su Hijo y para bien de los que le aman.”
De aquí se desprende que nuestra confianza en la Providencia nunca pecará de excesivamente filial y firme; y aun podemos añadir que debe ser tan ciega como la fe, la cual versa sobre los misterios no evidentes, no vistos, fides est de non visis.
Sabemos con certeza que la divina Providencia dirige todas las cosas hacia el bien y estamos más seguros de la rectitud de sus designios que de la pureza de nuestras mejores intenciones. De donde al abandonarnos en manos de Dios, nada hay que temer, a no ser el defecto de sumisión.
El don de temor impide que la esperanza se torne en presunción, como la humildad evita que la magnanimidad degenere en orgullo. (Cf. Santo Tomás, IIa-IIæ, q. 19, a. 9 y 10; q. 160, a. 2; q. 161, a. 1; q. 129, a. 3 y 4). Son virtudes complementarias que se equilibran, se robustecen mutuamente y crecen juntas.
Pero las últimas palabras nos obligan a formular contra el quietismo otro principio, el cuarto, tan cierto como los anteriores: es evidente que el abandono a nadie exime de hacer lo posible por cumplir la voluntad de Dios significada en los mandamientos, en los consejos y en los sucesos; pero cuando realmente hayamos querido cumplirla todos los días, podemos y debemos abandonarnos en lo demás a la voluntad divina de beneplácito, por misteriosa que nos parezca, evitando la vana inquietud y la agitación (Cf. San Francisco de Sales, L’Amour de Dieu, l. 8, ch. 5; l. 9, ch. 1; ch. 2, ch. 3, ch. 4).
Bossuet, Etatt d’oration, l. 8, 9: “No habiendo lugar para la indiferencia cristiana en lo que se refiere a la voluntad significada, es preciso limitarla, como dice San Francisco de Sales, a ciertos acontecimientos dispuestos por la voluntad de beneplácito, cuyas órdenes soberanas deciden de las cosas que diariamente ocurren en la vida.”
Dom Vital Lehodey, Le Saint Abandon, París, 1919, p. 145: “El beneplácito divino es el objeto del abandono, y la voluntad significada, el de la obediencia.”
Formuló este cuarto principio de una manera equivalente el Concilio de Trento (sess. 6, c. 13) al decir que todos debemos esperar firmemente el socorro de Dios y confiar en El, esforzándonos por cumplir sus preceptos.
Ya lo dice el refrán popular: “Haz tu deber, venga lo que viniere.”
Todos los teólogos explican qué cosa sea la voluntad divina significada en los mandamientos, en el espíritu de los consejos y en los sucesos de la vida (Cf. Santo Tomás, I, q. 19, a. 11 y 12: De voluntate signi in Deo).
Hay acontecimientos muy significativos, como la muerte de una persona. También hay pecados, como observa Santo Tomas (ibid,), permitidos por Dios, ora sean faltas personales, como la triple negación de Pedro, permitida por Dios para asentarle en la humildad, ora faltas contra nosotros, como ciertas injusticias que Dios permite se nos infieran para nuestro provecho espiritual; de esta última, especie son, por ejemplo, las persecuciones contra la Iglesia.
Y los teólogos añaden que ajustando nuestra conducta a la voluntad significada de Dios (Cf. Santo Tomás, Ia-IIæ, q. 19, a. 10: Utrum necessarium sit voluntatem humanam conformari voluntanti divinae in volito ad hoc quod sit bona), debemos abandonarnos a la voluntad de beneplácito, por oculta que sea, como que estamos seguros de antemano que todas las cosas quiere o permite santamente para nuestro bien.
Es digna de notarse aquella sentencia del Evangelio de San Lucas (16, 10): “El que es fiel en las cosas pequeñas, también lo es en las grandes”; como hagamos cada día lo posible por ser fieles al Señor en las cosas ordinarias, podemos contar con su gracia para serle fieles en las circunstancias extraordinarias que por permisión divina sobrevinieren; si llegare el trance de padecer por él, estemos seguros que nos ha de dar la gracia de antes morir heroicamente que avergonzarnos y renegar de Él.
Tales son los principios de la doctrina del abandono.
Aceptados por todos los teólogos, constituyen en este particular la expresión de la fe cristiana.
Así, el equilibrio se halla por cima de los dos errores mencionados al principio del capítulo. Por la fidelidad al deber en todo momento se evita el falso y perezoso quietismo; y por el abandono se libra uno de la vana inquietud y de la estéril agitación.
El abandono sería pereza, de no ir acompañada de la cotidiana fidelidad, que es como el trampolín para lanzarse con seguridad hacia lo desconocido. La fidelidad cotidiana a la voluntad divina significada nos da derecho de abandonarnos plenamente en el porvenir a la voluntad divina de beneplácito, todavía no significada.
El alma fiel recuerda con frecuencia las palabras de Nuestro Señor: “Mi alimento es cumplir la voluntad de mi Padre”; también ella se alimenta constantemente de la voluntad divina significada.
A la manera del nadador que, apoyándose en la ola que pasa, se entrega a la que viene, al océano que parece quererle tragar, pero que en realidad le va sosteniendo; así el alma debe hacerse a la mar, al océano infinito del ser, como decía San Juan Damasceno; apoyándose en la voluntad divina significada en el momento actual debe entregarse a la voluntad divina, de la cual dependen las horas siguientes y todo lo venidero.
Lo porvenir es de Dios; en su mano están todos los sucesos: de haber pasado una hora antes los mercaderes ismaelitas que compraron a José, no habría éste bajado a Egipto, y otro habría sido el rumbo de su vida; también la nuestra depende de ciertos acontecimientos que están en las manos de Dios, dan equilibrio, estabilidad y armonía a la vida de Dios.
La fidelidad cotidiana y el abandono en las manos espiritual. Es la manera de vivir en recogimiento casi continuo y en abnegación progresiva, que son las condiciones ordinarias de la contemplación y de la unión con Dios. Por ello es necesario vivir en el abandono a la voluntad divina, todavía desconocida, alimentándonos en todo momento de la que ya conocemos.
La unión de la fidelidad con el abandono nos permite vislumbrar lo que será la unión de la ascética con la mística; la primera tiene por principal fundamento la conformidad con la voluntad divina, la segunda tiene su asiento en el abandono.
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En qué cosas hayamos de hacer abandono en manos de la divina Providencia

Ajustada nuestra vida a los principios que acabamos de exponer, una vez cumplido cuanto nos ordena la ley de Dios y la prudencia cristiana, hemos de hacer abandono total en las manos de la divina Providencia.
¿Cómo se ha de entender esto? Significa primero que hemos de dejar a Dios el cuidado de nuestro porvenir, lo que haya de ser de nosotros mañana, dentro de veinte años y más tarde.
Hemos de poner asimismo en sus manos el momento presente, con las dificultades que quizá lo entenebrecen; y también nuestro pasado, es decir, nuestras acciones pasadas con sus consecuencias.
Cuanto atañe al cuerpo, como salud y enfermedad, y lo que se refiere al alma, como alegrías y trabajos, todo se ha de entregar confiadamente a la solicitud paternal del Señor. Hasta el juicio benévolo o maligno de los hombres hemos de descuidar en manos de la divina Providencia.
“Si Dios está por nosotros, dice San Pablo (Rom. 8, 31-39), ¿quién contra nosotros? El que ni a su propio Hijo perdonó, sino que le entregó por todos nosotros, ¿cómo después de habérnosle dado dejará de darnos cualquiera otra cosa?… ¿Quién podrá, pues, separarnos del amor de Cristo? ¿Acaso la tribulación o la angustia? ¿Por ventura la persecución, o el hambre, o la desnudez? ¿Quizá el peligro o la espada?… Estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo venidero, ni lo alto, ni lo profundo, ni otra criatura podrá jamás separarnos del amor de Dios, que se funda en Cristo Jesús, Señor Nuestro.”
¿Puede darse abandono más perfecto en la fe, en la esperanza y en la caridad? Abandono en lo que mira a las vicisitudes del mundo, en lo que toca a la vida y a la muerte, a la hora de salir de este mundo y a la manera violenta o dulce de rendir el último aliento.
En los mismos sentimientos abundan los Salmos: “Temed al Señor, vosotros sus santos; nada falta a los que le temen. Los leoncillos podrán sentir penuria y tener hambre; mas quienes buscan al Señor no padecen privaciones de bien alguno.” (Ps. 33, 10). “¡Cuán grande es tu bien, Señor, el que guardas para quienes te temen y muestras a los que en tí confían!… Tú los defiendes de las vejaciones de los hombres, los pones a cubierto de la maledicencia de las lenguas” (Ps. 30, 20-21).
Y Job, en medio de sus lamentaciones, decía: “Rodeado me veo de escarnecedores, mis ojos se abren sólo para ver sus ultrajes. Oh Dios, sal fiador de mí ante ti mismo. ¿Quién otro querría tenderme la mano?” (Job 17, 21).
Refiérese en el Libro de Daniel (13, 42) que una mujer temerosa de Dios, llamada Susana, hija de Helcías, odiosamente calumniada por dos viejos lascivos, se abandonó en manos del Señor, exclamando: “Oh Dios eterno, que conoces las cosas ocultas, que lo sabes todo aun antes que suceda, tú sabes que éstos han levantado contra mí un falso testimonio; y he aquí que voy a morir sin haber hecho nada de lo que han inventado maliciosamente contra mí.”
Y el Señor escuchó la súplica de aquella noble mujer, como se refiere en el mismo Libro. Cuando era llevada a la muerte, Dios despertó el espíritu de un mancebo, llamado Daniel, el cual exclamó en alta voz: “Inocente soy de la sangre de esta mujer”. Volvióse hacia él todo el pueblo y le preguntó: “¿Qué es lo que dices?” Entonces el joven Daniel, inspirado por Dios, puso de manifiesto la falsedad del testimonio de los acusadores; porque interrogados por separado ante la multitud, como se contradijesen, manifestaron, sin quererlo, que habían mentido.

***

De lo expuesto se desprende que, de hacer lo que está de nuestra parte para cumplir nuestros deberes cotidianos, podemos en lo demás abandonarnos con filial confianza en manos de la divina Providencia. Y como realmente procuremos ser fieles en las cosas pequeñas, en la práctica de la humildad, de la dulzura y de la paciencia, en las cosas ordinarias de cada día, el Señor nos dispensará su gracia para serle fieles en las cosas grandes y difíciles que tenga a bien exigirnos; y en las circunstancias extraordinarias otorgará gracias también extraordinarias a los que le busquen.
Léese en el Salmo 54, 23: “Jacta super Dominum curam tuam, et ipse te enutriet; Abandónate en manos de Dios, que él cuidará de ti; no dejará jamás sucumbir al justo… Mas yo pondré mi confianza en ti.”
Con estos mismos sentimientos escribe San Pablo (Philipp. 4,): “Alegraos siempre en el Señor; alegraos repito. Sea patente vuestra modestia a todos los hombres; que cerca está el Señor. No os inquietéis por cosa alguna; mas en todo presentad a Dios vuestras necesidades por medio de oraciones y súplicas, junto con acciones de gracias. La paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, sea la guardia de vuestros corazones y de vuestros sentimientos en Jesucristo.”
Y San Pedro, exhortando a la confianza, dice en su Primera Carta (5, 6): “Humillaos, pues, bajo la mano poderosa de Dios, para que os exalte al tiempo de su visita; descargad en su seno todas vuestras cuitas, pues él tiene cuidado de vosotros. Sed sobrios y estad en vela; porque vuestro enemigo el demonio anda girando cual león rugiente alrededor de vosotros, en busca de presa que devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que la misma tribulación padecen vuestros hermanos, dispersos por el mundo. Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su eterna gloria por Jesucristo, después de haber padecido un poco, él mismo acabará su obra, os hará firmes, fuertes e inconmovibles,”
Beati omnes qui confidunt in Domino: Dichosos los que ponen su confianza en Dios”, dice el Salmista (12, 13).
“Los que tienen puesta en el Señor su esperanza, dice Isaías (40, 31), adquirirán nuevas fuerzas, alzarán el vuelo como águilas, correrán sin fatigarse, andarán sin desfallecer.”
Tenemos en San José el modelo perfecto de espíritu de abandono en la Providencia en cuantas dificultades se le ofrecieron: en el trance embarazoso del nacimiento del Salvador en Belén; cuando sonó en sus oídos la dolorosa profecía del anciano Simeón; cuando hubo de refugiarse en Egipto huyendo de la persecución de Herodes, hasta su regreso a Nazaret.
Vivamos a ejemplo suyo fieles en la práctica de los deberes cotidianos, y nunca nos faltará la divina gracia, con cuyo auxilio cumpliremos siempre cuanto Dios exija de nosotros, por arduo que en ciertas ocasiones ello nos parezca.

Santoral Católico 30 de septiembre

  • San Jerónimo, Presbítero y Doctor
  • San Gregorio el Iluminado, Obispo
  • San Honorio, Obispo de Cantorbery
  • San Simón Crepy, Monje
  • Santas Vera, Esperanza, Caridad y Sofía, Mártires
  • Santos Víctor y Urso u Oso, Mártires
  • Beato Conrado de Urach, Obispo y Confesor 

Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes. 
R. Deo Gratias.

SAN JERÓNIMO
Presbítero y Doctor

n. hacia el año 347 en Dalmacia; † hacia el año 420

Patrono de arqueólogos; bibliotecarios; archivistas; bibliotecas; 

estudiosos de la Biblia; traductores; estudiantes.

Del mismo modo que fuimos aprobados de Dios
para que se nos confiase su Evangelio,
así hablamos, no para agradar a los hombres,
sino a Dios, que sondea nuestros corazones.
(1 Tesalonicenses, 2, 4).

La vida de San Jerónimo, hombre rico de Panonia que se hizo bautizar en Roma y fue ordenado sacerdote en Antioquía, no es sino una serie ininterrumpida de trabajos emprendidos por la gloria de Dios. Secretario del Papa San Dámaso, enseñó Sagrada Escritura y dio de ella, en latín, su famosa traducción conocida con el nombre de Vulgata, que aprobó el Concilio de Trento. Fue también el azote de las herejías. Su austeridad, sus continuos ayunos y su celo por la conversión de las almas, nos enseñan la virtud y el Evangelio más elocuentemente aun que sus palabras. Murió en el año 420, cerca de los 80 años de edad.

MEDITACIÓN
SOBRE SAN JERÓNIMO

I. Este santo Doctor abandonó la lectura de los autores profanos, por quienes tenia una especie de pasión, a fin de entregarse de lleno al estudio de los Libros santos. ¿Hasta cuándo perseguirás en tus estudios sólo tu agrado y tu interés? Mira hacia dónde tienden tus vigilias y tus trabajos, y trata de santificarlos mediante la rectitud de tus intenciones. Acuérdate siempre que hay que atribuir a la virtud más valor que a la ciencia. Ama la ciencia, pero prefiere a ella la caridad. (San Agustín)

II. San Jerónimo dejó la Ciudad eterna, en la que era colmado de honores, y fue a buscar, en la soledad de Belén, un refugio contra los peligros del mundo. Examina las ocasiones que tienes de ofender a Dios, y abandónalas. En el desierto es donde Jesucristo y un gran número de santos después de Él triunfaron de sus ataques. La gloria del desierto es triunfar del demonio que venció a nuestros primeros padres en el paraíso terrenal. (San Euquerio).

III. El pensamiento del juicio fue lo que movió a este gran santo a retirarse a la soledad y a imponerse las más rudas mortificaciones. Es menester que el sonido de aquélla trompeta terrible que deberá citarte ante el tribunal de Dios resuene continuamente en tus oídos. ¿Estás pronto a dar cuenta de tu vida? Piensa en ello a toda hora durante el día, tiembla, como lo hacía este santo; abandona los placeres y abraza la cruz. Cuando el sonido de la trompeta haga temblar la tierra y a los que la habitan, tú estarás gozoso. (San Jerónimo).

El pensamiento del juicio
Orad por la educación cristiana de la juventud.

ORACIÓN


Oh Dios, que os dignasteis conceder a la Iglesia un admirable intérprete de las Sagradas Escrituras en la persona de vuestro confesor San Jerónimo, ayudadnos, en consideración de sus méritos, a llevar a la práctica la que enseñó con su palabra y sus actos. Por J. C. N. S. Amén.

Fuente: http://devocioncatolica.blogspot.com/

Evangelio del día (Calendario Tradicional) - 30 de Septiembre de 2011

Mt 5,13-19

Biblia versión Nacar-Colunga
(13)  Vosotros sois la sal de la tierra; pero, si la sal se desazona, ¿con qué se salará? Para nada aprovecha ya, sino para tirarla y que la pisen los hombres."  (14)  Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad asentada sobre un monte.  (15)  Ni se enciende una lámpara y se la pone bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a cuantos hay en la casa.  (16)  Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos.  (17)  No penséis que he venido a abrogar la Ley y los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla."  (18)  Porque en verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que falte una yota o una tilde de la Ley hasta que todo se cumpla.  (19)  Si, pues, alguno descuidase uno de esos preceptos menores y enseñare así a los hombres, será el menor en el reino de los cielos; pero el que practicare y enseñare, éste será grande en el reino de los cielos."

Biblia versión Torres Amat
Mat 5:13  Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se hace insípida, ¿con qué se le volverá el sabor? Para nada sirve ya, sino para ser arrojada y pisada de las gentes.
Mat 5:14  Vosotros sois la luz del mundo. No se puede encubrir una ciudad edificada sobre un monte;
Mat 5:15  ni se enciende la luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero, a fin de que alumbre a todos los de la casa:
Mat 5:16  Brille así vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
Mat 5:17  No penséis que yo he venido a destruir la doctrina de la ley ni de los profetas: No he venido a destruirla, sino a darle su cumplimiento.
Mat 5:18  Que con toda verdad os digo que antes faltarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse perfectamente cuanto contiene la ley, hasta una sola letra o ápice de ella.
Mat 5:19  Y así, el que violare uno de estos mandamientos por mínimos que parezcan, y enseñare a los hombres a hacer lo mismo, será tenido por el más pequeño, esto es, por nulo, en el reino de los cielos; pero el que los guardare y enseñare, ése será tenido por grande en el reino de los cielos.

Biblia versión Jünemann
(13) «Vosotros sois la sal de la tierra; pero, si la sal se desvaneciere ¿con qué se la salará? Para nada vale ya, sino para que arrojada fuera, sea hollada por los hombres.  (14)  Vosotros sois la luz del mundo. No puede una ciudad ocultarse que sobre monte yaciere;  (15)  ni encienden lumbre y pónenla bajo el celemín; sino sobre el candelabro; y luce a todos los de la casa.  (16)  Así luzca vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre el de los cielos.»
  (17)  «No creáis que he venido a derogar la ley o los profetas; no he venido a derogar sino a cumplir(c).  (18)  Pues, en verdad os digo que hasta que pasare el cielo y la tierra, jota(d) alguna o tilde alguna no pasará, no, de la ley, hasta que todo se haga.  (19)  Quien, por tanto, quebrantare uno de estos mandamientos, de los más pequeños, y enseñare así a los hombres, el más pequeño será llamado en el reino de los cielos; pero, el que hiciere y enseñare, ése grande será llamado en el reino de los cielos.


Biblia Vulgata (latín)
(13)  vos estis sal terrae quod si sal evanuerit in quo sallietur ad nihilum valet ultra nisi ut mittatur foras et conculcetur ab hominibus  (14)  vos estis lux mundi non potest civitas abscondi supra montem posita  (15)  neque accendunt lucernam et ponunt eam sub modio sed super candelabrum ut luceat omnibus qui in domo sunt  (16)  sic luceat lux vestra coram hominibus ut videant vestra bona opera et glorificent Patrem vestrum qui in caelis est  (17)  nolite putare quoniam veni solvere legem aut prophetas non veni solvere sed adimplere  (18)  amen quippe dico vobis donec transeat caelum et terra iota unum aut unus apex non praeteribit a lege donec omnia fiant  (19)  qui ergo solverit unum de mandatis istis minimis et docuerit sic homines minimus vocabitur in regno caelorum qui autem fecerit et docuerit hic magnus vocabitur in regno caelorum



Comentario
CATENA AUREA de Santo Tomás de Aquino



Mateo 5:13 

"Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué se salará? No vale ya para nada, sino para ser echada fuera y pisada por los hombres". (v. 13)

San Juan Crisóstomo, in Matthaeum, hom. 15,6
Cuando Jesús había dado a sus discípulos preceptos sublimes, para que no dijesen: "¿cómo podremos cumplirlos?" los calma con alabanzas, diciéndoles: "Vosotros sois la sal de la tierra". Demuestra así que les añade esto por necesidad, como si les dijese: "No os envío por vuestra vida, ni por una nación, sino por todo el mundo. Y si al herir el corazón humano, éste os injuria, alegraos". Ese es el efecto de la sal, morder lo que es de naturaleza laxo y lo reduce. Por ello, la maldición de otros no os dañará, sino que será testigo de vuestra virtud.

San Hilario, in Matthaeum, 4
Debemos ver aquí cuán apropiado es lo que se dice, cuando se compara el oficio de los Apóstoles con la naturaleza de la sal. Esta se aplica a todos los usos de los hombres, puesto que cuando se esparce sobre los cuerpos, les introduce la incorrupción y los hace aptos para percibir un buen sabor en los sentidos. Los Apóstoles son los predicadores de las cosas celestiales y son como los saladores de la eternidad. Con toda razón, pues, se les llama sal de la tierra, porque por la virtud de su predicación preservan los cuerpos salándolos para la eternidad.

Remigio
La sal también cambia de naturaleza por medio del agua, el ardor del sol y la violencia del viento. Así los varones apostólicos, por el agua del bautismo, por el ardor del amor y por el soplo del Espíritu Santo se transforman en una naturaleza espiritual. La sabiduría celestial, predicada por los Apóstoles, purifica las obras materiales, quita el mal olor y podredumbre de la mala conversación y el gusano de los malos pensamientos, a quien se refiere el profeta cuando dice: "El gusano de ellos no muere" (Isa_66:24).

Remigio
Los Apóstoles son sal de la tierra, esto es, de los hombres terrenos, que amando la tierra, se llaman tierra.

San Jerónimo
Los Apóstoles se llaman también sal de la tierra porque por ellos se condimenta el género humano.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Mattheus, hom 10
Cuando un sabio está adornado de todas las virtudes mencionadas, entonces se le considera como una sal perfecta y todo el pueblo se condimenta de él viéndolo y oyéndolo.

Remigio
Debe saberse que no se ofrecía a Dios ningún sacrificio en el Antiguo Testamento (Lev 2) si primero no se condimentaba con sal, porque ninguno puede ofrecer un sacrificio que sea agradable a Dios si no se lo ofrece con el sabor de la sabiduría celestial.

San Hilarioin Matthaeum. 4
Pero como el hombre está sujeto a la conversión, por eso nos advierte que los Apóstoles, llamados sal de la tierra, persisten en la virtud de potestad que les ha sido dada, añadiendo: "Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?"

San Jerónimo
Esto es, si el doctor se equivoca, ¿por qué otro doctor será enmendado?

San Agustín, de sermone Domini, 1,6
Y si vosotros, por quienes deben ser condimentados los pueblos, perdiéreis el Reino de los Cielos por miedo de las persecuciones temporales, ¿qué harán los hombres que debieron ser libres del error por vosotros? También dice "si la sal se desvaneciese", manifestando que deben considerarse como necios todos aquellos que, siguiendo la abundancia o temiendo la escasez de los bienes temporales, pierden los eternos, que no pueden ser dados ni arrebatados por los hombres.

San Hilario, in Matthaeum, 4
Si los maestros se vuelven necios, nada salan, y aun ellos mismos, habiendo perdido el sentido del saber recibido, no pueden vivificar lo corrompido, quedan inútiles. Por ello sigue: "No vale ya para nada, sino para ser echada fuera y pisada por los hombres".

San Jerónimo
El ejemplo está tomado de la agricultura. La sal es necesaria para condimento de las comidas y para secar las carnes, pero no tiene otro uso. Ciertamente leemos en las Escrituras (Jue_9:45) que algunas ciudades sembradas de sal por los vencedores, quedaron inutilizadas para que en ellas no pudiese brotar germen alguno.

Glosa
Después que aquellos que son cabezas de otros faltan, no aprovechan para nada, sino para ser arrojados de su oficio de enseñar.

San Hilario, in Matthaeum, 4
Separados de los oficios de la Iglesia, sean pisoteados por todos los que pasen.

San Agustín, de sermone Domini,, 1, 6
No es pisado por los hombres el que sufre persecuciones, sino aquel que se acobarda temiendo la persecución. No puede ser pisado sino el que está debajo, y no puede decirse que está debajo aquel que, aun cuando sufre muchas cosas en su cuerpo mientras dura esta vida, tiene su corazón fijo en el cielo.

Mateo 5:14-16 

"Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad que está puesta sobre un monte no se puede esconder. Ni encienden una antorcha y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. A este modo ha de brillar vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos". (vv. 14-16)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Así como los maestros, por su buena predicación, son sal con la cual el pueblo se condimenta, así por la palabra de su doctrina son luz, con la que iluminan a los ignorantes. Primero se debe vivir bien y luego enseñar. Por lo tanto, después de llamar a los Apóstoles sal, los llama también luz, diciendo: "Vosotros sois la luz del mundo". La sal en su propio estado sostiene las cosas para que no se pudran, pero la luz conduce al perfeccionamiento ilustrando. Por lo cual los Apóstoles fueron llamados primero sal, a causa de los judíos y de los cristianos, por quienes Dios es conocido y a quienes éstos conservan en el conocimiento; y segundo luz, a causa de los gentiles, a quienes conducen a la luz de la verdadera ciencia.

San Agustín, de sermone Domini, 1,6
Conviene, pues, comprender aquí por mundo, no al cielo y la tierra, sino a los hombres que están en el mundo, o a los que aman al mundo, para iluminar a los que los Apóstoles fueran enviados.

San Hilario, in Matthaeum, 4
Es propio de la naturaleza de la luz el alumbrar por cualquier parte que se la lleve y que introducida en las casas mate las tinieblas, quedando sola la luz. Por lo tanto, el mundo, sin el conocimiento de Dios, estaba oscurecido con las tinieblas de la ignorancia. Mas por medio de los Apóstoles se le comunicó la luz de la verdadera ciencia, y así brilla el conocimiento de Dios y por cualquier parte que caminen, de su pobre humanidad brota la luz que disipa las tinieblas.

Remigio
Así como el sol dirige sus rayos, así el Señor, que es sol de justicia, dirigió sus Apóstoles para desterrar las tinieblas del género humano.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,7
Comprende cuán grandes son las cosas que les promete, cuando aquéllos, que eran desconocidos en su propio país, adquirieron tanta fama, que llegó ésta en poco tiempo hasta los confines de la tierra: ni las persecuciones que les había predicho pudieron ocultarlos, sino que más bien los hizo mucho más famosos.

San Jerónimo
Para que los apóstoles no se escondan por el miedo, sino que se presenten con toda libertad, les enseña la confianza en los resultados de su predicación, diciéndoles en seguida: "No puede esconderse una ciudad que está puesta sobre un monte".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 12
Por estas palabras les enseña también a cuidar con solicitud de su propia vida, como que ésta había de estar mirada constantemente por todos, así como la ciudad que está colocada sobre un monte, o como la luz que está luciendo sobre un candelero.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Esta ciudad es la iglesia de los santos, de la que se dice: "Cosas admirables se han dicho de ti, ciudad de Dios" (Sal_86:3). Sus ciudadanos son todos los fieles, de quienes el Apóstol dice a los Efesios: "Vosotros sois los conciudadanos de los santos" (Efe_2:19). Esta ciudad, pues, está colocada sobre el monte, de quien dice Daniel: "La piedra arrancada sin esfuerzo de manos, se convirtió en un gran monte" (Dan_2:34).

San Agustín, de sermone Domini, 1,6
Está colocada esta ciudad sobre un monte, esto es, sobre la gran justicia de Dios que representa ese monte, en el cual juzga el Señor.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
No puede, pues, esconderse una ciudad colocada sobre un monte. Aun cuando ella quiera, el monte que la tiene sobre sí, la hace visible a todos. Así los Apóstoles y los sacerdotes, que han sido establecidos en Cristo no pueden esconderse, aun cuando quieran, porque Jesucristo los manifiesta.

San Hilario, in Matthaeum, 4
Llama ciudad a la carne que tomó, porque en ella, por la naturaleza del cuerpo que ha tomado, se contiene cierta congregación del género humano. Y nosotros, por la unión con su carne, resultamos los habitantes de esta ciudad. No puede esconderse, pues, porque colocada en la altura de la elevación de Dios, se ofrece a la contemplación de todos por medio de la admiración de sus obras.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Jesucristo demuestra con otra comparación por qué manifiesta a sus santos y no permite que se escondan, cuando dice: "No encienden una antorcha y la ponen debajo de un celemín, sino sobre el candelero".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,7
O por esto que dijo: "No puede esconderse una ciudad", demostró su virtud. En esto que añade: "No encienden la luz", nos induce a la libre predicación, como si dijese: "Yo, en verdad, he encendido la luz, y a vosotros corresponde tenerla encendida, no sólo por vosotros y por otros que serán iluminados, sino también por la gloria de Dios".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
La antorcha es la palabra divina, de la cual se dice en el salmo (118,5): "Tu palabra es la antorcha que guía mis pasos". Los que encienden la antorcha son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

San Agustín, de sermone Domini, 1,6
¿Qué pensamos que significa lo que se ha dicho: "Y la ponen debajo del celemín"? ¿Que la ocultación de la antorcha se entienda como si dijese: Ninguno enciende la antorcha para ocultarla? ¿O significa algo más el celemín, como si poner la antorcha debajo de él fuese preferir las comodidades del cuerpo a la predicación de la verdad? Coloca, pues, la antorcha debajo del celemín todo aquel que oscurece y cubre la luz de la buena doctrina con las comodidades temporales. El celemín es muy buena figura de los bienes temporales, ya porque es una medida, y cada uno recibirá la retribución según el bien que hizo en el cuerpo, ya porque los bienes temporales que se hacen con el cuerpo tienen cierta medida de días, que significa el celemín. Mas las cosas eternas y espirituales no tienen tal limitación. Coloca la antorcha sobre el candelabro aquel que sujeta su cuerpo al ministerio de la palabra, para que la predicación de la verdad sea primero y las atenciones del cuerpo vengan después. La doctrina resplandece más cuando el cuerpo está reducido a la esclavitud en los momentos en que, por medio de las buenas obras y demás actos visibles, se da buen ejemplo a los demás.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
El celemín puede significar también los hombres mundanos, porque así como éste es vacío por la parte de arriba y cerrado por debajo, así todos los amantes del mundo son insensatos para las cosas espirituales y sabios en las terrenas. Y por lo tanto, son como un celemín que tiene escondida la palabra divina, cuando por alguna causa terrena no se atreven a hacer pública la palabra de Dios ni a predicar las verdades de la fe. El candelero es la Iglesia y todo sacerdote que anuncia la palabra de Dios.

San Hilario, in Matthaeum, 4
El Señor comparó a la sinagoga con el celemín que, recibiendo en su interior los frutos, los contenía en cierta medida de su limitada observancia.

San Ambrosio Super Lucam, Super his verbis
Por lo tanto, ninguno limite su fe a la medida de la ley, sino que se ciña a lo que enseña la Iglesia, en la cual brillan los siete dones del Espíritu Santo.

Beda
O bien es el mismo Jesucristo quien enciende la antorcha, el cual ha llenado con la llama de su divinidad la lámpara de tierra de nuestra naturaleza humana. No ha querido esconderla a los creyentes ni colocarla debajo del celemín, esto es, sujetarla a la medida de la ley ni limitarla a los términos de una sola nación. Llama candelero a la Iglesia, sobre la que ha colocado la antorcha, porque ha fijado en nuestras frentes la fe en su encarnación.

San Hilario, in Matthaeum, 4
O bien, la antorcha de Cristo se coloca sobre el candelero, esto es, suspendida en la cruz por la pasión, cuya antorcha había de producir una luz eterna a todos los que habitasen en la Iglesia. Y por lo tanto, dice: "Para que alumbre a todos los que están en la casa".

San Agustín, de sermone Domini, 1,6
Si alguno entiende por esta casa a la Iglesia, no hay en ello absurdo. Puede que esta casa sea el mundo, por lo que dice más arriba: "Vosotros sois la luz del mundo".

San Hilario, in Matthaeum, 4
Con esta luz enseña a los Apóstoles a resplandecer para que, de la admiración de sus obras resulte grande alabanza al Señor. De donde se sigue: "De tal modo ha de brillar vuestra luz delante de los hombres que vean nuestras buenas obras".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Esto es, cuando enseñéis iluminad de tal modo que, no sólo oigan vuestras palabras, sino que vean también vuestras buenas obras, con el objeto de que aquellos a quienes iluminéis con la palabra como luz, los condimentéis con el ejemplo, como sal. Dan gloria a Dios aquellos maestros que enseñan y obran bien, porque las disposiciones del Señor se manifiestan en las costumbres de sus ministros. Por ello sigue: "Y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos".

San Agustín, de sermone Domini, 1,7
Si tan sólo hubiese dicho: "para que vean vuestras buenas obras", hubiese constituido su fin el ser vistos siendo alabados por los hombres, lo cual buscan los hipócritas; sino que añade: "y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" para que, por lo mismo que el hombre con las buenas obras agrada a los hombres, no constituyendo en eso su fin sino en dar alabanza a Dios, por lo tanto agrade a los hombres de modo que en ello sea glorificado Dios.

San Hilario, in Matthaeum, 4
No porque convenga buscar la gloria que dan los hombres (puesto que todo debe hacerse en honor de Dios), sino que, disimulando nuestra obra a aquellos entre quienes vivimos, brille para Dios.

Mateo 5:17-19 

"No penséis que he venido a destruir la ley o los profetas; no he venido a destruirlos, sino a darles cumplimiento. Porque en verdad os digo que el cielo y la tierra no pasarán, sin que se cumpla todo el contenido de la ley hasta una jota o un ápice. Por lo cual quien quebrantare uno de estos mandamientos muy pequeños y enseñare así a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas quien hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de los cielos". (vv. 17-19)

Glosa
Después que exhortó a los que le oían para que se preparasen a sufrir todas las cosas por la justicia y no escondiesen lo que habían de recibir, sino que aprendiesen con la misma benevolencia con que habían de enseñar a los demás, empezó enseñándoles todo lo que debían enseñar. Como si preguntaran: ¿Qué es esto que no quieres que se oculte, por lo que nos mandas sufrir todas las cosas? ¿Acaso habrás de decir alguna cosa fuera de lo que está consignado en la ley? Por lo tanto dice: "No penséis que he venido a destruir la ley o los profetas".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Dice esto por dos razones. Primero para invitar a sus discípulos a la imitación de su ejemplo con estas palabras, con el fin de que así como El cumplía toda ley, así también ellos procurasen cumplirla. Finalmente, había de suceder que los judíos le iban a calumniar como infractor de la ley. Por ello satisface a la calumnia antes de incurrir en ella.

Remigio
Para que no apareciese que Jesús había venido con el objeto sólo de predicar la ley -como los profetas habían hecho-, dijo dos cosas: Niega que hubiese venido a quebrantar la ley y asegura que ha venido a cumplirla. Por ello añade: "No he venido a destruir la ley, sino a cumplirla".

San Agustín, de sermone Domini, 1,8
Esta sentencia tiene dos sentidos. En efecto, cumplir la ley, o es añadir algo a lo que tiene de menos, o cumplir lo que tiene.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,2
Jesucristo llevó a su plenitud a los profetas cumpliendo todas las cosas que éstos habían dicho de El. Primero, la ley, no quebrantando ninguna prescripción legal. Segundo, justificando por la fe lo que la ley no podía hacer por medio de la letra.

San Agustín, contra Faustum, 19, 7
Finalmente, porque aun los que estaban constituidos en esta vida bajo la influencia de la gracia, encontraban grande dificultad en cumplir lo que estaba escrito en la ley: "No desearás" (Éxo_20:17). Cristo, constituido en sacerdote, nos alcanza el perdón por el sacrificio de su carne, cumpliendo también la ley para que lo que no podamos cumplir por nuestra debilidad, se cumpla por la perfección de Cristo, de cuya cabeza fuimos constituidos miembros. Y en el capítulo veintidos añade: Pienso que estas palabras: "No he venido a destruir la ley, sino a cumplirla" (Ex 22-23), deben entenderse de aquellas adiciones que pertenecen a la exposición de las antiguas sentencias o a la vida en conformidad con ellas (Mt 5). Así es como el Señor nos enseña que hasta el deseo inicuo de hacer daño al hermano pertenece al género de homicidio. Quiso el Señor más bien que nosotros no jurando no nos separásemos de la verdad, a que, jurando lo verdadero nos acercásemos al falso juramento (Mat_17:1). Y vosotros, ¡oh maniqueos! ¿Por qué no recibís la ley y los profetas cuando Jesucristo asegura que no había venido a abrogarlos sino a cumplirlos? A esto responde el hereje Fausto: ¿Quién asegura que Jesús ha dicho esto? Mateo. ¿Cómo, pues, lo que San Juan no dice, que estuvo en el monte, lo escribe San Mateo (Mt 17), quien siguió a Jesús después que bajó del monte? A esto responde San Agustín. Si ninguno dice verdad de Cristo, más que aquel que lo vio o que lo oyó, hoy ninguno diría verdad tratándose de El. ¿Por qué no pudo San Mateo oír de boca de San Juan (Jn 21) cosas verdaderas de Cristo, cuando nosotros, nacidos después de tanto tiempo, podemos hablar cosas verdaderas de Cristo tomándolas del libro de San Juan? Por otra parte, no sólo el Evangelio de San Mateo, sino que también el de San Lucas y San Marcos tienen igual autoridad. A esto puede añadirse que aun el mismo Jesucristo pudo contar a San Mateo lo que había hecho antes de llamarlo. Decid claramente que no creéis en el Evangelio. Los que no creéis del Evangelio más que lo que queréis, creéis en vosotros más que en el Evangelio. Añade Fausto:

San Agustín, contra Faustum, 17, 4
Probemos que San Mateo no escribió esto, sino que lo escribió otro, no sé quién, pero en nombre suyo. ¿Qué dice, pues? Pasando Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos. ¿Y quién, escribiendo de sí mismo, dirá: vio a un hombre, y no más bien, me vio a mí? A lo cual contesta San Agustín: San Mateo escribió de sí como si hablara de otro, como San Juan hizo lo mismo diciendo: "Habiéndose vuelto San Pedro, vio a otro discípulo, a quien Jesús amaba". Se ve, pues, que ésta fue la costumbre de aquellos escritores cuando contaban las cosas que sucedían. Insiste Fausto:

San Agustín, contra Faustum, 17,2
¿Por qué dice también en el mismo sermón, que no se creyese que había venido a destruir la ley, dando más bien a entender con eso que la destruía realmente? Pues de otro modo nunca los judíos hubieran sospechado tal cosa. A lo cual contesta San Agustín: esto es muy pobre, pues no negamos que para los judíos que no entendían, Cristo fuese un destructor de la ley y los profetas. Otra vez Fausto:

San Agustín, contra Faustum, 17,2
¿Para qué esto cuando la ley y los profetas no necesitan cumplimiento, puesto que se dice en el Deuteronomio: "Observarás estos preceptos que te ordeno, y no añadirás nada a ellos, ni disminuirás?" (Deu_12:32). A lo que contesta San Agustín:

San Agustín, contra Faustum, 17,6
No entiende Fausto lo que quiere decir cumplir la ley, cuando cree que esto debe entenderse de la adición de palabras. La plenitud de la ley es la caridad, la que concedió nuestro Señor enviando a los fieles el Espíritu Santo. Se cumple, pues, la ley, o cuando se practica lo que manda, o cuando se manifiestan las cosas que están profetizadas. Sigue Fausto:

San Agustín, contra Faustum, 18,1
Cuando confesamos que Jesucristo ha formado el Nuevo Testamento, ¿qué otra cosa decimos sino que a la vez había destruido el Antiguo? A lo cual contesta San Agustín:

San Agustín, contra Faustum, 18,4
En el Antiguo Testamento estaba prefigurado cuanto había de suceder. Sus figuras habían de ser suprimidas por las mismas obras que Jesucristo practicaba, con el objeto de que la ley y los profetas se cumpliesen, toda vez que en ellas está escrito, que habría de formarse un Nuevo Testamento. Añade Fausto:

San Agustín, contra Faustum, 18, 2
Si Jesucristo dijo esto, o lo dijo significando otra cosa, o -lo que no es de creer- lo dijo mintiendo, o en absoluto no lo dijo -pero que Jesucristo mintiese nadie puede asegurarlo- y que por esto dijese otra cosa, o en realidad que no dijese nada; me persuado, pues, contra la necesidad de este capítulo, y la fe de los maniqueos me confirma en ello, de que las cosas que en un principio se leen como escritas respecto del Salvador, no todas pueden creerse. Hay mucha cizaña que cierto sembrador colocó en casi todas las escrituras, como divagando en perjuicio de la buena semilla. A lo cual contesta San Agustín:

San Agustín, contra Faustum, 18,7
el maniqueo ha enseñado una perversidad impía para que aceptes del Evangelio, lo que tu herejía no te impida que aceptes, sin embargo para que lo que te impida aceptar no lo aceptes. Nosotros, según nos enseña el Apóstol en la carta primera a los de Galacia (1,9), guardamos una piadosa prudencia, y por ello anatematizamos a todo aquel que nos enseñe algo contrario a lo que de los Apóstoles hemos recibido. Nuestro Señor nos dice también por San Mateo que debemos entender por cizaña, no el que se mezclen algunas falsedades en las verdaderas escrituras -como tú interpretas- sino los hombres que son hijos del espíritu maligno. Añade Fausto:

San Agustín, contra Faustum, 18, 3
Cuando un judío te arguya porque no observas los preceptos de la ley y de los profetas, que Jesucristo dijo no había venido a abrogar sino a cumplir, te verás obligado a confesarte, o como subyugado a la falsa superstición, o a decir que el capítulo es falso, o a negar que tú seas verdadero discípulo de Cristo. A lo que contesta San Agustín:

San Agustín, contra Faustum, 18,7
Los católicos nada tienen que temer de ese capítulo -como si no cumpliesen la ley y los profetas-, porque tienen la caridad de Dios y del prójimo, preceptos en los cuales están resumidos toda la ley y los profetas. Y todo lo que allí está profetizado por los acontecimientos, las ceremonias y las palabras figuradas lo reconocen cumplido en Jesucristo y en la Iglesia. De donde se deduce que ni estamos sometidos a la superstición, ni negamos la veracidad de este capítulo, ni que somos discípulos de Cristo.

San Agustín, contra Faustum, 19,16
El que dice que: si Jesucristo no hubiese abrogado la ley y los profetas, aquellos sacramentos de la ley y de los profetas hubiesen continuado celebrándose entre los cristianos, éste puede también decir que: si Jesucristo no hubiese abrogado la ley y los profetas, aún subsistiría anunciado que habría de nacer, padecer y resucitar. Pero más bien que abrogarlos, los ha cumplido, puesto que ya no se promete que nacerá, padecerá y resucitará. Porque aquellas profecías se referían a una persona que ya existió, anunciándose que ya ha nacido, padecido y resucitado. Estos misterios son admitidos por los cristianos y podemos decir que estas profecías ya se han realizado. Se comprende, desde luego, cuán grande sea el error en que viven todos aquellos que creen que, cuando se han mudado las señales y los sacramentos han resultado nuevas las cosas que entre los profetas se anunciaron como futuras y el Evangelio prueba que ya se han cumplido. Sigue Fausto:

San Agustín, contra Faustum, 19,1
Debe averiguarse si Jesucristo dijo esto y por qué lo dijo. Si lo dijo con el objeto de no despertar el furor de los judíos que, viendo sus cosas santas confundidas por Jesucristo, no creían oportuno oírle; o bien para persuadirnos a que aceptásemos el yugo de la ley, nosotros que debíamos creer entre los gentiles.

San Agustín, contra Faustum, 19, 2
Si no fue éste el motivo que le impulsó a hablar así, debe ser el que ya he dicho, y ni en ello ha mentido. Hay tres clases de leyes: una de los hebreos, que San Pablo en su carta a los romanos apellida de pecado y de muerte; otra de los gentiles, a la cual llama natural, diciendo a los romanos: "Los gentiles practican naturalmente lo que manda la ley" (Rom_2:14); y otra de verdad, acerca de la cual dijo también a los romanos: "La ley es espíritu de vida", etc (Rom_8:2). Igualmente los profetas: los hay de los judíos, muy conocidos; de los gentiles, de quienes dice San Pablo a Tito: "Uno de sus profetas ha dicho"; y de la verdad, de quienes dice Jesucristo por medio de San Mateo: "Os envío profetas y sabios" (Mat_23:24). (l. 19, c. 3) Y en verdad, si hubiese manifestado las observancias de los hebreos respecto de su cumplimiento, no hubiese resultado la duda acerca de que había dicho esto refiriéndose a la ley de los judíos y de los profetas. En ello sólo refiere los preceptos más antiguos -esto es, no matarás, no fornicarás-, que en otro tiempo fueron promulgados por Enoc y Set y los demás judíos, ¿a quién no parece que esto lo dijo El refiriéndose a la ley y a los profetas? En lo que parece que mencionó ciertas cosas de los judíos, las arrancó casi de raíz, mandando lo contrario, como es esto que dice: "Ojo por ojo, diente por diente" (Éxo_21:24). A lo que dice San Agustín:

San Agustín, contra Faustum, 19,7
Manifiesto es, qué ley y qué profetas no vino Cristo a derogar sino a cumplir la misma ley que promulgó Moisés. Jesucristo no cumplió solamente, como dice Fausto, los preceptos trasmitidos por los justos antiguos, antes de la ley de Moisés, ni derogó los que eran propios de la ley de los judíos (19,17), como éste: "No matarás" (Éxo_20:13). Nosotros, pues, decimos que estas cosas estuvieron bien mandadas en su tiempo y que ahora no han sido aprobadas por Jesucristo, sino cumplidas como se expresa en los demás preceptos. Tampoco entienden esto los que continúan viviendo en aquella perversidad para obligar a los gentiles a judaizar, como son los herejes que se llaman nazarenos.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Para que no se crea que todas las cosas que habían de suceder desde el principio hasta el fin, no eran antes conocidas por Dios, fueron vaticinadas en la ley de una manera mística. Por ello dice: No puede suceder que pasen el cielo y la tierra, hasta que todas las cosas que han sido vaticinadas en la ley se cumplan en realidad y esto es lo que dice: "En verdad os digo, que hasta que no pasen el cielo y la tierra, ni una jota, ni un ápice perecerán de cuanto está mandado en la ley, mientras todas estas cosas no se verifiquen".

Remigio
La palabra amén es un modismo hebreo y en latín quiere decir verdaderamente, fielmente, así sea. Por dos razones usa Jesucristo de esta palabra. Ya por la dureza de aquellos que eran tardos para creer, ya por los que habían creído, con el objeto de que comprendiesen mejor las palabras que siguen.

San Hilario, in Matthaeum, 4
Por esto que dice: "Hasta que no pasen el cielo y la tierra", manifiesta que éstos, a pesar de su grandeza -como nosotros creemos-, habrán de desaparecer.

Remigio
Subsistirán esencialmente, pero se renovarán.

San Agustín, de sermone Domini, 1,8
Por estas palabras que añade: "Una jota o un ápice no perecerá de la ley", no debe entenderse otra cosa más que una expresión terminante de la perfección que se demuestra por medio de las Sagradas Letras, entre las cuales la jota es la menor de todas porque consta de un solo trazo, y el ápice es el punto que se pone sobre la jota. Con estas palabras manifiesta que en la ley hasta las cosas más pequeñas pueden invitarnos al cumplimiento de ella.

Rábano
Con intención puso la jota griega y no el ioth hebreo, porque la jota en el griego es la décima letra, y el número diez expresa el decálogo cuyo ápice y perfección es el Evangelio.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Si el hombre ingenuo se avergüenza cuando se le descubre en alguna mentira y el hombre sabio cuando no cumple su palabra, ¿cómo las palabras divinas podrán subsistir sin un fin y carecer de cumplimiento? De donde concluye: "El que quebrantare uno de estos mandamientos más pequeños y enseñare así a los hombres, será considerado como pequeño en el Reino de los Cielos". Creo que el mismo Dios responde claramente esto, mostrando cuáles son los mandamientos más pequeños, diciendo: "Si alguno quebrantare uno de estos mandamientos más pequeños", esto es, de la manera que habré de decir.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.16,3-4
No dijo, pues, esto refiriéndose a las leyes antiguas, sino a las que El había de dar, a las cuales llama pequeñas, aun cuando sean grandes. Así como muchas veces había hablado de sí con humildad, también ahora habla humildemente de sus preceptos. O de otro modo:

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Los mandatos de Moisés son fáciles de ejecutar: no matarás, no adulterarás. La misma magnitud de estos crímenes hace rechazar el deseo de cometerlos. Por lo tanto, en la remuneración son pequeños pero en el pecado son grandes. Los mandamientos de Cristo -esto es, no te enfurezcas, no tengas deseos-, en la ejecución son difíciles, pero en el premio son grandes, aun cuando sean pequeños en el pecado. Por lo tanto, Jesucristo dictó estos mandamientos: "No te enfurezcas, no desees". Luego aquellos que cometen pecados leves son los más pequeños en el Reino de Dios. Esto es, el que se enfurezca y no cometa pecado grande, puede considerarse como libre de la pena -esto es, de la eterna condenación-, pero tampoco puede estar en la gloria que consiguen aquellos que cumplen aun estos preceptos más pequeños.

San Agustín, de sermone Domini, 1,8
O de otro modo: aquellos preceptos que están en la ley se llaman pequeños, pero aquéllos que Jesucristo había de dictar eran grandes. Los menores mandamientos se significan por una jota o por un ápice. Aquel, pues, que los viola y enseña a otros a quebrantarlos, se llamará pequeño en el Reino de los Cielos. Y acaso tampoco pueda entrar en el Reino de los Cielos, porque allí no pueden entrar sino los grandes.

Glosa
Quebrantar es no hacer lo que rectamente entiende uno que debe hacer, o no entender lo que ha dañado, o disminuir la integridad de la adición hecha por Jesucristo.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.16,4
Cuando oigas pequeño en el Reino de los Cielos, debes creer que en ello no se significa otra cosa que el suplicio y el infierno. Reino suele llamarse no sólo la utilidad del Reino, sino el tiempo de su resurrección y la venida de Jesucristo.

San Gregorio, homiliae in Evangelia. 12
También debe entenderse por Reino de los Cielos la Iglesia, en la que el sabio que quebranta un mandamiento se llama pequeño, porque aquél cuya vida no es buena no puede esperar otra cosa que el menosprecio de su predicación.

San Hilario, in Matthaeum, 4
O llama pequeños los sucesos de la pasión y muerte del Señor, la que si alguno no confiesa -considerándola vergonzosa- será pequeño -esto es, el último y casi nulo-, pero al que la confiesa se le promete la gloria de una gran vocación en el cielo. De donde sigue: "El que hiciere, pues, y enseñare, se llamará grande en el Reino de los Cielos".

San Jerónimo
Reprende en esto a los fariseos que despreciando los mandatos del Señor, daban la preferencia a sus propias tradiciones, porque no les aprovecha la doctrina que enseñan al pueblo si prescinden de lo más pequeño que está mandado en la ley. Podemos entender esto de otra manera, creyendo que la instrucción del que enseña, aun cuando incurra en un defecto pequeño, le hace caer del punto más elevado; y no le aprovecha enseñar la justicia, que él mismo destruye, aun con la culpa más leve. La bienaventuranza es perfecta cuando se ejecuta lo que se predica.

San Agustín, de sermone Domini, 1,8
O de otro modo: el que quebrantare aquellas cosas pequeñas (a saber, los preceptos de la ley) y enseñare así a los demás, será llamado pequeño; pero el que practica la ley aún en lo más insignificante y enseña así a los demás, no debe considerarse como grande, sino no tan pequeño como aquél que la quebranta, pues para que sea grande debe practicar y enseñar lo que Jesucristo enseña.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Rosario de San Miguel Arcángel

Rosario de San Miguel Arcángel



¿Quién es San Miguel Arcángel?


En la creación del mundo angélico, Dios colocó a San Miguel en el segundo puesto después de Lucifer. El creador dividió a los Ángeles en tres grandes jerarquías y en nueve coros. Sus nombres están revelados en la Sagrada Escritura: Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Potestades, Principados, Virtudes, Arcángeles y Ángeles. Los Ángeles se quedarán eternamente en el mismo coro. Todos estos fúlgidos Espíritus arden por el deseo de Cumplir la Santa Voluntad de Dios con la velocidad del pensamiento.


¡San Miguel, al ver que era uno de los primeros Príncipes, revestido de poder, gloria esplendor más que los demás, se humilla, se pone a los pies de Dios y reconoce con profunda gratitud que la magnificencia en la naturaleza angélica y todos los dones y privilegios de la Gracia son gratuitos por la bondad del Creador, sin ningún mérito suyo y sin ningún derecho a dicha dignidad en cuanto fue creado de la nada y su origen será siempre la nada!


Un amor seráfico, una dedicación profunda inunda su radiante espíritu y se humilla en la contemplación de la Bondad y del Amor Divino. En esta tranquila armonía del Cielo nada podía presagiar los funestos eventos de una guerra inminente que destruirá sus filas en todos los coros angélicos.


La prueba de los Ángeles y la derrota de los rebeldes por medio de San Miguel


Antes de que Dios ponga el fundamento invisible de la Creación, puso como fundamento invisible la
OBEDIENCIA en todas las criaturas razonables, Jesucristo adquiere su nueva gloria como Jefe de la humanidad, mediante la obediencia a los decretos eternos de la Santa Trinidad. María Santísima recorre el camino real de la Maternidad Divina con su humilde: “Fiat mihi secun-dum verbum tuumo”. Es el camino maestro también para los Ángeles.

Para admitir estos sublimes Espíritus a la visión Beatificada en la gloria eterna y confirmarlos en la Gracia, Dios quiere someterlos a una prueba. Todos los Ángeles recibieron una visión clara del Ser Divino y de sus infinitas perfecciones, debían reconocer la Majestad Divina como súbditos del señor. Creador de su radiante existencia: adorarlo, servirlo como su Único y Sumo Bien. Gran parte de ellos obedeció con alegría y con humildad, ofreciendo con amor a la propia adoración y a la propia existencia para obedecer en todo a la voluntad Divina. También Lucifer se sometió, pero más por conveniencia que por amor, siéndole por el momento imposible retirarse ante una orden tan amorosa. También porque el orgullo estaba apenas germinando en su espíritu. Era la pequeña semilla del mal que luego se convirtió en el árbol gigantescote los pecados de toda especie trasplantado en el mundo visible.


En un segundo tiempo, como vio María Agreda Abadesa en el maravilloso libro de la “Mística Ciudad de Dios” y es la opinión de muchos teólogos, Dios mostró a los Ángeles al Verbo Divino su Unigénito, revestido con la naturaleza humana, preferida por El y muy favorecida, hasta ensalzarla en el Trono eterno de la Santísima Trinidad. Pidió a los Ángeles que lo adoren como a su Rey, no solo en su Naturaleza Divina, sino también unida hipostáticamente con la naturaleza humana y servirlo. Con la luz de la Gracia actual, Dios iluminó a todos los Ángeles los méritos infinitos del verbo humanado y que, ha merecido también para cada uno de ellos todas las Gracias y Dones que poseen, comprendida la gloria y la felicidad sin fin que nos espera a todos en la Visión Beatífica.

A este precepto, todos los obedientes y Santos Ángeles se rindieron y prestaron asenso y obsequio con humilde y amoroso afecto de toda su voluntad.

Exultación y sumisión por parte de los Ángeles obedientes. Para sí hosanna, admiración, gran estupor, gran condescendencia y humillación del Verbo Divino. Pero no Lucifer. Su repugnancia por la naturaleza crece, y si antes obedecía de mala gana, ahora no puede más. La envidia inunda su espíritu soberbio, cegado por su suprema belleza y poder personal, resiste a la Voluntad Divina. Invita también a los otros Ángeles para que desobedezcan, prometiéndoles un Reino independiente del de Cristo Humanado. El, Lucifer, sería el jefe, y ellos, príncipes. Decía con soberbia:

Subiré al Cielo (visión beatífica), sobre los astros de Dios, en salzaré mi trono… subiré a la altura de la nubes… seré igual al Altísimo (Is 14,14).


Este insensato grito de rebelión se hizo eco en el ambiente celestial y fue acogido por un tercio de los Ángeles. Inició así la grande y tremenda guerra para destronar a Dios y apropiarse de su trono. Viendo San Miguel el caos y el tumulto provocado por los rebeldes, con una gran voz exclamo: “
¿Quién (ES) COMO DIOS?”, sumergiéndose en su nada ante el Creador de toda existencia. Lo adora, ofrece su amor fiel, todo su ser al servicio de la Majestad Divina, para defender su Honor y la Gloria humillada por los rebeldes ingratos. Con un discurso inflamado por la Gloria del Señor, exhorta a todos los Ángeles para que resistan a la malsana rebelión de Lucifer, recodándoles el sagrado deber de adoración y de gratitud para con Dios y la humilde sumisión por los inmensos beneficios recibidos. Exhorta a todos para que acepten con un amor humilde todos los planes y proyectos que se refieren a la Encarnación del Verbo Divino. El hijo unigénito del Padre es siempre su Rey y Creador aún bajo las condiciones de la naturaleza humana.

En este punto Dios interviene, con su tercera orden, disimulando con Paciencia Divina al tumulto causado por Lucifer y por sus partesanos. La autenticidad de este hecho vio y lo describió San Juan Apóstol en el Apocalipsis:


una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Está en cinta y grita con los dolores de parto y con el tormento de dar a luz (Ap. 12.1).


En este cuadro estupendo Dios mostró a todos los ángeles la divina maternidad de María Santísima e intelectualmente la unión Hipostática de la Naturaleza Divina con la naturaleza humana en la Sagrada Persona de Jesucristo: “
Mágnum pietatis Sacramentumo” (Tm 3,16).

Para salvar a los Ángeles tribulados y vacilantes San Miguel gritó:


Veneremos a esta mujer singular y bendita, que será la obra de arte de la Santísima Trinidad, la Madre futura del Verbo Divino y nuestra futura, gloriosa y admirable Reina Arrodillémonos ante los planes divinos que recaen sobre Ella.


Respondió Lucifer.

No ¡Nunca serviré a una naturaleza inferior de la mía, como es la naturaleza humana!.

Con él gritaron muchísimos Ángeles.


Dios respondió:

Y bien, esta Mujer a la que le has negado veneración, será Aquella que te aplastará la cabeza y por ella serás vencido y aniquilado. Porque si por tu soberbia entrará la muerte en el mundo del futuro, por su humildad entrará la vida y la salud a todos los mortales, los cuales gozarán del premio y la corona que tú y los tuyos has perdido.


Los buenos entonan cantos armoniosos en honor de María Santísima para alabar su futura existencia y deciden unánimemente defender contra los rebeldes el honor del Verbo Encarnado y de su futura Madre y Reina.


En este punto Lucifer prorrumpe contra la Mujer predilecta con insultos ásperos y blasfemias que eran inauditos en el ambiente del Cielo.

¿Quién (ES) COMO DIOS?, exclama nuevamente San Miguel y desencadena una gran guerra en el Cielo, como vio San Juan Apóstol en la isla de Pathmos y describe su visión del Apocalipsis: “Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón. Lucharon encarnizadamente el dragón y sus ángeles, pero fueron derrotados y los arrojaron del cielo para siempre (Ap 12. 7-8).

La caída de los ángeles rebeldes



A la derrota de Lucifer, sigue un castigo adecuado para su pecado. El ángel rebelde se vio trasformado de Espíritu de Luz en un monstruo horrible con siete cabezas, que significaban las siete legiones en las cuales fueron divididas y ordenados los ángeles caídos, transformados también ellos en seres repugnantes, en diablos, Lucifer nombra un jefe para cada Legión, según los siete vicios capitales: Soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza. Pecados con los cuales más tarde, arrastrarán a los hombres para poblar su reino del eterno dolor.


Entre el inmenso asombro de San Miguel y de los Ángeles buenos se abrió un abismo en el ancla deforme de la tierra donde Lucifer se precipito transformando en un Dragón Rojo con todos sus secuaces.


En la profundidad del infierno Lucifer comprendió su equivocación que terminó en tragedia irreparable:


La diadema de nuestra cabeza ha caído; ay de nosotros que hemos pecado.


Pero era tarde… demasiado tarde… para siempre, para una eternidad.


¡Que Dios nos libre a todos nosotros de un cálculo tan arriesgado!


Cuando regresó la calma después de la separación, las tinieblas del pecado de la Luz de la Gracia, la mirada adolorida de Dios busca consuelo ante la Imagen de la “Mujer vestida de Sol” suspirando el tiempo de su creación y con ímpetu divino susurra… Ave, Ave oh llena de Gracia…


¡Yo estaré siempre contigo!


Luego Dios se dirigió a San Miguel y lo felicitó por su fidelidad y por su espléndida victoria. Contemplando el gran vacío arrastrado por los rebeldes, su Amor de Padre de todas las criaturas se desfoga en un amargo lamento de frente a tanta pérdida e ingratitud, hablando como para consigo mismo:


…Eras un dechado de perfección, lleno de sabiduría y hermosura perfecta. Estabas en el Edén, en el jardín de Dios, adornado con piedras preciosas: rubí, topacio, diamante, crisólito, ónice, bereilo, zafiro, carbunclo y esmeralda.

De oro labrado eran tus aros y colgantes desde el día en que fuiste creado. Eras un querubín protector de alas extendidas: yo te había puesto sobre las montañas de Dios.


Caminabas entre piedras de fuego. Intachable era tu conducta, desde el día en que fuiste creado, hasta que se encontró la iniquidad en ti. Al prosperar tus negocios te llenaste de violencia y pecados. Entonces yo te expulsé de las montañas de Dios y a ti, el querubín protector, te hice desaparecer de entre las piedras de fuego.


La belleza te ensoberbeció, el esplendor echó a perder tu sabiduría. Yo te arrastré por tierra y te convertí en objeto de burla para los reyes… Todos los pueblos que te conocían se quedarán asombrados por ti; serás motivo de espanto y desaparecerás para siempre” (Ez 28, 12-19). “¡Cómo has caído del cielo, oh Lucifer, Lucero del alba! (Is 14, 12).


Solo un Dios, que ama a todos con un Amor Infinito, inmutable, puede lamentarse así de la pérdida de su Ángel primogénito.


Este dolor nos fue revelado por medio del Espíritu Santo, mediante la boca de los santos Profetas del Antiguo Testamento. También el Padre Eterno dice: “Buscaba consoladores, pero no los he encontrado”.


Dios Omnipotente, para premiar la fidelidad heroica de San Miguel, le dio el puesto dejado vacío por Lucifer, lo constituyó en el Primer Ministro de la Santa Trinidad Príncipes angélicos y jefe Supremo de los nueve coros de Ángeles, lleno de poder, honor y gloria y más cerca del trono Divino. Su esplendor está en grado de iluminar toda la tierra, como vio San Juan en el Apocalipsis.


Fuente: Libro ¿Quién es San Miguel Arcángel? de Gloria Crux.



Rosario de San Miguel Arcángel



Un día, San Miguel Arcángel se apareció a la devota de Dios, Antonia d`Astonac. El Arcángel le dijo a la Religiosa que él desea ser honrado mediante la recitación de nueve Salutaciones. Estas Nueve plegarias corresponden a los nueve Coros de los Ángeles. Consiste el Rosario de un Padrenuestro y tres Avesmarías, en honor de cada Coro Angelical.



Promesas de San Miguel


A los que practican esta devoción en su honor, el Arcángel promete grandes bendiciones. Promete enviar a un Ángel de cada Coro Angelical, para acompañar a los devotos a la hora de la Santa Comunión. Además, a los que reciten estas nueve Salutaciones todos los días, les asegura que disfrutarán de su asistencia continua. Es decir, durante esta vida y también después de la muerte. Aún más. Serán acompañados de todos los Ángeles; y con todos sus seres queridos, parientes y familiares serán librados del Purgatorio.



Método para rezar el Rosario



Se empieza el Rosario rezando en la medalla, la siguiente invocación:


V
. Oh Dios, Ven en mi ayuda.
R
. Señor, apresúrate en socorrerme.

Gloria al Padre, Etc…


En las cuentas grandes, se dice: Un Padrenuestro y tres Avesmarías, después de cada Salutación, así:


Por la intercesión de San Miguel y el Coro celestial de los Serafines, que Dios Nuestro Señor prepare nuestras almas, y así recibir dignamente en nuestros corazones el fuego de la Caridad perfecta. Amén.



Un Padrenuestro y tres Avemarías.



Por la intercesión de San Miguel y el Coro celestial de los querubines, Que dios Nuestro Señor nos conceda la gracia de abandonar los caminos del pecado y seguir el camino de la Perfección Cristiana. Amén.



Un Padrenuestro y tres Avemarías.



Por la intercesión de San Miguel y el Coro celestial de los Tronos, que Dios Nuestro Señor derrame en nuestros corazones el verdadero y sincero espíritu de humildad. Amén.



Un Padrenuestro y tres Avemarías.



Por la intercesión de San Miguel y el Coro celestial de Dominaciones, que Dios Nuestro Señor nos conceda la Gracia de controlar nuestros sentidos y así dominar nuestras pasiones. Amén.



Un Padrenuestro y tres Avemarías.



Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de Potestades, que Dios Nuestro Señor proteja nuestras almas contra las asechanzas del demonio. Amén.



Un Padrenuestro y tres Avemarías.



Por la intercesión de San Miguel y el Coro de las Virtudes, que Dios Nuestro Señor nos libre de todo mal y no nos deje Caer en la tentación. Amén.



Un Padrenuestro y tres Avemarías.



Por la intercesión de San Miguel y el Coro celestial de los Principados, que Dios Nuestro Señor se libre llenar nuestras almas con el verdadero espíritu de la obediencia. Amén.



Un Padrenuestro y tres Avemarías.



Por la intercesión de San Miguel y el Coro celestial de los Arcángeles, que Dios Nuestro Señor nos conceda la Gracia de perseverancia final de la Fe y en las Buenas obras y así nos lleve a la Gloria del Paraíso. Amén.



Un Padrenuestro y tres Avemarías.



Por la intercesión de San Miguel y el Coro celestial de los Ángeles, que Dios Nuestro Señor nos conceda la Gracia de ser protegidos por ellos durante esta vida mortal y que nos guíen a la Gloria Eterna. Amén.



Un Padrenuestro y tres Avemarías.



En las cuatro cuentas después de la medalla se reza un Padrenuestro en honor de cada uno de los siguientes Ángeles, como se indica:


1ro. A San Miguel Arcángel

2do. A San Gabriel
3ro. A San Rafael
4to. Al Ángel de la Guarda

El Rosario de San Miguel se termina con las siguientes oraciones:


Oh Glorioso Príncipe, San Miguel, Jefe Principal de la Milicia celestial: Guardián fidelísimo de las almas: Vencedor eficaz de los espíritus rebeldes; fiel Servidor en el Palacio del Rey Divino, sois nuestro admirable Guía y Conductor. Vos que brilláis con excelente resplandor y con virtud sobrehumana, libradnos de todo mal. Con plena confianza recurrimos a vos. Asistidnos con vuestra afable protección; para que seamos más y más fieles al servicio de Dios, todos los días de nuestra vida.



V
. Rogad por nosotros, oh glorioso San Miguel, Príncipe de la Iglesia de Jesucristo.
R
. Para que seamos dignos de alcanzar sus promesas.

Oración

Omnipotente y Eterno dios, os adoramos y bendecimos. En vuestra maravillosa Bondad, y con el misericordioso deseo de salvar las almas del género humano, habéis escogido al glorioso Arcángel, San Miguel, como Príncipe de vuestra Iglesia. Humildemente os suplicamos, Padre celestial, que nos liberéis de nuestros enemigos. En la hora de la muerte, no permitáis que ningún espíritu maligno se nos acerque, para perjudicar nuestras almas. Oh Dios y Señor nuestro, guiarnos por medio de este mismo Arcángel. Enviadle que nos conduzca a la Presencia de vuestra Excelsa y Divina Magostad. Os lo pedimos por los méritos de Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Fuente: Libro: San Miguel, ¿Quién como Dios?, Fundación Jesús de la misericordia.
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