ASCENSIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Exposición dogmática
La segunda festividad que se celebra en el Tiempo Pascual es la de la Ascensión, coronamiento de toda la vida de Jesús.
Convenía, en efecto, que el divino Resucitado no pisase más el barro
de este nuestro mísero suelo, sino que volviese al Padre en cuyo seno
nació, en cuanto Dios, desde la eternidad.
Éste recibió a la Santa Humanidad de su Hijo «con gozo tal que ninguna criatura es capaz de expresarlo» (S. Cipriano).
Era menester que Cristo tomase posesión del reino de los cielos con su Pasión conquistado y que, «colocando nuestra frágil naturaleza a la diestra de la gloria de Dios»,
nos abriese de par en par la casa de su Padre y nos hiciese ocupar,
como hijos de Dios que somos, los sitiales dejados vacíos por los
ángeles caídos.
Así que Jesús entra en los cielos vencedor de Satanás y del pecado,
los Ángeles le aclaman como a rey suyo, las almas de los Justos salidas
de los Limbos forman su gloriosa escolta. «Me voy a prepararos un lugar»,dijo
a sus Apóstoles. S. Pablo afirma que Dios nos ha hecho asentar con
Jesús en los cielos, porque, por la esperanza, ya somos salvos, y parece
natural que allá donde está la cabeza, allá estén también sus miembros.
Por donde el triunfo de Jesús es a la vez el triunfo de su Iglesia.
Así como en la Ley Antigua entraba el Sumo Sacerdote en el Santo de
los Santos para ofrecer a Dios la sangre de las víctimas, así Jesús
entra en el Santo de los Santos de la celestial Jerusalén, para ofrecer
su propia sangre, la sangre de la Nueva Alianza, y para recabarnos los
divinos favores.
El día de la Ascensión es aquel en que al mostrar Jesús al Padre sus
gloriosas llagas, inauguró su sacerdocio celestial y nos alcanzó el
Espíritu Santo con sus dones.
La Ascensión, complemento de todas las fiestas de Cristo, es asimismo el principio de nuestra santificación. «Se ha elevado a los cielos para hacernos particioneros de su divinidad» (Pref.).
Y es que no le bastaba al hombre apoyarse en los méritos que la Pasión
del Redentor le granjeara, no le bastaba tampoco unir a ella el recuerdo
de su Resurrección. El hombre no ha sido restaurado sino mediante la
unión de esos dos misterios con un tercero, con el misterio de la
triunfante Ascensión de Jesús a los cielos.
Exposición histórica
Cuarenta días después de la Resurrección de Cristo celebra el Ciclo
pascual el aniversario del día que señala el término del reinado visible
de Jesús en la tierra.
Los Apóstoles que, al acercarse Pentecostés, habían acudido a
Jerusalén, estaban reunidos en el Cenáculo cuando Jesús se les apareció y
comió con ellos por última vez.
Luego los sacó camino de Betania al Monte de los Olivos, que es el más alto de cuantos rodean a la santa Ciudad.
Jesús entonces, bendijo a sus Apóstoles y cual águila real, volose al
cielo, a eso del mediodía. Una nube le ocultó a sus miradas y dos
Ángeles anunciaron a los Discípulos cómo Cristo que ahora se iba, había
de volver al fin del mundo.
Exposición litúrgica
La solemnidad de la Ascensión se confundió en otros tiempos con la de
Pentecostés; ya que el tiempo Pascual era considerado todo él como una
fiesta continuada, que no terminaba hasta la venida del Espíritu Santo
sobre los Apóstoles. Pero pronto se celebró la Ascensión el día 40
después de la Resurrección, lo mismo que su vigilia y Octava. El rito
simbólico que la caracteriza es el de apagar el Cirio pascual, cuya luz
figuraba durante esta santa cuarentena a Jesús, presente en medio de sus
discípulos. Se le apaga después del Evangelio de ese día, en que se nos
habla de la partida del Redentor para el cielo.
Los ornamentos blancos y el Aleluya «esa gotita de gozo sumo, en que nada la celestial Jerusalén», en
frase de Ruperto, significan la alegría en que la Iglesia nada al
acordarse del triunfo de Jesucristo, y al pensar en la dicha de los
Ángeles y de los Justos de la Antigua Ley, que de ella participaron y de
la espera del Espíritu Santo, que permitirá también a la Iglesia
asociarse a ese triunfo.
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